20/09/2024 11:39
Getting your Trinity Audio player ready...

En toda guerra, sobremanera si es civil, se cometen crímenes contra personas no combatientes, eso no hace falta que yo lo diga, pero lo que no se puede hacer, tal como se hace hoy en día, es escribir una historia de lo más parcial y obligarnos a todos a darla por cierta y acallar de paso a quienes no se quieran mostrar de acuerdo con la versión oficial.

Quinto Horacio en su tiempo ya lo dijo, el historiador no debe tomar partido. Es que, si toma partido, ya no será un historiador, sino un propagandista de su causa, eso sí que es de cajón. Hoy, dos mil años más tarde, al historiador que no toma partido claramente por el bando rojo no se le reconoce su calidad de historiador y se le aplica la ley del silencio. Desde hace cuarenta años nos presentan la historia de la última guerra civil (hemos tenido muchas) como si fuese una película infantil de sesión matinal, en la que los malos (los nacionales) nos quieren quitar la libertada a todos, pero menos mal que están ahí los buenos (los rojos), los cuales tienen que matar a los malos para de ellos así librarnos a todos, en tan buena hora, pues no se sabe qué sería de nosotros si no. Así de simplista ha quedado la historia contemporánea según los historiadores del sistema.

En los últimos tiempos han intensificado la historia/propaganda (táchese lo que no proceda) y no han dejado de hablar de las víctimas del franquismo y de la represión franquista, como si las víctimas inocentes de los nacionales, que nadie niega que las hubo, hubiera que cargarlas en el debe de la cuenta del mismísimo Franco. ¿Alguien, por cierto, ha hablado alguna vez del terror azañista, o largocaballerista, o doctornegrinista? No, sino del terror rojo, así está mucho mejor dicho, sin ningún tipo de personificaciones fuera de lugar.

Mucho se ha escrito acerca del número de muertos en esos casi tres años de guerra. Desde un principio se habló de un millón de muertos, por exagerar que no quede. Hoy se admite que el número de muertes en total, caídos en combate, asesinados en retaguardia, y muertos por diversas causas relacionadas con la guerra, vendría a ser de unos cuatrocientos cincuenta mil, menos de la mitad de ese millón tópico.

En cuanto a los asesinatos en retaguardia, la historiografía oficial nos quiere hacer creer que los llevados a cabo en zona roja lo fueron por una especie de travesura infantil, unos milicianos ingenuos e incontrolados, de espaldas al gobierno, por supuesto, los cuales, en su ignorancia, pues bueno, ya se sabe lo que pasa en toda guerra, nada por otra parte y en definitiva digno de tener en cuenta; mientras que los asesinatos de los nacionales lo fueron debido a un plan preconcebido y sistemático, perfectamente calculado y ejecutado. Vamos, que unos mataban sin darse cuenta, sin darle mayor importancia, como quien no quiere, mientras que los otros con premeditación y con toda intención por su parte. Tal como en una película bélica para niños modorros de antaño, a los de ahora ya no se les engaña tan fácilmente.

LEER MÁS:  Georges Comneno. Por César Alcalá

¿Quién mató más y mejor? Vayamos a las cifras, números cantan. Diversos historiadores, verídicos y falsos, han dado muy diferentes cifras, algunas absolutamente increíbles, ridículas, vamos, que no se las creía ni el que las dio, o ése menos que nadie. De todos esos historiadores, a mí el que más crédito me merece, por su rigor e imparcialidad, es Ramón Salas Larrazábal. Ya sabemos, no hace falta que me lo digan, que posteriores seudohistoriadores, como no les gustaron las cifras resultantes, hicieron otros muy distintos estudios, pero ésos no me merecen a mí ningún crédito, no hay más que ver quiénes los firmaron.

Según los exhaustivos y completísimo cálculos de Salas Larrazábal, en Madrid los rojos mataron a 16.449 personas, mientras que más tarde los nacionales hicieron lo propio con 2.488 rojos. La proporción en el conjunto de España fue mucho menor, pues hubo extensos territorios (Navarra, Castilla la Vieja, Galicia), donde los rojos no tuvieron ocasión de actuar, y donde sí se produjeron asesinatos (o ejecuciones) por parte de los nacionales. En otras provincias los nacionales mataron, tras su entrada triunfal, más rojos que nacionales habían éstos antes matado. Por ejemplo, Badajoz, con cifras de 2.964 contra 1.466 respectivamente. Cantabria (mi provincia), con 710 por 530. Lo mismo en otras provincias, como algunas de Andalucía.

En el conjunto de España, y siempre según el mismo historiador, los nacionales mataron en retaguardia a 57.808 personas, mientras que los rojos, en media España, mataron a otras 72.337. Ganan, por tanto, los rojos por amplio margen, 14.529 más, lo que representa, en términos relativos, un 25 por ciento más, que no es poco. Pero es que la relatividad no queda ahí, sino que hay que tener en cuenta que los rojos sólo pudieron asesinar en media España, pues la otra media desde un principio quedó en poder de los nacionales, quienes sí pudieron actuar en toda España, en la mitad de la cual actuaron tras las conquistas sucesivas, y muchas veces contra los criminales rojos caídos en su poder, aunque los más numerosos y conspicuos de entre éstos no se quedaron sin huida salvadora.

Nótese que esa guerra se caracterizó por un continuo avance de los nacionales y un correspondiente retroceso de los rojos, nunca al revés. De manera que entraban los nacionales en una localidad y recibían las denuncias del vecindario, acusando a los rojos que no habían podido a tiempo huir, de haber participado en diferentes crímenes cometidos durante su anterior ocupación. Tal le vino a ocurrir a un tío abuelo del que suscribe, cogido por los nacionales, acusado por sus vecinos, y fusilado. Y ése cuenta, como otros muchos, para dar número a los asesinados por los nacionales, según el historiador que cito. Los rojos, en cambio no mataban a quienes antes habían matado rojos, sino que aquéllos a los que mataron ni siquiera habían tenido ocasión de haber hecho antes absolutamente nada. ¿Es lo mismo matar a un acusado de haber matado antes, que matar a uno que nunca había hecho nada, sino caer en la zona enemiga por azar? Partiendo de la base de que no hay que matar a nadie, ¿es lo mismo matar a un inocente que matar después al que mató a ese mismo inocente?

LEER MÁS:  El extraño caso del “Duende de Zaragoza”. Por Eugenio Fernández Barallobre

Y eso, por no hablar de las torturas, algunas tan salvajes y crueles que no quiero ni ponerme a describir pormenores, las cuales las practicaban los rojos, discípulos aventajados de sus camaradas soviéticos, sobre todo en sus terribles checas de Madrid y de Barcelona. A los nacionales nunca, ni siquiera a nadie a título particular, se les pudo acusar de otro tanto.

Los que tanto hablan de represión y de crímenes franquistas son los que más tienen que callar. Y ésos que tanto tienen que callar, lo que no dicen es que, después de la guerra, todos los fusilados lo fueron por sus delitos de sangre, pues aquél que no los tuviera, el mismísimo Franco lo dejó dicho, no tendría nada que temer. Ni dicen tampoco que Franco conmutó muchas penas de muerte dictadas por tribunales de guerra legalmente entonces constituidos. Muchos fueron, pero muchos, los condenados a muerte que siguieron viviendo porque Franco no quiso firmar el enterado, requisito indispensable para que la sentencia de muerte se ejecutase, sino que se las conmutó por otras de cadena perpetua que luego no lo fueron, sino que al cabo de pocos años salieron los condenados a la calle libres de toda culpa.

¿Habrían hecho lo mismo los rojos en caso de haber ellos ganando la guerra? No se puede juzgar a nadie por lo que se supone que habría hecho y que no hizo por no haber tenido ocasión de hacerlo, pero no será difícil suponer lo que hubieran hecho los rojos con todos los nacionales hipotéticamente cogidos en su poder, cuando todavía hoy sus sucesores manifiestan un odio cartaginés hacia todos aquellos parciales del bando nacional que ya llevan décadas descansando en paz.

Autor

Avatar
REDACCIÓN