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Hay monárquicos y papistas -y también populistas-, que consideran justo y recto aplicar rigurosamente el elogio a sus mitos y a sus sacralizados líderes, justificando los actos de reyes, pontífices y pueblo por el simple hecho de venir de quienes vienen, sin considerar más justo y respetable aplicar severamente el recto sentido de la Verdad en relación con sus acciones. No consideran tanto el sudor del que trabaja de veras, el sacrificio del abnegado o el coraje del que no se deja intimidar por la violencia o la injusticia, como el mero valor del símbolo bajo el que se sienten acogidos o representados, aunque dicho símbolo esté vacío de valor.

A la Iglesia actual, por ejemplo, no le interesa el mensaje de Cristo, sino convencer a lo que queda de su feligresía de las bondades doctrinarias del sistema. La Iglesia, en esta época, como en tantas otras épocas a lo largo de la historia, se inclina ante el vendaval o se adapta al viento corredor; esta estrategia no tiene nada de cristiana, pero es práctica. Sus elites, más dadas a intrigas financieras y palaciegas que a crucifixiones, tienen asumido que con el sacrificio de Jesucristo y de sus más abnegados discípulos es más que suficiente, y que su prioritaria labor no es otra que la de sobrevivir en sus dorados alcázares.

Y del mismo modo podríamos extendernos a otras instituciones que están en la mente de todos.

– Cuando todo ésto acabe, la convivencia volverá a ser como antes y los culpables quedarán sin castigo. Los criminales, una vez más, habrán vencido.

– No, en absoluto. En esta catástrofe no habrá vencedores, sólo perdedores. La verdadera victoria consiste en ejercer una recta y absoluta justicia. Y eso no lo veo por ninguna parte.

Hoy día, en mi patria, no veo incentivos al ingenio, ni alientos a lo excelente y noble, sino ejemplos de perversiones y codicias. Veo a la mayoría de mis conciudadanos dominados por el goce huero, sumidos en un abatimiento tenaz, indiferente y abyecto.

Del rey abajo nadie con jurisdicción favorece la alegría, nadie infunde el sano júbilo; las leyes no alivian del peso natural de la existencia ni tratan de abrir nuevos y claros caminos, sino de aherrojar al individuo; no se enaltece a la honrada experiencia, a la bondad de aquellos pensamientos que conocen el cómo y cuándo y el lugar de cada cosa. Antes al contrario, del rey abajo todos se afanan en fomentar los vicios del pueblo, para mantenerle esclavo.

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La doctrina totalitaria dominante considera que para salvaguardar la gobernabilidad de la república es obligado aplicar, además de la eutanasia -que solucionaría en parte el problema económico-, el ostracismo de la excelencia, arrinconando o suprimiendo a los mejores, es decir, cercenando las espigas -los cuellos- más eminentes. De ese modo, la paz social sería posible, pues alentando la existencia de una muchedumbre igualada en la mediocridad y en el disciplinado hedonismo, su primacía sería incuestionable.

¿Y a quién importa que todo ello conlleve el aplastamiento de la libertad individual?

El sector más acobardado y sandio de la España ignorante y silenciosa ha venido votando a los que ha votado por comodidad y costumbre. Por otra parte, la hez social, la escoria moral, los ahítos de rencor, han venido votando a los que han votado por afinidad y gusto. Y ambos grupos, empapados de estulticia, malevolencia o sectarismo, han acudido y acudirán a las urnas con su papeleta, lo mismo que el destructor acude con la piqueta para derribar lo que está en pie.

Sirven a una ideología, sirven a un partido político o a una secta, sirven a un amo, sirven a un dios… Son felices. Sienten la felicidad del perro fiel, que mueve su rabo mientras mira a su dueño con devoción. Pero los espíritus libres no desean esa felicidad, y esa felicidad no existe para ellos.

Una vez más nos hallamos en una encrucijada histórica, y el debate consiste en si elegimos abrir nuestras puertas a quienes, en nombre de la utilidad, no ven el éxito -público y privado- bajo el signo de la sospecha moral, o si elegimos el camino que antepone virtud a utilidad.

Los guasapes (whatsapps) de hoy día -no los que elogian la tiranía y el odio sectario- podrían ser como las hojas volanderas del Renacimiento, útiles pasquines que se usaban entonces cual armas sociopolíticas. Diálogos, chuflas y comentarios generalmente anónimos, a menudos subversivos, casi siempre acusadores e ingeniosos, expresados de manera menos sutil que tosca, pero certera, y sin pretensiones de perduración.

Guasapes que expresan el deseo popular de un mejor orden político y social, y contienen opiniones comedidas junto a burlescas insinuaciones o denuncias y amenazas revolucionarias y razonables, diálogos de forma satírica junto a imprecaciones directas y primitivas. Hojas volanderas que a través de las redes pasan de mano en mano, que el ciudadano lector hace correr con esperanza, y cuyo desorden revela el trastorno popular y la creencia de que la sociedad se halla ante una tremenda crisis.

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Aparecen reflejados en ellos sucesos y personajes actuales, históricos o simbólicos, figuras odiadas o celebradas, exitosas o satirizadas en la lucha de las ideologías partidistas, de las clases sociales, protagonistas por activa o por pasiva de la farsa política cotidiana, de la impunidad del poderoso.

La abundancia de tales hojas volanderas, convenientemente compartidas por las redes, demuestran las convicciones de una opinión pública que se está desperezando e irrumpe por fin en la historia política contemporánea. Sus difusores supremos suelen ser los sufridos hombres y mujeres de la clase media, los seres anónimos, corrientes, y hasta ahora sumisos que, escandalizados por la realidad social, deciden manifestar sus opiniones y deseos.

Desconozco a cuántos millones de españoles llegan y a cuántos convencen y conmueven, pero es cierto que dichos mensajes podrían significar que por fin la gran masa ha roto a hablar con su voz. Mas esos panfletos no serán nada si no son representativos de la gran mayoría. Si, gracias a ellos, la voz del pueblo no acaba de hacerse clara y fuerte y sigue siendo, como hasta ahora, una voz mansa y servil que no puede dar fruto porque no tiene otro fin que el de la estéril chirigota, cuyo objeto es morir en sí misma.

– ¿Quién eres tú -preguntaron al moralista- para hablarnos de este modo?

– Soy el más humilde, el más oscuro e ignorante de los ciudadanos, sin embargo sé que es una vileza el halago del vicio y la pasividad ante la decadencia. Y sé que deseo servir a mi patria, que tengo un brazo ejercitado en el manejo de armas y herramientas para defenderla y reconstruirla; y una mente consagrada a las musas para cantarla.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.