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Nina y Ana fueron dos pobres niñas que escribieron sobre el mundo hostil que les tocó vivir. Pero mientras que Ana Frank no precisa presentación y lo sabemos todo excepto que “su“ diario fue “inflado” por su padre Otto Frank … y sobre todo por el escritor judío Meyer Levin quien interpuso una demanda contra aquel, al no pagarle este sus honorarios de escritor, o que tampoco falleció gaseada sino víctima del tifus un mes antes de lo que se dijo.

Nina Lugovskaia por el contrario ofrece la visión real, cabal, desengañada de una adolescente, entre los trece y los dieciocho años, en la Unión Soviética de los años treinta entre octubre de 1932 y el 2 de enero de 1937, fecha de su última anotación, al ser detenida junto con su madre y sus dos hermanas y condenada a cinco años de trabajos forzados en el Gulag, y confiscados por el NKVD (la policía secreta precursora del KGB), los cuadernos de esta precoz adolescente que revelan un inusitado y lúcido análisis –nunca suficientemente valorado – de aquellos tiempos de apoteosis del régimen estalinista.

Tal vez por haber sido educada en el seno de una familia culta, perteneciente a los llamados intelectuales de primera generación, tal vez porque había sufrido en carne propia (mientras escribía su padre cumplía condena como activista del Partido Socialista Revolucionario) tal vez por ser testigo de la persecución a la que fueron sometidos quienes se mostraban contrarios a los bolcheviques, o por todo ello, Nina jamás claudicó. 

Y es que a diferencia de muchos otros intelectuales rusos complacientes con el régimen, y que luego serían perseguidos por el propio Stalin, la joven Nina nunca se vio seducida ni por el dictador ni por el régimen comunista que lideraba.

En los diarios de Nina, como en los de Ana Frank, se revela la experiencia cotidiana de la adolescencia en todas sus facetas, desde la preocupación por su aspecto físico y las transformaciones que experimentaba su cuerpo hasta las reflexiones sobre el hambre, ese doloroso vacío físico con el que acabará por acostumbrarse a convivir. Pero si en ellos hay algo que llama especialmente la atención, a diferencia del de de la niña judía, algo que mantiene su vigencia y que se erige como valor a salvaguardar más allá del episódico desmoronamiento moral de Nina (sometida a torturas físicas y presiones psicológicas, que la obligarían a firmar una acta condenatoria inculpándose de crímenes inverosímiles), es su férrea voluntad por preservar los valores de su mundo, de su yo personal, frente a la psicología comunitaria auspiciada por el régimen soviético.

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Para hacerse una idea del peso de sus argumentos basta detenerse en los subrayados efectuados en su diario por los agentes del NKVD, y constatar hasta qué punto los comentarios de una adolescente eran considerados una «amenaza» y un peligro letal para el tipo de sociedad que querían construir los bolcheviques.

Sin duda, su padre —un idealista socialista que acabaría por convertirse en un nacionalista conservador, condenado al exilio tanto por el gobierno zarista como por las autoridades soviéticas— algo tuvo que ver con las actitudes de la joven Nina, como las que la llevaron a defender la libertad frente a la dictadura y al individuo frente a la termitera. Pero también hay que tener en cuenta su formación y su selecto instinto literario centrado en aquellos autores clásicos (desde Lermontov a Tolstoi, pasando por Gogol) que no sucumbieron a las experimentaciones vanguardistas del momento.

Aunque escribía para para ser leída, para despertar a su pueblo Nina Lugovskaia nunca pudo imaginar que sus cuadernos serían requisados y férreamente custodiados en los archivos del NKVD y, mucho menos, que años más tarde, serían «descubiertos» por Irina Osipova, quien los transcribió, editó y dio a conocer.

El diario de Nina Lugovskaya es, al contrario del “constructo” de Ana Frank, un vivo, fiel y agudo análisis de la realidad soviética hasta el punto de que llegó a preocupar seriamente, como hemos dicho, a los poderosos bolcheviques. No sólo eso sino que quien se adentre hoy, casi un siglo después, en su lectura encontrará muchas claves – y este es el mayor legado de este libro- para entender la “sovietización” larvada a que estamos siendo sometidos, nosotros, ciudadanos del siglo XXI, actualmente.

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Que el Diario de Ana Frank, que es fundamentalmente un panfleto prosionista, esté siendo impuesto como libro de obligada lectura para adoctrinar en el mundialismo progresista a nuestros niños mientras que una obra genial como es el “Diario de Nina Lugovskaya” tan rico de contenidos históricos y tan profético como revelador para nosotros, víctimas de la Dictadura globalista, sea prácticamente desconocido, dice mucho de la gravedad del momento más crítico de la Edad oscura o Kali yuga, en que nos encontramos inmersos.

La verdadera Ana Frank (Nina Lugovskaia) ni era judía ni fue asesinada con gas, y pese a su valentía, su inmenso talento, su sufrimiento en el Gulag, su sacrificio vital y su potente y elocuente voz ha sido silenciada por los enemigos de la Humanidad. Aunque más triste aún es que una pobre niña como Ana Frank víctima indirecta del tifus y de un conflicto diabólico, (donde muchos de sus correligionarios luchaban como partisanos) sea utilizada para «victimar» A LOS VICTIMARIOS BELICISTAS MUNDIALISTAS QUE SI AYER ARRASARON A SANGRE Y FUEGO A NACIONES ENTERAS HOY , GRACIAS A ELLO, MASACRAN Y EXPOLIAN AL MUNDO ENTERO y, para más escarnio y desconsuelo, sus despojos hayan sido empleados como moneda de cambio hasta por su propio padre. BENDITA SEA Y Que Dios la tenga en su seno.

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REDACCIÓN