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Corría el mes de junio de 1917 y Rusia estaba en el centro de dos revoluciones. En febrero se había producido la primera, que se había conformado con la abdicación del Zar y la formación de un Gobierno Provisional. El hombre del momento era Alexander Fyodorovich Kerensky, un revolucionario moderado, defensor de la Democracia y del «consenso» con los revolucionarios radicales (o sea los comunistas de Lénin), que en su afán de congraciarse con las masas ha ido concediendo libertades (primero la de expresión, luego la de asociación, después, y una detrás de otra, la de reunión, la de prensa, la de religión, el sufragio universal y el derecho de igualdad para las mujeres)… Pero, a pesar de sus componendas y sus concesiones los «soviets» de fábricas lo cuelgan simbólicamente o lo arrastran disfrazado de muñeco y la economía se le hunde y el paro crece hasta el infinito, y la miseria y el hambre… Ante esa peligrosa situación el abogado católico y liberal que es, duda, y muy en secreto llama al Jefe de los Ejércitos, general Lavr Kornilov, otrora gran amigo suyo y sin preámbulos le plantea la grave situación que vive. Esa misma tarde le han relevado de la Presidencia del Soviet de Petrogrado y los representantes de los bolcheviques de Lénin, León Trotski y Josif Stalin, le han señalado como culpable de los males del pueblo y le han declarado la guerra.
— General Kornilov, mi amigo Lavr, ya sabes lo que ha sucedido hoy en el «soviet», tú estabas allí… ¿qué hago? ¿qué puedo hacer desde un Gobierno que ya no tiene el apoyo de los soviéticos? ¿Dimito? ¿me retiro sin luchar?
— Señor Presideente, mi viejo amigo, sí, tu situación es comprometida, pero más lo es la de Rusia… Esto se hunde… y nuestra Revolución está siendo superada.
— ¡Son insaciables! ¡¡Lo quieren todo!!… y no les importa nada ni nadie… Dicen que luchan por el pueblo y sólo quieren el Poder…y para Vladimir Lénin el fin justifica los medios…por eso te he llamado: ¿qué puedo hacer para frenarlos? ¿qué podemos hacer para salvar a Rusia del comunismo soviético?.
Pues, amigo mío, te lo voy a decir con palabras de mi abuelo…¿sabes que fue un cazador empedernido y que llegó a ser el mejor conocedor del cuervo grande de todas las Rusias?…
— ¿ Y ?
— Pues, mi abuelo decía: hijo, al cuervo, en el huevo.
— ¿Al cuervo en el huevo? ¿qué significa eso?
— Pues que es un pájaro de mucho cuidado y que si lo quieres dominar tienes que acabar con él antes de que salga del huevo… porque como lo dejes que salga y viva te come los ojos… y, además, vive de la carroña y no tiene amigos, y lo mismo se come a los muertos que a los vivos…
— ¿Y cómo? ¿cómo aplastamos esos huevos?
— Amigo Alexander… yo lo tengo claro…¡¡con el ejército!!… aplástalos ahora que estás a tiempo, todavía tú eres el Presidente del Gobierno, si los dejas que tomen todo el Poder y el Gobierno lo hagan ellos se acabó… (y lo hicieron y se acabó todo)
— Sí, eso es lo que ya gritan en las calles y en las fábricas: ¡Todo el poder para los soviets!… pero, general, eso sería la dictadura…y yo amo la libertad.
— ¿Y qué crees que harán ellos cuando tomen el Poder?… ¿Democracia? ¿libertad?… Por favor, Alexander, no seas ingenuo. Si no los aplastas hoy que todavía puedes, mañana puede ser demasiado tarde… sí, sigue soñando con tu democracia hoy que puedes, porque mañana, cuando estés en la Siberia negra te acordarás de mi.
— Está bien, Lavr, me has convencido. Prepara un plan… Rusia por encima de todo.
¡¡¡ Ay, pero cuando el general Kornilov sacó sus soldados a la calle se le pasaron a los soviéticos… y en septiembre ya estaba en Siberia!!!… Había llegado demasiado tarde… y el liberal, demócrata, culto, dialogante Kerensky, tuvo que escapar disfrazado de mujer por Finlandia hasta llegar a Paris. Murió muchos años después (1970), solo, sentado en un banco a orillas del Hudson y viendo a lo lejos una bandada de cuervos e instintivamente se cubrió los ojos.
Bien, pues eso es lo que estamos viviendo en esta España que se hunde. Entre una clase cobarde, ciega y suicida y unos cuervos que relamen sus picos y que sólo esperan la llegada de octubre…
Y a ellos, a esos políticos, a esos generales, a esos empresarios, a esos obispos, a esos liberales amantes de la libertad y el consenso… cobardes, ciegos y suicidas dirijo estas palabras que escribo sentado en un banco, solo, y viendo correr las aguas turbias de mi viejo Guadalquivir.
¿Cuándo? ¿Cuándo se van a enterar que mañana puede ser demasiado tarde?… Lo dicho: al cuervo, en el huevo
Julio MERINO
Periodista y Miembro de la Real Academia de Córdoba
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