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Los campos de trabajo comenzaron a instalarse en Cataluña durante la primavera de 1938. Por ellos pasaron muchos prisioneros que enfermaron, murieron o fueron asesinados.

¿Qué eran? Podemos simplificar la respuesta diciendo que fueron instrumentos de represión del SIM. Aun cuando aprobaran su fundación los anarquistas, y en particular el ministerio presidido por Juan García Oliver, no fue hasta la llegada de los comunistas que se pusieron en marcha. Al menos en Cataluña. El primer campo de concentración ideado por García Oliver se instauró en Murcia en diciembre de 1936.

Los campos se llenaron de presos que estaban encerrados en diferentes prisiones catalanas. En el mes de enero de 1938 funcionaban en Cataluña los preventorios judiciales de Barcelona, Girona, Tarragona, Reus, Tortosa, Manresa, Lleida, Seo d’Urgell, Sabadell, Terrassa, Puigcerdá, Olot, Sant Feliu de Llobregat y El Vendrell. En todos ellos había un total de 2.345 presos preventivos. Además funcionaban correccionales en: Figueres, Mataró, Cerdanyola, Vic y Barcelona. Rafael Tasis, director general del Servicio Correccional de la Generalitat de Catalunya, escribe:

Un día recibí la visita de un capitán, miembro de la Secretaría del ministro de la Gobernación, que venía con unas pretensiones concretas: le habían encargado fortificar, dentro de Cataluña, unos determinados puntos estratégicos, que no me mencionó, pero que más tarde supe que eran el Coll de Balaguer, el Montsant, la sierra de Prades y la cordillera que va de Montblanc a Cervera. Para realizar estas obras necesitaba mano de obra y había pensado en los reclusos de las prisiones de Cataluña. Lo llevé a ver al consejero de Justicia y, juntos, estudiamos el problema. Este tenía varios aspectos, y la propuesta del capitán Garcés, que así se llamaba el secretario del ministro, nos interesaba en parte. Una consideración que él hacía me sorprendió cuando consideraba el estado de la población penal. Era esta: ¿si en el frente estaban todas las quitas movilizadas, corriendo todos los riesgos y las incomodidades de la guerra, era justo que los enemigos o los presuntos enemigos de la República estuvieran en los Preventorios y en los Correccionales, alejados del peligro y del esfuerzo que era obligación común de todos los jóvenes de su edad? Si todas las prisiones hubieran estado habilitadas para el trabajo, como lo estaba la de Mataró, esta habría tenido una excusa relativa; pero la gran mayoría de la población penal de Cataluña estaba ociosa. Por eso aquella injusticia se hacía más patente. Aquella gente tenía que ayudar. Si con un fusil en la mano podían ser útiles, al no ser dignos de confianza, con un pico y una pala podían contribuir al esfuerzo de todos. En las prisiones de Valencia, nos dijo el capitán Garcés, este sistema ya se aplicaba. Los presos destacados en los campos de trabajo que ya funcionaban, aseguraban al hombre un buen trato. Eso sí, con una disciplina rígida, muy militar. Él estaba dispuesto a llevarse a todos los presos que quisiéramos darle, fueran penados o simplemente detenidos preventivos. Cuando la instrucción del sumario o el juicio los reclamaran ya los devolvería a tiempo. Por si vacilábamos, el capitán añadió que, como aquello era una necesidad, si no llegábamos a un acuerdo con él, el ministro se vería obligado seguramente a tomar decisiones en el asunto. Accedimos. Testigos presenciales nos aseguraron haber visto las brigadas de presos que hacían las fortificaciones del Coll de Balaguer, las cuales estaban bien encuadradas y organizadas y parecían satisfechas de su situación. En el pensamiento del consejero y sobre todo en el mío había la idea un poco egoísta de desprendernos de la eterna preocupación de los anarquistas que era la Modelo. Aquella situación, sin ir dirigida especialmente contra ellos, resolvería su constante inquietud y no podría tildarse de arbitraria, porque la inmensa mayoría de los que protestaban eran jóvenes que tenían que estar en el frente”.

El trato en los campos de trabajo era inhumano, se practicaban asesinados y se vivía en un clima de terror. Si bien todo el mundo sabía que existían las checas y dónde estaban, no pasaba lo mismo con los campos de trabajo. Su desconocimiento era absoluto. Sólo las autoridades sabían las brutalidades que allí se llevaban a término.

¿Estar en un campo de trabajo redimía la pena? El 26 de diciembre de 1936 el Ministerio de Justicia, bajo el mandato del anarquista Juan García Oliver, reformó el sistema penitenciario español. Se tenía que vincular al nuevo ideario que regía los destinos del país. Es decir, introducir prácticas aún desconocidas en España para conseguir la victoria final. O dicho de otra manera, “unificar el régimen penitenciario vigente y coordinar adecuadamente la defensa del Estado y la humanización de las penas, mediante el trabajo de utilidad social y como método el más aconsejable para regenerar al delincuente y transformando así la población penal ociosa en legión de trabajadores que compense con su propio esfuerzo el daño producido a la colectividad y dé a ésta, con la perseverancia y disciplina en el trabajo, las garantías de arrepentimiento que permitan a los penados reintegrarse a la vida ciudadana sin riesgo social alguno”.

Así, de esta manera tan sutil, García Oliver establecía los campos de trabajo en España para que los presos, con su esfuerzo y trabajo, se arrepintieran de todos sus males y la sociedad los aceptara de nuevo. En otras palabras, las personas que no pensaban como ellos tenían que purgar -hoy diríamos lavarles el cerebro- y, de sobrevivir, serían readmitidas en la sociedad. Para ello se aprobó un decreto que vulneraba el principio de la no retroactividad de las leyes penales. Los presos debían cumplir íntegramente la pena y esta no se reducía por estar en un campo de trabajo. En definitiva, eran sólo un sustituto de las cárceles convencionales.

¿Cuántos campos de trabajo hubo en Catalunya? En Cataluña se construyeron seis que se distribuyeron así:

Campo de trabajo número 1 estaba situado al Pueblo Español de Montjuïch (Barcelona). No era un campo como los otros. Era más una prisión que un campo de trabajo. Se puede decir que era el centro principal desde donde se distribuían los prisioneros a los otros campos. Además del Pueblo Español se usó el edificio del ex seminario diocesano y el Palacio de las Misiones. Este campo sirvió fundamentalmente de lugar de tránsito y de reagrupamiento de presos; de prisión urbana; de lugar de interrogatorio; centro de todos los campos distribuidos por Catalunya.

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Campo de trabajo número 2 estaba situado en el Hospitalet de l’Infant (Tarragona). Estaba situado junto a la playa y de la carretera nacional. Fue inaugurado en la primavera de 1938. Este campo tuvo un accesorio en Tivissa, concretamente en el Coll de Balaguer.

Campo de trabajo número 3 estaba situado en Omells de Na Gaia (Lleida). Fue inaugurado en la primavera de 1938. En este campo fueron prisioneros muy diversos como curas; miembros del POUM, CNT, FAI, Juventudes Libertarias; homosexuales; desertores; prófugos; abogados; médicos; farmacéuticos; empleados de banca; labradores; artistas; obreros industrial; entre otros.

Campo de trabajo número 4 estaba situado en Concabella (Lleida). Fue inaugurado en la primavera de 1938. En este campo hubo hasta 1.300 prisioneros. Había militares; presos políticos; prisioneros de guerra; curas; militantes de la CNT y FAI; miembros de las Brigadas Internacionales; y delincuentes comunes.

Campo de trabajo número 5 estaba situado en Ogern (Lleida). Fue inaugurado en el verano de 1938. A él fue una amalgama muy diversa de prisioneros. Entre ellos de los barcos-prisión Argentina, Vila de Madrid y Uruguay; de prisiones madrileñas y valencianas; y de las prisiones de Figueres y Tarragona.

Campo de trabajo número 6 estaba situado en Falset (Tarragona). Se inauguró en el mes de mayo de 1938. El número de presos fue muy reducido y se dedicaron a realizar obras de fortificación. Tenía campos accesorios en Cabassers, La Figuera, Porrera y Gratallops.

¿Qué eran los campos de trabajo? En realidad reproducían los gulags soviéticos, o dicho de otra manera, eran campos de trabajos forzados donde las condiciones eran inhumanas para los presos, tanto por el trato cruel como por los asesinatos. Eran lugares donde se buscaba la rentabilidad y el desprecio por la vida era constante. Los gulags soviéticos y los campos de trabajo catalanes tenían en común su la ubicación, el alojamiento de los internos, la identificación numérica, y el régimen de trabajo.

Hay un hecho sustancial. La gente condenada a ir a los campos de trabajo cumplía íntegramente la pena. No había reducciones por trabajo o buena conducta. Tampoco se podía asegurar que, una vez finalizada la condena, saliera del campo. El SIM decidía quién salía y quién se quedaba. Normalmente todos continuaban su condena.

¿Qué estructura tenían los campos? No era muy numerosa. Había el director, y a veces un subdirector; el jefe de destacamento; el jefe de servicio interior; el jefe de servicio exterior; y los vigilantes. Por encima de ellos estaba el inspector general de los campos de trabajo.

El director del campo era designado por el ministro de Justicia y tenía grandes poderes como queda reflejado a la norma 20 del reglamento provisional: “Tendrá la mayor autoridad y la responsabilidad correspondiente a la confianza que ha de inspirar al Poder público, siendo sus facultades, a más de las indicadas especialmente en este Reglamento y en el Cuerpo de Vigilantes, las preceptuadas en la legislación penitenciaria”. Entre las atribuciones que tenía estaba la de representación; de vigilancia e inspección del campo y de sus eventuales destacamentos; poder disciplinario sobre el cuerpo de vigilantes; y control estricto sobre los funcionarios”. En definitiva, el poder del director era tan grande que él era la ley y se hacía lo que quería sin dar cuentas a nadie.

El jefe de destacamento tenía la misión de garantizar el orden y la disciplina del campo, inspeccionaba la guardia exterior, organizaba y disponía el servicio de personal al exterior.

El jefe de servicio interior, según normativa, “tendrá las atribuciones y deberes que la legislación de Prisiones preceptúa, siendo el Jefe del personal de Guardia interior y dependiendo directamente en el servicio del Director del establecimiento, a quien dará cuenta de las novedades que ocurran en el mismo”.

El jefe de servicio exterior, según la normativa, “es el encargado de cumplir y hacer cumplir las órdenes que regulen de un modo general el servicio de vigilancia exterior, así como los especiales sobre el mismo, pudiendo tomar por sí las medidas que considere oportunas; y en los casos en que no hubiese instrucciones, se entenderá y comunicará directamente con el Jefe del Destacamento”.

Algunos de ellos eran miembros del cuerpos de seguridad, pero la mayor parte eran vigilantes ascendidos a jefes.

Los vigilantes se regían por el orden del Ministerio de Justicia de 11 de enero de 1937. Según esta orden la misión del cuerpo era “la custodia y vigilancia de los penados internados en los campos de trabajo, tanto la de los edificios de alojamiento y del exterior en el puestos de trabajo como los del interior de los establecimientos”.

Y la orden es más explícita cuando dice que “impidiendo evasiones y atendiéndose, al efectuarlo, a las instrucciones que reciban de sus jefes, llegando para impedir fugas, a hacer fuego sobre los que, al intentarla, no obedezcan la voz de alto; conducir y custodiar las cuadrillas de trabajo; hacer las guardias de retén y vigilancia en los destacamentos; prestar los auxilios que demande el Director del establecimiento o el funcionario que en cualquier momento lo sustituya, relativo a la vigilancia, orden y sometimiento a la disciplina de los recluidos, y prestar el servicio de vigilancia interior con arreglo a la legislación de prisiones y a la especial que se dicte para los Campos”.

Entre los vigilantes había varias clases. Los de primera tenían asignadas ciertas funciones de mando, como “la de ser responsables y jefes de grupo de servicio exterior, distribuyendo los puestos y el turno de los Vigilantes segundos, según las órdenes recibidas y, en su defecto, a su buen criterio, de acuerdo con las circunstancias. Podrán ser destinados, cuando la conveniencia del servicio lo reclame, a efectuar servicio de guardia, lo mismo en el exterior que en el interior, de los establecimientos. También realizarán las funciones de jefes de grupo, área o departamento en el interior, siendo responsables de las faltas de sus subordinados que hubiesen ocurrido por no haber ejercido sobre ellos la debida vigilancia, no hacerles las advertencias que el servicio reclamaba o tenido tolerancias excesivas con ellos”.

Los de segunda eran soldados rasos y su función “será obedecer a sus Jefes, realizar los servicios de vigilancia, ateniéndose a la orden recibida que se llamará consigna cuando se refiera a la exterior, debiendo ser aquella lo más breve posible; no se dormirán en sus puestos, ni hablarán con nadie ni se distraerán, debiendo prestar atención principalmente hacia el interior del recinto o línea que alcance su vigilancia, sin dejar de estar atentos por ello a lo que pase a su alrededor”.

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¿Quién fue a los campos de trabajo? La verdad es que cualquier ciudadano tenía todos los números para ir a parar a uno de los seis campos de trabajo distribuidos en Cataluña. Menos los miembros del SIM, nadie se salvaba. Ahora bien, para ser algo más concretos los presos se pueden clasificar en personas detenidas por los servicios policiales sin ninguna actuación judicial; personas detenidas y al cual se le había iniciado alguna actuación judicial; personas ya enjuiciadas y que esperaban cumplir la sentencia; personas enjuiciadas con sentencia absolutoria o sobreseimiento de la causa; activistas contrarios a la República; desafectos a la República; militares, guardias civiles y guardias de asalto desafectos a la República; personas que habían intentado salir de la zona republicana; clérigos, curas y sacerdotes; activistas y militantes del POUM; militantes, activistas o simpatizantes de la CNT-FAI y Juventudes Libertarias; oficiales y prisioneros de guerra; personas civiles de zonas ocupadas; prófugos del ejército republicano; miembros de las Brigadas Internacionales; infractores normas sobre abastecimientos; infractores normas sobre transferencias de capitales; delincuentes comunes. Las personas mayores de 50 años y los menores de edad quedaban excluidas.

¿En qué trabajaban los presos? Por norma general cavaban zanjas que no servían para nada. Las jornadas eran muy largas e iban más allá de las ocho horas que marcaba el reglamento. El ritmo de trabajo era variado desde la apertura y la profundización de trincheras, la construcción de nidos de ametralladoras, de minas, de carreteras, o la tala y transporte a mano de árboles. No todos los presos hicieron las mismas tareas. Los que eran arquitectos, ingenieros o delineantes se encargaban de trazar las obras; los médicos se encargaban de la salud de sus compañeros y de las personas de los pueblos próximos al campo; pocos eran escogidos para trabajar en las oficinas del campo.

¿Cómo era la vida cotidiana? Se levantaban muy pronto, cuando rompía el alba. Acto seguido se pasaba lista por saber si, durante la noche se había producido alguna fuga. Desayunaban un café y un panecillo. Acto seguido marchaban a trabajar. Sólo paraban para almorzar. Volvían al trabajo. Al atardecer regresaban. De nuevo pasaban lista, cenaban y a dormir. Este ritmo monótono se repetía cada día. La incomunicación del prisionero era total. Desconocía por completo lo que pasaba fuera del campo y, desde luego, no podían recibir visitas. No hablar con nadie de fuera del campo y los vigilantes tenían prohibido dar cualquier tipo de información.

Para conocer el estado con el que se encontraban los presos, tanto psicológica como físicamente, leamos los testimonios de Josep María Abelló y del monje benedictino Pere Ursèol Ferré. Josep María Abelló estuvo encerrado en el campo de trabajo número 3 en Omells de Na Gaia. Su testimonio dice así: “La vida en las condiciones del campo número 3 llevaba a la deshumanización. Privaba el egoísmo y el deseo de salvar la vida, muchas veces a expensas de lo que fuera. Los presos no podían fiarse casi de nadie. La presencia de compañeros de ideología antagónica hacía aumentar la desconfianza. La carencia de comida, las enfermedades -hubo tifus y disentería-, la falta de fuerzas, la suciedad, la incomunicación, etc., llevaba a mucha gente hasta el límite de la desesperación. No se veía el final de aquel calvario y se presentía lo peor. Recuerdo que, en una ocasión, uno de los prisioneros, totalmente fuera de sí, injuriaba a su madre recriminándole que no le hubiera estrangulado en el momento de nacer”.

El monje benedictino Pere Ursèol Ferré, que también estuvo internado en el campo de trabajo número 3, declaró lo siguiente: “Si a todo el malestar físico se añade el malestar moral, hace falta decir que el campo de trabajo número tres fue uno de los lugares inventados por los autores de las checas. Siempre hambrientos. Recuerdo haber pasado dos años con sensación continua de hambre, sucios, sin el menor asomo de privacidad, tratados con desprecio y a golpes de garrote, oyendo blasfemias, realmente blasfemias, y bien graves algunas, de día y por la noche, tanto de parte de los guardias como de los presos, viendo como la gente perdía los valores morales, incluso un sacerdote vi que robaba el pan de otro preso, y la situación de la guerra, de la cual no podíamos saber nada y que se iba alargando de una manera exasperada. Fueron días de mucha angustia. Y así esta vida duró y duró. Y parecía no acabarse nunca”.

A manera de epílogo podemos decir que, a medida que avanzaba el ejército nacional, primero por Lleida y después por Tarragona, los campos de trabajo se fueron desmantelando. El último fue el del Pueblo Español de Montjuïch. Muchos de los presos volvieron a la prisión Modelo de Barcelona o a otras instaladas en lugares aún no ocupados por el ejército nacional. Muchos de los prisioneros sirvieron de escudo humano cuando el ejército republicano avanzó hacia Francia. Los campos de trabajo han sido un tema olvidado dentro de lo que se denomina hoy en día memoria histórica. Se practicaron, como hemos visto, mil y una atrocidades. Podemos resumir lo que fueron estos campos de trabajo con las palabras del anarquista Diego Abad de Santillana: “La guerra sirvió para esconder todas las infamias, todas las complicidades y todas las cobardías”. El SIM, bajo el amparo del gobierno republicano, instauró campos de trabajo, fuera de los núcleos poblados, para imponer su política represiva contra todos aquellos que no estaban de acuerdo con los postulados establecidos. A los que sobrevivieron no les consiguieron lavar el celebro y continuaron actuando como antes de la guerra. La realidad es que aquellos años en los campos de trabajo marcaron a los pocos que lograron sobrevivir y aquel infierno perduró inalterable hasta el fin de sus días.

Autor

César Alcalá