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Una represión ordenada y controlada por el Ejército produce, a priori, menos víctimas que la efectuada por personal civil, conducida ésta de forma anárquica y ejecutada por individuos con poca cultura o incluso analfabetos. Y basta para asegurar tal consideración con tener presente las conclusiones de Lombroso  o Ferri en el ámbito de la criminología científica. Los militares, apartados profesionalmente de la política, se guiaban –y se guían- generalmente en sus operaciones de campaña por la consecución de objetivos militares; no por criterios subjetivos, al respetar códigos de honor y el derecho de gentes, inserto en sus manuales de instrucción. Y esta premisa se cumple también en la pasada guerra civil.

La represión nacional fue menor en intensidad que la de sus enemigos; y tampoco llegó a contabilizar tantas matanzas como las consentidas en la zona gubernamental, pese a durar mucho más tiempo y afectar a todo el territorio nacional. Generó durante la guerra unas quince mil muertes, tras celebrarse los juicios militares pertinentes; y acaso otras tantas víctimas como consecuencia de la aplicación de castigos ejemplares por parte de las autoridades, englobando la actividad silenciada de las referidas comisiones de orden público y la perpetración de asesinatos por meros motivos privados: este inventario está muy relacionado con los trágicos paseos de los primeros meses de la guerra. Por su parte, la represión de la posguerra es fácil de cuantificar, pues se instrumentalizó mayoritariamente a través de tribunales militares, mediante la sustanciación del proceso sumarísimo. Hubo centenares de miles de detenidos y procedimientos judiciales, pero los condenados ni siquiera llegaron a la cifra de quince mil muertos. En los momentos más duros de dicha represión, desde la terminación de la guerra hasta 1941, se fusilaron unos diez mil reos; pero, desde enero de 1941 hasta junio de 1943, los fiscales militares únicamente solicitaron la pena de muerte en 939 ocasiones…

Por el contrario, la represión izquierdista –conducida, sobre todo, por socialistas, comunistas y anarquistas- produjo una carnicería que supera las 90.000 personas durante la guerra civil, en concordancia con los datos de que dispongo en la actualidad. Sin embargo, concienzudos investigadores como fueron el general Díaz de Villegas o el comisario Comín Colomer la han situado en torno a las 200.000 víctimas, posiblemente por seguir las cifras ofrecidas por la Auditoría del Ejército de Ocupación para las grandes aglomeraciones urbanas de Madrid, Barcelona o Valencia. Como antes ya he indicado, al no someterse esta persecución a ningún tipo de disciplina, como sí ocurrió con el Ejército en la zona enemiga, las atrocidades y enormidades fueron su común denominador. Tanto fue así que incluso se practicaron ensayos terribles que, pocos años más tarde, se desarrollarían en los frentes del Este de la 2ª Guerra Mundial: fusilamientos masivos (Madrid), hornos crematorios (Barcelona), simas de asesinados (Toledo), razias en ciudades (Castellón de la Plana), campos laborales de exterminio (Granada) y hasta pruebas médicas peligrosas con enfermos… De norte a sur, de este a oeste, nos encontramos con cuadros harto terroríficos: violaciones de impúberes y adultas delante de la familia; crucifixiones y decapitaciones; prisioneros quemados vivos, arrojados al mar o al abismo; variados tormentos y descuartizamientos; extracciones de ojos, mutilaciones, emasculaciones y hasta canibalismo en Castilla-La Mancha…

Otra opresión, maquillada con la máscara de auxilio marxista, fue la deportación de casi tres mil niños desvalidos a la URSS, los cuales no pudieron regresar a su patria natal hasta décadas más tarde. Tampoco fue solidaridad altruista y sí temeridad extrema, la hambruna y penurias padecidas en zona republicana, frente al lujo desmedido de no pocos dirigentes, lo que obligó a instaurar el racionamiento por todo el país en mayo de 1939, una vez liberada la mitad de la Península.

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Y que conste, para que nadie se llame a engaño: la mayor responsabilidad de toda esta mortandad, que bien pudiera catalogarse como holocausto ibérico, correspondió al socialismo, por recaer la dirección de checas, comités locales, jurados y demás organismos represivos en conocidos elementos del PSOE, UGT y JSU.

Continuará

 

 

 

Autor

José Piñeiro Maceiras