22/11/2024 13:21
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Confieso que como siga este encierro voy a terminar como el bueno de Alonso Quijano, ya saben, el hidalgo castellano-manchego, cazando moscas o saliendo a pasear montado en mi caballo «Rocinante». Dicen que cosa buena es leer y que la lectura es muy beneficiosa para la mente y hasta para la salud, pues yo ya empiezo a dudar. Tal vez porque desde que llegó el maldito virus comunista y no salgo me paso el día leyendo, en lo que va de verano salgo a una media de 16 horas diarias…a ver qué hace un hombre solo, en un apartamento pequeño e interior, eso sí, con mucha luz y «algo» de calor (en la calle donde vivo 48 grados a la sombra y 52, al sol). Leer o escribir… Ah, y pensar, y soñar… y releer mis propias obras y mis artículos del pasado. ¿Periódicos?… Los justos, los tres en los que escribo a diario («La Razón») y casi («El Correo de España» y «El Cierre Digital»).
 
 

Dionisio Ridruejo, Serrano Súñer y el poema «Sentado sobre los muertos»

De entrada hay que reconocer que la vida de Miguel Hernández rompe con el método de Ortega, ya que las 4 etapas de 15 años en que divide la vida del hombre en el caso del poeta de Orihuela hay que reducirlas a dos, y éstas, incluso, a dos cortos periodos de tiempo. Su vida bien podía dividirse, como la de Jesús, en dos partes: la vida de niño y jovencito y la «vida pública». De la primera se sabe que fue el segundo hijo de los 7 del matrimonio formado por Miguel Hernández Sánchez, que se dedicaba a la crianza y pastoreo de ganado, y Concepción Gilabert Giner, ama de casa. También se sabe que a partir de los 5 años el padre lo dedicó al pastoreo de las cabras y que sólo fue un curso a una guardería privada. Después estudia la enseñanza primaria en las escuelas del AVE MARÍA y algunos cursos de Bachillerato en el colegio Santo Domingo. Pero a los 15 años el padre lo manda ya por entero al cuidado de las cabras. Y es en la soledad de la Sierra donde aquel «ansioso de saber» aprovecha para leer todos los libros que caen en sus manos y que le proporciona Luis Almarcha, canónigo de la Catedral oriolana. Sin embargo, Miguel sigue estudiando y comienza a reunirse con otros jóvenes de su edad por las noches para hablar de lo que a ellos les gustaba, que no era otra cosa que la Literatura, entre los que está el que sería su amigo del alma, Ramón Sijé (a quien a su muerte le dedicaría uno de los `poemas más bellos que salieron de su pluma). También comienza a escribir sus primeros poemas, que va publicando en revistas locales y provinciales. Eso sí, nada de política, aquellos jóvenes sólo querían saber de letras.

Dionisio Ridruejo, Serrano Súñer y el poema «Sentado sobre los muertos»
             

Así le llega la República el 14 de abril de 1931 y Orihuela celebra, como casi todos los pueblos de España, la caída de la Monarquía y la llegada del nuevo Régimen. Eso le hace abrir los ojos y asistir a los mítines de los políticos locales y de los personajes que llegaban al pueblo al iniciarse la campaña electoral de las Cortes Constituyentes. Y se le abre un mundo nuevo: las injusticias que ve en aquella España y lo mal que vive el pueblo. Miguel solo tenía 21 años.

Tal vez por ello en diciembre de ese mismo año decide marcharse a Madrid, pero también porque su protector, el canónigo, y otros profesores que había tenido, le convencen de que en Madrid están «la gloria» y «la fama» (el mismo pensamiento que años antes había tenido «Azorín»). Pero, Madrid era mucho Madrid para un joven que llegaba sin medios ningunos y sin trabajo. Sólo permanece 5 meses en la capital y hasta pasando hambre, los que aprovecha para saber de la existencia de la «Generación del 27», conocer a algunos de los poetas ya famosos (en «El Gijón» y «El Comercial»), y leer las obras de ellos. El día 17 de mayo ya está de vuelta en Orihuela, ya tiene las ideas claras y ha estudiado y se ha familiarizado con la métrica, así que se pone a escribir, ansioso y como un loco los 42 poemas que incluiría en su primera obra, «Perito en lunas» (aunque no se publicará hasta dos años después). De esa obra, escrita en octavas reales y a imitación de su admirado Luis de Góngora, reproducimos éste:

SERPIENTE

En tu angosto silbido está tu quid,

y, cohete, te elevas o te abates;
de la arena, del sol con más quilates,
lógica consecuencia de la vid.
Por mi dicha, a mi madre, con tu ardid,
en humanos hiciste entrar combates.
Dame, aunque se horroricen los gitanos,
veneno activo el más, de los manzanos.

Pero Orihuela se le queda pequeña y decide marcharse otra vez a Madrid, donde tiene más fortuna que en su primer viaje, porque enseguida José María de Cossío, que ya estaba redactando la enciclopedia «Los toros», le contrata como secretario y redactor de textos. Al mismo tiempo consigue que el Ministro Fernando de los Ríos le apoye para participar en las «Misiones pedagógicas» en las que ya trabajaban Lorca y Casona. Además comienza a relacionarse con Aleixandre, Gerardo Diego, Neruda, Alonso, Cernuda y publica sus primeros poemas en la «Revista de Occidente» de Ortega. La vida empieza a sonreírle y muy pronto la fama comienza a llamar a  su puerta. Fama que le llegaría de pleno cuando en 1936 ve la luz su obra cumbre «El Rayo que no cesa», aunque antes en 1935 le salió del alma la «Elegía a Ramón Sijé» tras su muerte

El 18 de julio le coge en Orihuela y cuando se recibe la noticia de la sublevación del Ejército en Marruecos no lo duda y se echa a la calle en defensa de la República. «Yo soy del pueblo y estaré siempre con el pueblo». Pero, una vez que Alicante y todo el Levante ha permanecido fiel al Gobierno hace otra vez las maletas y se va a Madrid. La capital vive todavía la euforia de la victoria en el Cuartel de la Montaña y el pueblo madrileño con derroche de alegría pide armas. Miguel se acerca a sus poetas amigos, y a Rafael Alberti, el que más… y con él inicia las arengas revolucionarias y el «¡No pasarán!» de los comunistas. Son días de entrega total en los que el poeta se va identificando con las Izquierdas y hasta se afilía al Partido Comunista de España.

Así que en cuanto movilizan a su quinta se incorpora al 5º Regimiento de Milicias que mandaba Enrique Lister y como asesor cultural del Comisario político participará en el asalto y la toma del Santuario Virgen de la Cabeza (Andújar) y después en la Batalla de Teruel y en otros frentes de Andalucía y Extremadura. A pesar de su inmensa actividad propagandística en los frentes Hernández no deja de escribir y ese mismo verano se publica «El Rayo que no cesa», su mejor obra.

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En 1937 aprovecha unos días de descanso para casarse con Josefina Manresa, el amor de su vida y en cuanto vuelve de Orihuela viaja a la Unión Soviética en representación del Gobierno de la República para asistir al V Festival de Teatro Soviético… y de Rusia vuelve encantado con la Revolución y es ascendido a Comisario Político. Mientras tanto asiste al II Congreso  de Escritores Antifascistas en Valencia (entre el 4 y el 11 de julio de 1937) y firma el «Manifiesto», que comenzaba así: «Se ha producido en toda España una explosión de barbarie… Este levantamiento criminal de militarismo, clericalismo y aristocratismo de casta contra la República democrática, contra el pueblo, representado por su Gobierno del Frente Popular, ha encontrado en los procedimientos fascistas la novedad de fortalecer todos aquellos elementos mortales de nuestra historia… Contra este monstruoso estallido del fascismo… nosotros, escritores, artistas, investigadores científicos, hombres de actividad intelectual… declaramos nuestra identificación plena y activa con el pueblo, que ahora lucha gloriosamente al lado del Gobierno del Frente Popular…»

Aunque su espíritu humilde y su sentido de la justicia hacen que un día se subleve contra lo que está viendo en Madrid, donde el pueblo pasa hambre y falta de todo mientras los gerifaltes del partido y los Altos Mandos del Ejército viven en la abundancia y disfrutando de todos los placeres. Ese día, se cuenta, que fue a visitar a Alberti María Teresa León y participa en una velada de escritores antifascistas y al comprobar la prodigalidad de los alimentos, se levantó airado y susurró a su anfitrión, el poeta Alberti, » Aquí hay mucha puta, y mucho hijo de puta». Alberti, inveterado vividor a pesar de sus escasos años, le conminó a que lo dijese en voz alta. El oriolano no sólo lo voceó, sino que lo escribió, dicen los que presenciaron su enojo, en una pizarra donde figuraba el programa de la velada o el menú (no hay acuerdo en los testimonios). La bella María Teresa León se levantó con bravura guerrera y le dio una sonora bofetada a Miguel Hernández que le llevó con sus huesos a sentarse en el suelo. En el fondo, el oriolano tenía razón, no en la forma. Sus compañeros comprometidos contra el fascismo, no dejaban de ser los cerdos de Orwell en «Rebelión en la Granja», mientras la población de Madrid experimentaba la crudeza del sitio franquista.

Lo que demuestra que Miguel Hernández no dejaría nunca de ser «El poeta del pueblo».

Y por estar con su pueblo prefirió al llegar la derrota final, en abril del 39, no huir, como hicieron casi todos los demás, incluido su admirado Alberti, y quedarse a sabiendas de lo que le esperaba. Hernández fue detenido y encarcelado.

Y ahí comenzó su «viacrucis carcelario», que se inicia en Rosal de la Frontera (Huelva) cuando la policía portuguesa le detiene y entrega por «paso ilegal de la frontera». De allí pasa a una cárcel de Sevilla y el 9 de Mayo (1939) es trasladado a la de Torrijos en Madrid, donde presta declaración judicial ante el Juez del Juzgado Especial de Prensa. El 18 de septiembre, tras varias y exhaustivas declaraciones, el Juez Instructor dicta su «Autoresumen» y remite las actuaciones al Presidente de Guerra Permanente y con el informe (28 de septiembre) del Fiscal-Jefe del Ejército (que calificaba los hechos de adhesión a la rebelión militar, con las agravantes de perversidad y alevosía) se señala el 7 de octubre para la vista del Consejo de Guerra y se ordena el traslado del preso.

¡Dios!, pero entonces sucedió algo increíble, porque cuando la Orden Judicial de traslado llegó a la cárcel de Torrijos el Director de la Prisión contestó urgentemente que el preso Miguel Hernández Gilabert había sido puesto en libertad «por un mandamiento del Director General de Seguridad el 25 de septiembre»… y no hubo más remedio que suspender la celebración de la vista del Consejo de Guerra, al menos hasta que se aclararan las cosas y se localizara al preso. ¿Qué había pasado? Pues en primer lugar quedó patente que la desconexión que había entre unos Organismos y otros era total y que mientras el Juez Instructor hacía su labor los políticos se habían movido a favor del Poeta y habían conseguido su puesta en libertad. Todo fue movido por el también Poeta falangista Dionisio Ridruejo, a la sazón Director General de Propaganda, que dependía del Ministerio de la Gobernación y, por tanto, de Don Ramón Serano Suñer.

Al parecer – y esta versión la recogí de boca del propio Serrano muchos años después hablando del exilio de los escritores españoles al terminar la Guerra Civil – Ridruejo se presentó un día en su despacho y con la fuerza verbal que le caracterizaba casi le gritó:

– ¡Hay que salvar a Miguel Hernández!

– ¿Qué pasa ahora Dionisio?

– ¿Estáis locos? ¿Queréis otro Lorca?… ¡Si matáis a Miguel Hernández Europa entera se echará  sobre España y contra el Régimen!

– Explícate, por favor, Dionisio.

– Ramón, Miguel Hernández es uno de los más grandes poetas que ha dado España y no se le puede condenar por haber luchado con el bando republicano… Si condenáis a todos los que lucharon contra nosotros ¿Qué España quedaría?

– ¿Tan bueno es?

– Ten, lee tú mismo alguno de estos poemas y lo comprenderás – y con un gesto de rabia le puso sobre la mesa «El Rayo que no cesa» y «Vientos del pueblo».

– El hombre que ha escrito este poema no se merece ni estar en la cárcel  yo le daría hasta el Premio Nobel – y sin más se puso a leer este poema

SENTADO SOBRE LOS MUERTOS
Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo mantiene.


Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.

Acércate a mi clamor,
pueblo de mi misma leche,
árbol que con tus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para amarte
y estoy para defenderte
con la sangre y con la boca
como dos fusiles fieles.

Si yo salí de la tierra,
si yo he nacido de un vientre
desdichado y con pobreza,
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas,
eco de la mala suerte,
y cantar y repetir
a quien escucharme debe
cuanto a penas, cuanto a pobres,
cuanto a tierra se refiere.

Ayer amaneció el pueblo
desnudo y sin qué ponerse,
hambriento y sin qué comer,
el día de hoy amanece
justamente aborrascado
y sangriento justamente.
En su mano los fusiles
leones quieren volverse
para acabar con las fieras
que lo han sido tantas veces.

Aunque le falten las armas,
pueblo de cien mil poderes,
no desfallezcan tus huesos,
castiga a quien te malhiere
mientras que te queden puños,
uñas, saliva, y te queden
corazón, entrañas, tripas,
cosas de varón y dientes.
Bravo como el viento bravo,
leve como el aire leve,
asesina al que asesina,
aborrece al que aborrece
la paz de tu corazón
y el vientre de tus mujeres.
No te hieran por la espalda,
vive cara a cara y muere
con el pecho ante las balas,
ancho como las paredes.

Canto con la voz de luto,
pueblo de mí, por tus héroes:
tus ansias como las mías,
tus desventuras que tienen
del mismo metal el llanto,
las penas del mismo temple,
y de la misma madera
tu pensamiento y mi frente,
tu corazón y mi sangre,
tu dolor y mis laureles.
Antemuro de la nada
esta vida me parece.

Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir,
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte
.

– Sí, son versos muy buenos… ¿y qué puedo hacer yo Dionisio?

– ¿Que qué puedes hacer tú? Yo me iría ahora mismo al Pardo y le leería a tu pariente el poema que yo acabo de leerte.

– Ja, ja, ja –y Don Ramón se echo a reír, según me contó él mismo– si le leo un poema a mi pariente, como tú dices, seguro que firma su sentencia de muerte.

– Déjate de bromas Ramón, que esto es muy serio. Hay que salvar y sacar de la cárcel a Hernández, lo contrario no sólo sería una muerte inútil sino una torpeza política enorme.

– Bueno, está bien, hablaré con mi «pariente»…. lo mismo le cae bien y nos lo enchufa como asesor popular.

 

Y tal vez por esa conversación el Director General de Seguridad mandó un mandamiento de puesta en libertad de Miguel Hernández  a la Prisión de Torrijos.

Pero, la Justicia no se contentó y el Juez mandó detener, con orden de caza y captura, al preso en libertad, que absurdamente en lugar de aprovechar los 10 día que habían pasado desde que salió de la cárcel para irse al exilio se había vuelto a Orihuela y ahí le detuvo la Guardia Civil y escoltado por ésta fue trasladado de nuevo a Madrid.

Al final la vista oral del Consejo de Guerra se celebro el 18 de enero de 1940. El tribunal estaba compuesto por: Presidente, Comandante, Pablo Alfara; Vocales; Capitán Francisco Pérez Muñoz, Capitán Ignacio Díaz Aguilar y Alférez Miguel Caballer Celis; Vocal Ponente; Capitán Vidal Morales.

Y el mismo día, el Consejo de Guerra Permanente dictó esta sentencia:

«Resultando probado y así se declara. Que el procesado MIGUEL HERNANDEZ GILABERT, de antecedentes izquierdistas se incorporó voluntariamente en los primeros días del Alzamiento Nacional al 5º Regimiento de Milicias pasando más tarde al Comisariado Político de la 1 ª Brigada de Choque e interviniendo entre otros hechos en la acción contra el Santuario de Santa María de la Cabeza. Dedicado a actividades literarias era miembro activo de la Alianza de intelectuales antifascistas, habiendo publicado numerosas poesías y crónicas, y folletos, de propaganda revolucionaria y de excitación contra las personas de orden y contra el Movimiento Nacional, haciéndose pasar por el «Poeta de la Revolución».

Se estima que estos hechos probados son constitutivos de un delito de adhesión a la rebelión, del pfo. 2º del art. 238 del C.J.M. y en uso de las facultades de los arts. 172 y 173 de dicho Código «se estima justo imponer la pena en su máxima extensión, se le condena a pena de muerte y en cuanto a responsabilidades civiles se estará a la Ley de 9 de Febrero de 1939».

Contra tal sentencia no cabe recurso alguno.»

Pocos días después él Auditor de Guerra del Ejercito aprobó que la sentencia era firme y ejecutoria, aunque «quedará en suspenso la ejecución del condenado hasta tanto se reciba el enterado de su S.E. el Jefe del Estado».

Cosa que no llegó hasta el 25 de junio de 1940, o sea casi 6 meses después y el escrito del Jefe del Estado decía: «Se designa a conmutar la pena impuesta por la inferior en grado». O sea, que lo salvaba de la muerte pero a 30 años de prisión. ¡6 meses esperando la muerte!

Tampoco este indulto fue casual porque en cuanto se conoció la sentencia con la condena a muerte se movieron sus amigos José María de Cossío, Dionisio Ridruejo (en cuanto supo la terrible condena, sin pensarlo, se fue a ver a Franco e insensatamente le dijo que si se ejecutaba a Hernández él se marchaba a su casa) Carlos Sentís y Rafael Sánchez Mazas. El primero habló con el General Varela y el segundo con el «cuñadisimo» Serrano Suñer. Valera le contesta a Cossío en estos términos: «Tengo el gusto de participarle que la pena capital que pesaba sobre Miguel Hernández Gilabert, por quien se interesa ha sido conmutada por la inmediata inferior, esperando que este acto de generosidad del Caudillo obligará al agraciado a seguir una conducta que sea rectificación del pasado»

Si, había salvado la vida pero no el «viacrucis carcelario» porque de momento fue al Penal de Ocaña, luego a una cárcel de Palencia y, por fin, al Reformatorio de Adultos de Alicante (donde compartió celda con Buero Vallejo) y allí fue donde enfermó, primero de bronquitis y luego con un tifus que se le complicó con tuberculosis.

Falleció en la enfermería de la prisión alicantina a las 5,32 de la maña del 28 de marzo de 1942, cuando estaba a punto de cumplir los 32 años.

 No, tampoco Miguel Hernández pudo quedarse en España ni macharse al exilio, porque no quiso.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.