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Pedro Sainz Rodríguez fue uno de los personajes más importantes que rodearon la figura de D. Juan de Borbón. Estuvo con él en Estoril y fue uno de los artífices de que el príncipe Juan Carlos fuera proclamado sucesor. A pesar de respetar y reconocer que D. Juan de Borbón era el heredero de Alfonso XIII, las circunstancias y la evolución política y mundial, le hizo ver la imposibilidad de que este fuera nombrado un día sucesor. Por eso, ante la necesidad de restablecer la monarquía en España, prefirió dar apoyo al hijo de su amigo y descartar a este.

Nació en Madrid en 1897. A parte de político fue escritor, filólogo, bibliógrafo y editor. Estudió en los Institutos de San Isidro y del Cardenal Cisneros de Madrid. Cursó Letras y Derecho en la Universidad de Oviedo y en los años veinte ganó sus oposiciones a cátedra en esa Universidad, asombrando a todos con su erudición. Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Central, con premio extraordinario. Catedrático de Lengua y Literatura españolas de la Universidad de Oviedo, donde trabó amistad con Francisco Franco; también entabló amistad con el conde de Romanones. Con respecto a Franco escribió la siguiente anécdota:

La psicología de Franco: su frialdad; su emoción. Yo he visto a Franco saltársele las lágrimas ante unos informes que nos mandaban de lo que pasaba en Madrid, en las checas. Por los horrores y martirios cometidos en algunos sitios se conmovía. Y no obstante, ese mismo Franco…

Un día llegué al Estado Mayor de Salamanca. El Caudillo estaba desayunando, tomando chocolate con picatostes. Tenía un montón de expedientes encima de la mesa y dos sillas al lado: una a la derecha y otra a la izquierda. Examinados aquellos expedientes, coloca unos en una de las sillas, otros en la otra y seguía mojando en su chocolate. Me tuvo esperando un buen rato, porque quería despachar aquello. Cuando acabó mi visita, a la salida, me acerqué a uno de los secretarios:

– Oiga usted -le dije-, ¿qué demonios eran esos expedientes que estaba despachando el general?

– Pues verá usted: son penas de muerte.

Es decir, que los que ponía en la silla de la derecha, eran que sí, que se cumpliera la pena de muerte, y los de la izquierda, para estudiarlos más adelante. El hombre que se emocionaba por un relato ajeno a él, tenía una frialdad ante la responsabilidad de poner fin a la vida humana, que a mí no me cabe en la cabeza. Yo, cuando he tenido que sancionar a un funcionario por cualquier motivo, me he pasado la noche preocupado, pensando en el perjuicio que podía causarle.

A los veintiún años ganó la cátedra de Bibliología de la Universidad de Madrid. Fue bibliotecario del Ateneo de Madrid y diputado monárquico en las Cortes Constituyentes, y en 1933 fue diputado por Acción Española. Impulsó la creación del Bloque Nacional – un efímero intento de aglutinar las distintas facciones de derecha- y colaboró activamente en el alzamiento militar de 1936, por lo que en el primer gobierno de Franco gestionó la cartera de Instrucción Pública. Esta pasó a denominarse de Educación Nacional. Auspició la conocida como Edición Nacional de las Obras completas de Marcelino Menéndez Pelayo, de quien fue un gran estudioso. En 1939 presentó un Proyecto de Ley de Reforma Universitaria que se publicó en el Boletín Oficial del Estado de 27 de abril de 1939. Sainz Rodríguez creó la Biblioteca de Clásicos Olvidados, fundó la Orden de Alfonso X el Sabio y la Dirección General de Archivos y Bibliotecas. Desarrolló un Plan de Bachillerato con el que impulsó la reforma educativa.

A pesar de la amistad que le unía a Franco desde su juventud, Sainz Rodríguez discrepó pronto de su política, dimitió del cargo y en 1941 fijó su residencia en Estoril, como consejero de D. Juan de Borbón. Como consecuencia de su negativa a aprobar la ley sobre la masonería y el comunismo Pedro Sainz Rodríguez quedó sentenciado como ministro de Franco. El problema era como echarlo. La solución a la cuestión nos la da José Luis Melero, en Leer para contarlo. Memorias de un bibliófilo aragonés, al escribir queFranco quería desprenderse de Sainz Rodríguez a causa de una intervención de doña Carmen Polo. Ésta, al trasladarse un día de Burgos a Vitoria, vio aparcado el automóvil del ministro ante una casa en la carretera y le dijo a su marido que deberían ir a comer un día allí pues si iba don Pedro -que era un reconocido gourmet- señal que se comía bien. Franco quiso saber de qué restaurante se trataba y resultó que era un burdel. Aquello al parecer le costó el puesto. A Franco lo que más le irritó fue comprobar que Sainz Rodríguez utilizaba el coche de ministro para acudir allí a sus citas. No iba a ir andando, diría don Pedro cuando se enteró”.

A través del ministro de Gobernación, Valentín Galarza, supo que existía una orden de confinamiento contra él a las Islas Canarias. El motivo fue una cena, en casa de José María de Areilza, con Eugenio Vegas Latapié, el general Rafael García-Valiño y Sainz Rodríguez. Durante la cena abogaron por la necesidad de restaurar lo más pronto posible la monarquía. El general García-Valiño le comentó la conversación a Franco y este ordenó su confinamiento. No hizo caso a la orden y decidió trasladarse a Portugal. Allí visitó a Nicolás Franco, que era embajador español en ese país. Al cabo de unos días le contó “Como tú comprenderás es ingenuo eso de pensar que, además de deportarle a uno caprichosamente y sin ninguna justificación, tenga que ser uno mismo el que se transporte y vaya al confinamiento obedeciendo como un cordero. A mí, si algún día me confinan, tendrán que llevarme a hombros, en una camilla u otro medio cualquiera, porque no prestaré la más mínima colaboración al cumplimiento de una orden arbitraria”. Su exilio portugués se inició el 24 de junio de 1942 y finalizó en julio de 1969, cuando regresó definitivamente a España.

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Pedro Sainz Rodríguez le mandó un memorando a Franco, por intermedio de un jesuita, donde le aclaraba que nunca había sido masón. Franco respondió: “Me doy por enterado”. ¿Qué le hizo suponer a Franco que Sainz Rodríguez era masón? Según Sainz Rodríguez Franco se dejaba influenciar por Marcelino Ulibarri, el cual se dedicaba a recoger documentación masónica, denunciar, perseguir y procesar a masones. Ulibarri pensaba que todo lo malo que sucedía en el mundo era por culpa de la masonería. Parece ser que Franco asimiló esta idea. 

Como hemos dicho anteriormente, Sainz Rodríguez llegó a Portugal el 24 de junio de 1942. D. Juan de Borbón no llegaría a Estoril hasta 1946. ¿Qué tipo de relación mantuvieron? Estuvieron frecuentemente en contacto por carta o telefónicamente. Sainz Rodríguez se convirtió en una persona indispensable. Le consultaba las decisiones políticas que iba a tomar. Estuviera de acuerdo o no, las aceptaba. D. Juan de Borbón, por ejemplo, le envió telegráficamente, el manifiesto de Lausana para que le diera su opinión. La contestación de Sainz Rodríguez fue escueta: “Conforme. Pedro”.

Resulta ser que Hermann Wilhelm Göring, lugarteniente de Hitler y comandante supremo de la Luftwaffe, invitó, estando D. Juan de Borbón en Suiza, a éste a una cacería privada para hablar de política y conocerlo. Tanto Sainz Rodríguez como el pretendiente llegaron a la conclusión que aquello sería contrario para sus planes, pues los nazis ofrecerían todo tipo de información -real y tergiversada- respecto a la cacería. No tardó muchos días, después de la negativa, en recibir Sainz Rodríguez la visita de un grupo de alemanes que deseaban parlamentar con él. Sabían perfectamente que este era una persona clave para entablar algún tipo de relación con el futuro rey de España. Sainz Rodríguez comenta que “en un chalet que estaba situado detrás del edificio del golf de Estoril -que más tarde había de ser arrendado por el Conde de Barcelona y que hoy se llama ‘Villa Giralda’- almorcé con un grupo de alemanes, de los cuales yo conocía a uno agregado a la Embajada de Madrid, que se llamaba Gardeman y que era, según se decía, uno de los jefes del partido nazi en España. Venían con él dos funcionarios de la Embajada o la Legación alemana en Lisboa y otros dos personajes que se presentaron como representantes de Goering y del ministro de Negocios Extranjeros alemán, Ribbentrop.

Hablamos de la marcha de la guerra, del futuro político de la Península, de la situación en España en aquel momento… Creo que por este tiempo fue cuando cesó Serrano Suñer en su colaboración política con Franco, pero no hablamos para nada de Serrano. Únicamente me empezaron a insinuar la conveniencia de que la futura monarquía española se entendiese con Alemania y, por fin, clara y categóricamente, pasaron a proponerme que si don Juan de Borbón llegaba a un acuerdo con ellos, Alemania estaba dispuesta a acelerar las cosas imponiendo la restauración inmediata de don Juan de Borbón como Rey de España.

Comuniqué todo esto a don Juan y, claro, no me había equivocado. Desde el primer momento veía con enorme repugnancia la hipótesis de que en su restauración interviniese una potencia extranjera”.

Afirma Sainz Rodríguez que él siempre estuvo en contra de romper el entendimiento con Franco. Su posicionamiento era la moderación, que se fijara la posición política de D. Juan de Borbón, y que el tiempo haría el resto porque “esta ha sido mi conducta siempre al lado de don Juan de Borbón: aconsejarle moderación, mantener todos los caminos abiertos para llegar a una posible restauración monárquica”.

Sobre D. Juan Carlos recuerda que “Don Juanito, de niño, era un muchacho encantador, físicamente de un belleza tal que resultaba difícil pasear o ir con él a cualquier sitio sin que llamase la atención; personalmente, un chico lleno de generosidad y de cortesía innata […] Una vez en el jardín de Villa Giralda presencié cómo una nurse suiza que tenían en aquella época, al ver acercarse a un pobre que pedía limosna, entregó a don Juanito una monedita de 2,50 escudos para que se la diese. A don Juanito le parecía poco.

– No, no -insistía la nurse-. Eso está muy bien. Basta para una limosna.

– Sí, está bien para todo el mundo -dijo don Juanito-, pero yo creo que debo dar más.

A mí me encantó este concepto de la jerarquía social que, instintivamente, interpretaba el niño como una mayor obligación de generosidad.

Don juanito ha tenido un fondo de melancolía que se ve constantemente en sus ojos y no sé a qué atribuir”.

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Al margen de sus visitas fugaces a Hendaya y a Bordiguera, el único viaje que realizó en casi cuarenta años Franco al extranjero fue a Portugal. Fue un viaje en el cual ni D. Juan de Borbón ni Franco se entrevistaron. Estando ambos allí lo más fácil hubiera sido preparar un encuentro. ¿Por qué no se llevó a cabo? Sainz Rodríguez explica que “la Embajada y alguien del séquito de Franco planearon un encuentro entre don Juan y Franco en el palacio de Queluz, donde estaba alojado Franco, proponiendo que don Juan se presentase allí a las nueve de la mañana. Es curioso que las mismas personas de índole palatina que intervinieron en la preparación del primer encuentro entre Franco y el Rey, en esta ocasión se opusieran tenazmente a la entrevista. Ésta es otra de esas cosas que la vida nos enseña: cómo cada uno es fundamentalmente presa de los prejuicios sociales, culturales, de su formación y de su clase. Dado que el hecho de ir don Juan allí donde residía Franco a visitarle entrañaba un problema de protocolo, algo que hería la sensibilidad palatina de estas personas, en este caso aconsejaban a don Juan que no fuese, postergando el aspecto político de la decisión.

El claro criterio de don Juan resolvió el problema enviando a Franco una nota en la que le decía: “Si la entrevista con V. E. ha de ser para que acordemos algún asunto concreto o discutamos los muchos problemas que podríamos examinar, con mucho gusto la celebraré yendo a visitarle en el lugar que quiera y a la hora que le parezca bien. Pero si no es más que una visita espectacular para que conste que nos hemos visto, creo que no merece la pena y debemos dejarlo para otra ocasión más oportuna”.

Como Franco no estaba dispuesto -nunca lo estuvo- a discutir claramente las cuestiones que don Juan le podía plantear, no se celebró la entrevista.

Después me di cuenta de que la tal entrevista era un especie de encerrona que el Caudillo le había tendido a don Juan, porque a él le había citado a las nueve y a las nueve y media se había convocado a la colonia española de Lisboa, para ser recibida en Queluz. Lo que Franco pretendía era que todos los españoles residentes en Lisboa viesen a don Juan salir de su visita con el Caudillo. 

Cuento esto porque en realidad no es un acontecimiento político, y chocaría que, al aludir a los visitantes que fueron a Lisboa, no mencionase el paso de Franco por allí”.

Sobre su exilio portugués comenta que “mi estancia en Lisboa no fue ciertamente un destierro de esos que producen una pena enorme por considerarme fuera de la Patria; en eso he sido siempre un poco escéptico. Yo más bien sentía aquella fórmula de los clásicos: Ubi bene ibi patriam: donde me encuentre bien, allí está mi Patria. Y efectivamente, durante toda mi emigración en Portugal no me sentí expatriado, primero porque la sociedad portuguesa es tan parecida a la española, que más bien me parecía vivir en una zona de España donde se hablase otra lengua local, por ejemplo, en Cataluña. En Portugal realicé una gran actividad científica”.

No regresó a España hasta 1969 para ocupar una cátedra en la Universidad de Comillas. Como había quedado por publicar el epistolario en la Edición Nacional de las obras de Menéndez Pelayo, emprendió más de cuarenta años después, restaurada la monarquía, y en su calidad de Patrono-Director de la Fundación Universitaria Española, la definitiva edición integral del epistolario, que fue encargada a Manuel Revuelta Sañudo, director de la Biblioteca de Menéndez Pelayo. Entre 1982 y 1990 se publicaron los 22 volúmenes que completan el Epistolario, y en 1991 apareció el volumen 23 con los índices, entre ellos de correspondencia y temático; se trata de 15.299 cartas a y de Menéndez Pelayo. Sainz Rodríguez fue miembro de la Real Academia de la Lengua y de la de Historia y acumuló una biblioteca personal de más de veinte mil volúmenes. Falleció en Madrid en 1986.

Autor

César Alcalá