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Todo el Arte de la Guerra se basa en el engaño, Sun Tzu.
Por la vía del engaño harás la guerra (“be-tachbūlōt ta`aseh lekhā milchāmāh”). Lema original del Mossad, inspirado en el libro de los Proverbios (Prov. 24:6).
Con mi agradecimiento a Patricio Lons, Óscar Abudara y José J. García L.
En un artículo anterior finalizaba constatando que el propio Comandante Jefe de la “Falklands Royal Task Force”, el Almirante Sandy (‘Arenoso’) Woodward, ordenó al Comandante de las Fuerzas Terrestres (General Jeremy Moore) que llegara a Puerto Argentino el 14 de junio u ordenaría la retirada total, puesto que estaban a punto de quedarse sin alimentos y municiones. Woodward, años después, dijo que escribió en su diario que “si los ‘argies’ nos soplan en la nuca nos mandan al fondo”, y públicamente amplió que “si los argentinos hubieran resistido una semana más la historia hubiera podido terminar de manera muy diferente”.
Analicemos ahora el final de la campaña militar y las causas de la guerra.
El nieto de Churchil impulsó el bombardeo de Buenos Aires.
Un Vulcan, con un gran misil en sus alas, aterrizado en emergencia en Brasil
El recurso al bombardeo a la Argentina continental
En esa tesitura de agotamiento inglés, incluso mucho antes, Margaret Thatcher estudió seriamente el bombardeo convencional de Buenos Aires, mediante aviones Avro 698 Vulcan desde la isla Ascensión e incluso con el apoyo chileno para esas operaciones con bombas de 1.000 libras; en este contexto, creo interesante recordar que Thatcher pronunció en Gibraltar, en 1998, su “¡Bombardeemos Madrid!”, cuando un navío español entró en “aguas del Peñón”. Pero no solo eso, sino que incluso Inglaterra porfi la posibilidad de arrojar una bomba atómica sobre el continente, concretamente sobre la ciudad de Córdoba y su complejo industrial-militar de la Argentina. En el libro “Rendez-vous: el psicoanálisis de Francois Mitterrand”, de Ali Magoudi (2005), el autor, médico del presidente de Francia, Francois Mitterrand, relata que este le contó, el 7 de mayo de 1982 y ante la presión que ejercía la inglesa en relación con los Exocet, que “tuvo una diferencia de opinión con la Dama de Hierro. ¡Qué mujer imposible esa Thatcher! … No se puede ganar una batalla contra el insular síndrome de esta incontrolable mujer británica, que quiere provocar una guerra nuclear por unas pequeñas islas habitadas por tres ovejas tan peludas como congeladas”.
También Estados Unidos, quien, no obstante, no tuvo problemas para ignorar el Tratado de Río -Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca- (TIAR), dinamitándolo en la práctica, contribuyó a convencer a Thatcher para que no usara la bomba atómica. Sin duda Washington consideró que no hacía falta, pues estaba dispuesto a seguir ayudando a Inglaterra, a la que incluso había ofrecido un portaviones (El País, 3-III-1984), con información, combustible, avanzados misiles aire-aire Sidewinder 9L y un largo etcétera.
Reino Unido, a pesar del Tratado de Tlatelolco (1967), por el que se creó en Hispanoamérica la primera Zona Libre de armas atómicas del mundo, ha reconocido que desplegó, al menos, 31 armas nucleares durante la Guerra de Malvinas (también el submarino Conqueror las llevaba). Siempre se ha sospechado que el paso de la flota de invasión por Gibraltar fue para aprovisionarse de ellas. En algún momento de la guerra, quizás tras encajar las primeras bombas argentinas, la mayoría de estas armas pasaron a las bodegas de los portaviones y de determinados barcos auxiliares/mercantes.
Las armas atómicas eran, oficialmente y olvidándonos de posibles torpedos atómicos, de dos tipos: cargas de profundidad y bombas lanzables desde aeronave. De ambos tipos había versiones de instrucción inertes. Seguramente las llevadas al Atlántico Sur eran del tipo WE.177, de las que hubo tres versiones de aspecto exterior muy similar; la WE.177A era de fisión y podía ser lanzada por los Harrier embarcados en los portaviones. La WE.177A tenía un peso de 272 kg (600 libras) y un rendimiento variable entre 10 kt (kilotones) y 0’5 kt.
Movimientos de las Nukes
Inglaterra ni reconoció los tratados internacionales (Tlatelolco) ni sus propias restricciones (Belgrano)
Usa traicionó a Argentina incumpliendo así el Tratado de Río (TIAR)
La situación militar el 14 de junio de 1982, día de la rendición
A toro pasado, desde la distancia y con carencia de información, pues tato Inglaterra (100 años de secreto) como Argentina siguen sin divulgar muchos informes, es fácil caer en errores. Pero hay datos que sí han surgido con el tiempo. Veamos.
Obviando que los argentinos debieron llevar a las islas más y mejores medios humanos y, sobre todo, materiales (Galtieri, ordenó reforzar las islas tras inspeccionarlas el 22 de abril), para hacer frente a la hipótesis más peligrosa, que Inglaterra fuera a la guerra, como fue; un fallo imperdonable fue el que no se prolongara la pista de aterrizaje de Puerto Argentino, con planchas adecuadas, para permitir su utilización por los aviones de caza argentinos. Su despliegue inicial argentino fue equivocado: dejando desprotegido San Carlos y guarneciendo Gran Malvina, y sin una reserva más o menos móvil que pudiera, al menos, hacer maniobras retardadoras del desembarco y primeros avances. En Pradera del Ganso, primer gran combate terrestre, los argentinos no dispusieron fuerzas suficientes y acumularon suicidas órdenes y contraórdenes.
En todo caso, tampoco ha trascendido que las guarniciones tuvieran orden de “defensa a toda costa”, como cabría y debería haber sucedido para frenar el avance y compensar la inferioridad numérica frente a los ingleses. Hubo bastante rendiciones, terminando por la de Menéndez.
Al decir del almirante yanqui Harry Train, si el General Menéndez hubiera contraatacado con energía y sus mejores unidades en Pradera del Ganso y Fitz Roy (desembarco de Bahía Agradable -Bluff Cove-), hubiera bloqueado el avance inglés por el Sur, menos dificultoso que el de las montañas del Norte. Solo hubo contraataques locales y ninguno de carácter general.
Abundando en el llamativo comportamiento del mando argentino en Malvinas, en la primera semana de junio, mientras las fuerzas británicas se preparaban para asaltar una serie de colinas cerca de Stanley, Menéndez fue presionado por Galtieri para contraatacar el asentamiento de Fitzroy, pero decidió quedarse. la defensiva. En el documental Falklands: How Close to Defeat? (Malvinas, ¿cuán cerca de la derrota?), el brigadier Julián Thompson reconoció que un contraataque argentino allí habría “frenado el avance británico, causado muchas bajas y podría haber forzado a la opinión pública internacional a inclinarse a que el Gobierno Británico llegase a algún tipo de acuerdo”. En el mismo documental, el Jefe del Batallón de Infantería de Marina nº 5, Capitán de Fragata Carlos Hugo Robaccio, manifestó: «Yo quería contraatacar, teníamos un plan y la tropa estaba lista para partir; estábamos planeando hacerlo de noche, pero la autorización nunca llegó; el general (Menéndez) dijo “no puedo apoyar esto con la logística que tenemos”; creo que debería haber desobedecido las órdenes y contraatacar, estábamos a sólo un paso de ganar la guerra si al menos lo hubiéramos intentado, deberíamos haber dado el último paso».
Recordemos que, según dijo Woodward luego, si Puerto Argentino hubiera aguantado una semana más, los británicos habrían colapsado al menos logísticamente. Al respecto de la defensiva sin idea de retroceso y los contraataques generales, el citado Capitán de Fragata Carlos Robaccio (llegaría a contralmirante), escuchó mucho más tarde a sus oponentes, que los ingleses no entendían por qué no contraatacó en M. Willians el 13/14 de junio, dado que “no solo no teníamos capacidad de tomar su posición, sino que no hubiésemos resistido un contraataque argentino … teníamos 450 bajas entre muertos y heridos y estábamos destrozados» (testimonio de Robaccio a Patricio Lons; solo el bombardeo en Bahía Agradable han reconocido que les había producido 56 muertos y más de 150 heridos). Robaccio pidió al General Menéndez autorización para el contraataque, quien se negó. El Mayor Aldo Rico, jefe de la Compañía de ‘comandos’ 601, junto con el Mayor Mario Castagneto, de la Compañía 602, propusieron al Teniente Coronel Seineldín, Jefe del Regimiento de Infantería nº 25 (en realidad un batallón), arrebatar el mando a Menéndez, pues consideraba que se pudo haber aguantado más (Guerra en la Argentina, tomo I, Ed. Espuela, 2012); las tres unidades citadas podrían haber intervenido también en los últimos crontraataques. Por cierto, Aldo Rico testimonió también que Menéndez había predicho que los ingleses desembarcarían en San Carlos y avanzarían por las Alturas Rivadavia.
Un testimonio más, Tony Davies, Sargento Mayor de los Guardias Galeses (hoy teniente coronel retirado) dijo lo siguiente al diario Clarín (28-V-2007): «uno o dos días más y nunca lo hubiéramos hecho (ganar). Para el desembarco de San Carlos nos habían prometido cobertura aérea, que nunca tuvimos; que iba a haber helicópteros, que no tuvimos porque ustedes habían hundido el Atlantic Conveyor. Comida, munición, transporte estaban en extremo racionamiento una semana después de San Carlos. En mi regimiento terminamos usando lo que las tropas argentinas dejaban en la retirada: comida argentina, munición argentina y, en muchos casos, armas argentinas porque eran mejores a veces que las nuestras. El día de la rendición íbamos a atacar Sapper Hill. Pero el General Menéndez dijo «se acabó». La artillería nuestra tenía sólo para cuatro rondas (salvas), que es nada. No teníamos gasolina, ni comida y muy poca munición. Y estábamos perdiendo a muchas tropas por enfermedad, el frío, las heridas de las batallas. Un día o dos más ahí y podría haber pasado cualquier otra cosa».
Pero lo más grave de todo, y poderosamente llamativo, es que el General Mario Menéndez se negó a cumplir la orden de resistir hasta el final que le dio personalmente, por radio, el General Galtieri el día 13.
En el mejor de los casos, muchos errores del mando argentino como para ser casuales. Y cometidos, además, por desobedientes militares preparados y que contaron con medios suficientes.
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