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La vida de Alfonso XII es tan curiosa que cuando uno abre Google en busca de datos sobre su vida lo primero que encuentra es esto:

 

¿Quién era el auténtico padre de Alfonso XII?

Descartado el Rey consorte, la paternidad del hijo de Isabel II correspondió probablemente al militar valenciano Enrique Puigmoltó. La propia Reina así se lo insinuó a su hijo: «Hijo mío, la única sangre Borbón que corre por tus venas es la mía»

 

 

 

Descartado el marido de su madre la paternidad del hijo de Isabel II correspondió al militar valenciano Puig-Moltó…. Y eso en base a lo que la Reina le dijo un día al general Narváez en el transcurso de una discusión, según reveló el encargado de negocios de la Santa Sede en Madrid: «…que el general Narváez había hablado fuertemente con Isabel II de acabar con el escándalo (el romance con el militar valenciano) que habiéndose sido en estos últimos meses tan enérgicas las expresiones, que la misma Reina, llorando, le repuso: «¿es que deseas que aborte?» (lo cual no habría sido nada nuevo, ya que un aborto había tenido en 1855 y otro en 1856)».

Pero, según Mesonero Romanos, «la paternidad de Alfonso XII no la sabe ni la propia Reina, porque no hay que olvidar que los meses que duró el «romance» con el valenciano también se acostaba con O’Donnell, con el Secretario Miguel Tenorio, con «el Pollo Arana» y con el cantante Obregón.

Todo lo cual lleva a pensar que la infancia de aquel joven, ya Príncipe de Asturias, no fue, ciertamente, un jardín de rosas… más bien fue un burdel romano… como lo cantaron los madrileños las Navidades del año de su nacimiento: 1857 (28 de noviembre):

 

Los pastores son

los pastores son…

Los primeros que la Nochebuena

supieron quién era el padre

del Príncipe azul

Los pastores son…los pastores son

los primeros que supieron

que el nuevo Borbón

era hijo del valenciano Moltó…

Esta noche es Nochebuena

y mañana Navidad

saca la bota Isabel que nos vamos

a emborrachar…

Que en Palacio reina la jauría

queriendo saber

quién es el padre del niño

que ha nacido ya.

Los pastores son los pastores son.

 

 

En el portal de Palacio

y en el Reino de Madrid

está la Reina de parto

y alumbrándola un general

que es más bonito que la Puerta del Sol

Suben y bajan…los peces en el «Manza»

suben y bajan

para adorar al niño Moltó

y a la madre Isabel que lo parió

 

Pero, antes de seguir con sus avatares de Príncipe y de Rey repasemos su biografía personal.

 Alfonso nació en el Palacio Real de Madrid el 28 de noviembre de 1857. En Madrid y en la corte circuló el rumor de que su verdadero padre no era el consorte, Francisco de Asís de Borbón, sino un entonces capitán de ingenieros llamado Enrique Puigmoltó y Mayans, Alfonso, que recibió el título de príncipe de Asturias tras su nacimiento, tenía cuatro hermanas: la infanta Isabel, condesa de Girgenti (1851-1931), la infanta María del Pilar (1861-1879), la infanta María de la Paz, princesa de Baviera (1862-1946) y la infanta María Eulalia, duquesa de Galliera (1864-1958). Fue bautizado el 7 de diciembre de 1857 en la capilla del Palacio Real de Madrid por el patriarca de las Indias, siendo su padrino el papa Pío IX representado por el nuncio, Lorenzo Barili.10

Entre los preceptores del joven príncipe Alfonso se hallaban el duque de Sesto y el arzobispo de Burgos, este último elegido por la propia reina Isabel tras consultar con Pío IX.

En 1868, siendo aún un niño, su madre Isabel II fue destronada por la Revolución de 1868 (conocida como La Gloriosa), obligando a la familia real a partir hacia el exilio. Isabel y Francisco de Asís se instalaron por separado en París. La salida a Europa del joven Alfonso supuso una experiencia inestimable, al encontrarse así con otros sistemas políticos como el francés, el austrohúngaro o el británico. De hecho, fue el primer príncipe de Asturias que se formó en centros educativos y militares extranjeros.

El primero de ellos fue el colegio Stanislas, en París. La Guerra franco-prusiana motivó que la familia se trasladase transitoriamente a Ginebra, donde además de recibir clases particulares, Alfonso acudió a la Academia Pública de la ciudad cantonal. Como continuación de su educación se eligió la Real e Imperial Academia Teresiana (Colegio Theresianum) de Viena, donde, tras la Guerra franco-prusiana, el príncipe Alfonso fue acompañado por Guillermo Morphy, el conde de Morphy (1836-1899), hombre de confianza de la reina Isabel II, quien lo elige como preceptor. Anteriormente, el conde de Morphy ya había sido designado gentilhombre de entrada, con motivo del sexto cumpleaños del príncipe, acompañándole durante su exilio a París, y contribuyendo a su formación, con lecciones particulares.

Por último, el príncipe Alfonso asistió a la Academia militar de Sandhurst, en Inglaterra. En este país conoció de primera mano el constitucionalismo inglés. El 25 de junio de 1870, su madre, Isabel II, abdicó sus derechos dinásticos, en un documento firmado en París, en favor de su hijo Alfonso, que pasaba así a ser considerado por los monárquicos como el legítimo rey de España.

 

MANIFIESTO DE ABDICACIÓN:

Manifiesto a los españoles de Isabel de Borbón comunicando su abdicación en la persona de su hijo Alfonso XII.

 

A LOS ESPAÑOLES

«Azaroso y triste en muchas ocasiones ha sido el largo período de mi reinado; azaroso y triste, más para mí que para nadie, porque la gloria de ciertos hechos, el progreso de los adelantos realizados mientras he regido los destinos de nuestra querida Patria, no han conseguido hacerme olvidar que, amante de la paz y de la creciente ventura pública, vi siempre contrariados por actos independientes de mi voluntad mis sentimientos más caros, más profundos, mis aspiraciones las más nobles, mis más vehementes deseos por la felicidad de la amada España. 

Niña, miles de héroes proclamaron mi nombre; pero los estragos de 1ª guerra rodearon mi cuna: adolescente, no pensé más que en secundar los propósitos que me parecieron buenos, de quienes me ofrecían vuestra dicha; pero la calurosa lucha de los partidos no dejó espacio para que arraigaran en las costumbres el respeto a las leyes y el amor a las prudentes reformas: en la edad en que la razón se fortalece con la propia y la ajena experiencia, las tumultuosas pasiones de los hombres, que no he querido combatir a costa de vuestra sangre, para mí más preciada que mi vida misma, me han traído a tierra extranjera, lejos del trono de mis mayores, a esta tierra, que amiga, hospitalaria e ilustre, no es, sin embargo, la Patria mía, ni tampoco la Patria de mis hijos. Tal es, en compendio, la historia política de los treinta y cinco años, en que con mi derecho tradicional he ejercido la suprema representación y poder de los pueblos, que Dios, la ley, el propio derecho y el voto nacional encomendaron a mi cuidado. 

Al recorrerla, no hallo camino para acusarme de haber contribuido con deliberada intención, ni a los males que se me inculpan, ni a las desventuras que no he podido conjurar. Reina constitucional, he respetado sinceramente las leyes fundamentales; española antes que todo, y madre amorosa de los hijos de España, he confundido a todos en un afecto, igualmente cariñoso. Las desgracias que no alcanzó a impedir mi tantas veces quebrantado ánimo, dulcificadas fueron por mí en la mayor medida posible. Nada ha sido más grato a mi corazón que perdonar y premiar, y no he omitido nunca medio alguno para impedir que por mi causa derramaran lágrimas mis súbditos. Deseos y sentimientos que han sido, no obstante, vanos, para apartar de mí en el solio, y fuera de él, las pruebas amargas que acibaran mí vida. Resignada a sufrirlas acatando los designios de la Divina Providencia, creo que todavía puedo hacer libre y espontáneamente el último acto de quien encaminó los suyos, sin excepción, a labrar vuestra prosperidad y a garantizar vuestro reposo. 

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Veinte meses han trascurrido desde que pisé el suelo extranjero, temerosa de los males, que en su ceguedad no vacilan en querer reproducir los tenaces sostenedores de una aspiración ilegítima que condenaron las leyes del reino, el voto de tantas Asambleas, la razón de la victoria y las declaraciones de loa Gobiernos de la culta Europa. En estos veinte meses no ha cesado mi afligido espíritu de recoger con anhelante afán los ecos producidos por el doliente clamor de mi inolvidable España. Llena de fe en su porvenir, ansiosa de su grandeza, de su integridad, de su independencia, agradecida a los votos de los que me fueron y me son adictos, olvidada de los agravios inferidos por los que me desconocen o me injurian, para mí a nada aspiro; pero sí quiero corresponder a los impulsos de mi corazón, y a lo que habrán de aceptar con regocijo los leales Españoles, fiando a su hidalguía y a la nobleza de sus levantados sentimientos la suerte de la dinastía tradicional y del heredero de cien Reyes. Este es ese acto de que os hablo, esta la última prueba, que puedo y quiero daros, del afecto que siempre os he tenido. 

SABED, pues, que en virtud de un acta solemne, extendida en mi residencia de París y en presencia de los miembros de mi Real familia, de los Grandes, Dignidades, Generales y hombres públicos de España, que enumera el acta misma, HE ABDICADO de mi Real autoridad y de todos mis derechos políticos, sin género alguno de violencia, y sólo por mi espontánea y libérrima voluntad, trasmitiéndolos con todos los que correspondan a la corona de España, a mi muy amado hijo D. Alfonso, Príncipe de Asturias. Con arreglo a las leyes patrias me reservo todos los derechos civiles, y el estatuto y dignidad personales que ellas me conceden, singularmente la ley de 12 de Mayo de 1865, y por lo tanto conservaré bajo mi guarda y custodia a D. Alfonso mientras resida fuera de su Patria y hasta que, proclamado por un Gobierno y unas Cortes que representen el voto legítimo de la Nación, os lo entregue como anhelo y como alienta mi esperanza, que fuerzas siento para ello, aun cuando se desgarra mi alma de madre al prometerlo. Entretanto habré procurado infundir en su inteligente pensamiento las ideas generosas y elevadas, que tan bien se acuerdan con sus naturales inclinaciones, y que lo harán digno, en ello confío, de ceñir la corona de San Fernando y de suceder a los Alfonsos, sus predecesores, de quienes la Patria recibió, y él recibe, el legado de glorias imperecederas.

ALFONSO XII habrá de ser, pues, desde hoy, vuestro verdadero Rey: un Rey español y el Rey de los Españoles, no el Rey de un partido. Amadle con la misma sinceridad con que él os ama: respetad y proteged su juventud con la inquebrantable fortaleza de vuestros hidalgos corazones, mientras que yo con fervoroso ruego pido al Todopoderoso luengos días de paz y prosperidad para España, y que a la vez conceda a mi inocente hijo, que bendigo, sabiduría, prudencia, rectitud en el gobierno y mayor fortuna en el trono, que la alcanzada por su desventurada madre, que fue vuestra Reina: Isabel»

Pero allí estaba ya Don Antonio Cánovas del Castillo, que seria el verdadero artífice de la vuelta de la Monarquía y el cerebro de todo el reinado del joven Alfonso e incluso de la Regencia y Restauración de la madre María Cristina.

Por eso fue él quien preparó el terreno y fue, incluso, marcando los pasos de la familia real y de los monárquicos… y él fue el que obligó a la Abdicación a la Reina Isabel, el que envió al Príncipe al colegio de Sandhurst y el autor del manifiesto que el joven Rey cursó para los españoles. Fue el manifiesto del que reproducimos parte.

 

 

FRAGMENTO DEL MANIFIESTO DE SANDHURST

(1 de diciembre de 1874)

«He recibido de España un gran número de felicitaciones con motivo de mi cumpleaños. Cuantos me han escrito muestran igual convicción de que sólo el restablecimiento de la Monarquía Constitucional puede poner término a la incertidumbre que experimenta España. Dícenme que antes de mucho estarán conmigo todos los de buena fe sean cuales fueren sus antecedentes políticos, comprendiendo que no pueden tener exclusiones ni de un monarca nuevo y desapasionado, ni de un régimen que represente la unión y la paz…Por virtud de la espontánea y solemne abdicación de mi augusta madre, tan generosa como infortunada, soy único representante yo del derecho monárquico en España… Por todo esto, sin duda, lo único que inspira ya confianza en España es una Monarquía hereditaria y representativa. En el entretanto, no sólo está hoy por tierra todo lo que en 1868 existía… Si de hecho se halla abolida la Constitución de 1845, hallase de hecho abolida la que en 1869 se formó sobre la base inexistente de la Monarquía…No hay que esperar que decida yo nada de plano y arbitrariamente… Llegado el caso, fácil será que se entiendan un príncipe leal y un pueblo libre… Sea la que quiera mi propia suerte, ni dejaré de ser buen español, ni, como todos mis antepasados, buen católico, ni, como hombre del siglo, verdaderamente liberal.»

 Alfonso de Borbón, Sandhurst, 1 de diciembre de 1874.

 

Sin embargo, no todo salió como Cánovas tenia planeado, ya que por sorpresa el general Martínez Campos se pronunció en Sagunto y sin más proclamó al príncipe Alfonso como Rey de España (29 de diciembre de 1874). El levantamiento de Martínez Campos no encontró ninguna oposición en el país, ni en el ejército ni entre los mismos partidos republicanos. Cánovas asumió rápidamente el Ministerio y formó Gobierno, cuando ya estaba detenido en la Dirección Nacional de Seguridad por orden del general Serrano, que había asumido el poder en el interregno entre la caída de la Republica y la llegada de la Monarquía.

Pocos días antes de su regreso le había dicho al duque de Sesso:

 

«… el principal propósito del joven monarca era cambiar completa y radicalmente el espíritu del país. Iría poco a poco quitando importancia a lo que hasta entonces se había calificado de política, dándoselas a la educación e instrucción de todas las clases sociales, a la cultura, a la industria, al comercio, a las ciencias, las letras y las artes. El bello ideal del monarca era transformar España, hacer que entrase de lleno en el concierto europeo, asemejarse más a Carlos III que a los demás reyes de la dinastía que representaba, y lograr de este modo que el progreso intelectual y moral reemplazase a las intrigas políticas y financieras, a las discordias civiles; en una palabra, al lamentable atraso en que después de la gloriosa guerra de la Independencia había vivido España»

 

(Naturalmente, tras todo lo que hizo y habló el Príncipe estaba Don Antonio Cánovas del Castillo).

 

El 30 de diciembre, ante la rapidez de los acontecimientos, el Príncipe abandona Londres y llega a París al encuentro de su madre. En el Palacio de Castilla, que ya se conocía la noticia, le entregan un telegrama simple que dice: «Vuestra Majestad ha sido proclamado rey ayer por la noche por el Ejército español. ¡Viva el Rey!».

 

Alfonso, sin perder la calma, manifestó su propósito de pasar rápidamente a España para asumir su nueva responsabilidad. El 6 de enero partió de París en tren hacia Marsella, y en este puerto tomó un barco para dirigirse a Barcelona, donde hizo su entrada como rey de España.

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Pocos días después, también en barco, se trasladó a Valencia, y de allí, en tren, a Madrid, adonde llegó el 14 de enero y por donde paseó entre aplausos montado en un magnífico caballo blanco desde la basílica de Atocha hasta el Palacio Real.

 

Detalle curioso, y que demuestra quién era Cánovas del Castillo, fue el mensaje que le mandó a la Reina: «Majestad, a partir de hoy todos los Borbones pueden regresar a España, todos menos UNO… ¡vuestra Majestad!

 

Pero ya está bien de Historia y la Historia no es el objetivo de esta serie. Mi interés está en indagar en la vida personal de estos reyes de la casa de Borbón que tanto daño y tanto mal le hicieron a España, del primero de ellos, el Borbón que vino de París impuesto por el poderoso Luis XIV como Felipe V.

Alfonso no fue un degenerado, como lo fueron su madre, su abuela, su abuelo y su bisabuelo. Tampoco fue un santo, como veremos a continuación. En cuanto llegó a España y se puso la corona se planteó su casamiento y tras negociaciones y pactos se casó con su prima María de las Mercedes de Orleans, hija del traidor y marrullero duque de Montpensier y de la María Luisa Fernanda.

María de las Mercedes de Orleans y Borbón  nació en Madrid24 de junio de 1860  y murió en ibídem26 de junio de 1878, o sea que solo vivió 18 años. Al nacer (y no se asusten) le impusieron los nombres de María de las Mercedes, Isabel, Francisca de Asís, Antonia, Luisa, Fernanda, Felipa, Amalia, Cristina, Francisca de Paula, Ramona, Rita, Cayetana, Manuela, Juana, Josefa, Joaquina, Ana, Rafaela, Santísima Trinidad, Gaspara, Melchora, Baltasara, Filomena, Teresa y de Todos los Santos; siendo padrinos sus tíos maternos los reyes Isabel II y su esposo Francisco de Asís.

Era la quinta de los hijos de Antonio de Orleans (1824-1890), duque de Montpensier, hijo del rey Luis Felipe I de Francia, y de la infanta Luisa Fernanda de Borbón (1832-1897), hermana de Isabel II, que entonces reinaba en España. Pasó su infancia en Sevilla, ciudad por la que sintió especial predilección. Durante el período del Sexenio Democrático, tuvo que partir hacia el exilio. Al restaurarse la Monarquía volvió y la familia se instaló en el Palacio de San Telmo de Sevilla, hoy Sede de la Comunidad de Andalucía. Don años antes, cuando solo contaba con 12 años, ya había iniciado una relación amorosa con su primo. Relación que se reanudó en cuanto los jóvenes se vieron de nuevas y a pesar de la oposición de la Reina Isabel y del Gobierno, que se inclinaban por una princesa europea, se impusieron los deseos del ya Rey, y la vida se celebró el 23 de enero de 1878 en la madrileña basílica de Atocha.

Pero el destino no quiso seguir la pauta que la familia deseaba y el matrimonio se rompió por la prematura muerte de la Reina Mercedes a causa del tifus cinco meses después y un aborto espontaneo lo cual produjo una infección que probablemente condujo a su fallecimiento.

Falleció en el Palacio Real de Madrid, dos días después de su 18º cumpleaños, acompañada en todo momento por su esposo. Fue enterrada en una capilla del Monasterio de El Escorial, no pudiendo ser en el panteón real, reservado únicamente a las reinas que tuvieran descendencia. La reina Mercedes fue impulsora de la construcción de la catedral de la Almudena de Madrid, cuya construcción se inició en 1883. Sus restos fueron trasladados a esta catedral el 8 de noviembre de 2000, en cumplimiento del deseo expresado en su día por el rey Alfonso XII. La lápida de su tumba está realizada en mármol blanco y tiene la siguiente inscripción:

 

«María de las Mercedes, dulcísima esposa de Alfonso XII»

 

Y el pobre Alfonso quedó destrozado. Según todos los que le conocieron y le trataron, después nunca fue el mismo…como se vería en las películas que se hicieron de esa tragedia «Donde vas Alfonso XII» y «Donde vas triste de ti», y el famoso «romance» de la Reina Mercedes compuesta por Quintero León Quiroga y que seria cantada por todas las divas de la canción y del cante español.

Y tan perdió el sentido de su vida que aquel joven cayó en una depresión que le llevó al alcohol y a los burdeles de la Corte. Por los cronistas de la época se sabe que Alfonso salía del palacio a la madrugada y ya no volvía, cuando volvía, hasta el amanecer. De ahí que el Gobierno, y sobre todo Cánovas del Castillo que veía que se le hundía el «tinglado» que se había montado, le obligaron a casarse y ya no por amor, con la fría y antipática María Cristina de Habsburgo el 29 de noviembre de 1879, convirtiéndose en su segunda esposa, tras la muerte de la Reina Mercedes… y naturalmente su carácter introvertido, tímido y frio, chocó enseguida con el extrovertido monarca que además seguía enamorado de su María de las Mercedes y ya se había entregado a la amante que le daría dos hijas: la actriz Elena Sans. Pero fueron esos dos años entre la muerte de la primera esposa y la llegada de la segunda cuando Alfonso casi se pierde, como dejó escrito el gran madrileñista Mesoneros Romanos: «Estaba yo anoche, ya bien entrada la madrugada, con mis amigos José María Carnerero y Juan Grimaldi en nuestra tertulia «El Parnasillo», cuando vi entrar a mí también amiga Elenita Sans, tan guapa como siempre, que venia acompañada de un grupo de amigos, entre ellos Don Alfonso, el Rey de España, abrazado a ella y sostenido por algunos de los acompañantes, ya que por lo que pudimos comprobar enseguida el Rey no se podía tener en pie por el alcohol que ya había consumido a esas horas. Y fue ahí donde nos dimos todos cuenta que entre Elena y Alfonso había algo más que amistad, porque el joven, aunque bebido, no la dejó que se apartara de su lado y ella se pasaba varias horas, incluso pasándole paños de agua fría por la frente. Pero, desgraciadamente, no fue la única noche que vi al Rey en ese estado, y no solo cuando iba con Elena, otras veces se dejaba acompañar por varias mujerzuelas de la calle que lo trataban como un «manolo cualquiera». ¡Pena de Rey!».

 

Y ya lo saben, ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi Señor… y mi Señor serán siempre la verdad y la Historia… (o la intraHistoria).

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.