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“Es bien doloroso confesar que la guerra iba de mal a peor para la República. Los bombardeos de Barcelona eran incesantes de día y de noche. La ofensiva del Ebro había fracasado, a pesar de los esfuerzos de los milicianos, y aunque los partes oficiales querían disimular el peligro todos sabíamos que los nacionales se dirigían rápidamente a Barcelona”
“Todo lo del S.E.R.E. (Servicio de evacuación de Refugiados Españoles) y la J.A.R.E (Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles) fue un verdadero “robo” y solo con leer las cartas que se cruzaron entre Prieto y Negrín da asco por su cinismo y por el desprecio para la consideración de los demás. No se podía concebir cuál era más despreciable de los dos”
En este encierro desesperanzado por el virus podemita me he encontrado con las «Cartas a un amigo» de Francisco Largo Caballero (que, en mi criterio, escribió, ya desde el exilio, en 1946, pensando en alguien como Pedro Sánchez, su heredero como Secretario General del PSOE), que fueron publicadas como «Mis Recuerdos», y que son el relato más fidedigno de la «traición» que cometieron Juan Negrín, Álvarez del Vayo y otros socialistas contra Pablo Iglesias, el fundador del Partido.
¡Dios, y dicen que la Historia no se repite!
Les aseguro que leyendo estas Cartas que he seleccionado para «El Correo de España», de entre las muchas que escribió el llamado «Lenin español» antes de descubrir lo que de verdad era, es, el Comunismo, un español de hoy no puede sino echarse a temblar. Porque lo que está haciendo Don Pedro Sánchez no es ni más ni menos que lo que hizo Don Juan Negrín durante y después de la Guerra… y sobrecogedora su acusación más directa: para este hombre sólo cuenta él, de ahí su o Negrín o Franco…porque para él no existe España, ni el PSOE, ni nadie, sólo él.
Pero, pasen y lean… y así sabrán mejor lo que se nos viene encima.
AGONÍA DE LA REPÚBLICA
Querido amigo: No podía dudarse que Negrín y las Ejecutivas del Partido y de la Unión que tenía a su servicio, querían demostrar a los extranjeros que llegaban a España que existía una perfecta unidad entre nosotros, como si todos fuésemos de acuerdo, y como si todos fuésemos iguales; para ello aprovechaban cualquier ocasión que se presentase.
El exministro francés Vincent Auriol, socialista, acompañado de su señora, fueron a Barcelona; me visitaron en mi domicilio y hablamos sobre las discrepancias que nos separaban del señor Negrín y de los otros; Auriol manifestó que era necesaria la unión. ¡Me aconsejaba la unión un afiliado a un partido que era la escuela de las disidencias! ¡Paradojas de la vida! Le contesté que nadie me aventajaba en esos deseos, pero que me parecía imposible que pudiéramos marchar del brazo como amigos los verdugos y las víctimas.
Negrín ofreció al matrimonio una comida y me invitó a ella, invitación que yo no acepté. Era necesario tener un enorme tupé para hacerme la invitación, y sería preciso carecer de dignidad y vergüenza para aceptarla. El objeto no era otro que aparecer como que eran los intérpretes de todos los sentimientos y criterios, aparentando que no pasaba nada y que todo marchaba a las mil maravillas. Eso era lo importante. La ética para Negrín es un artículo de lujo de aplicación desusada.
Naturalmente que mi negativa nada tenía que ver con Auriol y su señora, a los cuales conocía y estimaba, sino con Negrín y los demás ministros que asistieron. Tengo la creencia de que este incidente ha sido motivo para que en la emigración se haya tenido conmigo la frialdad y desconsideración que he comprobado en muchos hechos.
La flamante Ejecutiva de la Unión General obsequió con un banquete a varios delegados extranjeros y me remitieron carta de invitación, a la que no contesté. ¿Se habían creído que con comidas y banquetes iba a olvidar lo que hacían conmigo? ¿Con qué humor podría yo estar en esas cuchipandas? A esto que yo llamo dignidad, ellos lo calificaban de orgullo y soberbia.
Se aproximaba la fecha del aniversario de la fundación del Partido Socialista Obrero Español y se presentaron en mi casa Manuel Cordero y otros cuatro o cinco correligionarios. Habían organizado un mitin de conmemoración, en el que hablarían Prieto, Negrín y alguno más: presidiría Lamoneda y querían que hablase yo también para demostrar la unidad del Partido. Contesté extrañándome de la invitación, teniendo en cuenta que el Gobierno no me había permitido dar la serie de conferencias ni salir de Valencia, cuando de manera ignominiosa me había arrojado de todos los cargos; cuando se hacía contra mí una campaña en la prensa del Partido totalmente indigna (el día anterior se había publicado en «El Diluvio», amparado por el Gobierno, un artículo difamándome). Les manifesté que no podía hablar en ese mitin, porque al hacer la historia del Partido habría de condenar las monstruosidades que el Gobierno cometía y me vería obligado a denunciar a su Presidente como autor de la disidencia y sostenedor del Partido Comunista. Además, antes de que yo hablase tenían que rectificar todas las enormidades y mentiras dichas contra mí, para no aparecer ante el pueblo, ellos y yo, como hombres sin dignidad ni vergüenza.
En vista de mi negativa y de las razones alegadas manifestaron que el no ir unidos al mitin ocasionaría perjuicios al Partido. ¿Habrá frescura? Hicieron varios intentos para comprometer a veteranos del Partido, pero sin resultado. El mitin no se celebró, y lo sustituyó una conferencia explicada por Prieto sobre las relaciones futuras hispanoamericanas.
París. Enero de 1946. Le abraza. Francisco Largo Caballero.
LA REPÚBLICA ERA YA UN ENTIERRO
Querido amigo: Es bien doloroso confesar que la guerra iba de mal en peor para la República. Los bombardeos de Barcelona eran incesantes de día y de noche. La ofensiva del Ebro había fracasado, a pesar de los esfuerzos de los milicianos, y aunque los partes oficiales querían disimular el peligro todos sabíamos que los falangistas se dirigían rápidamente a Barcelona. García Oliver, Vázquez, Federica Monseny y otros miembros de la Confederación Nacional del Trabajo fueron a mi casa a decirme que el Gobierno estaba deshecho, que todo marchaba manga por hombro, que no tenía autoridad y que era necesario reforzarlo con personas de solvencia política. Con tal motivo, me invitaron a cooperar en obra tan necesaria —según ellos— para no perder la guerra.
Les manifesté que venían a invitarme a un entierro, y que, sintiéndolo mucho, no podía asistir a él. Añadí que no había remedio; la guerra estaba perdida, que lo sabían ellos como yo, y que no me podía prestar, después de todo lo ocurrido, a compartir con Negrín y compañía la responsabilidad de la catástrofe que se avecinaba.
En efecto, a los pocos días las Ejecutivas del Partido y la Unión abandonaron Barcelona sin aviso alguno, dejando que cada cuál evacuara como pudiese. Yo salí con mis hijas para Bañólas, y allí nos reunimos las familias Araquistain, De Francisco, Menendez y Llopis, que pudieron salir de Barcelona gracias al auxilio que les prestó el Jefe de Sanidad Militar, compañero Arín.
Bañólas estaba amenazado de bombardeos porque había allí un pequeño destacamento y campo de aviación, y en efecto hubo de evacuar rápidamente porque empezaron a llover bombas. Siempre gracias a los vehículos de Arín salieron las familias para Castelló de Ampudia, cerca de Figueras, quedándonos De Francisco, Hernández Zancajo y yo para ir por la noche.
Al salir de Bañólas los tres, un grupo de milicianos nos pidió la documentación y presentamos los carnets de diputados —pues los tres lo éramos— a lo que nos dijeron que no servían porque ya no había diputados y que debíamos presentar la autorización especial del Comandante de la plaza. Nos llevaron al hotel donde estaba instalado dicho Comandante, el Comisario de Guerra y otros individuos, todos de aviación. Se quedaron en el auto los dos amigos diputados que me acompañaban, y yo subí para que nos dieran el salvoconducto. Me encontré en un Centro de comunistas, desde el Comandante hasta el último soldado. Se negaban a darme las autorizaciones de salida, alegando que ya no existían diputados, que todos éramos iguales, etc. Tuve con ellos una verdadera disputa muy violenta y desagradable. Les amenacé con marcharnos sin salvoconducto, y si tenían valor que disparasen contra nosotros. La discusión se puso tan al rojo vivo que el Comandante me advirtió a gritos que estaba hablando con el Jefe de la Plaza. Entonces yo, también sin sordina, le repliqué que él estaba discutiendo con un Expresidente del Gobierno, Exministro de la Guerra y Diputado de la Nación. Contra mi costumbre me vi obligado a hacer valer esos títulos, ante la insolvencia con que se manifestaban.
El Comandante amainó después de varias consultas por teléfono y me dio la autorización de salida, no sólo para circular por la zona de su jurisdicción sino para toda España, como si él hubiera tenido las atribuciones del Presidente del Consejo de Ministros. No lejos de allí debía andar Negrín, pues posteriormente me informaron de que había preguntado por nosotros y si se nos ofrecía algo.
Cuando bajé del cuartelillo o lo que fuera y conté a De Francisco y Hernández Zancajo lo sucedido, se alegraron de no haberme acompañado porque acaso se hubieran enredado las cosas.
A media noche llegamos a Castelló de Ampurias, donde nos esperaban las familias.
Aquello parecía un campamento; hombres, mujeres, niños, equipajes…; cada individuo colocándose donde podía para comer los escasos víveres de que disponía la familia del doctor Arín. Apenas llegamos nos dijeron que había que marcharse en seguida porque un destacamento de Marina había abandonado su puesto y aquella noche se iba a verificar un desembarco en la pequeña playa de Rosas. Yo puse el grito en el cielo porque estaba agotado físicamente, y encarándome con Araquistain dije que yo no salía de allí; me hizo ver que si bien yo podía hacer lo que me pareciera, allí había mujeres y niños que no debían ser expuestos a ciertos peligros. Comprendí que tenía razón, y a pesar del cansancio salimos en caravana para la frontera francesa. Llegamos a Cerbére y gracias a que Araquistain y yo poseíamos pasaportes diplomáticos, en razón de nuestros frecuentes viajes al extranjero, pasamos la frontera con nuestras familias. Entretanto, De Francisco marchó a pie por el monte hasta la estación del ferrocarril, en donde estaban de servicio dos policías afiliados al Partido, a fin de averiguar si podrían pasar al amparo del carnet de Diputado; los dos policías que tenían más miedo que compañerismo le volvieron la espalda, y este amigo tuvo que regresar de nuevo a pie a donde las familias estaban agotadas de cansancio y debilidad. No sé quien le proporcionó unos huevos cocidos y al empezar a tomar alimento sufrió un pequeño desmayo; esto sirvió para que el doctor Arín reclamase que viniera del pueblo un coche y, al amparo de este pequeño incidente, pasaran la frontera todos los demás cuando ya los aviones de los facciosos bombardeaban la carretera congestionada de vehículos llenos de gente. La presencia de un guardacostas francés alejó a los aviones.
Nos reunimos, pues, cinco familias en el restaurante de la estación, sin medios económicos para atender a las necesidades más precisas. Por gestiones realizadas por Araquistain se nos facilitaron algunos fondos y así pudimos atenderlas.
Habíamos salido de nuestra patria. ¿Por cuánto tiempo? Algunos pensaban que por poco. Yo no era tan optimista. Se sabe cuando se sale, pero se ignora siempre cuando se ha de volver.
¡Qué amargo iba a ser el pan de la emigración para algunos de nosotros!
París. Enero de 1946. Le abraza, Francisco Largo Caballero.
TODO LO DEL “S.E.R.E.” (Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles) Y LA “J.A.R.E” (Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles)
Querido amigo: Las correrías que Negrín había hecho por el extranjero, es seguro que no las hizo, como decimos vulgarmente, a humo de pajas. Es de suponer que se ocupó de prepa-rar el tinglado para actuar una vez terminada la guerra civil, colocando fondos en varios sitios y a nombre de diferentes personas. El oro depositado en Rusia había de servirle para la maniobra, quedando allá como depósito de garantía, ya que en Francia e Inglaterra se convertiría en francos y libras papel. La súbita retirada de mi firma, sin mi aquiescencia ni intervención, para la extracción de fondos con que sufragar los gastos de compras de material de guerra, tuvo como finalidad indudable la de quedar con las manos libres para realizar sus combinaciones financieras. A los rusos, que me habían desahuciado, no les podía asaltar ningún escrúpulo al prescindir de mi autorización; Negrín era su instrumento y bastaba.
Naturalmente que eso no se puede hacer honradamente sin la autorización y conformidad del depositario, pero tengo mis motivos para suponer que éste no sería ajeno a esa idea.
Con esos medios económicos constituyó Negrín el S.E.R.E.
Creyó que volveríamos pronto a España, y procuró sostener una clientela que le sirviese de apoyo después de la repatriación.
La historia del S.E.R.E. no cabe en el espacio de unas cartas; sería necesario escribir un libro de muchas páginas para recoger las miserias morales que allí se incubaron y salieron a la vida.
El folleto conteniendo las cartas de Negrín y Prieto produjo una impresión de asco a todas las personas decentes, que no concebían tanto cinismo y desprecio para la consideración de los demás. No se podía concebir cuál era más despreciable de los dos.
Todavía había de publicarse otro folleto, que hizo buena pareja con el de las cartas.
Prieto hizo tomar taquigráficamente el discurso que pronunció ante el Comité Nacional del Partido, dando cuenta del porqué salió del Ministerio de la Defensa Nacional, en cuyo discurso culpaba a los comunistas de su salida, en complicidad con Negrín.
Claro es que se cumplía el refrán de que: el que a hierro mata, a hierro muere. Los que le ayudaron en la intriga del mes de mayo del 37 le derribaron a él por los mismos procedimientos.
Unos amigos de Prieto —se decía que Amador Fernández y Belarmino Tomás— editaron dicho discurso en folleto, al que pusieron de prólogo otro discurso que pronunció en un mitin electoral de Cuenca. Ni uno ni otro discurso creemos que hayan servido para aumentar la gloria de su autor, y el efecto producido en la opinión acredita lo desdichado de ambos. Prieto se apresuró a publicar otra edición con otro prólogo hecho por él, en el que arremetía furiosamente contra los comunistas y con el S.E.R.E. insinuando que éste era auxiliar de la policía francesa.
Todas estas cosas realizadas por unos locos de atar, producían en la emigración, tanto de las poblaciones como de los campos de concentración, el consiguiente desaliento y la pérdida de la esperanza de nuestra repatriación, porque todo llegaba a conocimiento de la prensa española, que se aprovechaba de esas miserias para su propaganda. También eran conocidas por hombres políticos de otros países; lo que ha contribuido, y no poco, a que nos hayan tomado por una banda de aventureros. Todo esto contribuía a enrarecer el ambiente internacional contra los rojos españoles.
París. Enero de 1946. Le abraza. Francisco Largo Caballero.
LO DEL “VITA” FUE DE VERDADERA VERGÜENZA
Querido amigo: Dado el plan de lucha en que se habían colocado Prieto y Negrín, parecía extraño que no surgiera otro organismo frente al S.E.R.E. Posiblemente lo impedia la carencia de dinero, pero la casualidad hizo que esa dificultad desapareciera .
Negrín, y su titulado Ministro de Hacienda, señor Méndez Aspe, encomendaron a Enrique Puente una misión importante para México. Este individuo, Enrique Puente, había sido panadero; fue presidente de la Juventud Socialista de Madrid jefe de un grupo denominado «La Motorizada», organización particular armada al servicio de Prieto para atemorizar a los tímidos en la querella que sostenía con elementos del Partido y de la Unión; durante la guerra civil fue Comandante de Carabineros. La misión que se le encomendó fue la de llevar a México un importante número de bultos conteniendo objetos de valor. Para el transporte adquirieron un barco —el «Vita»— y contrataron un equipo con su capitán correspondiente.
La historia de lo ocurrido en este barco y su cargamento ha llegado a mí por diversos conductos, y tal como me la contaron la cuento sin poner ni quitar nada. Que respondan los autores de su autenticidad.
Los bultos que el barco transportaba deberían ser entregados en Veracruz a un médico, amigo de Negrín —doctor Puche—, que residía en Washington y que debía trasladarse a México para hacerse cargo de todo.
El barco llegó al puerto de Veracruz, pero el médico no estaba porque se había retrasado. La gente acudió al puerto para ver el barco, que nadie sabía a qué iba ni de quién era; pero empezó a circular la especie de que transportaba el tesoro español y hasta los periodistas acudieron para informar del acontecimiento. El rumor despertó codicias, o alguien se enteró de la verdad del caso, y quisieron sacar sabrosa tajada a cambio de no denunciar la verdadera carga del barco.
El Capitán bajó a tierra y durante su ausencia, la Aduana verificó su visita, pero no dio con lo que en el barco se ocultaba.
La situación de Puente y la de los que le acompañaban se hacía por momentos más comprometida, y para salir del atolladero se pusieron en comunicación con Prieto, al que dieron cuenta cabal de lo que se trataba y le ofrecieron la entrega del barco con lo que contenía. Prieto, haciéndose cargo del caso, celebró entrevistas con las autoridades para que facilitasen la admisión de lo que dicen han de ser medios de sostenimiento de los españoles refugiados y de movilización de riqueza para México, tanto en la industria como en la agricultura. Obtenidas las facilidades deseadas, se trasladó a tierra, a lugar seguro, lo que se empezó a llamar tesoro del «Vita». Por su parte. Prieto informó a la Diputación Permanente de las Cortes, que se había visto sorprendido con un ofrecimiento que no esperaba; que no podía aceptarlo a título personal y que lo ponía a su disposición, sugiriendo que se nombrase una Comisión que se hiciera cargo de todo y lo administrara. La Diputación Permanente lo aceptó y a la cabeza de la Comisión administradora, quedó Prieto. La expresada Comisión fue bautizada con el nombre de Junta de Auxilio a Refugiados Españoles (J.A.R.E.).
Negrín se enteró, y poniendo el grito en el cielo por la infidelidad de las personas a quienes había confiado el traslado del tesoro, dirigió a Prieto un telegrama desautorizándolo para hacerse cargo de lo que el «Vita» había transportado; diciendo que él, Negrín, era el Jefe del Gobierno y el único autorizado para hacerse cargo de todo. Prieto, por lo visto, no hizo ningún caso del telegrama. Realmente, tampoco conocía la importancia de lo transportado. Entonces decidió trasladarse a París para informar directamente a la Comisión Parlamentaria y se embarcó en el «Normandie», dando la casualidad de que en el mismo barco tomó también pasaje el señor Negrín; éste viajaba en primera clase y Prieto en segunda.
Llegados a París, ambos prepararon sus baterías para la lucha. Prieto movilizó a sus amigos: Amador, Belarmino y otros. Pidieron a la Minoría Parlamentaria Socialista que se reuniera, pero Lamoneda, Secretario de la misma desde la célebre reunión de Valencia, en la que se nos despojó de esa dirección, se inclinó del lado de Negrín y no quiso convocar. Amador y demás amigos suyos telegrafiaron a los diputados y organizaron la reunión.
Yo vivía en París, lugar donde había de celebrarse la reunión, pero no me convocaron. En cambio convocaron pagándoles los gastos de viaje a los que residían en provincias.
Como la Directiva no compareció, celebraron la reunión sin su presencia. Tampoco permitieron entrar a algunos diputados amigos míos. El objeto era ayudar a Prieto desautorizando a Negrín y declarando la inexistencia del Gobierno, diciendo que la única representación de la España republicana era la Diputación Permanente de las Cortes. Así lo acordó la Minoría parlamentaria, y además nombró otra Directiva y otra representación en la Permanente.
Amador Fernández me envió copia de los acuerdos pidiéndome que diera mi conformidad. Contesté que como no había sido convocado no pude estar presente, y, por lo tanto, no suscribía los documentos recibidos.
La Diputación Permanente se reunió bajo la Presidencia del señor Fernández Clérigo, y, después de tratar otros asuntos del Orden del día acordó que quedara constituida la Junta de Auxilio a Refugiados Españoles.
Conocido por Negrín el acuerdo, hizo convocar de nuevo a la Permanente, ocupando un sitio al lado de la Presidencia. Se desarrolló una discusión un tanto pintoresca en la que Lamoneda excomulgó a Prieto y a De Francisco por haber votado en contra de Negrín, y a su vez De Francisco excomulgó a Lamoneda con el mismo derecho, y por último se acordó la inexistencia del Gobierno Negrín. Éste se levantó colérico y declaró que no acataba los acuerdos, porque aquélla era una reunión facciosa.
Negrín hizo oídos de mercader a los acuerdos y siguió ostentando la jefatura de un Gobierno fantasma.
Este hacer y deshacer creó un laberinto en muchas cabezas. Si no hubiera sido por el egoísmo de conservar una representación que ya no tenía razón de ser, el problema hubiera sido fácil de resolver. No había República, ni Presidente, ni Parlamento, pues no podía existir Gobierno ni Diputación Permanente de cosas desaparecidas. Todo lo demás no era más que una comedia para distraer al público emigrado. ¡Qué no hubiera habido dinero por medio y todo se hubiera disuelto como el humo!
La Permanente, pues, constituyó la JA.R.E. ¡Ya teníamos la segunda edición del S.E.R.E.!
Con el dinero que había en la Embajada de España en Washington para comprar aviones en el Canadá se atendió a los primeros gastos del flamante organismo prietista. El tesoro que le birlaron a Negrín sirvió para sembrar el disgusto y la discordia entre toda la emigración, muy particularmente en la de México, por causa del favoritismo y la desastrosa administración, de la que aún no se ha dado cuenta minuciosa ni creo que se dará.
El dinero que debía servir para atender muchas necesidades de los emigrados, si hubiera sido escrupulosa y desinteresadamente administrado, y para preparar una posible repatriación, se ha gastado en ahondar más las diferencias entre los compatriotas, en crear un cisma, que será el más sólido pilar sobre el que se sostendrá el régimen falangista del usurpador Franco.
Por suerte he estado siempre alejado de los dos bandos. Mi conciencia no está manchada con nada del S.E.R.E. ni de la JA.R.E.
París. Enero de 1946. Le abraza. Francisco Largo Caballero.
Autor
-
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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