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La batalla de Irún fue un combate crucial en el conjunto de operaciones de la campaña de Guipúzcoa durante la Guerra Civil Española, antes de que comenzara la ofensiva del Norte.
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A finales de julio, el General Mola antes de abandonar Pamplona para marcharse a Burgos, dejó al frente de aquella Plaza al Coronel José Solchaga, como Comandante Militar, Jefe de las columnas preparadas, que operararían sobre Guipúzcoa, aunque Mola estuvo siempre presente en la dirección de las operaciones, sus planes eran cortar la frontera y ocupar después San Sebastián y el mayor territorio posible.
Consiguientemente, las columnas de Mola comenzaron su avance, utilizando las vías de penetración principales conducentes a San Sebastián, por el valle de los ríos Bidasoa, Urumea y Oria. Su avance se fue haciendo cada vez más lento y difícil. En los primeros días de agosto se llegó a una estabilización que afectó sobre todo al sector norte, en la zona de Oyarzun. La columna del Teniente Coronel Pablo Cayuela, partiendo Estella ocupó Alsasua, Beasain y Ordizia y otras localidades hasta entrar en Tolosa y Andoain, desde donde convergen sobre San Sebastián con la columna que avanza desde Irún. Las fuerzas principales, que seguían las rutas del Bidasoa al mando del Coronel Alfonso Beorlegui y a las que se unen loa refuerzos del Coronel Joaquín Ortiz de Zárate y los requetés del Comandante Rafael García Valiño, vieron detenido su avance por la voladura del puente de Endarlaza, teniendo que desviarse por el valle de Oyarzun.
Las fuerzas del Coronel Beorlegui avanzaron, hasta cerca de Rentería, con intención de socorrer a la guarnición de San Sebastián. Y tras rendir esa plaza el 28 de julio, Beorlegui se dirigió a conquistar Irún y cerrar la frontera francesa.
San Sebastián, a pesar de haber improvisado, tras el Alzamiento Nacional, milicias y grupos de carabineros, y reformar elementales fortificaciones, se encontraba indefensa y carente de defensa organizada sin material bélico y municiones. Amén de que era sabedora de la potencia de fuego de los nacionales, de su mejor preparación y de su capacidad combativa, se encontró conmocionada y sin expectativas de éxito, lo que provocó la espantada unánime de sus habitantes, que abatidos y miedosos, sobrepasando todas las expectativas, huyeron despavoridos.
Esa huida multitudinaria sobrepasó todas las esperanzas. Todos los medios servían para esta primera fuga ante los desastres de la guerra. Quienes más tenían que perder, fueron los primeros en marcharse y lo hicieron con seguridad y hasta confortablemente en barcos, que amparados es su neutralidad, consiguieron recoger a los huidizos espantadizos conciudadanos, que previamente habían movido toda clase de influencias para escapar.
En aquellos momentos, nadie creía posible derrotar a las fuerzas de Beorlegui en campo abierto, por lo que lo defensores de Irún, a pesar de su inferioridad de fuerza, tenían suficiente material bélico y hombres bien equipados y esperanzas de que iban a detener a sus enemigos en el Cerro de San Marcial, posición clave de Irún, que además de ser considerada un bastión natural, casi inexpugnable, había sido fortificada con todos los medios de que disponían, por lo que penaron en la resistencia como única solución, para frenar el avance de unas columnas militarmente superiores en disciplina y armamento.
El 26 de agosto comenzó el ataque por las tropas de Mola, y los milicianos rojos sintiéndose seguros y confiados en sus posiciones, se propusieron defender con ánimo, dadas sus presunciones ambiciosas de triunfo, a pesar de su escasa preparación y desorden.
Hasta entonces, los combates se habían hecho con poca preparación artillera, pero en San Marcial, los nacionales centraron toda la potencia del fuego con eficacia sobre el enemigo. Y a pesar de que la artillería de Beorlegui no era poderosa, su cañoneo tuvo devastadoras consecuencias mortales sobre la posición enemiga, y en aquellos momentos confusos, minó el ánimo de los defensores.
Beorlegui anunció entonces a sus hombres que el combate sería sangriento y que morirían quienes atacaran en vanguardia, luego se pidieron voluntarios para ocupar la primera línea, y sus soldados se ofrecieron masivamente. Cuando atacaron San Marcial, los milicianos resistieron, conforme a sus posibilidades, y defendieron sus trincheras con ahínco y tesón, pero, los voluntarios carlistas las asaltaron y tras cortar las alambradas con hachas y arrancados los piquetes, tomaron el Cerro de San Marcial.
Irún, estaba en el horizonte de la línea de combate y recibió los impactos del duro cañoneo al que fue sometido, mientras los milicianos, desconcertados, perplejos, atemorizados y sabedores de su derrota, se convirtieron en protagonista de una guerra sobrecogedora que jamás habían pensado perder.
En lucha por ocupar la ciudad, el Coronel Beorlegui fue herido en una pierna al avanzar hacia el puente internacional, siendo sustituido por el Teniente Coronel, Fernando Utrilla.
Finalmente, los defensores se rindieron el día 4 de septiembre, e Irún fue capturada. Ante tal situación y a punto de ser cerrada la frontera francesa, y, con ello, la posibilidad de escapar de aquel desastre, sus milicias anarquistas huían forzados por el empuje de las fuerzas nacionales, fusilaron a varios prisioneros, entre ellos figuró Honorio Maura, de Renovación Española y el tradicionalista Joaquín Beuta; al tiempo que, en su cobarde escapada, dejaron un rastro de destrucción y ruina incendiando los edificios y puentes antes de la ciudad de Irún, aplicando la política de Tierra quemada. Esta medida destructiva usada por los rojos, hoy llamados republicanos, fue en adelante la forma habitual usada por la barbarie roja en numerosas poblaciones del resto de ciudades antes de su cobarde huida.
Al tiempo que eso ocurriera, miles de fugitivos atravesaron, despavoridos y asustados, el puente del Bidasoa con los pocos bienes que podían contener un bolso, un pañolón anudado o una simple maleta de madera o cartón.
El éxodo que había sido continuo en todo el tiempo, desde que llegaron las primeras noticias del Alzamiento Nacional, aumentó ante la presencia de los nacionales. Todos lo medio eran buenos, sin con ellos podían escapar de la guerra. Desde las barcas de pesca hasta los pequeños botes de remo. Desde carreras desenfrenadas y enloquecidas para cruzar el puente internacional hasta el abarrotamiento de trenes y turismos. Encontrar un lugar donde escapar fue casi una acción desesperada. Todo era bueno para abandonar la patria en llamas.
Al otro lado de la frontera, tan solo se oye hablar de la guerra. La Europa que está de vacaciones, mira la tragedia de española desde la playa de Hendaya con singular curiosidad. Se alquilaban catalejos e incluso ventanas para ver el espectáculo de lo que ocurría al otro lado de frontera.
Una vez en terreno francés, los milicianos huidos de Irún fueron trasladados a Barcelona.
El 6 de septiembre de 1936, la caída de Irún supuso un duro golpe para la República, ya que no solo cerró toda comunicación terrestre con Francia, sino que también dejó aislada la zona roja del norte.
El teniente coronel, Fernando Utrilla, que había sustituido a Beorlegui, tomó Fuenterrabía el 6 de septiembre. Y ese mismo día los milicianos rojos fusilaron a Victor Pradera, fundador con Calvo Sotelo del bloque de CEDA.
Por ende, con la huida de los gudaris por el puente internacional de Hendaya al son de “Eusko gudariak”, se decidió la defensa de San Sebastián, viéndose condenada, el 12 de septiembre 1936, a que los cuarenta de Artajona entraran en la Capital Guipuzcoana sin pegar un solo tiro. Paralelamente, la ciudad donostiarra recuperó la vida con nuevas señas de identidad.
TOMA DE IRÚN Y SAN SEBASTIAN from José Lus DÍEZ JIMÉNEZ on Vimeo.
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