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Alguien ha dado la voz de alto. Se detiene poco a poco la columna, y al borde del camino van surgiendo hogueras alrededor de las cuales se improvisan animados grupos. Uno de ellos lo formamos nosotros —«los bohemios» nos bautizaron en el campamento—, camisa azul con cisne blanco bajo el verde uniforme alemán. Junto al fuego, quizá un poco simbólico en esta fecha, 12 de octubre, hemos encendido las pipas y Carlos como de costumbre, ha iniciado una conversación intrascendente, saturada de chistes y alusiones. Pasa un enlace sobre una moto. Nos conoce; se detiene un poco y grita:
—¡Muchachos, nos quedamos aquí! ¡Estamos a tres kilómetros de la primera línea! Esta misma noche relevamos a los alemanes.
Nos saluda brazo en alto y reanuda la marcha. Al principio nos hemos quedado todos enmudecidos. Daniel es el primero en salir de su ensimismamiento. Se vuelve hacia nosotros y dice tan solo estas palabras:
—¡Ya era hora!
Parece como si la noticia hubiera eliminado de nuestro recuerdo la noción de los mil trescientos kilómetros recorridos hasta ese momento. Han desaparecido de nuestros rostros todas las huellas de sueño, fatiga y penalidades. Nos hemos puesto de pie y, como en todas las grandes ocasiones, hemos cantado. Y ha sido una desgracia no conocer ningún himno del SEU, porque aquí, en este instante y ante este paisaje, sus estrofas entonadas por nosotros hubieran tenido una emoción apasionada. (…)
Julio ha empapado de sangre esta retrasada primavera. Todavía queda nieve para grabar iniciales en su blanca superficie, pero ya han surgido rosas que han de dulcificar la sepultura. Cerramos los ojos a esta angustia que nos invade, porque ya no está con nosotros el mejor compañero. Sobre un carro, un carro de ruedas destartaladas y ejes que chirriaban, a contraluz con la estepa iluminada eternamente, llevamos ayer su cadáver a Motorowo, y en un jardín, la cabeza hacia España, lo enterramos (…)
Con él se fueron las medallas religiosas, el cisne blanco en la camisa azul, y aquella rosa de los Alpes que una estudiante alemana le regalara. Nos dejó, sin embargo, una antología de la buena muerte y una postura arrogante ante lo irremediable.
Caía la tierra sobre su cuerpo y descendía sobre nosotros el afán silencioso en la lucha. Así, sin gritos, proseguíamos, cada vez más acelerada, la marcha hacia los límites de nuestra conciencia. Se desangran, sí, los cadáveres de los falangistas, pero esa sangre entra en las venas de los que quedamos, para rejuvenecer nuestro ímpetu.
Tengo su diario entre mis manos. Es de tapas azules y sus páginas están llenas de una letra apretada y ágil. Todas sus confidencias están trasplantadas —y aquí con más pureza— a la blanca amistad del papel. Por todas partes, alusiones a su entrega eterna a la Falange. Se dictaba a sí mismo la violencia y la fe en la revolucionaria tarea. Leo…
«¡Que día más terrible aquel en que ninguna mano extendida nos señale el mejor camino hacia la muerte! Si en la constelación falangista no se esperasen refuerzos, ¿Cómo íbamos a justificar nuestra presencia en este campamento terrestre?».
«Se nos quiere llevar a la molicie ofreciéndonos como cebo y consuelo el fácil recuerdo de lo pasado. Y no: no se hacen revoluciones fundando un museo de añoranzas, sino buscando con el punto de mira el cuerpo enemigo».
«Las consignas no deben perderse entre las páginas tibias de revistas que nadie lee. Las consignas han de clavarse a gritos en las paredes enemigas».
Al terminar de leer me fijo en la última página, donde, a lápiz, pero con gruesos caracteres, había escrito:
«¡ARRIBA ESPAÑA!».
(«Fragmentos de una primavera» de Luis García-Berlanga Martí. Artículo premiado con el premio Luis Fuster del SEU de Valencia, y que fue reproducido en el periódico Hoja de Campaña de la División Azul, nº 61 (21 de marzo de 1943), pág. 9. Se reproducen varios fragmentos).
Cuesta trabajo creer que este Luis García-Berlanga Martí sea el mismo que hemos conocido como figura pública y que alardeaba de su hedonismo, se autocalificaba como erotómano y se definía como anarquista. Y, sin embargo, es la misma persona. Mucho se ha hablado, tras su muerte en noviembre de 2010, de su genialidad cinematográfica. Sin embargo hay algo de lo que se ha hablado mucho menos: su relación con la División Azul. ¿Cuáles fueron los motivos que llevaron a García-Berlanga a alistarse en esa unidad? ¿Cómo fue su paso por ella? ¿Qué vinculación mantuvo con sus camaradas del frente?
Dada su vinculación al mundo del cine, cada director de documental cinematográfico que se ha realizado sobre la División ha conseguido de él su testimonio para incorporarlo a su obra. Si repasamos esos documentales vemos una evolución. En los primeros, García-Berlanga hablaba de varios motivos: su solidaridad con un grupo de jóvenes amigos suyos, militantes falangistas radicales; su deseo de impresionar a una chica de la que estaba enamorado; su afán de aventura, propio de la edad; y su deseo de contribuir a evitar los peligros que se cernían sobre su padre, detenido y condenado como dirigente que fue del Frente Popular. En los postreros, este último era casi el único que se reflejaba.
Lo primero a tener en cuenta es que un documental cinematográfico suele ser, como testimonio histórico, de escasa o nula fiabilidad. Normalmente se filma al entrevistado muchos minutos, que después, en el montaje, quedan reducidos a muy pocos. El director, sencillamente, recorta por donde le place, de manera que al final el entrevistado dice exactamente lo que el director quiere que diga. Por eso, al final el testimonio de García-Berlanga quedó reducido a subrayar lo que los autores de esos documentales querían trasmitir: la idea de una División Azul compuesta por «víctimas del franquismo». Todo ello partiendo de una argumentación que sorprende por su infantilismo: si el padre de García-Berlanga era «rojo», él debía serlo también. En realidad, y como sabemos todos, muchos hijos de padres de ideas izquierdistas sirvieron en la División Azul, de la misma manera que muchos hijos de combatientes de la División Azul han profesado o profesan ideas de izquierdas o separatistas. Dado que los testimonios recogidos en documentales son —ya se ha señalado— de nula utilidad, parece conveniente utilizar alguna biografía de más solvencia para profundizar en la biografía del cineasta, como la obra de Antonio Gómez Rufo, Berlanga, contra el poder y la gloria. Escenas de una vida (Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1990) de la que extraeremos varios pasajes.
Nuestro personaje nació en Valencia, el 12 de junio de 1921. Contrariamente a lo que cabría imaginar en alguien que ha despertado tanto entusiasmo entre los progresistas, procedía de una familia de terratenientes de Camporrobles. Como se especifica en la obra citada: «la familia ejercía ese poder económico que la burguesía terrateniente y campesina del siglo XIX tenía sobre cosas y personas». Con su abuelo se inició la participación de la familia en la política, inicialmente en el Partido Liberal de Sagasta, siendo su antepasado diputado en las Cortes de Madrid y también presidente de la Diputación de Valencia. El padre heredó prácticamente su posición política. Por parte de madre, los orígenes eran más humildes, inmigrantes de Teruel establecidos en Valencia, pero que progresaron mucho (su tío materno llegó a ser presidente de la Caja de Ahorros de Valencia). Luis García-Berlanga Martí era lo que en la izquierda se define como un señorito.
En cuanto a su padre, desde la militancia original en el Partido Liberal, pasaría al Partido Radical de Lerroux y, más tarde, a Unión Republicana, el pequeño partido de izquierda burguesa de Martínez Barrios. Este partido fue uno de los que se integró en el Frente Popular, constituyendo su ala más a la derecha. Muchos de sus militantes no tardaron en comprender el error que habían cometido al integrarse en esa alianza política. El mismo García-Berlanga contaba a Gómez en el libro citado: «Y así fue que cuando llegó 1936 mi padre estaba en Unión Republicana, en el Frente Popular. Pero resultaba que era muy perseguido por determinadas facciones de la ultraizquierda, concretamente por aquellos con los que más simpatizaba yo, los anarquistas, a causa de no recuerdo qué follones en Utiel y en Requena, por lo que no le quedó más remedio que huir de Valencia para salvarse de la persecución. Y se fue a Tánger, donde vivió un año, hasta que le detuvieron los nacionales» (Pág. 94). Es un detalle de suma importancia, porque nos revela que si el padre fue víctima «de los nacionales», antes lo había sido de los frentepopulistas. Anotemos al paso que el «no sé qué follones» no era ni más ni menos que el afán de los anarquistas por erradicar a los terratenientes, y que si su padre se había refugiado en Tánger, ciudad internacional, difícilmente pudo ser detenido antes de 1940, ya que fue ese año cuando el enclave fue ocupado por las tropas franquistas.
García-Berlanga afirmó que su decisión de alistarse en la División Azul vino motivada en buena parte por sus amistades juveniles: «la mayor parte de nosotros éramos hijos de gente muy vinculada al poder en Valencia» le declaraba a Gómez Rufo. Tuvo algunos amigos anarquistas, pero «frente a esta minoría de amigos anarquistas, la mayor parte de ellos pertenecían a la Falange, falangistas algunos de ellos muy antifranquistas, hasta tal punto que entre bromas y veras hablaron incluso de preparar un atentado contra Franco» (Págs. 108-109). Hay que tener en cuenta que el impulso que generó la División Azul procedió exactamente del sector de Falange más a disgusto con la evolución conservadora que estaba registrando el régimen de Franco.
A García-Berlanga le costaba mucho reconocer que hubiera sido admirador y seguidor de José Antonio Primo de Rivera, pero aun así contó a Gómez Rufo lo siguiente: «Yo, antes de la guerra, me inventé una especie de simpatía política por una utopía que venía narrada por mi padre. Mi padre me contaba que por lo que él sabía en base a lo oído en los pasillos de las Cortes, los dos amigos que más se querían y más se admiraban entre todos los políticos que había en las Cortes eran Indalecio Prieto y José Antonio Primo de Rivera. Aquello coincidió con que los periódicos llegaron a publicar que había un intento por parte de José Antonio (y no solo los periódicos, a mí me lo contó gente como Amor Salvador, el político de Logroño que era diputado y amigo de mi padre, y que venía muchas veces a veces a Valencia, y también se lo oí a Martínez Barrios, que vino una vez a la finca de mi padre a una cacería, sin que Indalecio le dijera que sí) de crear una especie de frente nacional socialista español sindicalista. En fin, que hubo conversaciones, y alguna de ellas en Cuenca, que era el único sitio donde en el 36 se tenía que hacer una segunda vuelta. A las elecciones se presentó José Antonio, y también pretendían hacerlo con Francisco Franco; la derecha quería presentar a Franco, y José Antonio se presentó como falangista. José Antonio era un enemigo feroz de Franco. Bueno, el caso es que José Antonio tenía que ir a Cuenca. Mi padre me contó que hubo reuniones secretas entre José Antonio y Ángel Pestaña, que era el presidente del Partido Sindicalista, y que detrás de ellos estaban los contactos que a su vez José Antonio tenía con Indalecio Prieto, para intentar separar a Prieto del largocaballerismo que dominaba en aquel momento en el socialismo» (Págs. 109-110).
Cualquiera que conozca con cierto detalle esta época cae enseguida en la cuenta de que toda esta explicación es una elaboración a posteriori para tratar de justificar su militancia falangista, dándole el tono más izquierdista posible. García-Berlanga intentaba presentarse como antifranquista desde antes de que Franco fuera elevado al poder. Los hechos históricos son muy distintos a como García-Berlanga los narra a su biógrafo y desde luego causa sorpresa el ver que alguien que dice machaconamente que con quien en realidad simpatizaba era con los anarquistas, diga a la vez que prefería a Prieto en vez de a Largo Caballero. Esta reelaboración del pasado no tiene otra justificación que la de dar a su paso por Falange un contenido netamente antifranquista. En cualquier caso, García-Berlanga repetía ante su biógrafo que en su juventud detestaba a gente como Azaña y Gil Robles. «En cambio me gustaba la personalidad de Prieto y esa otra personalidad acompañada de un aura de violencia, de romanticismo, de José Antonio Primo de Rivera. Y luego los anarquistas», le decía a Gómez Rufo, añadiendo que finalmente se decantaría en su vida por el anarquismo, en cuanto que «libertad total y absoluta, que es lo que a mí me gustaba. Esa concepción de la libertad era difícil conciliarla con el falangismo de mis amigos, con esa especie de respeto personal que yo tenía por José Antonio Primo de Rivera y por Ramiro Ledesma Ramos» (Pág. 110). Aunque en su madurez García-Berlanga derivó a lo que él llama «anarquismo» (una visión del anarquismo que los ácratas genuinos definirían más bien como inclinación al libertinaje, por cierto) la realidad es que en su juventud estuvo identificado con el nacional-sindicalismo, con Falange, con José Antonio Primo de Rivera. Cuando trata de achacarlo a la «influencia de sus amigos», uno no puede dejar de sonreír: es el mismo argumento de las madres que dicen que sus hijos son buenos, y si se echan a perder, es por culpa de los amigos.
García-Berlanga elude dar detalles de su afiliación a Falange y al SEU, y se limita a decirle a su biógrafo: «Me echaron del SEU porque yo me ponía en los desfiles una camiseta de manga larga debajo de la remangada camisa azul, para miserabilizar la marcialidad y todas esas cosas» (Pág. 53). La realidad, como hemos visto, es que el SEU le concedió su premio literario Luis Fuster por un texto abiertamente marcial. Pero «Fragmentos de una primavera» no fue la única incursión de García-Berlanga en la literatura. De hecho, esa parece haber sido su primera vocación artística (llegó a presentarse a algún premio literario, como el Adonais, de poesía; y junto a un amigo falangista, José Luis Colina, editó una revista de poesía, Perfil, Revista de Contornos).
En la obra de Gómez Rufo, Berlanga, contra el poder y la gloria, Berlanga habla de José Luis Colina como un gran escritor malogrado por su militancia política y dice que fue director del periódico de Falange en Cuenca (Ofensiva), editorialista del Arriba, y ocupó importantes cargos en TVE (Pág. 145). Durante la guerra civil, había sido el amigo más íntimo de García-Berlanga en la Valencia de la retaguardia frentepopulista (Pág. 107). Volveremos sobre el personaje. Sigamos con los inicios de la frustrada carrera literaria de García-Berlanga. En una publicación falangista, del SEU, que llevaba el inequívoco título de Acción (la misma donde se publicó en primera instancia el texto «Fragmentos de una primavera»), publicó un soneto con nombre también revelador: «Soneto de la pistola». En la biografía que estamos usando en este artículo (pág. 124) se reproducen los dos primeros versos:
Contigo inauguramos en la esquina un mirador dulcísimo a la muerte…
No parece aventurado imaginar que el soneto en su conjunto debía ser una exaltación del activismo político que no rechaza el recurso a la violencia, en línea con la «suprema dialéctica de los puños y las pistolas» de la que hablara José Antonio Primo de Rivera.
El texto «Fragmentos de una primavera», o este «Soneto de la pistola», permiten afirmar que el joven García-Berlanga comulgaba con los valores de heroísmo y sacrificio hasta la muerte que eran la tónica entre los jóvenes falangistas de la época. Valores, es evidente, de los que García-Berlanga se distanciaría posteriormente. Pero valores, en definitiva, que estuvieron sin duda en la raíz de su decisión de alistarse en la División Azul. Hay que hacer constar que no era la primera experiencia militar de García-Berlanga. En los últimos meses de la guerra civil fue movilizado para servir en el Ejército Popular, donde según su testimonio sirvió en un botiquín en retaguardia.
El paso de García-Berlanga por la División Azul es un tema que aparecía en casi todas las entrevistas que se le realizaban, en lo que se escribía sobre él. Y con motivo de su muerte ha sido evocado por casi todos los autores de las notas necrológicas. Conocemos, por tanto, cual es la «versión» que se ha consagrado sobre el tema: que se alistó para salvar la vida de su padre, aunque en algunos casos se matiza con otras afirmaciones: que por influencia de sus amigos falangistas, que para llamar la atención de una chica de la que estaba enamorado, etc. En la biografía que le dedicó Gómez Rufo, el tema se aborda en un corto capítulo específico («La División Azul», págs. 113 a 119). Ya se ha señalado que la sañuda persecución de la que había sido víctima su familia por los radicales del Frente Popular (su padre, huyendo ante el intento de asesinarlo; su caserón en sus tierras, arrasado y saqueado) es un dato que García-Berlanga compartía con un elevado porcentaje de quienes se alistaron en la División Azul. Sin duda es cierto que su padre estuvo condenado por las autoridades del nuevo régimen, pero no es menos cierto que quienes más cerca estuvieron de acabar con su vida (y con su hacienda…) fueron los frentepopulistas, ¡pese a que lo habían elegido como diputado! Una muestra elocuente del desvarío que supuso aquel periodo negro de la historia de España.
Otro motivo de su alistamiento era su bien evidente alineamiento con los postulados falangistas a principios de los años cuarenta, reflejado en los textos que publicó y conocemos. Ambos datos desmienten los tópicos sobre los motivos del alistamiento. Igual que los desmiente tajantemente la «recomendación» que para alistarse en la División Azul le expidió el jefe de Falange en Valencia, Salvador Tomás Agulles, donde se leía: «El camarada Luis García-Berlanga Martí, perteneciente al SEU de Valencia, está considerado por esta Jefatura Provincial persona afecta y entusiasta, e idónea por lo tanto para poder marchar a luchar contra el comunismo. Por Dios, por España y por su Revolución Nacional Sindicalista». Este párrafo está al alcance de cualquiera en el Expediente Individual de Luis García-Berlanga en el Archivo Militar de Ávila.
Pero hay otros tópicos: los relativos a cómo vivió la campaña. En el capítulo indicado, García-Berlanga gusta de presentarse como un auténtico antihéroe, soldado desastrado y sin espíritu de lucha, en coherencia con la imagen que de sí mismo cultivaría. Sin embargo, la verdad es que hay testimonios que nos presentan una realidad muy distinta. Uno de sus compañeros en Rusia, el artillero manchego Ramón Pérez Caballero, me ha contado numerosos detalles sobre su servicio en la 4ª Batería del Regimiento de Artillería 250º y entre ellos, numerosas referencias a su camarada García-Berlanga. Lo conoció bien, porque Ramón ocupaba el puesto de cargador de la pieza en la que García-Berlanga tenía plaza de segundo artificiero. Dicho en lenguaje menos críptico para los poco versados en los secretos de la artillería: García-Berlanga era la persona que le pasaba a Pérez Caballero los proyectiles que este introducía en el tubo del cañón… y que segundos después caerían sobre las líneas rusas. Lo subrayo porque García-Berlanga siempre afirmaba enfáticamente que él jamás había disparado un fusil contra un enemigo… y es cierto: lo que les lanzaba eran cañonazos. Contaba Ramón Pérez Caballero que a él, genuino manchego de Ciudad Real, le costaba sintonizar con otros camaradas de la Batería que procedían de otras regiones, especialmente con catalanes y valencianos, pero siempre hacía dos excepciones, la del catalán Luis Romero, que después se convertiría en un gran escritor, y la del valenciano Luis García-Berlanga, destinado a la gloria como director de cine. La muy bien amueblada cabeza de Ramón Pérez Caballero le permitió trasmitirme vívidos recuerdos, en los que García-Berlanga aparecía como un excelente compañero de armas y un falangista al cien por cien, una realidad muy distinta a la que después el cineasta se empeñó en hacernos creer. Sí hay un punto en el que los recuerdos de Pérez Caballero coinciden con lo que García-Berlanga anota: su absoluto desinterés por la higiene personal… García-Berlanga no se recató de contar con detalle a Gómez Rufo que un teniente de su Batería, Roque Pro Alonso, había llegado a dar orden de que lo tiraran al Voljov porque fue el primero de su unidad en coger piojos.
En sus conversaciones con Gómez-Rufo, García-Berlanga identifica al camarada valenciano que le inspiró el relato «Fragmentos de una primavera» como Eduardo Molero. En los listados de caídos elaborados por la Fundación División Azul se le atribuye el nombre de Daniel, y como segundo apellido da el de Fernández, pero indudablemente es la misma persona —hay pequeños errores de detalle en los listados originales elaborados en Rusia—, ya que coinciden la unidad, las fechas y el lugar de enterramiento (8ª Batería, 7 de julio de 1942 y cementerio de Motorowo). La muerte de Molero causó un impacto especial en la Batería. El ya citado Ramón Pérez Caballero, en un emotivo libro que escribió y editó privadamente, «Vivencias y Recuerdos. Rusia, 1941-1943», lo evocaba así: «Molero era un muchacho valenciano universitario y simpático, querido de todos. Fue el primer muerto de la Batería (…) Al demolerse la torre donde estaba observando los movimientos del enemigo, por un obús, por impacto directo, quedó muerto al instante y encima de todos los escombros y ladrillos derrumbados».
García-Berlanga regresó, ya se ha dicho, en julio de 1942, fecha en que partieron con destino a España el 3º y 4º Batallones de Repatriación. A su regreso le tocó presentarse en un cuartel a hacer la mili, pese a que había estado en la División Azul, e incluso más tarde, ya licenciado, fue vuelto a movilizar, según él, «por el asunto de los maquis» (págs.. 120 a 122 del libro de Gómez Rufo). Una prueba más del tipo de privilegios que obtenían los veteranos de la División Azul.
Como cabe imaginar, el biógrafo de García-Berlanga recoge en su libro los denuestos que el cineasta lanzó contra estas dos nuevas fases de su vida militar. Sí, es muy posible que le irritara volver a vestir de caqui y a pisar los cuarteles, pero el Expediente de García-Berlanga en Ávila también refleja que el 27 de octubre de 1942 había solicitado oficialmente que se le concediera la condecoración conocida como Medalla del Invierno 1941-1942, instituida por el Alto Mando alemán para premiar a los que habían combatido en Rusia el espantoso primer invierno de aquella terrible campaña. Años después, el cineasta alardeaba de sus colecciones de fetiches sexuales… pero en 1942 lo que reclamaba poseer era una condecoración militar alemana (que sin duda merecía sobradamente, por otra parte).
En 1951 García-Berlanga entraba de pleno en el mundo del cine con Esa pareja feliz, formando equipo con Juan Antonio Bardem. Dada la indudable caracterización de este último como militante comunista, hay muchos que creen que a partir de ese momento empieza una deriva hacia la izquierda. Bardem intentó desde luego adoctrinarlo en la ortodoxia marxista. Gómez Rufo recoge en su libro (Pág. 37) un texto donde Bardem confiesa que sin embargo, pese a poner en ello todo su empeño en el año 1950, nunca logró convencer a García-Berlanga de las bondades del marxismo. Como a él mismo le gustaba repetir, para los de derechas se convertiría en un «rojo», mientras que para los de izquierdas siempre sería «un hombre de derechas».
Es evidente que Berlanga tuvo amigos de militancia falangista, o que habían pasado por la División Azul, muy bien situados. Entre los personajes que nombra en sus recuerdos ante Gómez Rufo, José Luis Colina Jiménez es uno de ellos, subrayando la amistad que les unía. Ya vimos algunos datos sobre él. Madrileño de nacimiento, se crio en Valencia, para regresar a la capital de España en 1941. Otros datos importantes: estudio en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (1951-1953). Y había sido corresponsal en Roma. Tras una larga colaboración en Radio Nacional de España, en 1956 fue nombrado director de programas de la naciente TVE. Fue miembro del Consejo Nacional de la Prensa, a partir de 1966. Si no fuese porque sabemos que la memoria de García-Berlanga es muy selectiva, nos debería sorprender que, al hablar de él a Gómez Rufo, no citara extensamente su prolífica faceta de guionista de cine. Estas son las películas de las fue guionista o coguionista. En 1952 La Hermana San Sulpicio, Gloria Mairena y Cerca de la ciudad; en 1953, Jeromín, Aeropuerto, Así es Madrid y Doña Francisquita; en 1954, La pícara molinera, Morena Clara, El torero y Novio a la vista (con García-Berlanga compartiendo con él la tarea de guionista); en 1955, Congreso en Sevilla, La lupa, La Fierecilla Domada, y La Hermana Alegría; en 1956, El Piyayo, Dos novias para un torero, La vida en un bloc, Esta voz es una mina. En 1957 fue el guionista de una de las películas de García-Berlanga, Los jueves, milagro. Y en 1958 García-Berlanga y él firmaron como coautores el guión de Familia provisional. En 1959 firmó el guion de Las dos y media… y veneno. Y en 1961 los de Ha llegado un ángel, Placido (dirigida por García-Berlanga) y Trampa para Catalina (dirigida por otro antiguo combatiente de la División Azul, el catalán Pedro Lazaga). Otros guiones suyos con los de El sol en el espejo, Las estrellas, Rocío de la Mancha, Tómbola, ¿Dónde pongo este muerto? (todas de 1962), La novicia rebelde (1971) y Entre dos amores. Hasta sus muerte en 1997 fue amigo íntimo de García-Berlanga, y era muy usual verlos juntos en el fútbol apoyando al equipo del que eran hinchas, el Valencia.
Mucho más fugazmente cita García-Berlanga a su biógrafo Gómez Rufo a quien fue su teniente en Rusia, Roque Pro Alonso, diciendo, como si de una casualidad se tratara, que volvió a coincidir con él en una cena homenaje que se le dio, tras haber recibido por vez primera un premio por un guion cinematográfico, dado que su antiguo teniente tenía a la sazón un alto cargo en el Sindicato del Espectáculo. Roque Pro Alonso, un salmantino nacido en 1912, era un joven estudiante que en 1936 se unió al alzamiento como voluntario; seleccionado para los cursos de alférez provisional de artillería, al acabar la guerra civil siguió en el ejército y como teniente marchó a Rusia. De su valor como soldado dan muestra sus tres Cruces de Guerra y dos Cruces Rojas. Abandonó el ejército ya como comandante y ocupó importantes cargos en los sindicatos franquistas con rango de inspector general, y en las Cortes como vicepresidente de la Comisión de Trabajo. En 1962 sucedió a otro miembro de la División Azul, José María Revuelta, en el cargo de director general de radio y televisión en el Ministerio de Información y Turismo. En la obra de Jordi Gracia García y Miguel Ángel Ruiz Carnicer, La España de Franco (1939- 1975. Cultura y vida cotidiana (Editorial Síntesis, Madrid 2001) se subraya (pág. 298) que los directores de radiodifusión y televisión fueron siempre de procedencia falangista, como Jesús Suevos y José María Revuelta, o «nítidamente franquistas» citando específicamente a Roque Pro, a quien califica sin más como «militar de carrera», ignorando al parecer que había sido un joven alzado contra el Frente Popular y voluntario en la División Azul. Otro personaje citado fugazmente por García-Berlanga a Gómez Rufo, como amigo falangista de su juventud, y con el que siguió manteniendo una buena relación, es José Rodríguez Lapuente, director de una importante agencia de publicidad… y sin citar que era otro destacado divisionario (de hecho, fue el presidente de la Hermandad de la División Azul de Valencia hasta su muerte).
Lo que desaparece completamente de la narración que García-Berlanga hace a Gómez Rufo de su vida es su estrecho contacto durante muchos años con otros camaradas de la División Azul. Y, sin embargo, hay huellas y evidencias de ese contacto. En Barcelona se editó durante muchos años una excelente revista bautizada como Hermandad, órgano de expresión de la Hermandad de la División Azul de Barcelona y, de hecho, órgano oficioso de los divisionarios de toda España. Durante muchos años, su última página incluía una especie de «galería de divisionarios ilustres», con retratos en plumilla realizados por un veterano de la División, Mario Triviño. Si se coteja la colección, se ve que en esa especie de «galería» no aparecen las figuras «históricas» (generales, oficiales, héroes condecorados, etc.) sino aquellos divisionarios que destacaban en lo que podríamos llamar «vida divisionaria». En el número 19º (2ª época) de Hermandad, aparecido en marzo de 1961, el honor de ser retratados le correspondió al padre Conrado Simonsen, un capuchino alemán que había servido en la División Azul y mantenía excelentes relaciones con sus antiguos camaradas españoles, a Ángel Fernández Picón, a José María Gutiérrez del Castillo (en su día alto responsable del SEU y soldado raso en la División Azul) y… a Luis García-Berlanga. Muchos divisionarios estaban muy orgullosos por entonces de que su camarada hubiera llegado tan lejos en el mundo del cine. Su película, Bienvenido Mr. Marshall, había sido acogida como una acertada crítica de la deriva del régimen de Franco hacia la órbita norteamericana (algo que los falangistas más ortodoxos repudiaban). Y además, por esas fechas desde luego García-Berlanga no le hacía ascos a codearse con sus viejos camaradas. Sí, el trago de que su padre estuviera encarcelado debió ser amargo. Pero el régimen franquista nunca tocó ni un céntimo de la fortuna familiar de los García- Berlanga, de manera que con su herencia pudo adquirir un soberbio chalet en la zona más exclusiva de Madrid, amén de seguir disfrutando de sus tierras en Valencia.
De la «buena prensa» que tuvo durante mucho tiempo Luis Garcia-Berlanga en los ambientes falangistas y divisionarios encontramos una huella evidente en una obra muy significativa: La rebelión de los estudiantes, del falangista, y también veterano de la División Azul, David Jato Miranda. Se trata de una historia del Sindicato Español Universitario (SEU), la más importante de las organizaciones falangistas. En la primera edición de esta obra (Editorial CIES, Madrid 1953) no se cita a García-Berlanga, pero sí en la segunda, de 1967, muy ampliada con respecto a la original. Hablando sobre las grandes aportaciones del SEU a la cultura española, en la página 462, Jato escribe: «El cine sería remozado por Juan Antonio Bardem, estudiante de Agrónomos, encuadrado en San Sebastián durante la guerra en la organización juvenil falangista, y Luis Berlanga, combatiente en la División Azul».
¿Sorprendente que en 1967 Jato aún catalogara a García-Berlanga como «seuista» y divisionario? Pues no es desde luego una opinión caprichosa de David Jato. En su obra El Sindicato Español Universitario (SEU), 1939-1965 (Siglo XXI de España, Madrid, 1996), Miguel A. Ruiz Carnicer nos informan detenidamente sobre como dentro del SEU se fraguó una corriente muy crítica hacia el cine español del momento, demasiado inspirado en la comedia convencional norteamericana. En la página 461, leemos: «Es importante recalcar que esta iniciativa está indisolublemente ligada a la obra de los cine-clubes del SEU y a otros hombres —jóvenes— del cine que en algún momento habían estado más o menos ligados al sindicato o a su sección cinematográfica. Algunos de ellos iban a ser protagonistas de la renovación cinematográfica de los últimos años cincuenta y sesenta. El órgano de expresión de este grupo sería la revista del cine-club del SEU de Salamanca, Cinema Universitario (…) La revista reseñaba las más notables novedades del cine mundial, y especialmente del neorrealista italiano, al que se toma como referencia. Buñuel, Bardem y Berlanga serán puntos de referencia». Que esta y otras publicaciones del SEU acabaran controladas por disidentes, cuando no enemigos políticos del régimen franquista, es ya sabido. Pero eso no permite olvidar quién la patrocinaba y editaba, y explica que García-Berlanga siguiese pareciendo a ojos de muchos «un hombre del SEU». La caracterización que hace Jato de Berlanga como divisionario no es intrascendente. Vale la pena recordar que en la segunda parte de los años cuarenta fue responsable del Sindicato del Espectáculo (que encuadraba entre sus actividades el cine) y debía saber de qué hablaba.
Con todo, la imagen que acabó consolidándose fue la de que García-Berlanga era un hombre de izquierdas. Muchos años después de haber regresado de Rusia, su viejo camarada Ramón Pérez Caballero se lo encontró un día en un restaurante madrileño. Fue un encuentro efusivo. García-Berlanga le dijo que habían cometido un «crimen imperdonable». «¿Cuál?» —le preguntó Ramón—. A lo que el cineasta le respondió: «Que con todos los años que han pasado los veteranos de la batería no nos hayamos reunido a comer ni una sola vez»… Ramón desdramatizó el tema diciéndole que sin duda ese era el caso de los veteranos de muchas compañías y baterías, pero García-Berlanga insistió en que lo consideraba una verdadera vergüenza. Ya entrados en confidencias, Ramón no se recató de preguntarle cómo era posible que ahora hiciera un cine tan de izquierdas. La respuesta de Luis García-Berlanga, que a Ramón Pérez se le quedó grabada, fue que «o hacía esas películas o se quedaba sin trabajo». ¿Tan grande era la hegemonía de la izquierda en el mundo del espectáculo incluso durante el franquismo? Parece ser que sí. Con motivo de la muerte, fueron innumerables las notas necrológicas que se le dedicaron. Alguna son muy llamativas como la firmada por Santiago Navajas en Libertad Digital el 13 de noviembre de 2010.
En el 2006 tuve la oportunidad de estrechar la mano de don Luis García-Berlanga. Participaba el cineasta, dentro del Congreso de Historia del Cine, como testigo de las que fueron las conversaciones de Salamanca de hace cincuenta años. Fue un placer escuchar de nuevo al viejo e insobornable director valenciano. De talante individualista y escéptico, nos contó cómo había conseguido burlar con humor y astucia la doble censura que en la España de la posguerra asolaba el panorama cinematográfico español: la franquista, claro, y ¡la comunista! Inmediatamente después de su intervención tuvo que torear el aquelarre comunista que algunos de los asistentes al congreso, profesores universitarios de rancias querencias en la extrema izquierda, le organizaron. Mi admiración por el viejo maestro alcanzó niveles galácticos.
Tras las divertidas e informativas charlas de Manuel Rabanal y Eduardo Ducay intervinieron Luis García Berlanga y el crítico Miguel Rubio. Luis García Berlanga estuvo como siempre: dicharachero, ocurrente y entrañable. Contó que fue a Salamanca con Fernán Gómez. Se perdieron y pararon en un pueblecito. Se bajó Fernán Gómez y a voz en grito se dirigió a los allí presentes al grito de «¡Oye, cazurros!». Y claro, los cazurros que no estaban habituados a los modales extremos del actor casi los linchan.
Pero también allí, en la misma filmoteca y delante de nuestras narices, tuvo lugar un intento de linchamiento cuando García Berlanga insinuó que la reunión de Salamanca había sido organizada por los comunistas. En la sala de la filmoteca comenzaron los resoplidos contra él. Posteriormente el crítico Miguel Rubio denominó la dominación cultural de los comunistas en aquel periodo franquista como «una dictadura dentro de una dictadura». Los resoplidos se convirtieron en bufidos de algún cazurro académico. En el turno de intervenciones del público, los bufidos se convirtieron en gritos de los que protestaban de la «mancha» que se intentaba echar sobre el glorioso pasado de los comunistas, los únicos que hacían algo contra Franco.
Berlanga hizo ver, de nuevo genial y demostrando una rapidez mental increíble y una ironía a prueba de zarpazos, que en realidad su adscripción de la responsabilidad de la reunión de Salamanca a los comunistas era un piropo, y una crítica implícita a los socialistas que no hacían nada, al menos en la Universidad. El historiador Perucha, que presidía la mesa, fue más lejos y caracterizó a la participación comunista como «conspiración» y de estar dirigida desde la Komintern. Además Bardem, que fue la cabeza visible del célebre diagnóstico de los cinco puntos, fue duramente criticado por sus modos estalinistas y sus ansias de gloria (soñaba, como buen antiamericano, con conseguir el Óscar).
Posteriormente Berlanga relató cómo la mafia comunista que actuaba dentro del franquismo, la dictadura dentro de la dictadura, le impidió trabajar durante seis años en España, saboteando sus proyectos, además de someterlo a un acoso terrible, llegando a influir en los responsable del Festival de Cannes que le dieron literalmente la espalda cuando Berlanga se dirigía a ellos para saludarlos.
Luis García Berlanga ha muerto pero su cine sigue tan vigente como cuando se estrenó (…) Enamorado de su sentimentalismo cero y su sensibilidad infinita, de su humor corrosivo que dejaba intacta una esencia de ternura y compasión por el sufriente animal humano me permito decir: Luis García Berlanga ha muerto. ¡Viva el cine!
Y es que, en definitiva, García-Berlanga era eso, «berlanguiano», y por tanto difícilmente clasificable dentro de los parámetros ideológicos normales.
En 1993 tuve ocasión de asistir a la Asamblea Nacional de las Hermandades de la División Azul, que se realizó en un céntrico hotel valenciano. Al regresar de una pequeña escapada de las sesiones para tomar café, me crucé con García-Berlanga. Y al entrar en el hotel me di de bruces con Luis Nieto, presidente de la Hermandad Nacional de la División, que charlaba con Rodríguez Lapuente, presidente la hermandad valenciana. No pude evitar el comentarles que me había cruzado con García-Berlanga. Conociendo a Luis Nieto, de un carácter exaltado e impulsivo, no sé por qué imaginé que se dispararía a lanzarle descalificaciones: «traidor», «chaquetero»… cosas por el estilo. En vez de eso, lo que me dijo Luis Nieto fue que García-Berlanga era amigo suyo, y que muchas veces les había prometido que deseaba hacer una gran película sobre la División Azul. Me quedé sorprendido de que tuviera esa amistad con él. Intervino también Rodríguez Lapuente, ratificando las palabras de Luis Nieto (en ese momento yo ignoraba completamente que él y García-Berlanga habían sido amigos desde la juventud).
Luis García-Berlanga nunca hizo esa película. Pero, en cambio, en cada documental que intervenía, en cada entrevista que se le hacía, al hablar de la División Azul, volvía a repetir los mismos tópicos: que si marchó a Rusia para salvar a su padre, que si por enamorar a una chica… El año 2001, en una entrevista en el diario valenciano Las Provincias, llegó a afirmar que «casi todos los que fuimos a Rusia buscábamos una recompensa». Aquello acabó colmando la paciencia de varios de sus excamaradas, y dos destacados exponentes de la Hermandad de la División Azul valenciana, Benito Sáez González-Elipe y Miguel Oltra Enguix, ya no pudieron contenerse más: «Muchos de nosotros —le decían— no pudimos rescatar a nuestros padres, porque habían sido masacrados en nuestra guerra de liberación por la horda roja». Y lo que más les molestó es que García-Berlanga pretendiera decir que su versión personal de los motivos que le llevaron a alistarse eran los comunes entre los divisionarios: «No puedes hablar generalizando a tu antojo en nombre de “casi todos” los cerca de cincuenta mil voluntarios que integramos la División Azul».
El problema era aún más grave de lo que denunciaban sus antiguos camaradas valencianos. En realidad, a lo que Luis García-Berlanga Martí no tenía derecho era a mentir sobre su propia historia. La vida es larga. Las ideas que profesamos con entusiasmo con veinte años pueden ser muy distintas a las que tenemos en nuestra madurez. Es normal, es humano, es legítimo. García-Berlanga podía haber contado que había perdido toda su fe en las ideas que le llevaron a Rusia a combatir contra el comunismo. Juzgar como erróneo el paso que dio. Afirmar que si volviera a nacer, no repetiría ese camino. No han sido ni uno ni dos, sino bastantes más, los divisionarios que han hecho algo análogo. Pero cada uno debe asumir su historia, no deformarla, ni inventarla.
Qué duda cabe que García-Berlanga era un hombre de una imaginación prodigiosa. De no haberla tenido, no hubiera sido un director tan genial como fue. Además, la memoria es a veces instintivamente selectiva, es tan «mentirosa» que a menudo nos engaña a nosotros mismos, haciéndonos recordar el pasado de una manera distinta a como fue. Pero la historia es otra cosa. Y lo que la historia nos puede decir sobre las razones de García-Berlanga para servir en la División Azul es algo muy distinto a lo que contó por activa y por pasiva; la verdad es que, como la inmensa mayoría de sus miembros, se alistó en ella como ardoroso falangista, compartiendo los valores de Eduardo Molero, caído en Rusia en julio de 1942, y que el mismo Luis García- Berlanga Martí nos trasmitió en «Fragmentos de una primavera».
PUBLICADO EN EL BOLETÍN BLAU DIVISIÓN
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