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Durante los ocho siglos de permanencia de los árabes en la Península Ibérica, dejaron múltiples huellas de su cultura, entre las cuales podemos citar los instrumentos musicales, que extenderían después a todos los países europeos; éstos darían origen a otros instrumentos diferentes, según el lugar donde se desarrollaron; entre aquellos destacaron los de cuerda frotada o pulsada, y los de percusión.

De los primeros, el laúd (en árabe “al-úd”) fue de los primeros que llegaron a España, ya en el siglo XII, aunque lo conocían también en Egipto y Mesopotamia desde el milenio segundo a. de Cristo, de donde pasaría a Italia en el siglo XIV, para convertirse entonces en el instrumento musical favorito del Renacimiento; tañían sus cuerdas con los dedos o con plectro, y la caja tenía forma de media pera, lo que confería a este instrumento un rasgo diferencial singular.

La rebaba (“rabab”), perteneciente a la misma familia instrumental, procedía del norte de África y constaba de dos cuerdas y un arco, como antecesor del rabel. En España apareció en el siglo X y desde aquí se propagó su uso al resto del continente europeo, llegando también a Java y Sumatra.

El salterio (“ganum”) era otro instrumento de cuerdas pulsadas con plectros y una caja de resonancia trapezoidal, del que derivó la dulcema española y las cítaras del norte europeo.

La guitarra también la trajeron los árabes a la Península y contaba con varias versiones: la guitarra morisca, que algunos especialistas la asimilan a la mandolina, y la layina, de tapas planas, de la que derivarían la guitarra actual y la vihuela. Aunque desconocen los especialistas su origen exacto, suponen que sea de procedencia oriental o grecorromana: su nombre español procede de la voz árabe “qitara” como transcripción de la griega “kithara”, de la que derivó la “citara” en español.

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La mandolina en su origen asemejaba mucho al laúd, aunque tenía un mástil más corto. Era igualmente conocida como mandola o mandora, utilizada con plectro.

Los instrumentos de percusión que llegaron en el siglo VIII fueron los timbales; utilizados preferentemente en actos militares. Su paso hacia Europa no tendría lugar a través de la Península Ibérica, sino por el este, que llevaron los cruzados al regreso de sus campañas guerreras por Oriente. El darbuka fue el precursor del tamboril; consistía en una membrana en una vasija de barro.

Todos estos instrumentos musicales debieron ir acompañados, desde al-Ándalus, con los poemas escritos por autores hispanos e hispanoárabes, o memorizados por sus intérpretes que, por tradición oral, llevarían los juglares a todos los pueblos de Europa. Eso es cultura.

Gracias a Dios, la Leyenda Negra todavía no existía, quién sabe qué historias habrían sido capaces de inventar para neutralizar cualquier acción positiva de nuestro pueblo, como luego harían con la época colonizadora de América, aunque exista una evidente desproporción en los hechos.

Autor

REDACCIÓN