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El próximo 23 de febrero hará cuarenta años del 23F, de aquella fecha en la que siendo las cinco de la tarde el Teniente Coronel Tejero inmovilizó, por la fuerza de las armas, al Congreso de los Diputados legalmente constituido. Mucho se ha escrito condenando aquel acontecimiento. La unanimidad es total, pero con la perspectiva de los años transcurridos, pueden valorarse circunstancias, realidades y conductas merecedoras de alguna reflexión, aunque la mía será una voz aislada en el conjunto de comentarios que, seguro, suscita el aniversario.
Nunca se ha negado que los Generales Jaime Milans del Bosch y Alfonso Armada Comyn, fuesen monárquicos y muy allegados al rey Juan Carlos I.
Nunca he visto relacionar aquel desafortunado hecho con la sangría de militares, guardias civiles y policías, todos ellos miembros de las fuerzas de seguridad. En los dos últimos años 1979,1980 y hasta el 23F del 81, las víctimas asesinadas por ETA, Grapo o FRAP, fue de 484, de los que 228 pertenecían a las fuerzas de seguridad del Estado. Las víctimas civiles incluyen las 77 del hotel Corona de Aragón, pero el goteo de víctimas con sus efectos psicológicos hay que evaluarlo considerando el número de días que los diarios abrían sus portadas informando de los atentados mortales: 157 días, es decir un asesinado cada cinco días durante dos años. Tras el 23F las víctimas en 1981 fueron 31, y tristemente ocuparon 19 portadas en los diarios.
Después de que el rey Juan Carlos I saliera cerca de la una de la noche en la televisión anunciando su posición contraria al golpe de Estado, es decir, conociendo ya el fracaso de la actuación, el entonces comandante Ricardo Pardo Zancada, consciente de que iba a perder su carrera militar, se planteó el siguiente problema de conciencia que le oí personalmente: yo tengo un papel asignado en la toma del Congreso, mi papel es entrar en él. Si no entro habré dejado en la estacada a un compañero, el Teniente Coronel Tejero, -a quien no conocía personalmente-, y no podré mirarme al espejo sin sentir el deshonor. Entonces reunió a los cuatro capitanes que estaban a su mando en el Batallón y les comunicó: la operación ha fracasado pero aun así yo voy a cumplir con mi misión. En esta situación, podéis no acompañarme. Los cuatro le siguieron, y entró en un coche militar del Ejército a bastante velocidad para no ser detenido.
La acción de Pardo Zancada, ha sido censurada por todos por al tacharle de “golpista”, no ponderando su vinculación con el General Milans del Bosch, ni su creencia de que la grave situación generada por los asesinatos de tantas personas, muchos de ellos miembros de las fuerzas de seguridad del Estado, hicieran creíble que el Jefe de ese Estado pudiera consentir la actuación. Pero su actuación ya se ha juzgado, sentenciado. El rey Juan Carlos I afirmó en su alocución su opción por la legalidad democrática vulnerada por el asalto y condenó la actuación. El teniente coronel Tejero, varios generales, guardias civiles y militares entre los que se encontraba Pardo Zancada, fueron condenados. Ricardo Pardo Zancada fue expulsado de ese Ejército que, jerárquicamente estructurado, le había formado en la disciplina y obediencia a los mandos superiores, y no respetó la obligación, también militar, de acatar el sistema democrático que se deriva de la Constitución mayoritariamente aprobada en referéndum y que otorga a los diputados la representación del pueblo español.
De la conducta de Pardo Zancada nadie, creo, ha reconocido que con su actuación, probablemente, salvó a la Guardia Civil de su disolución, pues con su actuación demostró que el Ejército estaba implicado en los hechos. Si hubiera sido posible achacar el golpe a una actuación exclusiva de la Guardia Civil, quizás se hubiera propuesto su disolución, lo cual no hubiera sido mal visto por algunos de los partidos que iban a formar parte del gobierno de concentración. No sería extraño lograr la unanimidad para adoptar tal decisión afirmando que disolviendo la Guardia Civil desaparecería el riesgo que en el futuro un mando, como el Teniente Coronel Tejero, pudiera poner en riesgo la democracia. Quedaría por resolver la actuación de Milans del Bosch, pero se podría justificar la presencia de los carros de combate en las calles de Valencia por la situación que provocaba “el vacío de poder”, con lo que se salvaría su modo de proceder.
Ricardo Pardo Zancada, probablemente, no fuese consciente de la trascendencia de su decisión al demostrar la implicación del Ejército. De lo que sí era consciente era de que, con su actuación, terminaría su carrera militar, pero para él fue más importante su concepto del honor que exigía no dejar abandonado a un compañero. Efectivamente así ocurrió, el compañero no se quedó solo y ambos perdieron su carrera militar.
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