23/11/2024 01:44
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AUNQUE en otro lugar de este mismo número damos «nuestra opinión» sobre la sentencia que ha dictado el Alto Tribunal Militar que ha juzgado la causa 2/81 y aunque me había propuesto meditar largamente el texto de dicha sentencia y sus sibilinas entretelas… no me resisto a entrar en el «campo de batalla» que los demócratas de toda la vida han abierto tras el fallo y las penas impuestas. Alguien ha dicho (y esa parece ser la consigna secreta de este momento) que el proceso del 23-F se ha cerrado al dictar sentencia el Tribunal Militar, pero yo creo que es ahora, precisamente ahora, cuando de verdad comienza el 23-F. Porque es a partir de ahora cuando vamos a ver lo que dan de sí esos que decían querer y defender un Estado de Derecho. Porque será a partir de ahora cuando veamos la verdadera democracia que llevan dentro los «coautores de la fechoría» y el respeto que sienten por la Justicia… ¡cuando la Justicia no se deja embaucar por el pasteleo, la política y la revancha!

 

Sin embargo, el motivo central de estas líneas va a ser el artículo de don Adolfo Suárez en «El País», que también nosotros reproducimos, aunque sólo sea para que los españoles patriotas aprendan y sepan con qué «personajes» tenemos y tendremos que lidiar en el futuro (lo reproducimos en otro lugar de este periódico). Es imposible ser más cínico. Es imposible ser más descarado. Es imposible ser más traidor a una biografía y a un pasado. Si Herrero Tejedor y el Almirante Carrero, y Torcuato Fernández Miranda, y el propio Franco levantaran la cabeza… ¡yo les aseguro que se morirían de vergüenza, de desprecio y de asco! Pero, así es «esta» Democracia; así es este nido de camaleones y así es este país que algunos -¡muy pocos ya!­ seguimos llamando España.

 

Dice el señor Suárez que «disiente» porque «las sentencias no protegen de manera suficiente los derechos del pueblo español» y que «el rigor no consiste en concentrar las responsabilidades, sino en castigar adecuadamente a todos los culpables», ya que «la ejemplaridad no se produce si quedan sin castigar comportamientos intolerables». Alguna vez señalé -dice también- que sólo había que tener miedo al miedo mismo… que «no hay libertad bajo el miedo» y que «no se puede gobernar bajo el miedo». ¡Qué cosas hay que oír! Pero, ¿quién trajo a España el miedo?, ¿quién permitió, con su desgobierno, el miedo que hoy siente el pueblo vasco en particular y el español en general? ¡Naturalmente que no hay libertad bajo el miedo! ¡Naturalmente que no puede haber libertad en una democracia que se tiene que conservar a base de metralletas… legales, por supuesto! Pero ¿no fue usted quien permitió, con su desgobierno y sus pasteleos, el toma y daca de la violencia y quien estableció como norma el «estado de las ambulancias y las sirenas»?

 

Pues bien, si usted «disiente»… yo ¡también!

 

Y «disiento» porque creo que el Tribunal Militar que ha juzgado a los hombres del 23-F no ha acertado en lo fundamental: en localizar, mostrar, juzgar y condenar al «gran responsable» que sembró, regó y cultivó el germen que fructificó la tarde del 23 de febrero de 1981. ¿Sabe usted quién será para los futuros historiadores ese «gran responsable»? ¿Sabe usted quién aparecerá como «gran responsable» cuando desaparezca la hojarasca periodística del pesebre y el fondo de reptiles se haya desviado a las cloacas de la peste? ¡Usted!

 

¡No! No crea usted que el Tribunal de la Historia (y, por supuesto, el de Dios) le va a absolver de su gran responsabilidad, de su profunda responsabilidad, de su trágica responsabilidad… ¡porque -entre otras cosas- la Historia ni se vende ni se compra!

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DICE usted que en lo que más «disiente» es en la absolución de algunos oficiales y que no parece admisible que se diga -como se dice en el texto de la sentencia- que «los acontecimientos de la noche del 23 y madrugada del 24 de febrero presentaron apariencias suficientemente confusas y expectantes para hacer dudar, incluso a mandos muy superiores, de las decisiones a tomar, y por ello dilatar su adopción en espera de que la situación apareciese como más clara y resueltamente decidida».

 

¡Pues, claro que tiene que «disentir»!… ¡Como que ese párrafo de la sentencia «parece» ir destinado al hombre que siempre supo esperar el momento decisivo para elegir el «uniforme» que tenía que ponerse!… ¿O acaso no supo usted esperar a ver qué pasaba en la crisis del 69, o cuando el asesinato de Carrero o cuando la muerte de Franco? ¡Qué cruel tendrá que ser la Historia con su «yo disiento» de hoy!

 

Pero, dejemos ese filón de oro a los historiadores.

 

Dice usted que bajo el miedo no puede haber libertad, pues bien, como yo no tengo miedo y a pesar de mi asco quiero vivir en libertad yo le acuso a usted de ser el «gran responsable» de los sucesos del 23 de febrero. Y para que no haya dudas aquí están las «pruebas» de mis acusaciones:

 

 

YO LE ACUSO a usted de haber sido el causante del divorcio que parece existir, o existe, entre los Ejércitos y «esta» Democracia… porque, si usted hubiese cumplido su palabra de aquel día ante la cúpula de las Fuerzas Armadas, cuando «todavía» estaba en juego la Reforma Política, de que no habría comunismo… ni hubiese «legalizado» después el PCE del histórico señor Carrillo un Viernes Santo… ¡el Ejército no se habría sentido sorprendido, desilusionado, o, tal vez, traicionado en sus deseos de «adaptación a la Historia»!

 

YO LE ACUSO a usted de haber aumentado esa «separación intrínseca» del Ejército con «esta» Democracia… cuando su ambición personal de «permanecer a costa de lo que sea» permitió, consintió o engendró el tremendo problema de las autonomías vasca y catalana… ¡Ni los republicanos del 14 de abril consintieron que los Estatutos se hicieran antes que la Constitución!… y mucho menos que la existencia de España como Nación -única e indivisible- se pusiera sobre la mesa de las «negociaciones autonómicas».

 

YO LE ACUSO a usted de haber ahondado el pozo de las «discrepancias en la lealtad» entre el Ejército y «esta» Democracia… cuando por «miedo» a perder el sillón no supo o no quiso atajar los ultrajes a la Bandera, o cuando por «cobardía» permitió, aceptó o autorizó enterrar a los asesinados por ETA (¡en gran parte hombres de uniforme militar!) sin los honores debidos al que muere por su Patria y aprovechando casi siempre las sombras de la noche. ¡Cómo no iban o van a sentirse molestos y dolidos los compañeros de aquellos hombres que «esta» Democracia enterraba sin más honores que los «comunicados» de condena sacados de un manual revanchista y rutinario!

 

En fin, YO LE ACUSO a usted de ser -ante la Historia y ante España- el «gran responsable» del 23 de febrero de 1981… porque estoy convencido de que «sus vientos» trajeron esta tempestad. ¡Si usted no hubiese llevado a España con sus humillantes pasteleos a una «situación límite» seguramente los hombres que hoy o mañana van a perder sus uniformes estarían firmes al servicio de España y de la Corona! ¡Si usted hubiese sabido lo que para un militar español significaban y significarán siempre el amor a la Patria, el, sentido del honor, el juramento a la Bandera, la defensa de la Unidad y el culto a la Autoridad y a la disciplina… yo le aseguro que no se habría producido aquel 23-F!

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Luego, ¿de qué «disiente» usted? Usted lo que debe hacer es llorar eternamente los males que trajo a la Patria. Usted lo que tiene que hacer es entregarse en cuerpo y alma a preparar el «juicio de la Historia»… pues, no le va a resultar fácil demostrar (y mucho menos convencer) cuáles son las diferencias que existen entre los delitos de «conspiración para la rebelión», «rebelión militar» y «alta traición a la Patria»… y qué es servir a la Patria o servirse de la Patria.

 

¡Qué pena que el Tribunal de la Historia no pueda dictar sentencia aquí y ahora… y en rueda de prensa!

 

Entre otras cosas porque así sabríamos también quién le ha escrito el artículo «Yo disiento», que usted ha firmado con su nombre. ¿Verdad? ¿O acaso quiere simular que «también» sabe escribir?

 

¡Menos mal que el pueblo español ya sabe quién es Adolfo Suárez y cómo hay que tratar a «su» UCD! ¡Menos mal que la «venganza de las urnas» no ha tenido que esperar el fallo de la Historia!

 

¡Ah, y no se escude en el Rey o en la defensa de la Monarquía… porque Alcalá Zamora también lo decía «antes» y luego terminó siendo Presidente de la República! Que puede ser lo que le pase a usted. Defender una cosa, la Monarquía, al tiempo que se dinamitan sus cimientos con intrigas y ambiciones es como prometer que se va a construir un altar al Dios de la verdad para luego dedicarlo a la adoración del becerro de oro. No, no se puede decir que se quiere una cosa, la Monarquía, y al mismo tiempo poner los medios para destruirla.

 

Julio MERINO

(Heraldo Español Nº 99, 22 al 29 de junio de 1982)

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.