21/11/2024 18:45
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Señores, creemos que esto de la corrupción es de la España de hoy y como en tantas otras cosas en cuanto remontamos las páginas de nuestra Historia te encuentras con verdaderos escándalos de corrupción e incluso con el más grande de todos. Aquel que se produjo durante el reinado de Carlos IV y su hijo Fernando VII… y del que hoy les informo, aunque sea muy por encima. Pasen y lean. 

Luciano Bonaparte fue quizás el más listo y el más político de los hermanos de Napoleón. En total fueron ocho los hijos del matrimonio italiano afincado en Córcega los que durante 15 años se enseñorearon de Europa: José, que sería Rey de Nápoles y de España; Napoleón, que sería Emperador de los franceses; Luciano, que sería Ministro, Embajador y Príncipe de Canino; Elisa, que sería Princesa de Lucca; Luis, que sería Rey de Holanda; Paulina, que sería Princesa de Borghese; Carolina, que sería Reina de Nápoles y Jerónimo, que sería Rey de Westfalia.

Luciano fue más que un hermano. Luciano fue el que le dio el Imperio a Napoleón aquel «18 Brumario» (calendario de la Revolución) o 9 de noviembre (según el calendario occidental) de 1799, porque aquel día del «Golpe de Estado» (Napoleón siempre negó que «aquello» fuese un Golpe de Estado) si no llega a ser el Presidente de los QUINIENTOS (digamos el Congreso de los Diputados) y se pone de parte de su hermano cuando ya había sido declarado «fuera de la Ley», el más tarde Emperador hubiese sido guillotinado o fusilado sin más.

Luciano Bonaparte

Luciano, cuando Napoleón no sabía qué hacer en medio del Golpe, saltó él mismo a un caballo y arengó a las tropas indecisas con un gesto y unas palabras que pasaron a la Historia. En el momento más crítico y cuando ambos hermanos lo ven todo perdido porque los soldados dudan si entrar con la bayoneta calada para disolver a los diputados por la fuerza, Luciano desenvaina su espada y teatralmente se la pone en el pecho al general sublevado y grita con toda la fuerza de sus pulmones: 

– ¡¡Juro atravesar el pecho de mi propio hermano si alguna vez atenta contra la libertad de los franceses!!

Imagen de Napoleón en la batalla de Marengo

Y ahí acabó todo, ya que al día siguiente el general Bonaparte era el Primer Cónsul de la República y cuatro años después Emperador de los franceses y coronado por el Papa. Esto lo tuvo siempre presente Napoleón, a pesar de las diferencias que surgieron más tarde entre ellos por motivos familiares. De momento lo hizo Ministro del Interior en su primer Gobierno y un año después lo envió de Embajador especial a España. Y digo especial porque la misión que el Primer Cónsul le encomendó iba más allá de una mera representación diplomática.

Un año y tres meses estuvo el Embajador en Madrid (noviembre de 1800-febrero de 1802). Luciano se fue de España con una inmensa fortuna en oro, una colección de Arte y las mejores joyas de la Corona.

¿Cómo hizo y consiguió el hermano de Napoleón aquella fortuna? He aquí la cuestión.

Luciano llegó a Madrid un frío y lluvioso día de noviembre. En ese momento tenía 25 años y ya estaba viudo de su primera mujer (Cristina Boyer), fallecida unos meses antes(*).

 

(*) De ese matrimonio nacieron tres niñas, una a la que pusieron de nombre Carlota, pero todos llamaban «Late», que años más tarde pudo haberse casado con Fernando, el Príncipe de Asturias, y ser Reina de España, a petición del Rey Carlos IV. Napoleón también estuvo de acuerdo, pues pensaba que podía ser una Alianza definitiva entre Francia y España. El que no aceptó fue el padre, Luciano, porque no llegó a un acuerdo con su poderoso hermano, el primer Cónsul, sobre su segundo matrimonio. Napoleón le exigía que rompiese con Alejandrina de Bleschamp y Luciano se negó en redondo.

¿Y qué España y que Madrid encontró?

Él mismo se lo contó a su hermano en el primer informe «confidencial» que le envía a mediados de diciembre:

«Al Primer Cónsul, mi querido hermano. ¡A qué país me has mandado! (Luciano y Paulina fueron los únicos hermanos que siempre se dirigieron a él sin protocolos ni títulos). Lo primero que puedo decirte es que después de un viaje muy accidentado llegué a Madrid casi como mi madre me trajo al mundo, ya que al cruzar la Sierra que rodea la capital, por el paso que llaman de Somosierra, mi vehículo y los que me acompañaban, y hasta la escolta, fuimos asaltados por un numeroso grupo de bandoleros que nos robaron todo. Solo nos dejaron el traje puesto y, de casualidad, los caballos.

Hermano, este país está descompuesto, arruinado y hundido, por lo que he podido indagar hasta ahora.

He salido algunas noches, para orientarme y ver con mis propios ojos (los madrileños viven más de noche que de día) y todavía no he digerido mi sorpresa. La depravación de las costumbres aterra. El amor sodomita y el amor sádico, la prostitución descarada y el desorden general me han recordado los años previos a la Revolución del 89.

En Madrid, los nuevos ricos -agiotistas, proveedores, especuladores- disfrazados de no sé qué pasean del brazo a sus amantes con vestidos transparentes o modales varoniles, y humillan con sus lujos y sus alardes prepotentes a los que solo pueden malcomer de tarde en tarde.

Es una sociedad -te lo aseguro- descompuesta, donde la fornicación, el adulterio, el crimen, el incesto, la desvergüenza, son una terrible realidad. Es el desorden y la anarquía moral. ¡Y yo que creía que España era la nación más católica del mundo!

Me dicen que aquí solo están bien organizados los bandidos, los salteadores de caminos, los ladrones, los desvalijadores de correos, los estafadores, los timadores, los criminales… pero, para robar o matar. La rapiña se ha erigido en soberana absoluta. Las calles están llenas de pobres, todo el mundo pide limosna hasta en la puerta de las iglesias y los palacios. Nunca había visto nada igual.

¿Y la Nobleza?

En los días que llevo aquí ya he tenido que asistir a varias cenas y muchas fiestas, en Palacios más lujosos que los de París… ríete tú del Luxemburgo, de la Malmaison, incluso de las Tullerías. El vestido de una Dama es más un escaparate de joyas que algo para resaltar la belleza.

Anoche mismo estuve en una cena con fiestas que los duques de Osuna organizaron en mi honor (¡ser hermano del «grande» hombre de Francia, como ellos dicen, me está abriendo todas las puertas!) y te aseguro que todavía no he terminado de anotar los títulos de la Señora Duquesa (por cierto, ¡guapísima!), porque la Señora además de duquesa de Osuna por matrimonio, es por derecho propio Condesa­duquesa de Benavente, duquesa de Béjar, duquesa de Mandas, duquesa de Plasencia, duquesa de Arcos, de Gandía y de Mallorga. Princesa de Anglona y de Esquilace. Marquesa de Lombay y de Jabalquinto. ¡Oh!

A la otra Duquesa Grande, la de Alba, todavía no he tenido el gusto de conocerla. Al parecer está muy enferma. Sí he conocido ya a los Duques del Infantado y a los de Medina­Sidonia. ¡Qué personajes!

España es de ellos, de unas cuantas familias, entrelazadas y familiares, que se reparten las tierras, los pueblos, los Castillos, los Palacios, las provincias, los ríos y hasta las costas. Esto es la Edad Media.

¿Y la familia Real?

Ya sé que por ellos debiera haber comenzado este informe, pero ellos son la cúspide de esta pirámide que es España. Curiosamente una pirámide cuya base es la pobreza y el hambre y va subiendo del oro a los diamantes. Pues, allí, arriba del todo, casi tocando el cielo, están los Reyes y su familia … ¡Y el famoso guardia de Corps, don Manuel Godoy!

Por ser estas mis primeras impresiones voy a ser breve a la hora de presentarte a los «personajes».

Carlos IV es como un retrato, un doble, de Luis XVI, un pobre hombre que solo piensa en la caza y en vivir bien y tranquilo. No quiere problemas y le molesta pensar. Él mismo me dijo, cuando Godoy me llevó a la presentación de rigor, lo siguiente:

«Señor Embajador, quiero que transmitáis al Primer Cónsul que soy un admirador suyo desde la campaña de Italia, la campaña de Egipto y la gran batalla de Marengo… desgraciadamente para mí yo soy todo lo contrario, un hombre pacífico que no quiere problemas y que solo ama la caza. Soy antes que Rey un buen cazador.

Majestad -le respondí-, antes que nada y a petición del Primer Cónsul, le transmito su agradecimiento por los 16 espléndidos caballos que S.M. le envió para celebrar la batalla de Marengo. En honor de S.M. le ha puesto ese nombre («Marengo») al más bello de los ejemplares. También me ha encomendado que trasmita los mejores deseos para la Familia Real y para España, país al que venera y admira por su Historia y su grandeza».

La Reina María Luisa es un engendro de mujer, la más horripilante que he visto en mi vida, y además de esas personas que no miran de frente. Según se dice en la Corte es la amante de Godoy desde 1775, o sea el año que yo nací. Así que aquí quienes mandan son los amantes, la Reina y Godoy, pero por lo que me han dicho y yo mismo he comprobado a S.M. el Rey no le importa. Yo diría que incluso le complace, si no no llamaría siempre al Primer Ministro «querido Manuel».

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La Reina Maria Luisa

Por tanto, ya sé a quiénes tengo que conquistarme y con quiénes tengo que tratar para conseguir nuestros objetivos. Te escribiré. Un abrazo de tu hermano. Luciano».

 

Y así fue y así lo hizo. Luciano se conquistó a los Reyes (en especial a la Reina, a quien le hacía unos regalos fastuosos) y a Godoy (de quien, incluso, como se verá más adelante se hizo «socio»). Porque el más listo de los Bonaparte se dio cuenta enseguida que la Corte estaba corrompida y que Godoy era el «Rey de los corruptos»… y puesto que había llegado el momento de hacer fortuna se metió de lleno en la «corrupción». «Donde fueres, hijo -le decía su madre- haz lo que vieres». Y casi desde su llegada comenzó a montar su «red» de amigos financieros. Bien es verdad que ya llegó a Madrid con una carta de presentación inmejorable (aparte, claro está, de la de su hermano, ya el Amo de Francia): la del banquero parisino Ouvrad, el mismo que «financió» el Golpe del «18 Brumario».

Ouvrad tenía en Madrid un amigo y socio que dominaba la Hacienda, la Economía, las finanzas y todo lo que oliera a Negocio. Era el conde Cabarrús, un francés nacido en Bayona, pero instalado en la capital española desde hacía más de 30 años. D. Francisco Cabarrús llegó a España muy joven, pero con una sola ambición: hacer negocios… y rápidamente triunfó en la Corte de Carlos III. Fundó el Banco de San Carlos, origen del Banco de España, y la Compañía de Comercio de Filipinas e Hispano América (el «Consorcio Cabarrús»). Cuando comenzó el Reinado de Carlos IV ya era un hombre supermillonario y uno de los banqueros más grande de Europa. Años más tarde sería Ministro de Hacienda con el Rey «Intruso», José Napoleón Bonaparte I.

Conde Cabarrús

Por cierto que su hija Teresa Cabarrús fue una de las Musas de la Revolución francesa y amiga íntima de la emperatriz Josefina.

Cabarrús en cuanto conoció a Luciano Bonaparte, el hermano del «Grande Hombre», comprendió que era su hombre, y más si venía recomendado por su socio, el banquero Ouvrad. Ambos, por intereses propios, se entendieron a la perfección… hasta en lo de «incorporar» a los «negocios» a Godoy.

Eran las cuatro patas de una mesa perfecta (o banco): Ouvrard, Cabarrús, Luciano y Godoy. Los dos banqueros como socios capitalistas, Luciano como intermediario perfecto y Godoy la legalidad y el poder político.

¡Y había tanto por hacer!

El Estado estaba en bancarrota, los Reyes tenían que pedir préstamos para sufragar los gastos de la Corte, el Ejército y la Marina sin armas, sin barcos, y los soldados sin equipamiento, la Agricultura abandonada, la Industria atascada, los caminos y las calzadas llenas de hierbas, los Ministerios impotentes… y, sin embargo, las colonias estaban allí y eran una mina.

Napoleón se lo aclaró muy bien en la respuesta que le envió al recibir su primer mensaje:

 

«Al Embajador de Francia en Madrid y muy querido hermano.

Hermano, he leído con el máximo interés tu primer informe sobre la situación de la España actual y todavía estoy impresionado del cuadro que me pintas. ¿Cómo es posible que la España de Carlos V y Felipe II haya llegado al estado en que se encuentra? ¿Cómo es posible que la capital de un Imperio haya caído en el deshonor, la corrupción y la anarquía moral? Si yo fuera español me pasaría la vida llorando o arrojando a los mercaderes por la montaña más alta.

Sin embargo, te equivocas en el tema económico. Pintas la situación de pobreza total y una falta absoluta de medios para levantar el país… hasta puntualizas que los Reyes tienen que pedir préstamos para supervivir… ¡Te equivocas!

Y te equivocas porque has olvidado que España es también su Imperio, un Imperio que, con la excepción de Brasil, abarca los territorios que se extienden desde Tejas y California hasta la Tierra de Fuego, y Cuba, Puerto Rico, Filipinas y el Norte de África… un Imperio con unos recursos impresionantes que proporciona a la Metrópoli toda clase de materias primas fundamentales, desde el oro, la plata y demás metales preciosos de Méjico y Perú, al azúcar, el cacao, el café, el algodón, especies, maderas de Campeche, hierro, mármoles, carnes, carbón y mil productos más de los que carece Europa. Es cierto que la Metrópoli, ese Reino que se extiende al Sur de los Pirineos apenas tiene recursos naturales o los tiene agotados, pero también lo es que su situación geográfica es de privilegio para la navegación entre el Mediterráneo y el Atlántico.

Hermano, no, el problema de España no es el de la falta de recursos (¡ya quisiera Francia tener ese Imperio y esos recursos!), el problema es de administración y gestión, la torpeza de sus gobernantes y la ceguera de los Borbones. De qué les sirve recibir barcos llenos de oro y plata si las autoridades permiten que no lleguen a su verdadero destino y en lugar de utilizarlos para modernizar su Agricultura y su Industria, fortalecer una Marina que defienda sus relaciones con las Colonias, cuidar y equipar un Ejército con las armas más modernas y más potentes (¿Qué Imperio puede sostenerse sin un ejército imperial?)… Y mientras tanto unos Nobles que solo piensan y viven para sus fiestas y sus Palacios y un pueblo que vive en la miseria y el hambre. ¡Lo extraño es que los españoles no hayan hecho ya la Revolución que hicieron los franceses en 1789!

Hermano, estudia más este tema e infórmate más de los recursos que el Imperio proporciona a España. Eso me interesa, de cara al futuro.

Cuídate. Te necesito.

El Primer Cónsul.»

 

El primer «pelotazo» (en palabra de hoy) le llegó sin necesidad de utilizar a sus «socios». Fue con motivo del Tratado de Badajoz que puso fin a la llamada «Guerra de las Naranjas»… y en este caso la «paganini» fue Portugal. Porque ese Tratado no lo aceptó Napoleón, que exigía una fuerte indemnización de guerra para Francia. Entonces, los portugueses a espaldas de los españoles y por conducto del joven Embajador en Madrid, Luciano, ofrecieron en secreto 100 millones de francos para los hermanos, con la condición de que Francia retirase su leonina indemnización (500 millones). ¡Y Luciano hizo de intermediario ante el Primer Cónsul! Lo que le valió quedarse con ¡20 millones! para sus áreas personales. Y no contento con los millones les exigió a los portugueses la entrega de los diamantes de la Princesa de Brasil, que eran los más admirados y deseados por toda la Nobleza europea.

Imagen escenificando la Guerra de las Naranjas

Por su parte los Reyes de España le pidieron otro favor, que influyera acerca del Primer Cónsul para que Francia retirase el ejército que como ayuda contra Portugal había entrado en España al frente del general Leclerc (cuñado de los Bonaparte por haberse casado con la famosa Paulina, la hermana predilecta de Napoleón) y que se había quedado en el Norte, junto a la frontera portuguesa.

Luciano se movió con rapidez y convenció a Napoleón, quien dio la orden de retirada al general Leclerc.

Carlos IV, agradecido, y la Reina, entusiasmada con el «guapo» embajador, le otorgaron de inmediato el Toisón de Oro, la máxima condecoración, y por si no fuera bastante una pensión vitalicia de 100.000 francos mensuales, una colección única de brillantes traídos de las Colonias y ¡horror! veinte cuadros a elegir de la Galería del Retiro (que luego, muy pronto, sería el Museo del Prado). Luciano era un entendido en Arte, y además en este caso se dejó asesorar por el conde de Cabarrús, y tenía dónde escoger. Por la subasta que la familia hizo tras su muerte en 1840 se supo cuáles fueron las obras que eligió:

 

2 Leonardos da Vinci («Ritratto di Donna» y «Dos niños acariciándose»)

1 Tiziano

2 Tintorettos

1 Rafael

1 Murillo («Virgen con el Niño»)

1 Velázquez

3 de Rafael Mengs

2 Tiépolos

1 Bayeu

1 Rivera

1 Cabeza de Miguel Ángel

2 Veronés

2 Grecos

y 2 Goyas (estos se los regaló el propio Goya)

 

Pero, no fueron estos los únicos «pelotazos» del joven embajador, ya que su «amistad» y «colaboración» con sus socios darían un fruto millonario. Citemos algunos.

 

A.) El 13 de febrero de 1801 Luciano, en representación de Francia, y Godoy, en representación de España, firmaron en Aranjuez un Tratado de «estrecha colaboración naval» para fortalecer ambas Marinas en su lucha contra Inglaterra… y ¡qué casualidad! esa «obra de reconstrucción (barcos, armamento, equipamiento y demás) se le encargó al consorcio que presidía el conde de Cabarrús. Luciano y Godoy se llevaron un «pellizco» millonario.

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B.) Ese mismo año de 1801 surgió el caso de la «Luisiana americana», la colonia española que Carlos IV había cedido (más que vendido) a Francia, y que Napoleón quería vender a los Estados Unidos. España hizo ver y recordar la cláusula de «retro» que había incluido en el Acuerdo, es decir que Francia solo podía venderla a España o con permiso de España. Napoleón hizo «oídos sordos» a la petición española… y… y ahí aparecieron Luciano y sus «socios». Luciano «sopló» a Godoy que si España no quería perder sus derechos sobre la excolonia tenía que ayudar al Primer Cónsul económicamente, dado que el general francés ya se preparaba para la Guerra contra Austria y sus aliados. Godoy le planteó el tema al Rey y Carlos IV que no quería problemas, y además se iba de caza, aceptó lo que le sugería el Primer Ministro: acordar un empréstito con el «Consorcio Cabarrús» y enviar 400 millones al banquero Ouvrard para «ayudar a Napoleón» y otros «amigos» del Consulado. Y así se hizo. Pero, ¡qué casualidad! en el camino se perdieron 200 millones, que, naturalmente, se repartieron entre los socios. ¡Un gran «pelotazo»! y lo más gracioso: que a la postre, en 1803, Napoleón vendió La Luisiana a los Estados Unidos.

C.) Después de «Marengo», el Primer Cónsul (que sonaba con el Imperio) ya sabía que tarde o temprano tendría que ir a la guerra contra Austria y sus aliados Rusia, Prusia y la siempre enemiga Inglaterra. Así que no tenía más remedio que comprar en el exterior lo que Francia no producía o las materias primas que iba a necesitar para su «rearme». Entonces, le encargó a su embajador en España, el hermano Luciano, por conducto oficial, que pactase con los Reyes la compra, entre otras cosas, de todo el ganado lanar y todas las yeguas y caballos de Andalucía (Napoleón siempre quiso que sus caballos fueran andaluces. En este punto es curioso señalar que años más tarde los dos Comandantes en Jefe que se enfrentaron en Waterloo (Wellington y Napoleón) montaban dos yeguas de origen andaluz llamadas «Copenhague» la del inglés y «Desiré» la del francés).

D.) Y el «pelotazo» más gordo. Veamos. Desde los tiempos de la Conquista, España tenía la exclusiva del Comercio con sus colonias de América (esto fue en verdad la verdadera causa de las guerras con Inglaterra, ya que los ingleses nunca aceptaron esa «exclusividad»), lo que en realidad mantenía al pobre Estado español y a su Monarquía. Pues bien, por sugerencia de los banqueros (Cabarrús y Ouvrard) Luciano propuso a Godoy y Godoy convenció a los Reyes, de algo insólito en aquel tiempo: privatizar las concesiones, con sus «pros» y sus «contras». El Estado cobraría una cantidad fija y los «concesionarios» corrían con los riesgos. El principal, la captura o el hundimiento de los barcos por los ingleses. El Rey aceptó (¡lo aceptaba todo!) la propuesta de Godoy y el «Consorcio Cabarrús» se quedó con las concesiones. Lo que no le dijeron al Rey es que el «Consorcio» podía «revender» todas o parte de las concesiones a otras empresas (y ahí aparecieron empresas holandesas, prusianas, austriacas y hasta rusas, porque el embajador Strogonoll era inteligente). ¿Que ganaban los «cuatro amigos» y socios? Pues que ellos pagaban al Estado español una cantidad y ellos las «cedían» por otra tres veces más elevada… y además se transformaban en las «llaves» del Comercio con las Colonias. ¡Un beneficio millonario y una influencia decisiva! ¡Y un reparto sangrante!…

Y muchos millones para Luciano, aquel embajador de 25 años, ya 26, que llegó casi como su madre le trajo al mundo. Tantos millones que cuando se fue de España ya era uno de los hombres más ricos de Europa (lo que le permitiría hasta romper con su hermano cuando decidió casarse en segundo matrimonio con Alejandrina de Bleschamp en contra de Napoleón).

Poco antes de las Navidades de 1801, justo un año después de su primer informe «confidencial», Luciano le escribía a su hermano, todavía Primer Cónsul, aunque ya Cónsul vitalicio (no se haría emperador hasta diciembre de 1804) lo siguiente:

 

«Al Primer Cónsul, mi querido hermano.

He sabido que has estado enfermo. Creo que te tomas las cosas muy en serio. Recuerda y ten siempre presente lo que dice nuestra madre: los problemas de hoy pueden tener solución mañana. Te deseo lo mejor. No olvides que Francia te necesita y Europa también.

Y ahora vamos con España.

Te aseguro que ya estoy cansado de este país, mejor, asqueado. Solo llevo un año y parece que es un siglo.

Hermano, la situación de este país me deprime y más sabiendo ya la «mina» que son las Colonias. No entiendo que la nación que descubrió y conquistó el «Nuevo Mundo» haya llegado al estado lamentable en que se encuentra. Ahora mismo es como una pavesa que espera un soplo de viento para salir volando y desaparecer. Aquí hace falta un Napoleón.

Ya no quiero ni hablar con los Reyes. ¡Qué digo Reyes! Carlos y María Luisa son dos muñecos en manos de Godoy… y el heredero, el Príncipe de Asturias, un ser nefasto, tortuoso, lleno de rencores, cobarde, traidor y por si le faltara algo, enfermo. Si este «ser» llega un día a reinar ¡que llore España o lo que quede de ella!

Tenías razón. Esta dinastía está acabada y seguro que terminará peor que la de los Austrias. Los matrimonios consanguíneos la han llevado a un estado mental y humano lamentable. No me extraña que de cada Borbón que sobrevive a los diez años, seis mueran antes.

¡España necesita sangre nueva!

Lo malo es que el único que podría ayudarnos a sustituirlos es Godoy y el «toro extremeño» o el «choricero», como le llama el pueblo, tampoco es un hombre de grandes luces… pero se puede utilizar para que abra la puerta y después engordarlo en un Palacio retirado.

Godoy sabe, además, que sus días están contados, porque el Príncipe y sus Nobles serviles le odian y se la tienen jurada. El heredero, por lo de su madre la Reina, y los Nobles porque no han conseguido de él lo que pretendían… y como esta gente no tiene más principios que sus intereses, pues ya se sabe: «si me das estoy contigo, si no me das soy tu enemigo». El día que le falte el apoyo de sus «muñecos» (los Reyes) Godoy desaparecerá del mapa. Así que no pierdas tiempo. Mañana puede ser «demasiado tarde».

No te cuento más cosas porque nunca sé si los correos llegarán a la frontera y a tus manos o a las manos de los bandoleros. Tampoco te hablo hoy de mis «amoríos». He conocido a una mujer impresionante. Te hablaré de ella.

Hermano, me gustaría cambiar de aires y dejar atrás esta depresión que oprime mi cerebro. Cuídate. Luciano.

 

PD: En tu nombre he mandado unos regalos a S. M. los Reyes y a Godoy para inclinarlos a tu favor en el pleito con Portugal.

– Al Rey le he enviado un impresionante juego de escopetas de caza.

– A la Reina, unos trajes bordados con hilo de oro y un servicio de porcelana de Sèvres.

– A Godoy, una espléndida armadura damasquinada».

 

Luciano, como se ve, no le habla de sus «corrupciones» o «negocios» y de la fácil fortuna que ha amasado en tan solo un año. Lo que no sabía Luciano es que el Primer Cónsul lo sabía todo por Talleyrand y Fouché. Tal vez Napoleón le recompensaba su decisiva actuación el «18 Brumario».

El caso es que Luciano Bonaparte dejó de ser embajador de Francia y que en Febrero de 1802 abandonó España para no volver nunca más.

Y pudo volver. Porque cuando en 1808 los Reyes y el Heredero Príncipe de Asturias le regalan la Corona, al primero que se la ofrece es a él. Incluso antes que a José. Luciano no la aceptó y prefirió vivir su vida en Roma, donde se hizo muy amigo del Papa (que hasta le hizo Príncipe de Canino). Luego, y cuando se marchaba a América, fue capturado por los ingleses y en Inglaterra estuvo retenido cuatro años. Solo volvió al lado del Emperador tras la derrota de Waterloo, cuando las ratas huían del barco, para vivir con él el amargo final del Imperio.

De sus buenas relaciones con Goya y de sus amores y «amoríos» en Madrid se habla en otro lugar. La Reina María Luisa le decía a Godoy: «y este chico tan joven, tan guapo, tan rico, tan inteligente, ¿cómo es que no tiene amores?». «¿Y tú qué sabes, María Luisa, y tú qué sabes?».

Y ya lo saben, yo ni quito ni pongo Rey pero ayudo siempre a mi señor y mi señor son la verdad y la Historia… (y la intrahistoria)

Autor

REDACCIÓN