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En el año 1801 España, que era aliada de Napoleón Bonaparte, le declaró la guerra a Portugal, ocupando la plaza de Olivenza. Esta guerra, conocida como la de las Naranjas, fue motivada por el incumplimiento portugués del bloqueo continental decretado por Francia contra Gran Bretaña. El bloqueo estaba motivado por el pacto firmado entre Napoleón y el zar Alejandro I. Tras derrotar a los prusianos, ambos se repartieron Europa oriental en sendas zonas de influencia. Una vez estabilizada Europa, gracias al pacto, Napoleón organizó el citado bloqueo contra Gran Bretaña.

 

El 27 de octubre de 1807 Napoleón negoció con Godoy el reparto de Portugal en el segundo tratado de Fontainebleau. Ante la resistencia de Portugal -y su negativa de secundar el bloqueo-, Napoleón decidió invadir el país atravesando España con el consentimiento de Carlos IV y Fernando VII. La jugada le salió bien a Napoleón pues, sin resistencia alguna, conquistó España, destronando a la familia Borbón y coronando a su hermano José Bonaparte.

 

Tras la firma del segundo tratado de Fontainebleau -tratado secreto de partición de Portugal, en virtud del cual las tropas francesas entrarían en España-, Lisboa fue ocupada y Juan VI el Clemente y su familia tuvieron que huir a Brasil.

 

El 16 de junio de 1808, José López de Sousa, en Ollaon, dio a conocer un manifiesto en el cual pedía a los portugueses que, como ya había hecho España, se sublevaran contra los ejércitos napoleónicos, para conseguir la independencia del país.

 

El manifiesto de José López de Sousa, en su traducción al español, fue editado en Écija por don Joaquín Chabes. Por su interés histórico lo transcribimos íntegramente:

 

Portugueses fieles y buenos compatriotas, demos gracias al cielo: ha llegado ya el tiempo de que executemos, aquellos caracteres de fidelidad, valor y honor que debemos a la generación de nuestros predecesores valerosos y honrados avuelos, como bien sabeis, que siempre con tanta gloria se hicieron respetar de los enemigos de la patria con acciones señaladas, aún en los más remotos lugares de la tierra: siempre zelosos por la Santa Religión que profesamos, de los derechos de nuestros augustos Soberanos y de la Patria: arrojemos pues el pesado yugo que nos oprime y arroja sobre la tierra por un inaudito enemigo, que con falsa fe ha entrado en este Reyno. Sabeis que nuestro sufrimiento trahe su origen de nuestra obediencia a las Reales Ordenes, a que también se siguieron proclamas de ese enemigo falsario, que protestaba venia entrando en este Reyno amistosamente para protegernos, cuya promesa violó inmediatamente con la mayor infamia, apoderándose por sorpresa de ese mismo Reyno, que con amistad lo recibió desarmado, y prestándole toda estimación. Este tan torpe procedimiento escandalizó a todo el universo, aún más allá de las naciones civilizadas: escusado es exponeros las atrocidades, violencias y sensibles clamores que deben excitar hasta el extremo nuestro fervor, y formar nuestra justicia: y por tanto debemos esperar del Omnipotente, mediante el patrocinio de nuestro San Antonio a quien invocamos por espiritual Generalísimo de las armas de su nación, cuyos auxilios necesitamos, y con fe esperamos por ser esta nuestra causa tan justa para la seguridad de nuestra Santa Religión, de los derechos de nuestro Soberano, y seguridad pública de la Patria. Levantamos pues con toda fe nuestras armas contra el tirano opresor del genero humano, e insaciable devorador de la sangre y de las vidas de su próximo. Haya también pues toda vigilancia en descubrirnos si hai entre nosotros la perfidia introducida en sequases atrahidos por estúpidos infames, y relajados en la Religión, a fin de subvenir con el pronto remedio: Ya sabemos que este falsario enemigo ha también intentado practicar del mismo modo la más enorme traición con la España, cuyo feo y horrible proceder no puede explicarse bastantemente. Pero los famosos Sevillanos en su Capital, y los demás honrados valerosos Españoles en unión han formado su Junta Suprema Nacional de Gobierno, y con toda providencia han tomado las más relevantes medidas, aclamando por sucesor al Trono a Fernando Séptimo, reconciliándose la Nación con la Inglaterra, con quien se hallaba en guerra, convocándonos asimismo a que sigamos en unión su causa, que es igual a la nuestra, contra el enemigo común. Todas estas alternativas nos ofrecen una conjunción apta para la elaboración que debemos tomar sin perdida de momento. La causa de España nos forma y proporciona una barrera para reparo de continente,  a más de la seguridad y franquicia de la navegación, y socorros suministrados por la heroica Nación Inglesa aliada siempre leal a Portugal, y a cuyo respeto no solo debemos la custodia de nuestra augusta soberana, Real Príncipe Regente y demás Real familia, sino que a no haber sido la firme presencia de sus armadas a la vista de nuestra Capital huviera el enemigo hecho mucho más uso de su maldad e insaciable ambición; pues bien sabéis, que a semejanza del impío ni aun los vasos sagrados han respetado, ni exceptuado de su voraz codicia. En fin, compatriotas valerosos, grandes y pequeños, corramos a la gloria por la causa de Dios y de la Nación: ella es legitima para todos por derecho Divino y humano, y que implorando de la Majestad Divina los auxilios, los debemos esperar con fe, según la justicia de nuestra causa. No nos quedemos esclavos en el cautiverio, vendidos a manera de corderos entregados a la cuchillada del carnizero. Animaos, pues, y resolveos como buenos Portugueses, no solo a el restablecimiento de nuestra legitima libertad y seguridad pública, de nuestra honra, vida y hacienda, sino también revindiquemos por este medio toda nuestra justicia con el fin de que nuestro crédito no llegue a quedar destituido de estimación entre las demás briosas Naciones, ante si reputados con el recto concepto debido a la Nación Portuguesa, lo que Dios tal permita. Debemos pues morir matando a el enemigo, y para ello corramos ya a las armas: conseguiremos victorias gloriosas para que merezcamos aun con nuestros avuelos, la honra y el respeto entre los hombres. Así sea, así lo permita el Altísimo: contad con mis deseos en todo, como os lo declaro.

 

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César Alcalá