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Llegamos a Súria cuya comarca es toda amiga y por tanto sin peligro para los convoyes. A las dos horas de llegar se recibió aviso del alcalde de Santpedor, hermosa villa del partido judicial de Manresa, en la provincia de Barcelona, comunicándonos que podíamos ir a pernoctar en ella, porque las tropas que la guarnecían habían huido a Manresa; y allá nos dirigimos, haciéndonos un recibimiento magnífico, luciendo colgaduras los balcones y las casas y las luces en las ventanas, entre el clamor y entusiasmo del vecindario.

 

Ante tanto entusiasmo dieron orden de asueto a toda la fuerza y entonces los paisanos se nos disputaban por llevarnos  sus casas a pasar la noche. No salimos de nuestro asombro por tanto agasajo, máximo sabiendo que esta villa en la guerra llamada de los siete años no pudo ser tomada por el ejército carlista a pesar de las repetidas intentonas y que ahora se nos venía a las manos sin lucha.

 

Al día siguiente se tuvo noticia de que en Moyá, la columna que allí estaba, al enterarse que estábamos en Santpedor huyeron con tanta precipitación que dejaron abandonadas las municiones que cayeron en nuestro poder cuando pasamos por allí a hacer noche.

 

En estos días nos dedicamos a visitar los pueblos de la comarca, resultando una verdadera marcha triunfal.

Las fuerzas de las guarniciones se fueron corriendo a los centros de operaciones hasta tal punto era el terror que las tropas republicanas nos tenían, que llegó el Gobernador Militar de Manresa a telegrafiar al Capitán General de Barcelona que si en el término de dos días no le mandaba fuerzas de refuerzo, para poder defender la plaza, la entregaría a las tropas carlistas.

 

De Moyá pasamos al rico pueblo de Centellas, situado en el llano de Vic, muy republicano, pero ante el triunfo de Igualada, se apresuraron a destruir los puentes y llamarnos a toda prisa. Fuimos recibidos con gran alegría, entre aclamaciones del pueblo, con repique de campanas, colgaduras en los balcones, luciendo espléndida iluminación, por ser anochecido cuando entrábamos en la ciudad.

 

En esta población se presentó a nuestros Jefes, incorporándose al Ejército Carlista, el Brigadier de la República y Coronel de la Guardia Civil Freixa, en compañía de un hijo suyo, de varios oficiales y de un buen número de guardias de a caballo, pertenecientes todos a la guarnición de Barcelona, en donde habían pretendido hacer un levantamiento, pero debido a malas interpretaciones fáciles de comprender, estorbaron que lo llevase a cabo, fracasando el plan.

 

Seguimos la marcha por aquellos pueblos en donde nos recibían con tales muestras de entusiasmo que casi rayaba en el delirio, haciendo alto en Prats de Lluçanès, en donde estaba establecido el Cuartel General de nuestras operaciones.

 

Recibimos orden de poner sitio a la plaza fuerte amurallada en parte, denominada Berga. La guarnición se componía de un batallón de infantería, la partida de cipayos compuesta por unos 250 hombres mandada por el Xic de les Barraquetes, algunos caballos, una sección de artillería que ocupaba el castillo fortificado con dos cañones de batalla sistema Krupp.

 

Nos acercamos al pueblo, atacando a la bayoneta y hasta la noche no pudimos apoderarnos del barrio que existía a las afueras de las fortificaciones. Era el día 7 de agosto, bien de madrugada, cuando empezaron los cañones del fuerte con tan acierto que se nos hizo imposible el sostenernos en las casas, porque nos entraba la metralla por las ventanas, viéndonos por ello obligados a desalojarlas y colocarnos detrás de ellas resguardándonos del enemigo y evitando con ello el daño que nos causaba.

 

Como pasara el tiempo y observaran nuestros contrarios que no se acercaban refuerzos, así como que no había tropa que nos cubriese la retirada, trataron de coparnos. Para ello y al efecto de sorprendernos, arreció el fuego de fusilería acompañado de la artillería, y mientras tanto salió de la plaza sin ser visto por nosotros un batallón, tomando la carretera de Barcelona para embotellarnos entre las casas y el fuerte, pero calcularon mal los que esperaban en éste y creyéndonos ya copados, hicieron una salida que nos obligó a replegarnos para rechazarles; entonces vimos la operación y acertamos a comprender lo que se tramaba, y mientras nos sosteníamos unos cuantos, se retiraba el resto de las fuerzas, y, detrás y a paso ligero salimos nosotros del peligro entre una verdadera lluvia de plomo; pero lo que nos causaba el daño mayor era la metralla de las granadas que nos disparaban con los dos cañones que habían sacado del fuerte, que nos envolvía entre el humo y el polvillo de la tierra que levantaba.

 

Una de ellas reventó a mi lado imposibilitándome, de momento, poder seguir la marcha, por la tierra y cascotes de piedra que levantó al explotar. Del apuro salí ileso, gracias a Dios.

 

No nos siguieron por temor a la fuerza que sabían estaba cercana y que podía costarles cara la audacia. Perdimos 13 hombres que cayeron prisioneros y a los que, después de cometer con ellos verdaderas atrocidades, fusilaron en el acto.

 

Cuando ya de noche nos retirábamos hacia el pueblo de Gironella, fuimos testigos de uno de esos cuadros que no se olvidan nunca y que tan frecuentes eran en aquella guerra fratricida.

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El enemigo, después de nuestra retirada, prendió fuego a todas las casas del barrio en donde habíamos estado sosteniendo el combate, para evitar que pudieran servir otra vez de refugio y apoyo en el caso de volver al ataque. Aquello representaba un horroroso volcán. Todo lo redujeron a cenizas, sin respetar siquiera a una hermosa y antigua ermita que había próxima, aunque un tanto distante. ¡Bárbaros!

Éste fracaso ocasionó algún disgusto entre los jefes, que aprovechó Savalls para retirarse a un pueblo de la frontera francesa para tomar baños y descansar, dejando a Miret al mando de la columna.

 

VI

Dispuso Miret el asalto del pueblo de Caldes de Montbuy. No tomó las debidas precauciones y fuimos rechazados con pérdidas de importancia. Fue un verdadero descalabro por falta de pericia militar. Y aunque nos desanimó un poco, lo que más impresionó fue la muerte criminal que dieron a los prisioneros que cayeron en poder del enemigo. ¡Parece imposible que puedan ocurrir tales hechos entre gentes civilizadas! Los mismos salvajes los repudiarían. En medio de aquellas hordas bárbaras se hacían llamar soldados de progreso y de la libertad fueron nuestros voluntarios víctimas de los más feroces tormentos. La pluma se resiste a describir tanta ferocidad. Basta decir que muchos de estos nuevos bárbaros ostentaban colgados a los botones de sus capotes, por aquellos pueblos de la provincia de Barcelona y aún por esta misma progresiva ciudad, dedos y orejas de sus víctimas, sin contar otros miembros que el pudor impide nombrar.

 

Tales hechos quedan ignorados por la prensa liberal que tenía buen cuidado en callarlo, y cuando decían algo, lejos de protestar por ello, se atrevían a imputarlo a los carlistas. Más cuando fueron fusilados los Carabineros de Olot, entonces esa prensa y su gente pusieron el grito en el cielo, sin mirar que en casos tales sólo se hacía uso de la dura ley de represalias. Estos carabineros no habían dado nunca cuartel a los carlistas que caían en su poder, fueran o no guerrilleros, en las salidas de los pueblos; y además cometieron toda clase de vejaciones con los paisanos que sospechasen fuesen adictos a las ideas tradicionales.

Repuestos de este desastre, volvimos a Berga, que seguía bloqueada desde nuestro descalabro; bloqueo que se estrechó. Después de varios ataques y como vieran los situados que no les llegaba socorro, al observar preparativos para otro ataque más generalizado, hicieron proposiciones para rendirse, si se dejaba salir a la guarnición con armas y artillería; y estrechados más, propusieron de nuevo entregar la plaza saliendo la mitad armados y el resto sin armas. Nuestros jefes rechazaron tales proposiciones y exigieron la rendición a discreción.

 

Esta fue una estratagema de los sitiados para dar tiempo a que pudieran organizarse auxilios que estaban preparando en Manresa para acudir a su socorro.

 

En efecto, mientras tanto iban reconcentrando fuerzas y cuantos elementos se disponía para enviar a la plaza sitiada un fuerte convoy. Salió éste de la ciudad citada de Manresa el día 14 de agosto custodiado por dos fuertes columnas, haciendo noche en los pueblos de Sallent y Balsareny, durante la cual había de incorporarse en apoyo el Brigadier Reyes, al mando de otra columna de 3.000 hombres, buena caballería y 4 piezas de artillería.

 

Enterados de todo esto, nuestros jefes reunieron sus tropas en el pueblo de Caserras y determinaron el ir a sorprender aquella misma noche la columna de vanguardia de las que conducían el convoy que se hallaba en Balsareny, marchando sobre este pueblo. A la media noche entramos en él, sorprendiendo a la caballería y a cuatro compañías de voluntarios cipayos, haciéndoles varios muertos y heridos y cogiéndoles 34 prisioneros y estando a punto de cogerles los cañones que tenían montados en la plaza del pueblo.

 

Como el resto de las fuerzas que componían la columna tenían orden de no salir de las casas en donde se hallaban alojadas y de hacer fuego desde ellas a cuanto ocurriera la menor alarma, empezó un feroz tiroteo desde todas las casas, debido a lo cual la caballería se escapó, teniendo que retirarnos por encontrarse ya muy cerca las columnas que custodiaban el convoy y no ser conveniente la lucha en aquel lugar, dirigiéndonos a Súria a descansar.

 

Pasamos la fiesta de la Asunción, y el siguiente día, 16 de agosto, salimos muy de mañana en dirección de nuevo hacia Berga; y después de una marcha penosísima por un terreno escabroso, sin comer y casi agotados, llegamos al pueblos de Caserras, a las cuatro de la tarde, dándonos tan sólo una hora para descansar y poder tomar algún alimento.

 

En esto, llegó la noticia de que el enemigo subía para Berga con el convoy. Al saberlo Savalls, que había tomado el mando de las tropas al regresare de la frontera, dispuso salir a la carretera al encuentro del enemigo, poniéndose él personalmente a la cabeza, haciéndolo con tanta prisa que apenas tuve el tiempo preciso para poder unirme a mi compañía.

 

Próximo a la carretera sorprendimos a la avanzada enemiga, la que se retiró a nuestra vista. Las columnas que se encontraban descansando, nos atacaron de un modo formidable, por batallones formados en batalla, a la vez que nos hacían un fuego espantoso viéndonos obligados a retirarnos, pero batiéndonos palmo a palmo, siendo Savalls de los últimos en retirarse de las posiciones, alentando a todos con su ejemplo de valor y serenidad. En una de estas retiradas le mataron el caballo.

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Llevaríamos media hora aproximadamente de combate, cuando llegó Miret, y con este refuerzo ordena Savalls sostenernos en nuestras posiciones, pero se hace imposible ante la tenacidad y el furor de los atacantes por su mayor número, que se creían pasaba de seis mil hombres. Mientras tanto, la guarnición de Berga hace una salida para cortarnos la retirada y cargando a la bayoneta trata de apoderarse de Caserras agravando la situación en forma tal que nos creímos perdidos, y cuando más apurada era la situación, se presentó la columna del General Tristany que entra inmediatamente en combate rechazando el ataque, ante lo cual, nuestra fuerza que seguía sosteniéndose, peor en retirada, se reanimó, y dejando de retroceder, emprendió una ataque desesperado que se hizo decisivo, porque haciendo retroceder al enemigo, se le puso en vergonzosa huida a la desbandada, buscando su apoyo en la orilla contraria del río Ter; dejando en el campo de batalla y cayendo en nuestro poder dos cañones y más de doscientos prisioneros, entre éstos, algunos oficiales.

 

Las pérdidas en hombres no bajaron de quinientos, entre muertos y heridos, aunque también las nuestras fueron dolorosas. El General Tristany resultó herido en un pie.

 

Mi compañía fue la más castigada. Perdimos al Capitán, que cayó muerto en la última posición. Era un valiente y gran entusiasta por la Causa. Procedía del Cuerpo de Artillería del Estado.

 

Al día siguiente recorrimos los lugares del combate, recogiendo gran cantidad de armas y municiones. También vimos las señales del salvaje proceder de la rabia republicana. Las masías habían sido destruidas por el fuego, después de haberlas saqueado. Durante el reconocimiento sorprendimos a varios grupos de cipayos in fraganti delito de saqueo, siendo fusilados en el acto.

 

Con motivo de este hecho de armas hubo grandes desavenencias y disgustos entre los jefes, causando honda pena entre los buenos guerreros carlistas.

 

 

VII

 

Al día siguiente se separó Savalls, saliendo de operaciones por la provincia de Gerona, pasando cerca de Vic, frente de cuya plaza y tan próximo a ella, que nos saludaron desde las murallas con varias granadas. Como no se les hacía caso nos mandaron a la caballería, pero bastaron unas compañías para contenerles y hacerlos volver a refugiarse entre las murallas.

 

La primera población que se atacó fue el pueblo de Tortellá, resistiéndose heroicamente, y después de entrar en las calles, se encerró la tropa que la guarnecía, en la Iglesia, en donde se hicieron fuertes, defendiéndose con gran entusiasmo y bravura. Como no se les pudiera desalojar, ordenó Savalls que para que sirviera de escarmiento de los demás que íbamos a visitar y para prevenir tales resistencias, se pusiera fuego al pueblo.

 

Confieso que el hecho me produjo gran disgusto y malestar por lo que hice cuanto humanamente me fue posible para evitarlo, procurando que nadie de mi compañía tomara parte en el incendio, no sin dejar por otra parte de reconocer que tales faltas son consecuencia de una guerra civil tan enconada como la que nos hacían las tropas republicanas, aunque declaró que ésta ha sido la única falta que yo he presenciado por mandato del Jefe.

 

Nada de particular sucedió mientras recorrimos la provincia de Gerona con los Zuavos, y únicamente creo digno de mención el bloqueo del castillo y pueblo de Cardona, plaza fuerte amurallada de segundo orden, que nos hacían disparos de cañón con piezas de treinta y seis. Confieso que esto nos divertía porque pasaban las bombas por encima de nosotros a reventar a media legua del sitio donde estábamos. A los pocos días intentaron los voluntarios republicanos una salida, pero fueron rechazados, recibiendo tal paliza que por fin se avinieron a pagar la contribución de guerra que se les pedía, pues como plaza fuerte y amurallada, se negaban a ello.

 

Volvimos de nuevo a Berga que continuaba aún bloqueada; por cierto que lo pasamos muy mal por el frío y el temporal de nieve que sobrevino, anunciando el principio del invierno. Estábamos ya en el mes de noviembre.

 

Cansado del trato duro y sobre todo del carácter catalán, pues observaba que los que no éramos de aquella tierra no éramos tratados como merecíamos, me hizo perder la poca simpatía que al principio les tenía, llegando en algunas ocasiones a reyertas demasiado vivas, pedí definitivamente mi pase al Coronel que mandaba el batallón de Zuavos, el que aunque con cierta contrariedad, me lo concedió.

Autor

César Alcalá