22/11/2024 19:33
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En la época de la Conquista de América, como si dijéramos ayer, a nuestros Monarcas, tan católicos ellos, les dio por promulgar leyes a favor de los indígenas, limitando la jornada laboral, prohibiendo su maltrato, y, por supuesto, la esclavitud, etc. Los Virreyes, Capitanes Generales, Gobernadores y Corregidores se encontraron con la difícil situación de tener que cumplir unas normas que no tenían ningún interés en implantar, pues les iba en ello el “negocio” de la explotación de los indios. Se inventaron entonces una curiosa fórmula jurídica, que suponía el cumplimiento estricto de la ley, para no incurrir en desacato, pero su vulneración práctica, y que decía así: “Acátese, pero no se cumpla”.

Es decir, se reconocía, como no podía ser menos, la Soberanía y suprema potestad del Monarca, pero se permitía su incumplimiento, ante la imposibilidad material del mismo, con lo cual se salvaba la situación. Y es que los leguleyos siempre han sido de gran utilidad para disfrazar de legalidad las peores infamias e injusticias… Los juristas, en cambio, no las permitimos, ni mucho menos toleramos, y así nos va en la vida. Lógicamente somos minoría dentro del ancho mundo de la justicia, que se caracteriza por la ley del embudo: ancho para el que manda, pero muy estrecho para el súbdito, vasallo o contribuyente.

Pues bien, a lo que íbamos. La fórmula del “Visto” por el Ministerio Fiscal siempre me ha hecho mucha gracia. Durante mi década como fiscal sustituto en tres fiscalías distintas, veía a los compañeros firmar los “vistos” en muchas ocasiones sin siquiera leer los expedientes correspondientes, mientras se departía amigablemente sobre el fin de semana anterior, la última película vista o las desgracias del Real Zaragoza, que ya son tradicionales en Aragón. Por no hablar, que también, de alguna funcionaria, procuradora o abogada que quitaba el hipo y a la que cualquiera le hubiera hecho un favor.

Yo decía, con la mordacidad que me caracteriza, y que me ha servido para hacerme tantos enemigos, a los que ya solo les falta constituirse en asociación, que habría que encargar unos nuevos sellos, donde para salvar nuestra responsabilidad pusiera lo siguiente: “Visto (pero no leído)”. Obviamente todo el mundo se lo tomada a risa, y nadie pensó que estaba hablando totalmente en serio.

Desgraciadamente esa parece la actuación de la fiscalía, que no se entera de nada. Al menos don Felipe González se informaba por la prensa de lo que sucedía en el país que gobernaba, pero la Fiscalía al parecer es que no lee la prensa, ni oye la radio, ni ve la televisión, ni, por supuesto, se conecta a los diarios digitales…

España está convertida en un gigantesco lodazal, por no decir un estercolero, donde la corrupción campa a sus anchas en todas partes, pero especialmente en la clase dirigente, fundamentalmente la política, pero la Fiscalía se llama a andana. Bastante tiene con perseguir a los alcohólicos, a los maltratadores –muchos de ellos inocentes, y víctimas de la violencia de género- y a otros desgraciados más, pero teniendo un exquisito cuidado de no crearle  problemas a nadie realmente importante.

¿Esta es la Fiscalía que queremos? Posiblemente no, pero sí es la que tenemos, Y así nos luce el pelo.

Periodistas, escritores, y demás gente de mal vivir: sigan denunciando todo lo que quieran, con la seguridad de que nadie se dará por aludido, y, por supuesto, no se judicializará la”notitia  criminis”. Como mucho se incoarán unas diligencias de investigación en la Fiscalía correspondiente – cuya duración puede ser de medio año-, sin judicializar el asunto, lo que dará todo tipo de facilidades al presunto delincuente para hacer desaparecer el dinero, las pruebas del delito, incluso coaccionar a los testigos e investigar la vida privada del fiscal que lleve el asunto, que seguro que tiene algún muerto en el armario.

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En resumen, esta es la situación actual de la Fiscalía en España. Se puede decir más alto, pero no más claro. Y bien que lo siento, pues nos estamos jugando nada menos que el sistema del que nos hemos dotado para organizar nuestra convivencia.

Autor

Ramiro Grau Morancho