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Como “ratón de biblioteca” que he sido, y sigo siendo, me complace reproducir un resumen de algunas páginas de la “Crónica Sebastianense” y otras de la biografía “Pelayo, Rey”, de Pablo Vega y otras de la novela “Pelayo, el astur”.
Así comenzó la Odisea de Don Pelayo.
Sí, todo sucedió un día del año 717 y la chispa que lo encendió todo fue el desmán que cometieron unos cobradores árabes ante la negativa de la pequeña aldea de Valdeonilla del Cares a pagar las tasas por los corderos que habían escondido ese año. Sin previo aviso, sin piedad, fueron violando a las mujeres (viejas, mayores, jóvenes o niñas) y tras esa barbarie incendiaron la aldea. Lo que provocó una reacción salvaje de todos los hombres, no sólo de la aldea incendiada, sino de toda la comarca de Cabrales y Coín, que, sin dudarlo, acabaron degollando a todos los representantes del Walí y arrojando sus restos a los lobos.
Naturalmente cuando el sanguinario Munuza se enteró de lo que les había pasado a sus cobradores (y sin valorar lo que ellos habían hecho) montó en cólera y desplegó toda su fuerza guerrera por los valles de los Picos Blancos con órdenes tajantes de entrar a sangre y fuego por todas las aldeas y los pueblos que encontrasen a su paso y pasar a cuchillo a todos los hombres… y además subió todos los impuestos. «¡Si quieren guerra la tendrán!» dicen que dijo lleno de odio y furioso al recibir la noticia de las Montañas.
Hildecario, ha llegado la hora -le dije al milenario-, los ánimos de estos astures están al
Es verdad, Pelayo. ¿Qué hacemos?
Hay que reunir a los más posibles y organizarlos.
¿Dónde? Puede ser peligroso. El wali es una serpiente venenosa y tiene la fuerza de su lado.
En el Monte Auseva. Lo he pensado mucho y creo que es el sitio más idóneo. Está al lado de La Cueva de la Señora y es un lugar seguro para defenderse.
Pues, tú dirás cómo y cuando lo hacemos. Eso sí, tú tienes que permanecer escondido, porque si esa fiera se entera que tú has escapado de la prisión de Córdoba y que estás promoviendo la rebelión es capaz de incendiar toda la Asturica.
Eso ya no me preocupa, pero tienes razón, amigo mío. Bien, pues cógete a Orosio y a todos los fieles que puedas reunir y vais casa por casa, aldea por al- dea, convocando a los que estén dispuestos a dejar de pagar los impuestos. Sólo eso. No les habléis de las guerras pasadas, ni de los Reyes, ni siquiera de la derrota del Guadalete… eso vendrá en su momento. Ahora lo de los impuestos y los castigos y lo de sus mujeres… Yo los conozco bien y sé por lo que estarán dispuestos a luchar. En cuanto al cuando creo que será lo mejor convocarlos para la festividad de «La Santina». Ya sabes lo que la «Santina» significa para los astures.
Y al Auseva fueron llegando miles de astures, hombres, mujeres y familias enteras, desde casi todos los rincones del Condado y a pesar del peligroso tema que los convocaba llegaban con cánticos y alegrías. Astutamente y, para confundir al walí el motivo oficial por el que se les reunía era para celebrar la festividad de la Santa Virgen María, la “Santina”… y para oficiar la Misa de acción de gracias y los sacramentos se habían ofrecido el Abad de Santo Toribio de Liebana y los Priores de los otros monasterios de Asturica.
Hacia un día clásico del otoño montañés y los “Picos Blancos” refulgían como queriendo participar de lo que unía a los presentes… y a las diez en punto el abad fray Bartolomé inició la Santa Misa entre el silencio y la devoción de aquellos cristianos que estaban ya dispuestos a defender su honor y sus vidas. Aunque de vez en cuando sonaban voces estentóreas gritando: “¡Mueran los invasores! ¡Fuera los infieles!” y muchos más “¡Viva la Santina” ¡Viva Asturias!” lo que demostraba que por debajo del espíritu religioso estaba renaciendo el verdadero espíritu hispano- visigodo. Pero, tampoco dejaron de oírse gritos a favor del Conde Pelayo y por ello cuando el abad y los priores dieron por terminado el santo oficio y bendijeron a los presentes y se corrió la voz de que allí es- taba el que ya era para todos Don Pelayo se produjo un gran griterío entre aplausos… y más cuando el Conde Espatario subió con Gaudiosa, su esposa, y sus hijos a la gran piedra que ocupa el centro del Auseva y tomó la palabra:
As-tu-res… síiiiiiii… ha llegado la hora de luchar… ha llegado la hora de demostrarles a los infieles quiénes somos… que sepan que los astures somos un pueblo con orgullo y con dignidad… Síiiiii… ha llegado la hora de poner freno a sus robos y a sus humillaciones… ha llegado la hora de defender a nuestras mujeres y nuestros hijos con la vida si es necesario… ¡Abajo los tiranos!… ¡Fuera infieles!…¡Se acabaron los impuestos abusivos!… ¡Astures! ha llegado la hora de defender nuestra tierra…¡y así lo quiere la Santisima Virgen, nuestra “Santina”!…¿O vamos a permitir que también a ella la violen en sus harenes?
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!!!!!!!!!!
Y un grito desgarrador conmovió aquellas montañas ancianas y silenció mis palabras y no pude continuar. Fue el momento que el joven Orosio se acercó hasta mi y pudo decirme que mi hermana Egiberta ya estaba libre y a buen recaudo en el Palacio de Cosgaya.
Y fue allí cuando el anciano Duque de Pravia, acompañado de otros mayores, y de los Duques y Condes que ha- bían sobrevivido en el Guadalete, subieron hasta la peña que yo estaba y tras abrazarme levantó todo lo que pudo mi brazo derecho y con voz profunda gritó:
¡¡¡Astures!!! Para defendernos y luchar contra los infieles necesitamos un Jefe… un Caudillo… un Príncipe… y yo pienso que ese Jefe, ese Caudillo, ese Príncipe no puede ser otro que el Conde Pelayo, el hijo de nuestro recordado Conde Favila y Primer Conde Espatario del Rey Don Rodrigo. Porque así seguro que también lo quiere nuestra SANTINA… los que estéis conmigo y a favor gritad bien fuerte:
¡¡VIVA PELAYO!! ¡¡VIVA EL PRÍNCIPE Y CAUDILLO DE HISPANIA!!
Y aquella enfervorizada muchedumbre comenzó a gritar mi nombre de una manera increíble… y yo no pude dejar de acordarme de mi padre, de mi tío y de la «Lex Visigothorum» por la que los verdaderos godos eligen a sus Reyes.
A partir de aquel día, claro está, comenzó la guerra y mi vida cambió.
Y así se llegó a Covadonga, a la batalla decisiva, el comienzo de la Reconquista.
Aunque, en verdad ahí, tras la victoria, comenzaron los problemas de organización que iban a ser tan necesarios para poner en marcha el ejército que se necesitaría.
La primera decisión que Pelayo tomó como “Princeps” de Asturias y Caudillo de los astures-cántabros fue la de convocar el “Aula Regia”, el Senado de los reyes visigodos, que no se celebraba desde aquel que se reunió en Toledo el año 710 para elegir Rey a Rodrigo, el heredero del Du- que Teodofredo… y ya desde el primer momento que lo pensó se le plantearon algunos problemas: ¿A quién convocar? ¿Dónde celebrar la reunión? y ¿Qué temas debía tratar con los Nobles del Nuevo Reino?
¿Y ahora qué, mi querido Hildecario?… Hemos vencido a los infieles y somos libres… ¿Qué hacemos? ¿Qué podemos hacer o qué tenemos que hacer?
Señor, mi padre nos decía, a mí y a mis siete herma- nos: «Muchachos, si no tenéis nada que hacer, trabajad; si no sabéis qué hacer o qué tenéis que hacer, trabajad»… Pues, eso me digo yo.
Sí, amigo mío, eso está bien, pero creo que antes de ponerse a trabajar hay que pensar, porque se pierde el tiempo si no se sabe dónde se va. Verás, por mi mente están pasando muchas cosas, la primera olvidarme del mundo, encerrarme en mi casa con mis hijos y dedicarme a la caza y la pesca, que es lo que me apetece… bueno, y cuidar los campos para que produzcan más. Pero, luego, pienso que con la victoria de Covadonga no se ha ganado la guerra y que los árabes siguen estando ahí y siguen siendo los amos de nuestra Hispania, y eso me remuerde y me preocupa. Me remuerde porque mientras estén en Hispania nuestro honor estará esclavo y me preocupa por- que el día menos pensado los podemos tener otra vez aquí y con más fuerza.
Pues tienes razón, Pelayo. ¿Y qué has decidido?
Creo que lo primero que hay que hacer es reunir el “Aula Regia”, que como sabes era como el “Senado” que asesoraba al Rey durante los reinados visigodos. Lo que sucede, querido Hildecario, es que tras la invasión y el desastre de Guadalete saltaron todas las instituciones y ahora, en realidad tendremos que empezar de nuevo. ¿Quiénes deben participar en la nueva “Aula Regia”?, “¿si antes la formaban los Duques y los Condes y los obispos de la iglesia y ahora la mayoría de los Duques y los Condes o desaparecieron o están bajo el control de los árabes y obispos no quedan en Asturias?”. Tampoco sé en qué ciudad debemos situar la capitalidad del reino ni qué tipo de tributos debemos implantar para sostener las fuerzas necesarias para la defensa de nuestro territorio…
Es verdad, Pelayo son muchas cosas las que nos esperan. Yo creo que lo primero que deberíamos hacer es convocar el “Aula Regia” e invitar a que asistan todos los Duques y Condes que han permanecido y si no hay obispos a los priores de los monasterios y conventos.
Está bien, así lo haremos. Pero, hay una cosa que ronda mi cabeza. Tenemos que buscar aliados. Creo que tenemos que buscar la unión con Cantabria y Gallaecia.
Bueno, y así fueron aquellos primeros meses tras la victoria de Covadonga y con tal entusiasmo y eficacia actuó aquel primer grupo que se puso a disposición de Pelayo que antes de un año Cangas de Onís era ya la capital del nuevo reino de Asturias, que Orosio había montado una red de cobradores de los tributos acordados y que Hildecario ya estaba trabajando sobre un gran proyecto de construcción de atalayas que se repartirían por los distintos puertos de entrada a las tierras de Asturias.
Y algo más importante, Pelayo había conseguido con- vencer al joven Alfonso de Cantabria, que muerto su padre ya había alcanzado el título de Duque, de unirse para formar el Reino astur-cántabro, y él fue el encargado de ir convenciendo a los Condes y Duques de la Gallaecia.
Por fin el “Aula Regia” pudo celebrarse en la primavera del año 23 y por deseo expreso de Pelayo la reunión tuvo lugar en la mismísima “Cueva de la Santina”, el lugar don- de se había fraguado la gran victoria contra los infieles… y allí, vestidos con traje de gala y celebrándolo como un día de fiesta asistieron en lugar destacado el “Princeps” y caudillo Don Pelayo y a su lado el Duque de Cantabria, el Du- que de Pravia, el Duque de Liébana y el milenario Hildecario. Pero, según la tradición y las leyes visigodas al “Aula Regia” asistían, unos por derecho propio y otros por de- seos del rey, todos los Duques, los Condes, los Nobles y una numerosa representación del pueblo. También por derecho propio estaban los representantes de la iglesia. En este caso los Abades de San Vicente, San Salvador, Santa María de la Oliva, Santa María de Baldéalos, San Juan de Arena, Santo Torino de Liébana, San Salvador de Priesca, Santa María de Villamayor, San Pedro de Villa Nueva, Santa María de Narzana y Santa María de Bardones .
Y como invitados especiales llegados desde la Gallaecia estaban el Duque y el Obispo de Lugo, los Condes de Villalba, Mondoñedo, Castroverde, Fonsagrada, Ferreira, Otigueira, de Montenegro y de Andrade.
La reunión comenzó con unas palabras del Duque de Pravia, Don Pedro de Balbín, por ser el más veterano y de mayor edad de los reunidos y en tono solemne dijo: “Queridos compatriotas y amigos, estamos aquí reunidos por deseo expreso del “Princeps” y Caudillo Don Pelayo de Asturias y en nombre de él abro la sesión de esta “Aula Regia” primera que se celebra después de la muerte de nuestro querido rey Don Rodrigo. Naturalmente saludo en su nombre y en el nuestro a nuestros amigos de la Gallaecia aquí presentes, que han tenido el honor de acudir a nuestra cita. El motivo de esta reunión nos lo dirá ahora Don Pelayo, pero antes yo les propongo a los componentes de este “Aula Regia” que cumplamos con una de las exigencias de la “Lex Visigothorum”: Ungir por voluntad de todos a Don Pelayo como “Princeps” de Asturias, pues ya sabéis que el pueblo le eligió el año 18 en el monte Auseva por aclamación. Si no recuerdo mal en aquella ocasión fui yo el encargado de expresar el deseo de la mayoría pidiendo que Pelayo fuese elegido, porque todos considerábamos que era el hombre que, dada la difícil situación que iba a vivir el reino de Asturias con la invasión de los árabes, mejor podía ponerse al frente y defendernos a todos.
Hoy, aquella elección permite que el “Aula Regia” entregue la corona de “Princeps” al Caudillo que consiguió la gran victoria de Covadonga y devolvió la libertad al pueblo astur y cántabro.
Por tanto, ruego a los presentes manifiesten su deseo con un sí o un no rotundo…
Y no había terminado de decir estas palabras cuando la estrecha “Cueva de la Santina” retumbó con un ¡¡¡¡¡SÍ!!!!! que seguro llegaría hasta los infieles de Toledo.
Y tras el “sí” rotundo, el anciano Don Pedro de Balbín, Duque de Pravia, sacó de sus alforjas una corona copia de la famosa que utilizaban los reyes visigodos desde Chindasvinto, e intentó colocarla sobre sus sienes. Pero, entonces sucedió algo curioso. Pelayo, el ya “Princeps” de Asturias, con humildad y hasta con cariño cogió la corona en sus manos, la besó y se la devolvió al Duque y tomó la palabra:
“Astures, cántabros y gallegos aquí presentes. Re- conozco, y pienso que vuestras bondades y vuestros apoyos sólo son los deseos de nuestra “SANTINA”, la virgen que combatió con nosotros y por nosotros en esta misma cueva y en estos montes que nos rodean aquel 28 de mayo del 722, día de la Gran Victoria.
Honorable Duque de Pravia, mi admirado Don Pedro de Balbín, perdonadme que no haya aceptado la corona de mis antepasados Chindasvinto, Leovigildo y Recaredo pero siempre he considerado que ser Rey es lo más serio que se puede ser en este mundo y yo no me considero con tantos honores.
Es para mí un honor saber que depositáis en mí vuestra confianza. Antes de la gran batalla yo sabía que los astures eran gentes valientes, honestas y amantes de su tierra, pero por si alguien lo dudase aquel día quedaría bien enterado de lo que son los pueblos del norte, los astures, los cántabros y los gallegos. Por eso hemos sido los primeros y los únicos que hemos sabido detener al infiel y evitar que también esta histórica tierra cayese humillada a los pies de esos fanáticos del Islam.
¡Y yo sé lo que son esos infieles!… porque como es- clavo me tuvieron en sus prisiones dos largos años y sé cómo tratan a los cristianos y cómo quieren imponer con su “Guerra Santa” su religión, una religión que frente a la religión del amor, la bondad y la justicia de Nuestro Cristo Jesús, es la religión de la espada.
Pero no podemos olvidar que el gran peligro árabe no ha desaparecido y que, en realidad, lo tenemos a las puertas, pues si ellos quieren imponernos su religión, nosotros, que somos descendientes de aquellos cristianos que se enfrentaban a los leones en Roma, nosotros defenderemos nuestra religión y nuestra patria. Nuestra Asturias, nuestras tierras, nuestras mujeres y nuestros hijos se lo merecen todo… y os prometo que yo seré el primero en entregar la mía si preciso fuere en defensa de lo que es nuestro y nadie nos puede arrebatar.
Así que tenemos que organizarnos, y organizar quiere decir que hay que poner en marcha otra vez un gobierno, una administración y unas autoridades loca- les, y esa será la misión de los fieles que me están ayudando desde Covadonga.
Y termino con unas palabras de recuerdo para los que se dejaron la vida y murieron en Covadonga y en el Auseva por defender nuestra Asturias.
¡Y JURO ANTE VOSOTROS Y ANTE DIOS QUE MIEN- TRAS QUEDE UN ÁRABE EN NUESTRA HISPANIA YO NO PODRÉ DORMIR!…¡¡¡VIVA ASTURIAS!!! ¡¡¡VIVA HISPA- NIA!!!”.
Y en el trascurso del “Aula Regia” quedó designado el “Concilium Regis”, que estaría integrado por el Comes Cubiculii, el Comes Scanciarum, el Comes Notariorum, el Comes Patrimonii, el Comes Thesaurorum, el Comes Stabulii y el Comes Spatariorum.
En cuanto a la tesorería quedó formada por un “Conde de tesoreros” “(Comes Thesaurorum”), que tenía como objeto la custodia y control del tesoro, de la hacienda y de los impuestos y a sus órdenes estaban los argentarii, aunque los funcionarios el “Comes Patrimonio” y el “Comes Thesauriis” eran los máximos responsables de la hacienda del Rey.
Los principales recursos de la Hacienda hispano-goda procedían de la renta de los dominios de la corona y del producto de multas, regalías o derechos exclusivos del Rey, confiscaciones, botín de guerra, contribuciones extraordinarias y de las contribuciones ordinarias. Impuestos directos eran el “tributumsoli” y el “capitatio humana”, y los terrenos de cultivo de la tierra. O sea, que había impuesto territorial e impuesto personal. También se cobraba el tránsito de mercancías por las aduanas y su venta en los mercados.
En realidad, era la continuidad de los últimos reinados visigodos. Aunque, en este caso, y por decisión personal de Pelayo los recaudadores tenían la orden de ser benévolos a la hora de cobrar los impuestos.
Y así se inició la Reconquista.
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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