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Comencemos por el trágico final. Todo sucedió el 17 de agosto de 1936. El general de división, Don Eduardo López Ochoa, el hombre que acabó con la Revolución de Asturias de 1934, se hallaba en el Hospital Militar «Gómez Ulla» de Madrid recuperándose de una intervención quirúrgica, cuando un grupo de milicianos rojos armados hasta los dientes entraron en la habitación y sin más le dispararon hasta la muerte. Luego, entre dos de aquellos salvajes asesinos, le cortaron la cabeza con una navaja y sangrante la pincharon en la bayoneta del fusil que llevaba otro y así, entre gritos, aplausos y cánticos, salieron a la calle, donde esperaba una verdadera jauría de milicianos y milicianas, y en procesión necrofílica recorrieron todas las calles del barrio de Carabanchel, a imitación de lo que hacían los revolucionarios franceses con las cabezas de los guillotinados en los años del Terror. Naturalmente no quedaron fotos de aquella odisea y el «agit-pro» se encargó de silenciarla o hacer creer que los asesinos fueron un grupo de franquistas enmascarados.
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Y ahora vayamos con los hechos, aunque de entrada alerto que hubo, que hay, varias versiones de cómo y dónde se produjo el terrible asesinato. La primera, y acaso la más lógica, fue que un grupo de milicianos exaltados y salvajes le dispararon a quema ropa en la cama y allí mismo le cortaron la cabeza. Hay otra que dice que los milicianos lo sacaron de la habitación y lo llevaron hasta el patio o plaza central del Hospital y allí lo fusilaron y cortaron la cabeza del ya cadáver… y hay una tercera que dice que no, que no le fusilaron en el interior del Hospital, que el grupo que entró a por él lo sacó hasta la calle y en procesión lo arrastraron por el suelo hasta un montículo cercano y allí lo mataron y lo degollaron. En cualquiera de las versiones todas coinciden en que al general le cortaron la cabeza y colocada ésta sobre una bayoneta o una pica la pasearon por todo el barrio. También coinciden al señalar los gritos que se coreaban: ¡¡ Viva Rusia !!…¡¡Viva el Ejército Rojo !!…¡¡Mueran los traidores!!.
Pero ¿quién era el general López Ochoa?
Eduardo López de Ochoa y Portuondo (Barcelona, 31 de enero de 1877 – Madrid, 17 de agosto de 1936) fue un militar español, general de división del Ejército de Tierra. Era hijo del coronel Eduardo López de Ochoa Lizama y de su esposa, Nicolasa Portuondo. Nació en Barcelona, donde estaba destinado su padre, natural de Vizcaya. En su ciudad natal desarrolló la mayor parte de su carrera militar. Liberal convencido, se ofreció para luchar en la Gran Guerra en favor de los aliados, dando a su hija el nombre de Libertad. Participó en la guerra de Cuba y en las campañas africanas. El año 1918 fue ascendido a general y durante la Dictadura fue un colaborador muy cercano al general Primo de Rivera, apoyando desde Barcelona el Golpe de Estado y haciéndose cargo del gobierno militar de la ciudad. Sin embargo, a partir de 1924 se mostró contrario a la dictadura, debido a su ideología liberal y prorrepublicana, además de por su condición de masón. En 1925 fue encarcelado y posteriormente hubo de exiliarse en Francia. Allí participó en el fracasado intento de golpe de Estado planeado por José Sánchez Guerra (1929), intentando, sin éxito, sublevar la guarnición estacionada en Cataluña. Su libro, De la Dictadura a la República, publicado en 1930, con prólogo del político republicano Eduardo Ortega y Gasset tuvo un gran éxito. Estuvo implicado también en la intentona prorrepublicana de diciembre de 1930. Al instaurarse la Segunda República, se hizo cargo de la capitanía general de Cataluña, siendo sustituido ese mismo año por el general Batet. En 1934 era Inspector General del Ejército y fue nombrado en un tenso consejo de ministros, presidido por el presidente de la República Alcalá-Zamora, responsable de sofocar la insurrección asturiana de octubre de 1934.
El general López Ochoa siendo Capitán General de Cataluña
Bien, y ahora veamos la versión que quedó por escrito y que sacamos a la luz tras muchos años de permanecer oculta. Se trata de la declaración que hizo ante la Autoridad competente el Teniente Coronel Don Daniel Arroyo Ufano, testigo directo y compañero de habitación en el hospital:
«Causa General, legajo 1504, expediente 1, folio 201
(6 de mayo de 1939)
Don JULIÁN PAREDES MARTÍNEZ, Secretario de la Causa General seguida en averiguación de los hechos delictivos graves, cometidos en Madrid y su provincia durante la dominación roja,
CERTIFICO: Que en la misma aparece la declaración prestada por Daniel Arroyo Ufano, vecino de Madrid, Marqués de Monasterio 8, 2º Izq. que dice así:
Que la primavera de 1936 estaba detenido en el Regimiento de Calatravas, 2 de Caballería, de Alcalá de Henares, y a causa de los sucesos desarrollados en Mayo de aquel año, fue condenado a tres años de prisión. Por estar enfermo cumplía la condena en el Hospital Militar de Carabanchel, desde junio del mismo año. Allí convivió en el Pabellón de Presos, con el GENERAL DON EDUARDO LÓPEZ OCHOA (procesado por la sofocación del movimiento revolucionario de octubre de 1934) y con el Comandante de Infantería retirado, y a la vez Consejero Nacional de Falange Española, D. EMILIO ALVARGONZÁLEZ MATALOBOS (estaba procesado por propagandista de la U.M.E.). Con anterioridad al Movimiento Nacional, le dijo el general López Ochoa que, aunque no tenía ideas religiosas, como la Patria estaba en peligro, debían unirse todos para salvarla; que él estaba comprometido para el Alzamiento Nacional en proyecto, que el día que éste se iniciara, iría a buscarle una Unidad de uno de los Regimientos que había en el Campamento de Carabanchel (posteriormente supo que sería el de Artillería de a Caballo y que el día 20 de julio habían tenido ensillado un caballo tordo claro para ir a buscar al General). El Comandante Alvargonzález y el declarante, se ofrecieron resueltamente al General López Ochoa para seguirle. A las tres de la madrugada del lunes 20 de julio, se oyeron tiros de cañón hacia el aeródromo de Cuatro Vientos (supo posteriormente eran del Regimiento de Artillería a Caballo, que unido al Alzamiento Nacional estaba disparando sobre el aeródromo). Ha sabido que aquella misma madrugada, el Regimiento de Artillería ligera de Getafe, unido también al Movimiento, estuvo disparando sobre el aeródromo de Getafe. A las tres y media o cuatro de aquella madrugada, oyó el bombardeo de la Aviación Roja sobre el Campamento de Carabanchel, en donde se habían sumado a la causa Nacional, además del Regimiento de Artillería a Caballo antedicho, el Batallón de Zapadores Nº 7. Hasta las diez de la mañana, estuvo volando y bombardeando constantemente la aviación roja. Ya cerca del mediodía empezó a ser atacado el Campamento de Carabanchel por la artillería roja, que procedente de Vicálvaro iba mandado por sargentos, quienes previamente habían hecho presos a sus Jefes y Oficiales. Hechas dos o tres descargas cesó el fuego y sabe por referencias que las fuerzas de Carabanchel se rindieron y fueron hechas prisioneras. Oyó que aquella misma tarde, pasaban por frente al Hospital paisanos, llevando efectos procedentes del asalto de los Cuarteles. Fue vista una mujer con doce pistolas al cinto. Al mismo tiempo los enfermeros y sanitarios del Hospital empezaron a decir incesantemente que al General López Ochoa le iban a quemar envuelto en una manta empapada de gasolina. A los pocos días el Director del Hospital, Coronel de Sanidad Militar Sr. GONZÁLEZ DELEITO, se presentó en el Pabellón de Presos, acompañado del Comandante de Infantería, Jiménez Arroyo (estaba a las órdenes del enton-
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Milicianos y milicianas en los primeros días de la Guerra
ces Ministro de la Guerra, General Castelló [Luis Castelló Pantoja fue titular de ese ministerio desde el 19 de julio al 6 de agosto de 1936]; fue al primero que vio la estrella de cinco puntas sobre el “mono” que vestía), con dos enfermeros que portaban una camilla en la que iba un Teniente de Inválidos, operado; el Coronel despidió a los enfermeros, dejando la camilla en el pasillo. El Coronel y Comandante dichos, pasaron a la celda del General López Ochoa. Este refirió aquella tarde al declarante lo siguiente: El Coronel González Deleito, manifestó al General que iban a intentar salvarle del propósito de las turbas de quemarle vivo; el Comandante Jiménez, haciéndole un signo masónico, le dijo: “Por orden del Ministro vengo a hacer lo que acaba de decir el Director”. El General contestó: “Confío en la caballerosidad de ustedes”. El General se metió en la camilla y le taparon de pies a cabeza; el Coronel llamó a los Sanitarios ordenándoles llevar aquella al Depósito de Cadáveres. Acompañados del Coronel y del Comandante, llevaron la camilla al Pabellón de Desinfección (que está junto al de cadáveres), dejándola en el suelo. López Ochoa oyó desde la camilla cómo se ponía en marcha el motor de un automóvil, que cree estaba muy cerca de él y situado al otro lado de la tapia, que rodea el Hospital. Al momento oyó un tiro y una voz que dijo: “Pon ese arma en el seguro, que no es la primera vez que se te escapa un tiro”; a los pocos momentos volvieron a conducir la camilla con el General al Pabellón de Presos, dejándola en su Celda. Creía López Ochoa, que aquel tiro fue una señal de alarma para los enfermeros que vigilaban, a fin de impedir sacasen del Hospital aquella camilla, y que por esto el Coronel y el Comandante no se decidieron a efectuarlo. Con frecuencia entraban en el Pabellón de Presos milicianos y milicianos que a todas horas del día y de la noche colmaban de amenazas e insultos al General López Ochoa. Recuerda el declarante de una madrugada en que les despertaron dos milicianos y una miliciana y ésta le dijo al General que le había de cortar los cojones. Los Oficiales de Guardia, que eran del Regimiento de Ferrocarriles, no se atrevían a impedirlo. El 17 de agosto de 1936 [siendo por tanto ya ministro de la Guerra el que lo fue del 6 de agosto al 4 de septiembre de 1936, Juan Hernández Sarabia], como a las dos de la tarde empezó a oírse que en el interior del Hospital, rodeando el Pabellón de Presos, se formaba un tumulto del Populacho, que pedía la cabeza de López Ochoa. Para entonces ya el anteriormente Director del Hospital, Coronel GONZÁLEZ DELEITO, había sido asesinado por el Ateneo Libertario de Mataderos, y ejercía el cargo de Director el Comandante de Sanidad Moreno Barbasán (está preso en Madrid). Este Director bajó al Cuerpo de Guardia y dio orden al Oficial que la mandaba que era el Teniente del 2º Regimiento de Ferrocarriles, Manuel Granados Prieto (oyó decir que posteriormente se pasó al campo Nacional) que entregase a las turbas al General López Ochoa. Vio que acto seguido entraban en el Pabellón de Presos, el presidente del Comité de Funcionarios del Hospital y dijo: “Ochoa venimos por ti”. El General que estaba en pijama y zapatillas, preguntó: “¿Me permitís cambiar de ropa?”, y replicó el Presidente: “No, a donde vas puedes ir así”. López Ochoa, sereno y sonriente, le siguió. En la Puerta de Hierro, el Presidente del Comité llamó a la escolta, y acudieron a la cancela 10 ó 12 milicianos armados, que, cogidos de la mano, formaron un corro, metieron en él al General López Ochoa y al Presidente, y se los llevaron. Desde la ventana, vieron cómo se los llevaban, entre los gritos de una multitud de varios centenares, que vociferaba: “¡Viva Rusia!” “¡Viva el Ejército Rojo!” “¡Mueran los traidores!” Perdió de vista aquella multitud y no había pasado un cuarto de hora cuando oyó tres descargas y numerosos disparos sueltos. Aquella misma tarde supo por un sanitario del Hospital que en cuanto sacaron al General del recinto del Hospital, le pusieron contra la tapia, dispuestos a fusilarle, y como López Ochoa dijese: “Aquí vais a meter los tiros en
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el Hospital y a matar a alguno del mismo”, el Presidente del Comité dispuso que lo llevaran a un altozano, distante como unos 300 metros y contra él lo mataron, con las descargas que el declarante había oído. El mismo sanitario le refirió que una vez que la chusma se alejó un miliciano se llegó al cadáver y lo decapitó, y clavando la cabeza en la punta de un machete, la trajo a los Barrios Bajos, hasta que al llegar a la Plaza Mayor, un Guardia de Asalto se la quitó, llevándola al Ministerio de la Gobernación [El ministro, desde el 19 de julio al 4 de septiembre, era el militar de caballería Sebastián Pozas Perea]. A principio de septiembre de 1936 supo el Comandante EMILIO ALVAR GONZÁLEZ que en Madrid habían recogido los libros de acta de Falange, en que aparecían sus firmas. Convencido por ello de que lo asesinarían, hizo testimonio [¿testamento?] y comentó con el declarante que cuando fueran a buscarle estaba decidido a no salir, pues prefería que le matasen allí mismo y luchando. El 9 de aquel septiembre, mientras comían, se presentaron para llevárselo dos individuos del Radio Comunista Nº 9 lo que no lograron, por oponerse el Oficial del barrio que lo era el Alférez del 2º Regimiento de Ferrocarriles, Casimiro González Calatrava (oyó decir que posteriormente se pasó al campo Nacional). A las 17 de aquella tarde, el Capitán de la Escala de Reserva cuyo nombre ignora, que estaba de jefe de servicio aquel día, estuvo hablando media hora con el Comandante Alvargonzález y le convenció que debía acceder al traslado pretendido por aquellos comunistas y presentarse a la Justicia popular que era muy sana y seguidamente aquellos dos comunistas le condujeron al Sanatorio de Francisco Rojas, en el Paseo de Luchana. Sabe que allí permaneció cuatro días, pasados los cuales desapareció.
Foto montaje del General y su cadáver descuartizado (Julio M.Gavilán)
El declarante siguió en el Hospital de Carabanchel hasta que el cuatro de noviembre de 1936 fue trasladado a la Cárcel Modelo, y de ésta el 17 del mismo noviembre a la Prisión de Porlier, donde estuvo hasta el 9 de julio de 1937 que le condujeron al Hospital Prisión.
Mientras permaneció en la Prisión Porlier, hicieron varias sacas de presos para asesinarlos. Al declarante le eligió una vez para ir a la muerte en una de aquellas expediciones, el Oficial de prisiones apellidado Menéndez.
Las sacas de presos en Porlier, las dirigía un individuo llamado Lázaro (era vendedor de caramelos; está preso en Valencia), que era Presidente del “Comité de Responsables”. Había uno de estos “Responsables” para cada galería de la prisión.
El declarante manifiesta que una columna roja, en la que iban Guardias de Asalto, hizo prisioneros a los Jefes y Oficiales del Regimiento de Artillería de Guarnición de Vicálvaro, explicándose con esto que fueran sargentos los que mandaran las baterías que dispararon sobre el Campamento de Carabanchel.
Ratifícase, previa lectura, y firma S.S. Doy fe.
Y para que conste y cumpliendo lo ordenado expido el presente testimonio escrito en unos pliegos de papel de oficio Nºs. 7,165,943 y L. 9,641,435, que firmo, sello y rubrico en Madrid 25 de Mayo de 1939.
EL SECRETARIO
(Rúbrica y escrito a mano el número: 2.299)”.
También son dignas de recordar las palabras que dijeron Dª
Elena Ochoa, la biznieta del general; María Teresa León, la compañera de Rafael Alberti y el miliciano Sandro Morales, el salvaje que paseó la cabeza clavada en la bayoneta.
Elena Ochoa y su marido el arquitecto Norman Foster
Cuando a Elena Foster se le pregunta por aquel calificativo de «verdugo», reacciona con pasión. «¿Acaso no fueron asesinos y verdugos aquéllos que cortaron la cabeza de mi bisabuelo en el hospital de Carabanchel, y pasearon su cabeza clavada a un palo por las calles de Madrid, haciendo mofa y escupiéndole? ¿No son verdugos y asesinos aquellos que, no contentos con cortarle la cabeza, escupir sobre sus restos, insultar y mofarse de su cabeza pinchada en un palo, vejan su tumba en varias ocasiones?» (Elena Fernández Ferreiro López de Ochoa (Ourense, 1958) vive en Londres, es esposa desde 1996 del prestigioso arquitecto Norman Foster, profesora de Psicopatología en la Universidad Complutense (1980-1999), miembro del jurado del Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y alcanzó la fama gracias al programa televisivo de principios de los 90 Hablemos de sexo. Sobre la inclinación a los acuerdos de su bisabuelo con los sublevados en Asturias, Ochoa recuerda que «en Cataluña y en otros lugares negoció con los anarquistas el respeto a los edificios de carácter religioso cualesquiera que fueran, pese a ser un hombre convencidamente ateo». Elena Foster agrega que el general era un hombre «intrínsecamente liberal en sus convicciones políticas, ajeno a cualquier actitud dictatorial, como se puede observar en sus memorias y libros, así como en testimonios de la época y obras de historia»). Es un hecho probado que Ochoa pacta con el líder minero Belarmino Tomás, el 18 de octubre, la rendición de los revolucionarios a cambio de la entrada del Ejército en las cuencas sin las tropas regulares -de moros- en vanguardia. Tras su intervención asturiana, a Ochoa «le ascienden a teniente general honorífico y se realiza un juicio contradictorio -con diversas valoraciones sobre su labor- que acaba en la concesión de la Gran Cruz Laureada de San Fernando a título individual, y se la entrega Alcalá Zamora el 14 de abril de 1935 en la plaza de la Armería del Palacio Real».
María Teresa León, la compañera de Alberti y militante comunista:
«López Ochoa, aventurero sin escrúpulos, su crueldad era conocida, responsable de la caza de fugitivos, violación de las mujeres, machacamientos de los niños…repulsiva figura. ¿Enfermo en Carabanchel?¿quizás por miedo a que las masas le ajusticien?»
(Inexplicables palabras. Al parecer las publicó en la revista «Ayuda», órgano del Socorro Rojo Internacional, pero yo no he podido comprobarlas, porque los ejemplares desaparecieron al terminar la guerra. ¿Estaba la comunista incitando a las masas a hacer lo que hicieron?).
Sandro Morales: «Yo clavé la cabeza del general en mi bayoneta y sobre mi fusil»… ¿y quién era Sandro Morales?. Por un paisano suyo, cuyo nombre quiere mantener en secreto, hemos podido averiguar que fue un jornalero nacido en Seseña (Toledo) que luchó en las filas del V Regimiento de Lister cuando la batalla del Jarama y que acabó siendo un fanático asesino. Según el hombre, con el que tuve varias conversaciones mientras fui Director del «Nuevo Diario de Seseña», que también participó en esa batalla, el tal Sandro Morales se vanagloriaba de haber sido él el que le había cortado la cabeza al general López Ochoa y la había clavado en su bayoneta.. «como me gustaría –decía– cortársela al cabrón ese de Franco». Luego, desapareció y nunca volvió por el pueblo. Según supe después de la guerra -sigue hablando el de Seseña– al final se suicidó pegándose un tiro en el Puerto de Alicante.
Milicianos pidiendo la cabeza del General Cabanellas
Pasada la Guerra se supo que en el asesinato del general tuvo mucho que ver Largo Caballero, ya que jamás perdonó al Gobierno de entonces el fracaso revolucionario en Asturias y tomó como objetivo o blanco de su venganza al general López Ochoa. También se supo que los intentos de salvar al general fracasaron por la intervención indirecta de la Dirección General de Seguridad, José Alonso Mallol, socialista radical. Por cierto que en todos esos intentos de salvar al general intervino activamente el coronel del hospital Coronel González Deleito (en uno de esos intentos se vendó completamente al general como si fuese un cadáver y siendo trasladado al depósito como tal se descubrió el intento y ello le costó la vida al coronel González Deleito que fue fusilado de inmediato.)
Elena Ochoa
El clima que había aquellos días en el hospital militar era de absoluta anarquía. Ya desde el mismo día 18 de julio se crearon dos Comités de Milicias, uno militar y otro civil para la gestión del mismo. El militar, dirigido de una forma oficial por el cabo Manuel Muñoz del Molino, aunque de una forma indirecta lo dirigía el comandante Moreno Barbazán (que sería nombrado director del centro tras el fusilamiento del Coronel Deleit) el civil estaba compuesto por un conjunto de empleados civiles: pintores, cocineros, mecánicos, etc. Ambos Comités junto al Comité del pueblo de Carabanchel Alto, compuesto por militantes de la CNT fueron los que invadieron el hospital en los últimos días del mes de julio y los que detuvieron y asesinaron al General López Ochoa.
… Y tanta libertad de prensa había en la República que del asesinato y las salvajadas de la cabeza paseada por el barrio no se publicó nada, salvo una pequeña nota en el Diario ABC que decía: “Por noticias particulares se supo anoche que el general López Ochoa falleció en el hospital militar de Carabanchel, allí recluido a causa de una antigua dolencia”
Milicianas CNT-FAI
Señores, lo dicho, yo no quito ni pongo rey nunca, pero ayudo a mi Señor…y mi señor será siempre, siempre, la verdad y la Historia (o la intrahistoria).
Julio MERINO
Periodista y Miembro de la Real Academia de Córdoba
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