22/11/2024 08:37
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“El marxismo revolucionario es menos peligroso que el que se disfraza de moderado y demócrata… aquel pretende arrasar la fortaleza desde fuera y este, desde dentro”

 

“Hoy, la Revolución comunista ruge amenazadora, mientras las Derechas siguen encerradas en la moderación y en la convivencia democrática”

 

“Hoy muchos piensan que todavía no ha llegado la hora de hacerle frente a esa Revolución comunista, pero yo les digo que mañana puede ser demasiado tarde” (José Calvo Sotelo)

 

 

Me complace reproducir hoy el “Manifiesto a los españoles” que el Bloque Nacional (o “Frente Nacional”) de José Calvo Sotelo de cara a las elecciones transcendentales de febrero de 1936, aquellas elecciones que ya en realidad, era y fueron, un plebiscito a favor de España o de la anti-España. Porque aunque hayan pasado 84 años lo grave es que España vuelve a estar en una situación bastante parecida, como se está viviendo de cara a las elecciones del 4.M de Madrid, ya que como venimos defendiendo algunos no van a ser unas elecciones normales. Aquí está en juego otra vez el porvenir de España como Nación, la Nación que puede desaparecer si triunfa el “Frente Popular” que ha organizado el socialista Pedro Sánchez con los independentistas catalanes, los herederos de ETA, los nacionalistas vascos y demás ralea (al decir de Baroja).

Pero pasen y lean y mediten.

 

EL MANIFIESTO DEL BLOQUE NACIONAL

 

Curioso manifiesto electoral en que se propugna la supresión de las elecciones y la instauración de un nebuloso «Nuevo Estado» que difícilmente entusiasmaría a las masas neutras. Manifiesto en el que se ve la mano de Calvo Sotelo, con cita a Mella y ataques a Rousseau. Manifiesto en que se apela al miedo y al negativismo y se defiende el «magnífico esfuerzo de las clases conservadoras» en su poco magnífico bienio. Poco manifiesto para tan gran momento.

 

Un ineludible deber de ciudadanía mueve al Bloque Nacional a buscar el aliento de la opinión pública con el deseo vivísimo de suscitar en la confiada sociedad española la más exacta visión de los peligros que la rodean y amenazan.

 

El magnífico esfuerzo realizado por las clases socialmente conservadoras del país en 1933 no ha logrado el rendimiento que se esperaba. No es hora ya de una exégesis retrospectiva, que fácilmente nos permitiría señalar la evidente frustración de entusiasmos a que dio lugar una reiterada táctica de regateos y transacciones. Es lo cierto que a la postre hemos de enfrentarnos con el problema vital de España, en toda su crudeza ingente, y quizá en condiciones peores que las de 1933. Esta simple consideración delata la insuperable trascendencia de esta hora histórica que vivimos.

 

Decíamos a raíz de la crisis de abril último: «Algunos soñaron con acercar la República a un derechismo auténtico; pero bien acaba de observarse que la República, si por la izquierda es un horizonte sin límites, es en cambio por la derecha un límite sin horizonte. Porque la República no es una forma, es una doctrina. Una vieja, caduca y antiespañola doctrina.»

 

La revolución, añadimos hoy, consustancial con el régimen, que de ella nació y en ella ha de concluir fatalmente, mostró su contenido antinacional y virulento en la intentona comunista-separatista de octubre último. Todavía no están liquidadas ante los Tribunales de Justicia todas las responsabilidades dimanantes de aquella efeméride; todavía actúan fiscales y jueces pidiendo o acordando la disolución de partidos y organizaciones gestoras de la revolución, y, ya; sin embargo, el Poder se encoge; aterido de debilidad, frente a ella, abandonando la defensa implacable de los altos intereses nacionales que le están confiados. La revolución ha triunfado en 1935, logrando uno de los objetivos que se proponía en 1934, o sea, la eliminación de la CEDA de los cuadros ministeriales. Y ha triunfado en la desarticulación artificiosa de las auténticas fuerzas contrarrevolucionarias que tienen su sede en el Parlamento, etc. A nosotros no nos sorprende nada de esto. Lo hemos previsto, aunque no pudimos evitarlo. Otros pudieron evitarlo, pero no lo previeron por mantener una tesitura política notarialmente inoperante.

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Hoy, la revolución ruge amenazadora. Tanto más cuanto más insinceras apariencias de legalidad quiere adoptar. El marxismo francamente revolucionario es menos peligroso que el que se disfraza de comedimiento y democratismo. Aquél pretende arrasar la fortaleza desde fuera; éste, desde dentro; pero no con furia más leve, ni con potencia destructora menor. Fuera insigne torpeza darle medios para tan criminal designio; mas el Estado constituido, por sus propias esencias, carece de la energía precisa para preservarnos de ese morbo. Por eso el Bloque Nacional llama una vez más la atención del país sobre la absoluta necesidad de crear un nuevo tipo de Estado, que por respeto a la libertad humana en su más alta expresión ahogue en ciernes los conatos de ludibrio y muerte que suponen el separatismo y el marxismo. El actual Estado, aunque lo simbolizase una Corona, sería impotente, siquiera pudiese resistir mejor que el Estado republicano, por fuero de los principios de unidad y continuidad anejos a la Monarquía. El llamamiento periódico a las urnas nos predestinaría a la disolución, si cada vez que se hace ha de resolver el país, en ocho horas de febril tensión electoral, el problema de su propia existencia, y no meras cuestiones adjetivas o procesales, en las que la discrepancia tiene menor gravedad, por ser también más ínfima su categoría. Así, pues, importa muy mucho asegurar a la próxima lucha un rango definitivo, en el supuesto de que triunfen las derechas; como se lo asignan las izquierdas en el contrario, con frases de sentido inequívoco y anuncios de tajante transparencia.

 

No han faltado ocasiones, en estos últimos tiempos, para una integral instauración de los principios contrarrevolucionarios. Por desgracia se han desaprovechado. Ello ha tenido por causa la fragmentaria contemplación del momento político, en el que muchos no aciertan a ver otra cosa que contiendas, si bien agudas, no viscerales. Parte de la opinión pública reacciona con cierta atonía frente a las eventualidades del futuro próximo español. No se imagina en todo su crudelísimo alcance las consecuencias que acarrearía un triunfo de la izquierda extremista. Y no advierte, por tanto, la necesidad absoluta de evitarlo ahora, y de impedir que la coyuntura se renueve más adelante. Porque la contrarrevolución eficaz no se forja en la pelea callejera, sino en la obra legislativa y gubernamental. Es hora ya de que no levantemos tronos a las premisas y cadalsos a las conclusiones, como con frase cincelada dijo Vázquez de Mella. Hay que profesar una honrada consecuencia, repudiando las causas cuando se repudian los efectos. Hoy muchos piensan que todavía no ha llegado la hora de hacerle frente a esa Revolución comunista, pero yo les digo que mañana puede ser demasiado tarde. (José Calvo Sotelo)

 

El Bloque Nacional ha definido con trazos vigorosos su doctrina. Va tras un Estado nuevo que sólo lo es la mente de quienes todavía viven la herrumbre de los principios russonianos. Y que es viejo, bien viejo, felizmente viejo en la historia de España. Ese Estado, respetando todas las personalidades -en lo individual como en lo territorial-, necesita fuerza suficiente para enterrar los morbos antinacionales que minan sus esencias y amenazan a la Patria. Ha de ser, por ello, un Estado autoritario, integrador y corporativo. Porque el desenfreno del partidismo a que todos asistimos con repugnancia, jamás producirá órganos de autoridad ni situaciones de prestigio en la vida de los pueblos. Más de veinte crisis y más de ochenta ministros en cuatro años y medio -la cartera de Agricultura ha cambiado en 1935 cinco veces de titular. Ningún contraste tan desmoralizador como el que ofrecen de un lado las clases productoras del país, afanándose en bien de la economía nacional, y de otro, los partidos políticos entregados a forcejeos aviesos, en busca de precarias posesiones del Poder, no para la realización de grandes ideales patrios, sino para el reparto de prebendas y la impulsión de aciagas oligarquías.

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Por el camino recorrido no se ve la luz. Muy al contrario, todo es penumbra en el horizonte. Y hay que despejarlo con una acción denodada, que nos garantice un mañana espléndido y riente. El Estado nuevo aniquilará para siempre viejos mitos y prejuicios insanos, dando a los españoles todos, paz y orden. Ello exige, por lo pronto, la formación de un amplio frente contrarrevolucionario, cimentado sobre programa bien preciso y con alcance más allá del día de las elecciones, a fin de que los elegidos bajo ese signo prosigan, en el futuro Parlamento, estrechamente hermanados, la realización integral de ese programa.

 

Programa que ha de tener como base la sustitución del texto constitucional de 1931, ya cancelado en su virtualidad jurídica y el descastamiento del marxismo, el separatismo y el laicismo de la vida nacional. Plan también para la actuación, sobre la base de aplicar en su día inexorablemente el artículo 81 de la Constitución. Y decisión profunda para que España se recobre a sí misma en una tradición inmortal.

 El Comité del Bloque Nacional. Madrid,

25 de diciembre de 1935.

 

Por la transcripción Julio MERINO

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.