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Con textos del historiador español Julián Casanova y el historiador italiano Gabriele Ranzato más apuntes de Ricardo de la Cierva, don Manuel Aznar y Joaquín Arrarás, hemos reunido un relato que refleja imparcialmente lo que fueron aquellos primeros meses de la Guerra Civil, con tres fases bien diferenciadas: una primera que va de julio a septiembre y que llamaron “el verano de la anarquía”; una segunda, que va de septiembre a noviembre, con el Primer Gobierno de Largo Caballero; y una tercera que va desde noviembre del 36 a enero del 37 y que los socialistas llamaron “Segundo Gobierno de la Victoria”.

Pasen y lean:

 

La Revolución social española de 1936, comúnmente conocida como Revolución española, fue un proceso revolucionario que se dio tras el golpe de Estado del 17 de julio de 1936 que desembocó en la guerra civil española. Una de sus bases ideológicas fue el anarcosindicalismo y el comunismo libertario de la CNT-FAI. La otra fue el marxismo del ala «caballerista» del PSOE y la UGT y del POUM (e inicialmente también del Partido Comunista de España). En su vertiente anarquista se caracterizó, entre otras cosas, por su anticlericalismo en lo religioso, su cantonalismo y horizontalismo en lo administrativo, su racionalismo en la educación y el colectivismo autogestionario en lo económico. En su vertiente marxista su modelo fue el comunismo soviético. «Ignorante de los «horrores del comunismo» —en especial del hecho de que eran horrores para todos y no solo para los amos— [el pueblo, mantenido en unas condiciones miserables] quería huir de los «horrores del capitalismo» —en el caso específico español particularmente atrasado y opresivo— que le parecía irreformable».

La revolución se inició por la decisión del gobierno de José Giral el domingo 19 de julio de «armar al pueblo» para hacer frente a la sublevación militar iniciada en el Protectorado Español de Marruecos en la tarde del viernes 17 de julio y que se extendió a la península durante los dos días siguientes. Gabriele Ranzato considera que «armar al pueblo fue armar a la revolución». Julián Casanova comparte esta valoración. Según este historiador, a causa de la decisión del nuevo gobierno de José Giral de entregar armas a civiles el Estado republicano perdió el monopolio de las armas, por lo que no pudo impedir que se iniciara una revolución social, ya que las organizaciones obreras no salieron a la calle «exactamente para defender la República, a la que se le había pasado la oportunidad, sino para hacer la revolución. A donde no había llegado la República con sus reformas, llegarían ellos con la revolución. […] Un golpe de estado contrarrevolucionario, que intentaba frenar la revolución, acabó finalmente desencadenándola»

Fases de la revolución

Milicianas anarquistas durante la Revolución social española de 1936.

El 17 de julio de 1936, se inició el golpe de Estado militar. El 18 de julio, mientras los militares golpistas prosiguen su sublevación, se produce el vacío de poder por parte del colapsado Estado republicano (se suceden tres gobiernos en un solo día) que da lugar a que las estructuras coercitivas del Estado se disuelvan o paralicen allí donde los golpistas no se hacen con el poder. Para entonces, la CNT cuenta con aproximadamente 1.577.000 militantes y la UGT con 1.447.000 militantes. El 19 de julio la sublevación llega a Cataluña, donde los obreros tomando las armas asaltan los cuarteles, levantando barricadas y frenando a los insurrectos.

 

Primera fase (julio-septiembre de 1936):

 El verano de la anarquía

Los sindicatos CNT y UGT convocan una huelga general del 19 al 23 de julio como respuesta tanto a la sublevación militar como a la aparente apatía del Estado frente al mismo. Pese a que ya existían antecedentes puntuales en días anteriores de distribución de armas entre sectores civiles, es durante la Huelga General cuando grupos de sindicalistas vinculados a los sindicatos convocantes y a grupos menores, asaltan muchos de los depósitos de armas de las fuerzas del orden, independientemente de que estén sublevados contra el Gobierno o no.

Ya en estas primeras semanas, se establecen dos matices entre los sectores revolucionarios anarcosindicalistas: el grupo radical, vinculado fundamentalmente a la FAI y a través de ella a la CNT, aunque también participen otras organizaciones menores, que entiende el fenómeno del que participa como una revolución a la usanza tradicional; y el grupo posibilista, formado también por miembros de otro sector de la CNT (y otros grupos revolucionarios más moderados), que expresa la conveniencia de participar en un frente más amplio, el posteriormente llamado Frente Popular Antifascista (FPA), resultado de sumar los sindicatos a la coalición electoral Frente Popular.

Emblema de la CNT.

Paralelamente, surge la formación de estructuras administrativas al margen del Estado, la mayoría de las cuales tendrán carácter local o comarcal, sobrepasando en casos puntuales estos límites; algunas de las más importantes serán:

Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña
Comité Ejecutivo Popular de Valencia
Consejo Regional de Defensa de Aragón
Comité de Salud Pública de Málaga
Comité de Guerra de Gijón
Comité Popular de Sama de Langreo
Consejo de la Cerdaña
Comité Antifascista de Ibiza

En todas estas estructuras queda reflejada la distinción anteriormente citada entre las dos sensibilidades revolucionarias. En manos de los revolucionarios quedarán los Comités de Guerra y de Defensa, de progresivamente menor importancia, en manos de los posibilistas, el resto.

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En pocos días se articulan los frentes de la Guerra Civil, de los cuales uno de los principales en el contexto de la revolución es el de Aragón. El 24 de julio de 1936 parte la primera milicia voluntaria de Barcelona en dirección a Aragón. Es la Columna Durruti, de alrededor de 3000 personas, en su mayoría trabajadores coordinados por Buenaventura Durruti, que van implantando el comunismo libertario por los municipios por los que van pasando. Además, se formarán otras de estas estructuras militares de carácter popular como la Columna de Hierro o la Columna Roja y Negra que parten también hacia Aragón. Todo este movimiento dará lugar a una extraordinaria concentración de anarquistas en la parte no tomada por los militares alzados. La llegada, por una parte, de los millares de milicianos anarquistas de Cataluña y Valencia y la existencia, por otra, de una gran base popular rural aragonesa de filiación anarcosindicalista permitirán el desarrollo progresivo de la mayor experiencia colectivista de la revolución.

Durante esta primera fase la mayor parte de la economía española fue puesta bajo el control de los trabajadores organizados por los sindicatos; principalmente en áreas anarquistas como Cataluña, este fenómeno llegó al 75% del total de la industria, pero en las áreas de influencia socialista la tasa fue bastante menor. Las fábricas fueron organizadas por comités de trabajadores, las áreas agrícolas llegaron a colectivizarse y funcionar como comunas libertarias. Incluso lugares como hoteles, peluquerías, medios de transporte y restaurantes fueron colectivizados y manejados por sus propios trabajadores.

 

…se desarrollaron nuevas estructuras que configuran las bases económicas y sociales de ese contrapoder que se ha visto emerger en los debates municipales y que le otorgan a esta fase de la Guerra Civil el carácter de Revolución Social, por lo menos hasta los hechos de mayo de 1937 en Barcelona.

George Orwell describe una escena de Aragón durante este periodo, en el cual participó como parte de la División Lenin del POUM, en su célebre libro Homenaje a Cataluña:

Yo estaba integrando, más o menos por azar, la única comunidad de Europa occidental donde la conciencia revolucionaria y el rechazo del capitalismo eran más normales que su contrario. En Aragón se estaba entre decenas de miles de personas de origen proletario en su mayoría, todas ellas vivían y se trataban en términos de igualdad. En teoría, era una igualdad perfecta, y en la práctica no estaba muy lejos de serlo. En algunos aspectos, se experimentaba un pregusto de socialismo, por lo cual entiendo que la actitud mental prevaleciente fuera de índole socialista. Muchas de las motivaciones corrientes en la vida civilizada —ostentación, afán de lucro, temor a los patrones, etcétera— simplemente habían dejado de existir. La división de clases desapareció hasta un punto que resulta casi inconcebible en la atmósfera mercantil de Inglaterra; allí sólo estábamos los campesinos y nosotros, y nadie era amo de nadie.

George Orwell

 

Las comunas fueron usadas de acuerdo al principio básico de «De cada uno de acuerdo a su habilidad, a cada uno de acuerdo a su necesidad». En algunos lugares, el dinero fue totalmente eliminado, para ser reemplazado por vales. Bajo este sistema, el costo de los bienes era con frecuencia un poco más de un cuarto del costo anterior. Las áreas rurales expropiadas durante la revolución son del 70% en Cataluña, cerca del 70% en el Aragón reconquistado, el 91% de la Extremadura que quedaba en la República, el 58% en Castilla-La Mancha, el 53% en la Andalucía no sometida a los militares insurrectos, el 25% para Madrid, el 24% para Murcia y el 13% en la actual Comunidad Valenciana. En tanto a la colectivización de estas tierras expropiadas, el total supone un 54% de la superficie expropiada de la España republicana, según datos del IRA. Sin embargo, dado que el Ministerio de Agricultura, y por extensión el IRA, estaban bajo control del Partido Comunista, hostil a la colectivización, los datos podrían ser mayores. Las provincias donde adquirieron mayor importancia las colectividades rurales, fueron las de Ciudad Real -donde estaban colectivizadas en 1938, 1.002.615 has, el 98,9% de la superficie cultivada en 1935- y Jaén -con 685.000 has y el 76,3%-, quedando a mucha distancia el resto de las provincias republicanas. Muchas colectividades aguantarían hasta el final de la guerra.

En el Aragón en el que se proclama el comunismo libertario al paso de las columnas de milicias libertarias, se forman aproximadamente 450 colectividades rurales, la práctica totalidad de ellas en manos de la CNT, con un número que rondará las 20 a cargo de la UGT.

En el área valenciana se constituirán 353 colectividades, 264 dirigidas por la CNT, 69 por la UGT y 20 de manera mixta CNT-UGT. Unos de sus principales desarrollos serán el Consejo Levantino Unificado de Exportación de Agrios (conocido por sus iniciales, CLUEA) y la total socialización de las industrias y servicios de la ciudad de Alcoy.

En la industria catalana los sindicatos obreros de la CNT se hicieron con numerosas fábricas textiles, organizaron los tranvías y los autobuses de Barcelona, implantaron empresas colectivas en la pesca, en la industria del calzado e incluso se extendió a los pequeños comercios al por menor y a los espectáculos públicos. En pocos días el 70% de las empresas industriales y comerciales habían pasado a ser propiedad de los trabajadores en aquella Cataluña que concentraba, por sí sola, dos tercios de la industria de España.

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A pesar de las críticas que clamaban por la máxima eficiencia, las comunas anarquistas producían más que antes de ser colectivizadas.Las zonas liberadas recientemente trabajaron sobre los principios libertarios: las decisiones eran tomadas a través de concilios de ciudadanos comunes sin ningún tipo de burocracia (cabe mencionar que el liderazgo de la CNTFAI en este periodo no fue tan radical como los miembros responsables de estos drásticos cambios).

Mujer con una bandera de CNT-FAI (c. 1936)

Sumado a la revolución económica, existió un espíritu de revolución cultural y moral: los ateneos libertarios se convirtieron en lugares de encuentro y auténticos centros culturales de formación ideológica, en los cuales se organizaban: desde clases de alfabetización, a charlas sobre sanidad, excursiones al campo, bibliotecas de acceso público, representaciones teatrales, tertulias políticas o talleres de costura. Se fundaron numerosas escuelas racionalistas, que ampliaron la oferta ya existente en ateneos y centros sindicales, en las cuales se llevaban a cabo los postulados educativos de Ferrer y Guardia, Mella, Tolstoi o Montessori. Igualmente, en el terreno social algunas tradiciones eran consideradas como tipos de opresión, e igualmente la moral burguesa era vista como deshumanizante e individualista. Los principios anarquistas defienden la libertad consciente del individuo y el deber natural de solidaridad entre los seres humanos como herramienta innata de progreso de las sociedades. Así por ejemplo, durante la revolución, a las mujeres se les permitió abortar en Cataluña, la idea del amor libre consensuado se hizo popular y hubo un auge del naturismo. De alguna manera, la liberación fue similar a la de los movimientos de la «Nueva Izquierda» de la década de 1960 con la diferencia que esta moralidad fue hegemónica, la siguiente máxima podía indicar lo vivido en este periodo: «La utopía libertaria se hizo realidad».

El orden público también varía sustancialmente, llegando prescindir de las fuerzas de orden público clásicas (Policía, Guardia Civil, Juzgados y ejército) suplantadas por las Patrullas de Control formadas por voluntarios, las milicias populares y las asambleas de barrio en las cuales se pretendían resolver los problemas que pudieran surgir. Las puertas de muchas prisiones fueron abiertas liberando a los presos entre los cuales había muchos políticos pero también delincuentes comunes, siendo algunas prisiones derribadas.

Pese a la situación de descomposición de facto del poder estatal, para el 2 de agosto el gobierno toma una de las primeras medidas al objeto de recuperar el control frente a la revolución, la creación de los Batallones de Voluntarios, embrión del Ejército Popular de la República. También promulgará algunos decretos, más simbólicos que reales, desbordado por el fenómeno revolucionario:

Decreto del Gobierno de la República del 18 de julio declarando cesantes a los militares que participen en el golpe.
Decreto declarando cesantes a los empleados del Gobierno que simpaticen con los golpistas del 25 de julio.
Decreto de intervención de la industria del Gobierno del 25 de julio.
Decreto de incautación de los ferrocarriles del Gobierno del 3 de agosto.
Decreto de intervención en los precios de venta de alimentación y ropa del Gobierno del 3 de agosto.
Decreto de incautación de fincas rústicas del Gobierno del 8 de agosto.
Decreto de clausura de instituciones religiosas del Gobierno del 13 de agosto.
Decreto de socialización y sindicalización de la economía del Gobierno autonómico catalán del 19 de agosto.
Decreto de creación de los Tribunales Populares del Gobierno del 23 de agosto.

Surgen también ya las primeras tensiones entre la estrategia de la CNT (y el conjunto del Movimiento anárquico) y la política del Partido Comunista y su extensión en Cataluña, el PSUC, y el 6 de agosto salen los miembros del PSUC del gobierno autonómico catalán por las presiones anarcosindicalistas.

 

Continuará.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.