20/09/2024 16:49
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Nació el 12 de septiembre de 1.901 y murió el 1 de septiembre de 2.003. O sea, que al morir tenía 101 años y le faltaban 11 días para cumplir los 102. Se llamaba Ramón Serrano Súñer y fue, sin duda, uno de los personajes importantes de la España del Siglo XX.

 

En su honor y su recuerdo reproduzco hoy lo que escribí sobre él en mi obra «Retratos Políticos, personajes de ayer y de hoy»:

            

“Cuando se pasa la barrera de los 70 el futuro es ya casi un enemigo (porque se ve cerca el final de todo) y el pasado pasa a un primer plano. No se sabe por qué (por algo el cerebro es el gran desconocido) el disco duro de la memoria comienza a ponerte delante de los ojos recuerdos, imágenes, personas, ambientes, paisajes, situaciones, vivencias y hasta amores y dolores que parecían desaparecidos. Al menos es mi caso. Vivo un presente que es más pasado que futuro. Los personajes de ayer se me están haciendo personajes de hoy. Estoy reviviendo las infinitas horas que pasé con mis admirados Alejandro el Magno, Julio César, el Gran Capitán, Hernán Cortés, Napoleón, Wagner, Leonardo y Goya (¡vaya orgías que me monto con ellos en las altas horas de la madrugada de este mi retiro cordobés¡) o releyendo las páginas inmortales de mis guías literarios, Séneca (mi otro yo), Unamuno, Galdós, Bécquer, “Azorín” y Shakespeare (¿como olvidarme de “chespir” si escribí y publiqué más de 1.000 artículos con el seudónimo de Hamlet y tuve hasta tres perros con su nombre?). Pero, también están presentes en mis largas horas de jubilado los hombres de carne y hueso que más influyeron en mi vida personal: Emilio Romero, Torcuato Fernández Miranda, Sabino Fernández Campo y Don Ramón Serrano Súñer (y luego dicen que estoy solo). De los tres primeros ya escribí en esta serie, hoy me toca hacerlo de Don Ramón, la cuarta pata de mi Mesa de Admiraciones. Aquel Serrano Súñer que los falangistas del Movimiento tachaban de traidor a la Falange, de nazi al servicio de Hitler o de “cuñadísimo” por el simple hecho de haberse casado con la hermana de la mujer del Dictador y haber sido Ministro de los primeros Gobiernos del Régimen nacido de la Victoria de 1939. ¡Dios, qué manipulaciones de la verdad histórica¡. ¡Enanos mentales!.

 

Conocí personalmente a don Ramón el mes de diciembre del año 1972, cuando el editor Gregorio del Toro y yo fuimos a su casa de la calle Príncipe de Vergara de Madrid a proponerle que fuese Presidente del Jurado que estábamos confeccionando para entregar los premios de la Colección “Memorias de la Guerra Civil española” que habíamos puesto en marcha y digo personalmente porque antes de acudir a la cita yo ya me había leído de un tirón su gran obra “Entre Hendaya y Gibraltar” y muchos de los artículos que venía publicando en la famosa Tercera de “ABC”. Don Ramón se entusiasmó con la idea de la colección y decidió apoyarnos. Pero, de entrada puso dos condiciones tajantes: 1) Que los Premios tenían que ser totalmente imparciales y no aceptaría favoritismos a favor de los “nacionales” o de los “rojos”. 2) Que el Jurado tendría que estar formado por personalidades de los dos bandos de la Guerra Civil. Y así lo acordamos. Aquello, y la larga conversación que tuvimos después, me hizo comprender en el acto que don Ramón Serrano Súñer no era el personaje “traidor” a la Falange y “nazi” que los mediocres del Movimiento y los sumisos y “pelotas”, que habían divinizado a Franco, habían hecho creer, pues muy al contrario me encontré al hombre más culto que he conocido en mi vida y a un liberal convencido. Afortunadamente aquello fue el comienzo de una larga amistad que duró hasta su muerte, acaecida el año 2002, y cuando ya estaba a punto de cumplir los 102 años de vida.

 

Así que don Ramón fue el Presidente de aquel jurado y yo el Secretario (él era el más viejo y yo el más joven, él tenía 73 años y yo 33) En la primera reunión de aquel jurado en el Hotel Mindanao se produjo algo que nunca olvidaré. Habíamos elegido al General Iniesta Cano, en aquellos momentos Director General de la Guardia Civil, en representación de los “militares nacionales” y al también general Urbano Orá de la Torre, el hombre que decidió con sus cañones el asalto al Cuartel de la Montaña, en representación de los militares del bando republicano. Sucedió que en un momento dado los dos generales descubrieron que ambos se habían enfrentado en una batalla del frente de Extremadura durante la guerra y entonces don Ramón se puso de pie y les pidió a ambos que allí mismo se diesen el abrazo de la reconciliación. Fue algo emotivo y sobre todo sirvió para que los Premios se otorgasen sin color político alguno. Por cierto, que el primer premio se le concedió a una obra excepcionalmente escrita llamada “La muerte de la esperanza”, de la que era autor Eduardo de Guzmán, un periodista anarcosindicalista que había sido gran figura en Madrid durante los tres años de la Guerra. En la segunda parte de la obra se narraba con máximos detalles la tragedia que vivieron más de

20.000 personas en el puerto de Alicante esperando unos barcos que nunca llegaron y las torturas y “sacas” del campo de concentración de Albateras.

 

Ahora, vamos ya en directo (por las limitaciones de espacio) a analizar las “patrañas” que aquellas mentes borreguiles se inventaron para desprestigiar a Serrano Súñer, tal vez incluso con el beneplácito del propio Franco.

 

PRIMERA PATRAÑA. Se le acusó de haber sido el máximo defensor de que España entrara en la Guerra Mundial al lado de la Alemania Nazi. ¡Mentira total!. Porque la Historia ha demostrado que fue todo lo contrario, que fue don Ramón quien evitó, enfrentándose al mismísimo Hitler, la incorporación a los frentes de batalla.

 

Y eso no lo dijo ningún español, eso lo dijo el general Jodl, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Alemania y asesor militar especial del Führer. En su Diario dejó escrito: “La resistencia del ministro español de Asuntos Exteriores, señor Serrano Súñer, ha desbaratado y anulado el plan de Alemania para hacer entrar a España en la guerra a su lado y apoderarnos de Gibraltar”. Esas palabras fueron publicadas en todos los periódicos del mundo y figuran en los documentos de Nuremberg. Aquí hubo especial interés en que no se conocieran. Como tampoco los franquistas más franquistas quisieron que se publicaran las palabras que el mismo general pronunció en un discurso dirigido a los “gauleiters” reunidos en Munich el 7 de septiembre de 1943. En aquella ocasión Jold atacó duramente a Serrano Súñer (que ya no estaba en el Gobierno) y le hizo responsable de la frustración del plan alemán para entrar en España y conquistar Gibraltar. “Ese jesuítico ministro de España-dijo- fue el que nos engañó”. ¡Jesuita!. Cosa que el historiador inglés Crozier ratificó con estas palabras: “Ciertamente los anfitriones nazis de Serrano Súñer debieron encontrar en él un huésped irritante, pues enfrentado con todo el poder y la grandeza del III Reich de Hitler y con las bravatas de Ribbentrop supo permanecer educado pero evasivo y firme”. ¡Y los enanos, erre que erre!.

 

Dicho esto sigamos los pasos de aquella batalla psicológica que vivieron al unísono contra Alemania Franco, Caudillo de España, y Serrano Súñer, Ministro de la Gobernación y más tarde Ministro de Asuntos Exteriores. Serrano hizo dos viajes a Berlín, el primero el 13 de septiembre de 1940, enviado especial de Franco para que averiguase cuáles eran los planes de Alemania para con España. No hay que olvidar cuál era la situación de Europa en aquellos meses, cuando ya la bota alemana se había apoderado de media Europa, incluida Francia, y más de 1.000 aviones bombardeaban a diario Inglaterra.

 

Hitler había dispuesto en los Pirineos el gran ejército que había destinado para la conquista de Gibrarltar con permiso o sin permiso de España: 200 divisiones (o sea, unos 2 millones de soldados) armadas hasta los dientes, 5.000 carros de combate, unidades aerotransportadas y los cañones más potentes de la artillería alemana. Este era el marco en el que tuvieron que moverse Franco y Serrano. O sea con la espada de Damocles al cuello.

 

Que aquella impresionante fuerza militar actuara o no dependía y dependió de los viajes de Serrano a Berlín y de la entrevista de Franco con Hitler en Hendaya. En aquel primer viaje el Ministro español (David frente a Goliat) tuvo largas conversaciones con el poderoso Ministro de Exteriores alemán Von Ribbentrop y dos con el Dios que era en aquellos momentos Hitler. (Todo está contado en sus libros “Entre Hendaya y Gibraltar” y sus “Memorias”). El tema central de aquellas conversaciones no fue más que uno, la entrada de España en la guerra y la fijación de la fecha oportuna. Serrano, con cierto temor en su interior, defendió a ultranza lo que había acordado con Franco: que España no estaba preparada, por como había quedado tras la Guerra Civil del 36-39, ni militarmente, ni psicológicamente, ya que a los españoles les faltaba de todo y el pueblo hasta estaba pasando hambre. A lo primero Hitler le respondió que el tema militar no sería problema, ya que Alemania estaba dispuesta a proporcionarle todas las armas y todos los hombres que fueran necesarios para conquistar Gibraltar y cerrar el Mediterráneo. “En la primera entrevista-escribe Serrano- la actitud dominante de Hitler fue de serenidad, de sosiego y de orden; hablaba reposada y metódicamente, con alguna concesión esporádica a la propaganda y con las mejores formas de polemista, su maestría dialéctica era de sobra conocida. En algunos momentos me pareció un felino a punto de saltar sobre la presa. Habló de Gibraltar, del Mediterráneo y del Norte de África y defendió su teoría de que igual que Monroe había dicho aquello de “América para los americanos” él defendía que Europa y África tenían que ser para el Continente europeo”. No hubo ninguna imposición, de momento, y quedaron en hablar otro día.

 

Sin embargo, cuando la visita de Serrano estuvo, incluso, a punto de suspenderse fue cuando el ministro Ribbentrop le expuso el deseo alemán de instalar una base militar en las Canarias españolas. “Aquel golpe me cogió desprevenido y sólo pude reaccionar rechazándolo de plano.

 

– Tenga en cuenta señor Ministro-le dije- que esas islas de que me habla forman parte del mismo territorio nacional; son una provincia de la misma patria.

Comunes necesidades de la defensa europeoafricana frente al imperialismo americano-me replicó- así lo exigen. Espero que el Generalísimo lo comprenda así.
Pues yo esta petición no puedo ni siquiera transmitírsela. ¿No comprende usted que mientras clama por Gibraltar la juventud española que ha derramado su sangre por la grandeza de su Patria, seria monstruoso y criminal que cayéramos nosotros en la menor sombra de amputaciones, cesiones o limitaciones de nuestro territorio o de nuestra soberanía? Esa cuestión no puedo plantearla, ni tomarla en consideración: ni tratarla. Canarias es un trozo de España exactamente igual que Madrid o que Burgos. En los puertos del Senegal, en San Luis y en Dakar, podrán establecer esas bases sin acudir a Marruecos ni menos a nuestro territorio”.

“Si los americanos-añadió Ribbentrop- llegan a poner un pie en las Canarias ya será demasiado tarde”. “Señor Ministro, el valor de nuestros soldados sabría defender las Islas y el territorio nacional- replicó Serrano”.

 

Y, por una vez poco diplomático, Serrano abandonó la reunión casi dando un portazo. Y rápidamente envió un escrito a Madrid con el avión-correo   especial que   Franco   había   puesto a su disposición para estar conectados lo más posible durante su estancia en Alemania y estar al corriente de cualquier novedad que surgiese en las conversaciones con Hitler o sus Ministros. Franco respondió con la misma urgencia: “Haz hecho muy bien en lo de Canarias y entiendo tu indignación, porque eso sería entrar en guerra, pero no junto a Alemania, sino frente a Alemania”.

 

Pero, naturalmente, Hitler no se dio por satisfecho y pidió (o exigió) una entrevista urgente con Franco, pensando que como militar que era iba a entender mejor los planes militares alemanes para la conquista de Gibraltar y no sería tan sibilino como su Ministro de Exteriores. La entrevista se celebró un mes después (el 23 de octubre de 1940) y pasó a la Historia como “La entrevista de Hendaya”. Allí Hitler acorraló a Franco y el Caudillo tuvo que emplear todas sus armas gallegas para evitar la guerra. Al margen y además de todos los argumentos que Serrano había empleado en Berlín, Franco se hizo fuerte pidiendo gran parte del protectorado francés en Marruecos. Esto frenó a Hitler, dado que podía significar otra humillación más para Francia, lo cual consideraba un peligro. A pesar de todo, de una larga sesión, con cena incluida, Franco y Serrano no tuvieron más remedio que adherirse al “Pacto Tripartito”, que era la alianza militar. Fue el “Protocolo” secreto que no se conocería hasta muchos años después. Aun así Franco y Serrano, trabajando juntos durante la madrugada, consiguieron introducir varias condiciones que a la postre resultaron ser la salvación, ya que una de ellas decía taxativamente que la fecha de entrada en la guerra la fijaría unilateralmente el Gobierno español. Esto, aunque lo firmó, provocó un gran disgusto de Hitler, quien, según sus biógrafos, dijo muy irritado: “Tratar con estos es peor que ir al dentista”.

 

Pero, tampoco con la entrevista de Hendaya se dio por vencido Hitler y tan solo 20 días después el embajador alemán en España, Von Stohrer, se plantó ante Serrano Súñer (era viernes) con un telegrama de Von Ribbentrop en el que, por encargo del Führer, se le indicaba (casi se le ordenaba) que se trasladara con urgencia, a ser posible el lunes siguiente, al refugio de Hitler en los Alpes Bávaros, la famosa fortaleza de Berchtesgaden. Serrano, cosa lógica, se negó a dar su conformidad sin despachar antes con el Jefe del Estado.

 

“Así que sin pérdida de tiempo me trasladé a El Pardo para hablar con Franco y en el primer momento pensamos los dos si no seria mejor dar algún pretexto para no ir: aunque pronto rectificamos pensando que si Hitler y su Estado Mayor tenía decidido algún proyecto-con toda probabilidad el de la conquista de Gibraltar- no dejarían de realizarlo por razón de nuestra ausencia y que, en cambio, si acudíamos a su llamada podríamos, cuando menos intentar, que desistieran por el momento. Después de esta reflexión-en su consecuencia- Franco decidió que yo saliera inmediatamente para Berchtesgaden y tratara por el momento-una vez más- de conjurar el peligro. Pero yo, cansado de ir y venir y de que otros hablaran, opinaran o murmuraran, sin tomar su parte de responsabilidad en lo que se hiciere o se acordase en circunstancias tan graves y peligrosas, puse como condición para hacer el viaje la inmediata reunión con los ministros militares. Reunión que horas después tuvo lugar bajo la presidencia de Franco y a la que asistimos los generales don Juan Vigón, Varela, el almirante Moreno y yo. En esta reunión (que es distinta y nada tiene que ver con otra a la que se han referido aproximativos y “sabelotodo” distantes, que al no saber nada lo confunden todo, voluntariamente, intencionadamente unos, y otros arrastrados) opinamos que durante las pocas semanas transcurridas desde que tuvo lugar el encuentro de Hendaya las cosas no habían cambiado y seguíamos con los mismos problemas de todo orden que no permitían, todavía, participar a España en la guerra. Pero se consideró necesario que yo acudiera al “Berghof”, donde Hitler, con sus Estados Mayores, militar y político, me esperaba, ya que todos consideraron muy grave la situación y había que prevenir el peligro de una violenta reacción alemana; yo quedaba, pues, encargado-otra vez, sin el agradecimiento de quienes me lo debían- de capear como pudiera aquel temporal.

 

Salí inmediatamente para París y el día 18 de noviembre-martes-, al atardecer, llegué a la estación de Berchtesgaden, donde Ribbentrop, con su séquito y dos generales me esperaban con los intérpretes.

 

Reunido luego con Hitler manifestó   que me había convocado para que, de acuerdo con lo convenido en Hendaya, fijáramos la fecha más próxima de nuestra participación en la guerra porque ya “era absolutamente necesario atacar Gibraltar; lo tengo decidido”.

 

Aquella terrible entrevista, última que mantendría con Hitler, el propio Serrano Súñer la calificó como “Consejo de guerra en Berchtesgaden”. Pero, de esto hablaremos a continuación, en el que también analizaremos las otras PATRAÑAS que se inventaron contra don Ramón los falangistas sumisos a Franco y los más fervorosos simpatizantes del Movimiento Nacional.

 

¡HECHOS!, Merino, ¡HECHOS!. Los hechos son sagrados, tienen que ser sagrados, porque sin hechos la Historia sería cualquier cosa menos historia… y eso es lo que se han saltado a la torera muchos de los historiadores de hoy cuando escriben de lo que sucedió con Hitler para evitar la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial, al lado de Alemania, Italia y Japón. (El Tripartito).

 

¿Y cuáles fueron para usted, don Ramón, esos hechos más importantes?
Ya los escribí en mi libro “Entre Hendaya y Gibraltar” y los volví a contar en mi otro libro “Entre el silencio y la propaganda. La Historia como fue”. Pero, no me importa repetírselos.

 

 

Hubo un Primer Hecho,   el   fundamental, el que luego se manipuló hasta la saciedad, que todo lo que hicimos lo hicimos Franco y yo, siempre de mutuo acuerdo. Ni Franco, siendo el Jefe del Estado y Generalísimo, dio un paso en aquellos momentos terribles sin hablarlo conmigo, ni yo di un paso, ni uno sólo, sin hablarlo y consultarlo con él. Mis cuatro entrevistas con Hitler las diseñamos milimétricamente Franco y yo. Quién diga o escriba lo contrario es un farsante. Hubo un Segundo Hecho, que en aquellos momentos, cuando las tropas de Hitler ya estaban en los Pirineos y dominaban media Europa, todos los generales españoles (bueno, con la excepción del general Aranda) estaban de acuerdo en que Hitler ya había ganado la Guerra. También Franco. Yo, como no era militar, no lo tenía tan claro. Otro Hecho incuestionable, la mayoría del pueblo español estaba con Alemania. Y otro Hecho también importante, si en la entrevista de Hendaya Hitler le concede a Franco toda la parte de Marruecos que el Caudillo le reclamaba, Franco hubiese entrado en la Guerra en ese mismo momento. Y otro Hecho: Hitler y el general Jodl, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Alemania y Asesor especial de Führer, me acusaron a mí de haber sido el culpable de que España no entrara en la Guerra. Como tantas veces he señalado yo fui para ellos el “jesuítico Ministro de Exteriores español” que los engañó. Y otro Hecho, también sagrado, al final todos nuestros argumentos, los de Franco y los míos, no hubieran servido de nada si Hitler no pone en marcha la “Operación Barbarroja” y le declara la guerra a Rusia, rompiendo el pacto de ayuda mutua que ambos habían firmados en 1939. Lo demás son invenciones de los aduladores.

Sí, pero usted se declaró siempre amigo de Alemania y usted fue quien tuvo la idea de la “División Azul”.
Sí, como usted mismo ha dicho, yo era amigo de Alemania, porque siempre admiré y sigo admirando al pueblo alemán, y sí, yo ideé la “División Azul”. Pero también eso lo decidimos Franco y yo, y lo hicimos como una estratagema más para tranquilizar a Hitler y evitar la invasión de España, y además con la condición de que las tropas españolas sólo podían luchar contra los comunistas soviéticos. Sí fui amigo y admirador de Mussolini. El Italiano era más humano, muy diferente al alemán. Los dos, curiosamente, le teníamos miedo a Hitler, creíamos que estaba loco.
Entonces, ¿cuándo dejó de creer Franco en la victoria alemana? ¿Tuvo que ver algo su salida del Gobierno en 1942?.
Nada, en absoluto. A esas alturas de septiembre de 1942 Franco y sus generales seguían creyendo en la victoria (y algunos lo siguieron creyendo hasta 1945 y siguieron esperando hasta ultimísima hora las 100 divisiones fantasmas que según ellos tenía Hitler en la chistera). Su cambio se produjo al finalizar la batalla de Stalingrado, en 1943, con la derrota alemana y tenía razón, aquello fue el principio del fin de Hitler. A partir de ese momento fue cuando cambió también la política exterior española y cuando los aduladores del ya casi dios Franco comenzaron a echarme a mí la culpa. Alguien tenía que pagar el pato y yo fui la victima propiciatoria, la obligada cabeza de turco. Desde entonces yo fui el pro-nazi que había intentado meter a España en la Guerra y que por eso me echó Franco del Gobierno. Así se escribe la Historia o así la escribieron los historiadores franquistas o los historiadores comunistas (estos, olvidando el Pacto que Stalin firmó con Hitler, por el que el alemán quedó libre para aplastar a la Europa Occidental).

 

Y ahí dimos por terminada la charla de aquel día en su casa de Príncipe de Vergara, pues a las 8 iba a una conferencia, creo, de Lain Entralgo.

 

Pero, no quiero dejar de señalar, aunque sea brevemente, lo que fue la cuarta entrevista de don Ramón con Hitler en Berchtesgaden, el retiro del alemán en los Alpes Bávaros, lo que el periodista francés Charles Favrel llamó el “Consejo de Guerra de Berchtesgaden”.

 

Llegamos al “Berghof” –escribe el propio Serrano-nada más terminar la comida con Ribbentrop y el conde Ciano, el Ministro italiano de Exteriores, que también había sido citado, aunque por separado, y allí desde una gran explanada donde nos dejaron los coches subimos una abrupta escalera para llegar al “nido” del Führer. Rápidamente nos recibió Hitler (conmigo venían el barón de las Torres y el profesor Antonio Tovar, mis dos intérpretes). Hitler sin preámbulo alguno empezó a hablar.

 

“La actual situación obliga a actuar rápidamente. No porque haya empeorado sino por razones de orden psicológico. Los italianos acaban de cometer un gravísimo e imperdonable error al empezar la guerra contra Grecia. Ni siquiera han tenido en cuenta las condiciones atmosféricas que han inutilizado el uso de la aviación que es la mejor arma que ellos tienen. El ejército de tierra no puede utilizar armas pesadas. Nosotros hacemos las cosas con más cuidado. Se lo demostraré diciéndole que a pesar de nuestra evidente superioridad militar no atacamos a Francia por este tiempo el año pasado y eso que no perdíamos de vista que con el retraso hacíamos posible la preparación de Francia y de Inglaterra.

 

Repito que hay que obrar rápidamente pues con ello se acelerará el fin de la guerra y se solucionarán los problemas económicos que cada vez se presentan más difíciles en todas partes. La velocidad nos permitirá también la cosa más importante que es evitar o disminuir el derramamiento de sangre.

 

Para lograr todo eso es indispensable el cierre absoluto del Mediterráneo. En el Oeste, por Gibraltar, el cierre puede llevarse, debe llevarse, a cabo, rápidamente y con toda facilidad, y también “actuaríamos” en el Este atacando el canal de Suez”.

 

“Por otro lado-siguió diciendo tras una pausa que a mi me pareció un siglo- de las 230 divisiones de que dispone en la actualidad el ejército alemán, 186 se encuentran inactivas y en disposición de actuar inmediatamente donde sea necesario o conveniente. Tenemos 4.000 aviones dispuestos para acabar con Gran Bretaña en cuanto haya una bonanza duradera que los puedo dirigir a cualquier parte. Señor Ministro, he decidido atacar Gibraltar y tengo la operación minuciosamente preparada, como usted sabe. No falta más que empezar y hay que empezar ya”.

 

Y me tocó a mi el turno. Como se pueden imaginar la voz se resistía a salir de mi garganta. Estaba anonadado, y no sólo por las palabras del Führer, sino por su mirada y sus gestos. Así es que comencé como pude y como pude fui resaltando la situación de pobreza que vivía España y la necesidad angustiosa del trigo americano. También me salió del alma decirle que si el Mediterráneo, que el quería cerrar a los ingleses, tenía dos puertas, Gibraltar y Suez, le argumenté que empezara por Suez y nos diera a nosotros el tiempo y las ayudas necesarias para prepararnos.

 

En realidad, según me dijeron después mis interpretes, aquello, mis palabras, más que un discurso, fueron un lamento, el llanto de un español acorralado y viéndose ya metido en una guerra que no quería.

 

Pero, al parecer mis palabras debieron conmover a Hitler, porque ya en otro tono bien diferente dijo: “Quiero hablarle como el mejor amigo de España que soy. No quiero insistir. No comparto enteramente su punto de vista, pero me hago cargo de las dificultades de este momento. PIENSO QUE ESPAÑA PUEDE TOMARSE ALGÚN MES MÁS PARA PREPARARSE Y DECIDIRSE”.

 

Aquello era un milagro y tanto yo como el barón de las Torres y Antonio Tovar, respiramos como si hubiéramos resucitado. Aquello era lo que Franco me había pedido.

 

Ramón, no olvides que llevas en tus manos a España.
Paco, sabes que daría mi vida por España, pero no se si podré hacer milagros.
Pues, en tus manos encomiendo la Patria y rezaré porque al menos consigas ganar tiempo. El tiempo para nosotros, y en medio de la Guerra que vive el Mundo, es vital. Yo aceptaré lo que tú decidas en el “Berghof”.

Sin embargo, yo creo que lo que de verdad impresionó a Hitler fue lo de Napoleón- me dijo una tarde el profesor Tovar, a quien le había pedido una entrevista por sugerencia de don Ramón-. Sí, hubo un momento que Serrano, como sin querer, mencionó a Napoleón y el comportamiento de los españoles durante la Guerra de la Independencia.

 

“Sí, conozco muy bien ese tema y todo lo relacionado con las guerrillas. Napoleón se equivocó con su invasión”-interrumpió Hitler con cara de pocos amigos, pues entendió rápidamente el mensaje subliminal de don Ramón.

 

¿Y por qué los Historiadores aduladores silenciaron o manipularon estas cosas? Sencillamente porque finalizada la Guerra, e incluso antes, había que cargarle el mochuelo a alguien que no fuera el dios Franco. Y entonces se inventaron la “patraña” que comentamos.

 

SEGUNDA PATRAÑA. Se le acusó de haber “traicionado” a la Falange. ¡Mentira total!. No fue Serrano quien traicionó a la Falange, fueron otros, aquellos que ambiciosos de mando y poder se hincaron de rodillas ante Franco y se olvidaron de José Antonio y de su Falange. Pero, ¿cómo iba Serrano a traicionar a su mejor amigo, al compañero de estudios José Antonio, al que admiraba desde que se conocieron en la universidad?. Tampoco José Antonio se olvidó nunca de su amigo Ramón, como lo demostró en su Testamento nombrándole albacea, cuando ya casi tenía enfrente el pelotón de fusilamiento.

 

Lo que allí pasó, primero en Salamanca y después en Burgos, fue que tras el Decreto de Unificación y con una Falange ya desbordada de una militancia inesperada (no hay que olvidar que antes de la Guerra la Falange sólo contaba con unos 10.000 afiliados y ya en 1937 rondaba el millón) fueron surgiendo las ambiciones personales y otra cosa incluso más importante, una división cultural manifiesta. Porque los había incultos totales, aunque buenos hombres de acción, y gentes muy preparadas intelectualmente. Unos fueron los que acabaron rindiéndose a Franco, con José Luis Arrese al frente. Fueron éstos los más partidarios de la represión de la posguerra, los que se quedaron con el José Antonio del puño y las pistolas. Pero, hubo otro grupo que aglutinó en su torno Serrano Súñer ya desde el Ministerio del Interior, entre ellos Dionisio Ridruejo, José Antonio Jiménez-Arnau, Antonio Tovar, Javier Martínez de Bedolla, Joaquín Buenjumea, Jesús Pavón, Lain Entralgo, Torrente Ballester, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Edgar Neville, Rafael Sánchez Masas, Agustín de Foxá, José María Alfaro, Eugenio Montes y un largo etcétera. Estos fueron los que quisieron mantener, aun dentro del franquismo, el espíritu de la obra del fundador y se quedaron con el José Antonio intelectual, por ello fueron apartándose poco a poco del servilismo, la adoración a Franco y la traición de los otros. Naturalmente fueron tachados de “traidores”, tal vez respaldados por el ya endiosado Generalísimo Franco. Todo ello quedaría plasmado en la Carta que Serrano, ya separado del Gobierno y del Movimiento, le envió a Franco en 1945 pidiéndole, entre otras cosas, que licenciara a la Falange y la dejara desaparecer o refundarse con honor. Cosa que los otros, los aduladores, los serviles, no le perdonarían nunca ni a Serrano Súñer ni a Dionisio Ridruejo, ni a los demás. Con Franco se quedaron los verdaderos “traidores” a José Antonio y su Falange.

 

No, no hubo tal “traición” por parte de don Ramón. Serrano murió recordando y aplaudiendo a su amigo de la juventud, José Antonio Primo de Rivera y su obra.

 

TERCERA PATRAÑA. Se le acusó de haberse enriquecido por ser cuñado de Franco y eso es otra

¡mentira total!. Don Ramón Serrano Súñer salió del Gobierno sin un duro (¡dicho vulgarmente!) y si pudo rehacer su vida fue gracias a su valía como abogado. Inmediatamente de verse en la calle abrió su despacho e inició el camino de la abogacía. Y ahí si que triunfó plenamente, porque sus Dictámenes y Recursos ante el Tribunal Supremo llegaron a ser tan cotizados como si de oro se tratase. Dictámenes y Recursos que más tarde serían publicados en dos tomos por la “Editorial Revista de Derecho Privado” y siguen siendo materia de consulta de todos los abogados que le siguieron. Sobre todo causó impacto a nivel mundial su actuación (en 1953) en el caso de la supuesta quiebra de la “Barcelona Traction Light and Power Company Limited”, porque consiguió lo que en aquellos tiempos pareció un milagro, recusar con éxito a todos los miembros del Tribunal.

 

No, don Ramón Serrano Súñer no se sirvió nunca del parentesco con Franco. Es más, en muchos casos le perjudicó. Después de 1945 sólo se vieron ya en los actos familiares (cumpleaños, bodas, bautizos o entierros)

 

Ybien, dicho esto, añado que esas tres “patrañas”, inventadas por enanos y envidiosos serviles fueron, sin embargo, la pesadilla de don Ramón durante muchos años. De ahí sus luchas por cambiar la falsa imagen que habían creado de su actuación política y hasta humana. El no renunciaba ni renegaba de nada de su pasado, ni de sus años en el Gobierno, pero le dolían las falsedades que habían pasado a la Historia. De ahí su insistencia en resaltar los HECHOS para demostrar la verdad… y de ahí la necesidad que hay de escribir una Gran e Imparcial Biografía de don Ramón Serrano Súñer.”

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.