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El segundo de los Borbones que reinó en España fue Luis I, hijo mayor de Felipe de Anjou, Felipe V. Luis solo pudo reinar durante siete meses porque murió víctima de la viruela. Su joven y alocada esposa, Luisa Isabel de Orleans, también la contrajo durante los diez días que cuidó de su esposo pero no murió a consecuencia de esa enfermedad. Tras el fallecimiento de Luis I regresó al trono Felipe V. El periodista Julio Merino nos cuenta la historia de Luis I el Breve.

La verdad es que no sé cómo empezar su resumida biografía, porque lo primero que surgió ante mí fueron las Cartas que le escribe a su padre el Rey (Felipe V) cuando con 15 años acaba de contraer matrimonio con la joven Luisa Isabel de Orleans (que sólo tiene 12 años) y se enfrenta a su noche de bodas. Lean, por favor. «Papá  -le escribe el mismo día de su boda, el 22 de enero de 1722- me gustaría saber cómo se hacen los bebés».  A lo que el padre le responde, también por escrito: «Hijo, eso pregúntaselo a tu esposa, ella debe saberlo». «Pues, Padre, ayer por la noche le dije a la Princesa lo que V.M. me dijo y ella me respondió que tampoco sabía lo que había que hacer puesto que no le habían informado. Me puse sobre ella un rato, pero como no salía nada lo dejamos. Quiero que Usted me responda primero cómo tenemos que hacer los dos y también cuánto tiempo tengo que permanecer sobre la Princesa»…¡Ay, pero el hecho es que dos años más tarde murió el joven Rey y la Princesa, ya Reina, no se había quedado embarazada!

Bien, pues ahora repasemos sus biografías, la del Príncipe Luis y la de la Princesa Luisa Isabel, Reyes de España entre el 15 de enero y el 31 de agosto de 1724, o sea, 7 meses y 16 días…y lo que pasó en ese tiempo efímero. 

Luis nació el 21 de agosto de 1707 en el Palacio del Buen Retiro de Madrid, en ese momento su padre tiene 24 años y su madre (María Luisa de Saboya), 19… y desde ese mismo día quedó al cuidado de las Damas de la Reina, dado que el Rey estaba en la Guerra y ella como Reina Regente del Reino tenía que atender los asuntos de Estado, con la ayuda, eso sí, de la Princesa de los Ursinos, la asesora que había puesto a su lado Luis XIV, el Rey «Sol», que era el verdadero «dueño» de las Españas. O sea, que su infancia y su educación no fueron las más idóneas para su formación, a pesar de haber sido nombrado Príncipe de Asturias a los dos años. 

Luis I el rey más efímero, de niño.

Marie-Anne de la Tremouille, princesa de los Ursinos había sido asignada en su representación por el poderoso Rey de Francia como camarera mayor e instructora de la Reina para controlar mejor la marcha de la corona española. Lo que, según sus biógrafos, le dio tanto poder que los Nobles españoles llegaron a llamarla «La Reina francesa».

Así que Luis no vio a su alrededor más que mujeres y líos palaciegos, porque su padre siempre estuvo de guerra y su madre tuvo que actuar hasta tres veces de Regenta… y además murió cuando el heredero sólo tenía 7 años (1714). Lo que vino a agravar su situación, ya que la nueva mujer de su padre, la ambiciosa Isabel de Farnesio, desde el primer momento los miró (sí, porque a esas alturas ya había nacido también su hermano Fernando, el que más tarde sería Rey) con desinterés y poco afecto.

Y así vivió hasta que cumplió los 15 años y su padre (o quizás la malicia de la Farnesio, que ya sólo pensaba en hacer reyes a sus propios hijos) la casó en 1722 con la Princesa Luisa Isabel, la hija del Regente de Francia, una «niña mal criada» que muy pronto escandalizaría a toda la Corte y al propio Luis, como cuentan sus biógrafos: “En 1721, con apenas doce años, contrajo matrimonio por poderes con el Príncipe de Asturias, el futuro rey Luis I de España que contaba con quince años de edad. A pesar de la fría acogida de la familia real española, especialmente por parte de Isabel de Farnesio, la madrastra de su futuro marido, se casó con Luis el 20 de enero de 1722 en Lerma».

Desde su llegada a la Corte de los Borbones españoles, Luisa Isabel fue protagonista de numerosos incidentes, como pasearse sin ropa, eructar, ventosear en público, corretear por los pasillos y trepar a los árboles, síntomas del Trastorno límite de la personalidad (TLP) y de la bulimia que padecía.

Se presentaba ante toda la corte sucia y maloliente, negándose a utilizar ropa interior e intentaba provocar al personal exponiendo sus partes íntimas de un modo sibilino. También se dice que se negaba a tocar la comida en la mesa, pero luego se escondía y engullía de modo compulsivo todo lo que encontraba a mano, fuera o no comestible. Su comportamiento parecía empeorar con el tiempo, ya que de la noche a la mañana se la ve limpiando con pañuelos cristales, baldosas, azulejos y tejidos de toda índole en el palacio. Los súbditos allí presentes ven atónitos cómo la soberana se desnuda, agarra su vestido y se afana en limpiar con él los cristales del salón”.

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Pero, la cosa fue a peor cuando en 1724, de la noche a la mañana, Luis hereda la Corona y es proclamado Rey, con 17 años, y Luisa Isabel se encuentra Reina de España, porque entonces sus extravagancias se tornan en locuras y hasta tiene que ser encerrada por orden del propio marido. «Padre, no veo otro remedio que encerrarla lo más pronto posible, pues su desarreglo va en aumento”.

Luisa Isabel de Orleans.

Ahora, aunque nos aparte un poco de la «locura» que fueron aquellos 7 meses de Reinado, creo que merece la pena leer la carta de Abdicación del padre (Felipe V) y la Aceptación del hijo (Luis I): 

«Habiéndose servido la Majestad Divina por su infinita misericordia, hijo mío muy amado, de hacerme conocer de algunos años a esta parte la nada del mundo, y la vanidad de su grandeza, y darme al mismo tiempo un deseo ardiente de los bienes eternos, que deben sin comparación alguna ser preferidos a todos los de la tierra, los cuales no nos los dio S.M. sino para este único fin, me ha parecido que no podía corresponder mejor a los favores de un padre tan bueno, que me llama para que le sirva, y me ha dado toda mi vida tantas señales de una visible protección, con que me ha libertado así de las enfermedades con que ha sido servido de visitarme, como de las ocurrencias dificultosas  de mi reinado, en el cual me ha protegido, y conservado la corona contra tantas Potencias unidas, que me la pretendían arrancar, sino sacrificándome, poniéndole a sus pies esta misma corona, para pensar únicamente en servirle y llorar mis culpas pasadas, y hacerme menos indigno de comparecer en su presencia, cuando fuere servido de llamarme a su juicio, mucho más formidable para Reyes, que para los demás hombres (…).

Hemos, pues, resuelto los dos algunos años ha de un mismo acuerdo, con el favor de la santísima Virgen María nuestra señora,  poner en ejecución este designio, y ya le pongo por obra tanto más gustoso, porque dejo la corona a su hijo, que quiero con la mayor ternura, digno de llevarla y cuyas prendas me dan esperanzas seguras de que cumplirá con las obligaciones de la dignidad, mucho más terrible de lo que puedo explicar. Sabed, hijo mío muy amado, conocer bien todo el peso de esta dignidad, y pensad en cumplir todo aquello a que os obliga, antes que dejaros deslumbrar del resplandor lisonjero de que os cerca; pensad en que no habéis de ser Rey sino para hacer de lo que Dios sea servido, y que vuestros pueblos sean dichosos; que tenéis sobre vos un Señor que es vuestro Criador y Redentor, que os ha colmado de beneficios, a quien debéis cuanto tenéis, y aun os debéis a vos mismo: aplicad, pues, a mirar por su gloria, y emplead vuestra autoridad en todo lo que puede conducir para promoverla; amparad, y y defended su Iglesia y su santa Religión con todas vuestras fuerzas, y aun a riesgo si fuese necesario de vuestra corona, y de vuestra misma vida, y nada perdonéis de cuanto pueda servir para dilatarla (…) amparad y mantened siempre el Tribunal de la Inquisición, que puede llamarse el baluarte de la fe, y al cual se debe su conservación en toda su pureza en los Estados de España, sin que las herejías, que han afligido  los demás Estados de la cristiandad, y causado en ellos tan horrorosos y deplorables estragos, hayan podido jamás introducirse en ella, respetad siempre a la Reina, y miradla como a madre vuestra (…)

Haced justicia igualmente a todos vuestros vasallos grandes y pequeños, sin excepción de personas. Defended a los pequeños de las violencias y extorsiones que se intentaren contra ellos; remediad las vejaciones de los Indios; aliviad vuestros pueblos cuanto pudiereis, y suplid en esto lo que los tiempos tan embarazados de mi reinado no me han permitido hacer, y quisiera haber ejecutado con toda mi voluntad para corresponder al zelo y afecto que siempre me han tenido, que conservaré siempre impreso en i corazón, y de que os habéis siempre de acordar; y en fin, tened siempre delante de vuestros ojos dos santos Reyes, que son la gloria de España y Francia, San Fernando y San Luis (…).

¡Qué regocijo será este para un padre que os quiere, y os querrá siempre tiernamente, y espera que le mantendréis siempre los sentimientos que en vos hasta aquí ha experimentado!. Yo el Rey”. San Ildefonso, 14 de enero de 1724.

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 Luis I le responde:

“La carta de V.M. padre, Rey, y señor mío muy amado, ha producido en lo más íntimo de mi corazón toda aquella terneza que corresponde a la magnánima deliberación de V.M. Desde luego reconozco que Dios inflama el ánimo de V.M. para despreciar tan heroicamente las grandezas humanas (…).

Pero señor, ¿qué haré yo puesto en el trono, faltándome la viva voz de V.M. para mi ilustración y enseñanza? Ocúpele V.M. todos los años que yo deseo, para que a su vista pueda yo tomar conocimiento práctico de los negocios, y ser útil a Dios, a su Iglesia y a los vasallos (…).

Las piadosas y cristianas advertencias que V.M. me hace, quedan impresas en mi alma. Y para que el olvido no sea capaz de borrarlas de mi memoria, ofrezco a V.M. repasarlas todos los días, para practicarlas con el mayor cuidado y vigilancia.

La Reina, mi señora y madre, será siempre para mi un objeto de veneración y terneza, y en logrando S.M. todas las felicidades que merece, habré yo completado las mías.Esto es cuánto debe representar a V.M. en vista de su Real determinación, este humilde hijo que B.L.R.M. de V.M. Luis, Príncipe de Asturias”

 Luis I, rey de España

Sin embargo,  la vida de Luis no fue la misma desde que asumió la Corona, ya que por unas u otras razones no hacía ni caso a sus deberes como Rey y lo dejó todo en manos de la «madrastra» Isabel de Farnesio mientras él se divertía con sus amigos por los tugurios del Madrid nocturno.

Hasta que se contagió de la viruela, la enfermedad más contagiosa y peligrosa de todo aquel siglo XVIII… tan contagiosa que según los datos que se conservan sólo aquel año murieron en España más de 30.000 personas (y 300 millones en todo el siglo y todo el mundo).

Ante aquella situación de peligro los Reyes Padres trasladaron a todos los demás miembros de la familia Real al Palacio de la Granja, donde ellos vivían desde la abdicación… a todos menos al Rey, que ya sabían que no tenía cura, y a la «loca» Luisa Isabel, que sorprendemente de pronto se volcó sobre su marido sin importarle acabar contagiada, como así  sucedió, aunque menos grave, y se olvidó de sus «locuras» escandalosas.

La viruela fue una enfermedad devastadora en la Europa del siglo XVIII, que se extendía en forma de epidemia matando y desfigurando a millones de personas. Es probable que el siglo XVIII fuera una época especialmente terrible debido a la presencia de la viruela en Europa, ya que la tasa de población creció de manera desmesurada haciendo más fácil la propagación de la enfermedad.

Y desde Europa llegó a América, entre los incas la viruela acabó con el monarca Huayna Capac, provocó la guerra civil previa a la aparición hispana y causó un desastre demográfico en el Tahuantinsuyo, que antes de la llegada de los españoles contaba con 14 millones de habitantes, mientras hacia el siglo XVIII contaba con apenas 1,5 millones. En España, provocó la muerte del rey Luis I durante una de las graves epidemias sucedidas en el siglo XVIII en Europa.

Y Luis I murió sin descendencia el 31 de agosto de 1724, a los 17 años de edad, y dejando a España otra vez sin Rey y con el grave problema de la Sucesión, que a punto estuvo, otra vez, de llevar a los españoles a otra Guerra Civil. Tuvo que regresar su padre Felipe V. Sin embargo, el viacrucis de los Borbones españoles no había hecho más que empezar. Lo de Unamuno. ¡¡ Pobre España!!

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.