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Naturalmente si nací el año 1940 yo no pude hacer la guerra, ni con los «rojos» ni con los «nacionales»… pero, como si la hubiese vivido, porque mi infancia estuvo marcada por las historias que se contaban mi padre y sus amigos y mis tíos cada noche cuando se reunían en mi casa con la botella de montilla siempre llena. Con una curiosidad añadida, que no todos habían estado en el mismo bando y a veces discutían con pasión.
Fruto de aquellas noches de tertulias y de tantas historias como se contaron me fui familiarizando con la Guerra y con batallas sonadas, como la de Belchite, la del Jarama, la de Guadalajara, la de Teruel y ¡cómo no! la del Ebro…Algunas de aquellas historias las recogí en mis novelas, aunque disfrazándolas con nombres supuestos y mezclando realidad y ficción.
Bueno, pues hoy me he decidido y voy a republicar algunas tal como ellos las contaban… y empiezo por la de mi tío Antonio, uno de los hermanos de mi madre. Una historia increíble si no hubiese sucedido de verdad. Aunque mejor sería que fuese fruto de mi imaginación. Pasen y lean.
Nueva Carteia
Nova Carteia es un pueblecito de la campiña cordobesa que vive por y para la agricultura. De ahí que sus campos sean un horizonte de olivos y viñedos y en verano un mar de trigales y pajas al viento. Un conjunto de casas blancas y calles rectilíneas que se cruzan de Norte a Sur y de Este o a Oeste, con nombres tan naturales como la «calle Córdoba» la «calle Llana», el «punto Munda», el «camino de Egabro», la «Almeina», la «calle del Oro», la «calle del Olivo», la «calle del Agua», etc.
Nova Carteia está situada a dos pasos y medio del lugar exacto donde hace más de dos mil años se enfrentaron a muerte las tropas de Julio César y las de los hijos de Pompeyo el Grande, para dilucidar el futuro de Roma…, aquella Roma que mandaba en el mundo conocido y que tanta influencia tendría en el devenir histórico de España. Ahora ese lugar está dentro de una finca que se llama «Las Cuevas» y es propiedad de don Tomás Sánchez, un personaje interesante del que tendremos que hablar más adelante.
Pero lo más curioso de Nova Carteia es que, a pesar de estar situada a unos cuarenta kilómetros de Córdoba y a hora y media de Granada, por allí no pasa ninguna carretera, ni el ferrocarril, ni siquiera un río importante. Nova Carteia está como apartada del mundo, aislada y encerrada en sí misma, por eso allí no va nadie de paso. O se va a Nova Carteia o no se va, ya que el pueblo es término de viaje y meta de llegada.
Los «vencidos»
Aquel mes de julio comenzaron a regresar los «vencidos» de la guerra civil que no habían sido fusilados por «delitos de sangre» y habían cumplido ya su pena en la cárcel…, entre ellos mi tío Antonio, el hermano mayor de mi madre, a quien yo apenas reconocí, pues había cambiado mucho.
La historia de mi tío Antonio es alucinante, sobre todo como él la contaba… bueno, como él la contó la tarde-noche de su llegada cuando fue a visitarnos y a ver cómo estaba mi madre. Recuerdo que tras los prolongados abrazos que nos dio a todos y el rato que estuvo arriba con mi madre se sentó ante la puerta de mi casa con mi primo Diego y otros vecinos, y sin más empezó a contar su odisea:
-Te aseguro, Diego – comenzó diciendo- que lo que a mí me ha pasao no le ha pasao a nadie. Ahora que lo cuento hasta me parese mentira, pero, sí sí, una mentira que estuvo a punto de llevarme por delante y que me ha costao casi sinco años de cárcel…
«La cosa es que ni yo ni nadie podía imaginarse –dijo después de una pausa- lo que pasó … ¿Te acuerdas de Guiyermo el Patachula –le preguntó a mi primo Diego- aquel que se apuntó a Falange cuando vosotros? Bueno, pues él, si viviera, podía testificar lo que voy a contaros… La madrugada del 18 al 19 de julio, ¿recuerdas?, cuando nos enfrentamos a tiros a los del Frente Popular, yo pude escapar grasias a los pies ligeros que Dios me dio y a que Guiyermo, que se conosía estos campos mejor que el que los hiso, se vino conmigo… Aquel día andamos sin parar, yo que sé, lo menos sien kilómetros, y además a siegas, porque no sabíamos dónde dirigirnos ni dónde podían estar los nuestros. Primero pensamos irnos a Córdoba por Munda, Monturque y la «Cuesta del Espino», pero luego tuvimos que cambiar de planes, ya que al yegar cerca de Monturque nos encontramos de frente con un grupo de milisianos que nos hisieron correr más que a una liebre. En vista de lo cual, y sin saber quién se había apoderao de Cabra, nos dirigimos a Lusena, donde sabíamos que la Falange era mu fuerte…, pero tampoco a Lusena pudimos asercarnos, pues al yegar a la carretera general vimos un par de camiones con banderas rojas y carteles de la ugeté, la seneté y uno más grande que desía «¡Viva Rusia!», que avansaban en nuestra diresión… Nos escondimos y seguimos andando campo a través y sin saber dónde íbamos ni con quién podíamos toparnos. Y así nos yegó la tierra pelá, nos pusimos otra ves en marcha, y a eso del mediodía, yegamos a un pueblo que luego supimos que era Campiyo, ya serca de Antequera…
Pues bien, ayí, en Campiyo, fue donde sin darnos cuenta nos cogieron «prisioneros» si es que entonces se sabía lo que era eso de «prisionero». Y ya te puedes imaginar lo que pasó, porque además fuimos tan tontos o tan inosentes que a las primeras de cambio dijimos que éramos de Falange… Naturalmente, nos fueron pegando culatasos hasta el Cuartel de la Guardia Sivil, que ellos, los del Frente Popular, habían transformao en la «cársel del pueblo» y nos enserraron con los de «derechas» que habían detenido en la comarca. Aqueya misma noche nos subieron a todos en un camión destartalao y renqueante sin desirnos nada y a base de empujones y gritos. Cuando quisimos darnos cuenta estábamos en Ronda y ante nosotros se abría el famoso Tajo, nos hisieron bajar del camión y nos obligaron a ponernos en cola, una cola que se alargaba ya más de sincuenta metros.
– Bueno, pero aquí ¿qué pasa? –le pregunté yo a uno de los tipos que nos habían traío desde Campiyo.
– ¿Que qué pasa aquí? –y con voz amenasante me dijo-: ¡Lo vas a saber muy pronto, fasista!… ¿O es que crees que te hemos traío de excursión?… Ja, ja, ja –y se echó a reír como un histérico.
¡Y claro que lo supe rápidamente! Como que la cola avansaba a un rismo increíble… Pues, ¿sabéis lo que pasaba? –Preguntó entonces mi tío- sensiyamente, que los iban echando al Tajo de uno en uno por la parte del puente. Así, sin más y por supuesto sin juicio y sin requisitos. Cuando te yegaba el turno sólo te preguntaban, entre risas y cachondeo: «Tú cómo lo quieres, ¿con leche o sin leche? …, y sin darte tiempo a pronunciar palabra te empujaban violentamente al vasío.
Fue entonses, y cuando ya faltaba poco para que nos tocase a nosotros, Guiyermo iba delante de mí, cuando me dijo: «¡Macho, esto va en serio…!, si no hases ná en un minuto, esto es el fin, ¡cabrones!» Mi cabeza trabajaba a sien por hora como podrás imaginar, pero ayí había una tropa de milisianos toos armaos hasta los dientes y medio borrachos de vino y odio.
En ese momento, y sin tiempo pá pensarlo, me dirigí al sujeto que me apuntaba con una escopeta y le dije:
– Oye, tú, ¿podría pedirte un favor?
– ¿Un favor? Sí, pide lo que quieras, pá lo que te va a servir…-respondió con la boca llena de comida, pues se estaba comiendo un salchichón a bocaos.
– Hombre, verás, yo sé que soy un fasista y un cabrón, y un traidor, y un mierda…., pero, ¿sabes…?, es que los fasistas también tenemos familia… El favor que te pido es que cuando acabe tó esto, si es que acaba, le hagas yegar a mi familia que yo morí aquí en el «Tajo de Ronda»… Me yamo Antonio Gonsáles y a mi familia la llaman los Asulejos…
– Bueno, hombre, bueno…, no te pongas así, si esto es muy rápido, ya verás, ni te enteras –y añadió entre risas-: ¡Ah, y en cuanto a lo de tu familia no te preocupes…, coño, pero, ¿de qué pueblo eres?
– De Nova Carteia, en Córdoba… Por favor, hombre, que no se te olvide… al fin y al cabo tú también tendrás familia y sabes lo que es eso…
Pero mi cabeza seguía trabajando a la desesperá en busca de un milagro… Un milagro que era imposible.
– Oye, Antonio, esto es una putá… que nos va a tocar y estos cabrones no paran –oí que me desía el Patachula sin inmutarse.
– Macho –le dije yo-, nos ha yegao la hora…, resa lo que sepas y no te acobardes…, haslo por España.
– ¿Por España?.., pues si esto es España me cago en España.
Sin embargo, cuando le tocó su turno, se adelantó con valentía y gritó un ¡VIVA ESPAÑA! Que debió oírse en un kilómetro a la redonda, y después un ¡ARRIBA ESPAÑA! toavía más fuerte… Guiyermo cayó por el Tajo como un valiente.
Después me tocó a mí… En ese instante me temblaban las piernas como si fueran de asogue… Pero, tal como lo pensé lo hise…
-Pero, ¿qué podías haser? –preguntó mi primo Diego, que estaba, como estábamos los demás, con el corazón en un puño sólo de oír el relato.
-¿Que qué hise? –y mi tío se echó a reír-. Como entre donde yo estaba y donde estaban los que te empujaban había unos dies metros, tomé carrerilla y, con los brasos abiertos, me abalansé sobre ellos, sobre los dos que hasían de «porteros» y sobre el jefesiyo que te hasía la pregunta del cachondeo…, y me los yevé por delante. Fue algo tremendo e imposible de contar, espesialmente el grito que dieron aqueyos tipos…
– Pero, tú también caíste, ¿no? –dijo mi primo Diego con los ojos abiertos de par en par.
– Pues, claro –dijo mi tío.
-¿Entonses?
– Ahí, ahí comiensa mi milagro, pues un milagro fue tó lo que siguió a partir de ese momento…, ya que escaparse de la muerte después de caer por el Tajo parese un cuento de hadas. El hecho es que así fue.
Pero, ¿cómo? –y mi primo Diego no podía creerlo-. Antonio que yo conosco aquello… que el Tajo por el puente debe tener medio kilómetro de jondo, y además las piedras y los saliente, y el fondo…,¿cómo? Imposible, Antonio, imposible.
– ¿Imposible? –respondió mi tío- Macho, yo no sé lo que pasó, porque de lo único que me di cuenta al caer fue del leñaso que me di contra un árbol y del crujío que sentí en mi pierna derecha…, pero, lo que sí sé es que cuando abrí los ojos, aunque era de noche y aquello estaba más oscuro que el carbón, y me toqué la cabeza y el cuerpo yo estaba vivo, sí, vivo…, eso sí, la pierna la tenía rota por dos o tres sitios y del hombro derecho me salía sangre…, ¡y me dolía todo!
-¿Y qué hisiste entonses?
– Pues, chico, me quedé un rato quieto como un muerto y hasta con los ojos serraos…; luego, comensé a tocar con mis manos hasta donde alcanzaba y poco a poco a moverme a rastras, muy despasito… Eso sí, lo que yo escuchaba eran unos gritos tremendos, pero como a mucha distansia, y tiros, muchos tiros… Entonses me dije: «Macho, esto será el infierno, pero tú estás vivo…» Así que me fui arrastrando por entre las piedras y el agua fangosa y saltando por ensima de los muertos… ¡yo que sé!
– Pero, ¿y cómo saliste de ayí? –volvió a preguntar Diego.
– Eso quisiera saber yo…, yo lo único que sé es que me arrastraba sin parar y con mil dolores en toas partes…, y que al cabo de muncho rato me mareé y perdí el conosimiento.
-¿Y entonses?
-Macho, cuando desperté yo estaba tumbao en un camastro de paja y en una chosa… rodeao de personas. Tenía la pierna entabliyá y un vendaje que me cubría el hombro y el pecho. Por los visto aqueya familia me recogió al amaneser y me yevó a la chosa desde donde guardaban un melonar que tenían cerca de la «Cueva del Gato», que es donde estábamos. Después el hombre, Visente Losano, que era de Montejaque, se fue a buscar al médico de Ronda, con quien volvió al cabo de unas horas… y fue éste quien me curó y me entabliyó la pierna como pudo. Total: que salvé la vida.
– Lo que no entiendo –dijo entonces mi primo Diego- es cómo has pasao entonses sinco años de cársel siendo falangista y habiéndote pasao eso del «Tajo».
– Es que la historia no termina ahí, Diego –añadió mi tío-, porque lo curioso es que a los dos meses de estar ayí con aqueya familia, y cuando yo estaba ya casi bueno y comensaba a valerme por mí mismo, un día se presentaron en la huerta dies o dose «nasionales» que iban de paso y quisieron fusilar al tal Visente y a sus dos hijos mayores porque eran «rojos»… Entonses yo les salí al paso, les conté quién era y lo que había pasao, para que nos dejaran tranquilos… Pero, uno de ellos, sin escuchar rasones, me atisó un guantaso que me tiró al suelo y quiso proseguir la tarea del fusilamiento… Naturalmente, yo perdí la cabesa y antes de que ellos se dieran cuenta ya me había cargao a dos y desarmao a los demás… Sí, aquel día se marcharon con las orejas gachas y los dos muertos al hombro, pero al poco tiempo volvieron una noche con un grupo de soldaos y nos llevaron a toos.
– ¿Adónde? –preguntó mi primo, que se estaba bebiendo la historia.
– Bueno, Diego tú sabes que aqueyos primeros meses de la guerra Andalusía era un caos, ya que salvo las siudades y los pueblos grandes lo demás era «tierra de nadie«… Así que fuimos de un lao pá otro hasta llegar a Graná, donde fuimos encarselaos. A mí me hisieron un Consejo de Guerra sumarísimo, y como no se creyeron mi historia fui condenado a la másima pena por las dos muertes que pesaban sobre mí que yo nunca negué. Pero la pena me fue conmutada y pasé a una prisión militar… En fin –dijo mi tío, que ya estaba cansado de hablar- ésa es otra historia y larga de contar, ya que las cosas que a mí me han pasao estoy seguro que no le han pasao a nadie. Otro día te las contaré. El hecho es que por ser falangista me echaron por el Tajo de Ronda los rojos y por haber salvao a otros rojos me condenaron los nasionales. Así se escribe la Historia…, macho.
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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