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Reproduzco hoy las palabras que copié de las “Memorias no publicadas” de don Ramón y que pude confirmar una tarde de 1980 con el Catedrático, don Antonio Tovar y  que con el Barón de las Torres, acompañaron a Serrano como interpretes en su viaje a Berlín y a  Berghof en Berchtesgaden (Austria).

Don Antonio no solo me confirmó sino que ratificó, con estas palabras lo que había escrito don Ramón:

“Pues sí, amigo Merino, si aquella tarde don Ramón no saca a relucir el fracaso de Napoleón y acepta que si los alemanes entran en España él no se opondría Franco ya no hubiese podido rechazar más la participación de España en la Guerra. Sí, es indudable, don Ramón tuvo en sus manos en aquel trágico momento la paz o la guerra… y eligió la paz”

Pero, tampoco con la entrevista de Hendaya se dio por vencido Hitler y tan solo 20 días después el embajador alemán en España, Von Stohrer, se plantó ante Serrano Súñer (era viernes) con un telegrama de Von Ribbentrop en el que, por encargo del Führer, se le indicaba (casi se le ordenaba) que se trasladara con urgencia, a ser posible el lunes siguiente, al refugio de Hitler en los Alpes Bávaros, la famosa fortaleza de Berchtesgaden. Serrano, cosa lógica, se negó a dar su conformidad sin despachar antes con el Jefe del Estado

“Así que sin pérdida de tiempo me trasladé a El Pardo para hablar con Franco y en el primer momento pensamos los dos si no seria mejor dar algún pretexto para no ir: aunque pronto rectificamos pensando que si Hitler y su Estado Mayor tenía decidido algún proyecto-con toda probabilidad el de la conquista de Gibraltar- no dejarían de realizarlo por razón de nuestra ausencia y que, en cambio, si acudíamos a su llamada podríamos, cuando menos intentar, que desistieran por el momento. Después de esta reflexión-en su consecuencia- Franco decidió que yo saliera inmediatamente para Berchtesgaden y tratara por el momento-una vez más- de conjurar el peligro. Pero yo, cansado de ir y venir y de que otros hablaran, opinaran o murmuraran, sin tomar su parte de responsabilidad en lo que se hiciere o se acordase en circunstancias tan graves y peligrosas, puse como condición para hacer el viaje la inmediata reunión con los ministros militares. Reunión que horas después tuvo lugar bajo la presidencia de Franco y a la que asistimos los generales don Juan Vigón, Varela, el almirante Moreno y yo. En esta reunión (que es distinta y nada tiene que ver con otra a la que se han referido aproximativos y “sabelotodo” distantes, que al no saber nada lo confunden todo, voluntariamente, intencionadamente unos, y otros arrastrados) opinamos que durante las pocas semanas transcurridas desde que tuvo lugar el encuentro de Hendaya las cosas no habían cambiado y seguíamos con los mismos problemas de todo orden que no permitían, todavía, participar a España en la guerra. Pero se consideró necesario que yo acudiera al “Berghof”, donde Hitler, con sus Estados Mayores, militar y político, me esperaba, ya que todos consideraron muy grave la situación y había que prevenir el peligro de una violenta reacción alemana; yo quedaba, pues, encargado-otra vez, sin el agradecimiento de quienes me lo debían- de capear como pudiera aquel temporal.

Salí inmediatamente para París y el día 18 de noviembre-martes-, al atardecer, llegué a la estación de Berchtesgaden, donde Ribbentrop, con su séquito y dos generales me esperaban con los intérpretes

Reunido luego con Hitler manifestó   que me había convocado para que, de acuerdo con lo convenido en Hendaya, fijáramos la fecha más próxima de nuestra participación en la guerra porque ya “era absolutamente necesario atacar Gibraltar; lo tengo decidido”.

Al final de su vida Serrano me mostró un nuevo testimonio de sus entrevistas, que compartí con el historiador Luis Eugenio Togores Sánchez:

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“Antes de salir para España Serra- no fue llamado de nuevo por Hitler. Don Ramón subió casi a escondidas desde     Berchtesgaden a Berghof con todas las señales de alerta en rojo, pues tanto él como sus dos acompañantes oficiales (el Barón de las Torres y el Profesor Tovar) o habían dormido apenas pensando que allí podía pasar cualquier cosa, dado que los nazis no se paraban en barras cuan- do se jugaban una baza importante. Es más, debatieron si debía subir o no y si debía hacerlo acompañado, dado los antecedentes y lo que les había ocurrido a otros mandatarios extranjeros.

Hitler recibió al Ministro Serrano Suñer en una salita de estar muy diferente al gran salón de la tarde anterior y con el semblante muy amistoso. Sólo había, sólo hubo, un testigo: el intérprete alemán (no he podido concretar nunca si fue en esta ocasión Paul Schmidt o el famoso Gross). Aquella imprevista conversación transcurrió así:

– Querido Ministro, le aseguro que esta noche no he podido dormir pensando en España. Sabe usted muy bien, por lo que hablamos ayer, que la toma de Gibraltar y el cierre del Mediterráneo para Inglaterra es fundamental para la marcha de la guerra -dijo Hitler en un tono que a mí me dejó de piedra y me hizo temer lo peor-. Y sabe usted que mis generales y las 186 divisiones que esperan me están presionando para pasar los Pirineos y llegar al Estrecho (aquí volvió a otro de sus silencios famosos). Señor Ministro, yo el Führer de Alemania, tengo que tomar hoy mismo una decisión trascendental: dar la orden a mis ejércitos de que entren en España y tomen Gibraltar y eso es algo muy serio. Por eso he querido verle antes de su regreso. (Y otra vez guardó silencio). Sé -y aquí sacó su tono de voz más convincente- que usted es amigo sincero de Alemania, pero también sé que usted es por encima de todo un buen español, lo que le aplaudo, por lo tanto le ruego que me responda a la pregunta que le voy a hacer con la máxima sinceridad

Führer –me atreví a decir con la mejor voz que pude ante esta situación- le agradezco sus palabras porque son la verdad: soy amigo de Alemania pero soy por encima de todo español. Tenga la seguridad que yo le diré la verdad, aún en contra de los intereses políticos.

Señor Serrano, lo sé y por eso le he convocado a esta reunión. Dígame señor Ministro, ¿qué haría de verdad el pueblo si mañana entran en España mis ejércitos?

Yo -dice Serranome quedé anona- dado, porque comprendí en el acto que estábamos al límite de la invasión militar que tanto temíamos. Y por tanto instintivamente medité mis palabras de res- puesta.

Führer –dije con gran seguridad- el pueblo español en este supuesto se echaría al monte sin pensarlo. Igual que ocurrió con Napoleón.

¿Y los amigos de Alemania? Preguntó él cortando mis palabras.

¡También! dije yo mirando fijamente al intérprete.

Y no olvide lo que fue la guerra de España para el emperador de los franceses”.

Recuerda Serrano: Hitler se quedó callado  unos segundos que a mi me parecieron siglos     y luego dijo:

-Señor Ministro, ya que la guerra  de guerrillas la inventaron los españoles”.

Entonces se levantó y al tenderme la mano en señal de despedida todavía dijo:

Señor Ministro, gracias por su sinceridad. Usted es un buen amigo y sobretodo un buen español. Le aseguro que tendré en cuenta sus palabras antes de tomar la última decisión. Que tenga buen          viaje de regreso.

 

Y todavía cuando salía de aquella coqueta habitación me detuvo con otra pregunta:

Perdone, señor Serrano (y el uso de mi apellido lo recalcó con intención y picardía). ¿Y usted qué haría si entran mis soldados en España?
Führer –repliqué con humildad- yo me echaría al monte como un español más”.

 

Cuando terminó de leerme don Ramón los dos folios escritos de su puño y letra que había sacado de una carpetilla azul sobre esta última entrevista con Hitler, le pregunté:

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—¿Y qué le contestó Franco cuando le contó todo con detalle a tu vuelta a Madrid?
— Pues, solo dijo: “Ramón, España y yo te agradeceremos nunca lo que has hecho para evitar la guerra”.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.