21/09/2024 08:44
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Miren ustedes, ya saben que yo ni quito ni pongo Rey, pero ayudo a mi señor y en este caso mi Señor son los hechos, siempre los hechos, y ante la actualidad que ha tomado Largo Caballero, por lo de el nombre de la calle y por la carta de su hija me voy a permitir reproducir íntegro el discurso que pronunció una tarde del verano de 1933 en la Escuela Socialista de Verano del PSOE que, no por casualidad,  dirigía Santiago Carrillo. Fue aquella tarde, al terminar su discurso-conferencia,  cuando los jóvenes que habían estado escuchándole se levantaron y aplaudiendo frenéticamente gritaron: «¡Viva el Lenin español!»… y además el propio Largo lo había dejado claro durante la campaña electoral: si ganamos en las urnas haremos la revolución y si perdemos, también. Lo que mantuvo ya hasta el final de la Guerra.

Y sin más. Pasen y lean. Eso sí , me gustaría que esa dolida hija leyera este discurso. El discurso de la ruptura con la República legal y con la Democracia, pues a partir de ese momento, e incluso cuando fue Presidente del Gobierno, ya solo pensó en la Dictadura del proletariado:

  

«Compañeras y compañeros: Después de saludaros muy cordialmente, me vais a permitir que haciendo una aclaración. Se refiere ésta a las palabras dichas por el compañero Cabrera sobre el tema. La primera noticia que yo he tenido de que debía tomar parte en este acto la recibí el jueves por la mañana al leerlo en «El Socialista». Hasta entonces yo no supe que tenía que venir aquí.

»Me sorprendió el tema fijado. Si hubiera tenido que fijarlo, de ninguna manera hubiese señalado ése.

Francamente se lo habría dicho a los compañeros de la Juventud.

»Al traer aquí ese tema en las actuales circunstancias es indudable que se quiere aludir a las posibilidades socialistas dentro de la democracia burguesa.

»Yo, antes de la República, creí que no era imposible hacer obra socialista en la democracia burguesa, y después de llevar veintitantos meses en el Gobierno de la República, si tenía alguna duda ha desaparecido. Hoy estoy convencido de que realizar obra socialista dentro de una democracia burguesa es imposible. (Muy bien.)

»Una cosa son las reformas sociales dentro de la democracia burguesa y otra realizar obra socialista dentro de la democracia burguesa.

»Posibilidades socialistas

»Tendremos que empezar por definir qué entendemos por posibilidades socialistas. ¿Es que entendemos por posibilidad socialista hacer una ley de Accidentes del trabajo, o la ley de Jornada de ocho horas? Ésas no son posibilidades socialistas. Posibilidad socialista ha de ser hacer Socialismo, y el Socialismo no se empieza a hacer hasta que se comienza a socializar la propiedad. ¿Y hay alguien que tenga la esperanza de poder socializar la propiedad, ni en poco ni en mucho, en una democracia burguesa?

»Por eso a mí me pareció que el tema había sido mal escogido, y sobre todo habiendo de desarrollarlo yo.

Indudablemente, los compañeros interpretaron mal mi manera de pensar cuando lo escogieron.

»Pero no creo que haya inconveniente en que, a pesar de haber sido anunciado ese tema, hable yo aquí de algunas otras cosas.

»Me interesa hacer constar que yo no vengo aquí, como no voy a ninguna parte, a enseñar nada. Yo no soy profesor, no lo puedo ser. Yo vengo aquí como un compañero, a charlar con vosotros un rato, a decir en la intimidad cosas que no se pueden decir en otra parte. No creí yo que viniesen a escuchar mi conferencia personas que no pertenecen a la Escuela. Esta asistencia ha hecho que esa intimidad no sea tan absoluta como yo creía; pero, en fin, supongo que se podrá hablar aquí un poco íntimamente sobre nuestras ideas y nuestra táctica. 

 

»Contra los personalismos

»Deseo, camaradas, que lo que diga no se interprete torcidamente por nadie, que nadie crea que abrigo tales o cuáles propósitos que no sean .Jos naturales de servir a nuestras ideas. Ruego también a la Juventud que no saque consecuencias personales de lo que se diga ni por mí ni por nadie. Debemos acostumbrar­ nos a escuchar y a reflexionar sobre lo que oigamos; pero no sacar consecuencias que puedan derivar hacia el personalismo.

»Es lamentable que ocurra lo que ahora sucede con algunos camaradas que dicen: «yo pienso como Fula­no; yo pienso como Mengano.» Eso es absurdo. Entre nosotros no hay más que una de dos: o se interpreta el pensamiento del Partido o no se interpreta. El que algunos camaradas que dicen: «‘Yo pienso como Fulano; yo pienso como Mengano.» Eso es absurdo. Entre nosotros no hay más que una de dos: o se interpreta el pensamiento del Partido o no se interpreta. El que interpreta el pensamiento del Partido está con él, y el que crea que no es ése el pensamiento del Partido no diré que no está con el Partido; pero no lo interpreta. A esto es a lo que hay que atender: estamos con el Partido o no estamos con el Partido; pero no con Fulano ni son Mengano.

»Los momentos obligan a reflexionar mucho. No podemos echar las cosas a broma ni conducirlas por un terreno que pueda desviar nuestra atención de cosas verdaderamente fundamentales.

»Yo quisiera, si me lo permitís vosotros, jóvenes, hablaros un poquito de lo que yo hacía dentro del Partido cuando era joven también. Os parecerá un poco pueril lo que yo voy a manifestar antes de entrar en el fondo de mi conferencia; pero quiero que cuando vayáis a las provincias de España de que procedáis, conozcáis, aunque sea a grandes rasgos, al camarada, al compañero que os habla en estos momentos.

»Las cosas se van poniendo de manera que, bien a pesar mío, por primera y última vez voy a tener que hablar de Francisco Largo Caballero. No creáis que lo hago por mí; lo hago para que vosotros conozcáis la trayectoria que yo he seguido dentro del Partido desde la edad de veinte años hasta la de sesenta y tres y pico, cerca de los sesenta y cuatro, que tengo.

 

»Recuerdos de un militante

 

»El año 1890 estaba yo trabajando en la carretera de Fuencarral. Ganaba 1,75 pesetas y trabajaba más de doce horas. Era yo ya oficial de estuquista; pero entonces había, como hoy, crisis de trabajo en mi oficio y no se trabajaba en él más que los meses de vera­no. En el invierno no trabajábamos y teníamos que ir a lo que llamaban la Villa a ganar 1,50, que pagaba el Ayuntamiento, o 1,75, en la Diputación provincial. En este momento de mi vida ganaba yo 1,75 pesetas trabajando en una carretera. En esas circunstancias oí por primera vez hablar del Primero de Mayo. Estábamos reunidos varios trabajadores comentando el anuncio de manifestación que se preparaba en Madrid para el día Primero de Mayo. Nosotros nos preguntábamos:

¿Qué es eso del Primero de Mayo? Cuando terminamos la labor nos trasladamos a Madrid, y el que más y el que menos se dedicó a averiguar la significación de aquella fiesta. Yo me dirigí a la calle de Jardines, al número 32. Allí, en un cuarto, tenían su domicilio los del Arte de Imprimir. También se reunían en aquel local varias Sociedades, entre ellas la de Albañiles. En ésta me afilié yo en el año 1890. Por eso dije en Par­diñas que llevaba en la Unión General de Trabajado­res cuarenta y tres años. En las organizaciones obre­ras he desempeñado después todos los cargos que os podéis figurar; Entonces no había tantos camaradas como hoy para trabajar. :Éramos muy poquitos los que habíamos de hacer las labores de la organización obrera. Entonces también, quisiéramos o no, teníamos muchos enchufes. Por ejemplo -ya digo que por primera y última vez hablaré de esto-, llegó un momento en que yo desempeñaba catorce cargos, gratuitos todos. Todos los cumplía, además de trabajar en mi oficio.

»De esa manera es como se pudo, con lo que yo hacía y con lo que hacían otros compañeros que trabajaban tanto o más que yo, trasladar el domicilio social del número 32 al 20 y constituir el primer Centro Obrero que existió en Madrid. Luego fuimos a la calle de la Bolsa, después a la de Relatores y más tarde adonde estamos.

»Yo llegué a ser secretario y presidente de la Casa del Pueblo.

»Para daros idea, camaradas, de la intensidad con que había que trabajar entonces, os diré que no bastaban las horas de que disponíamos después de salir de nuestro trabajo para realizar los quehaceres que exigía la organización. Acaso haya aquí alguno que recuerde cómo a mediodía, en la hora de comer, tenía que ir yo, con el taleguilla de la comida y vestido de albañil, a la Casa del Pueblo a trabajar. Había un hombre que era el que nos movía con su ejemplo: este hombre era el camarada Iglesias.

»Así fui recorriendo todos los cargos que pueden desempeñarse en la organización obrera. 

 

»La actuación en el Partido

»En el Partido yo entré virgen políticamente. Me afilié a él después de haber oído a todos los hombres del republicanismo español, en las asambleas y mítines que celebraban, pues yo asistía a todos, afanoso de encontrar lo que en mi interior anhelaba. No sabía qué era; pero ninguno de aquellos republicanos me satisfacía. Asistía yo también a las asambleas de la Agrupación Socialista, y a los tres años de militar en la Unión General de Trabajadores me convencí de que debía afiliarme a aquélla. Así lo hice. Por eso dije en Pardiñas que llevaba cuarenta años en la organización socialista.

»Dentro del Partido hube de desempeñar igualmente toda clase de cargos. Cuantos creáis que se pueden desempeñar en el Partido los he desempeñado yo gratuitamente, pues entonces todos tenían esa condición.

»De carácter internacional no es preciso que relate los que he ostentado, porque todos vosotros los conocéis. He sido concejal tres veces, diputado provincial una vez, diputado a Cortes dos veces. He sido miembro del Consejo de Estado, nombrado por la Unión General de Trabajadores, y, autorizado por el Partido, ministro. En el Instituto de Reformas Social­ entré el año 1904 y ya no salí nunca de él.

»Toda la legislación social española ha pasado por mis manos y en toda he intervenido. Y por lo que res­pecta a la internacional, he acudido a todas las Conferencias Internacionales del Trabajo.

»Sin embargo, de esta historia mía, que vosotros seguramente conocéis, os puedo afirmar que no he sentido nunca vanidad ni deseo de aplausos. No he sido hombre que haya nadado a favor de la corriente, porque ni mi carácter ni mi temperamento me lo han permitido nunca. Al contrario, siempre he buscado, si había motivo para ello, la ocasión de contradecir; si no había motivo, no. Quiere esto decir que yo no me dejo llevar a favor del agua.

 

»Fijando posiciones

 

»Viene esto a cuento, camaradas, de que, como antes os decía, nada de lo que ocurra en nuestro Partido debe convertirse en cuestión personal. Os lo digo a vosotros y también a los que no están aquí. No hagáis cuestiones personales de ninguna discrepancia en nuestras filas. Entre nosotros no hay más que opiniones que se exponen, y el que acierta, acierta. Los demás acatarán los acuerdos o no, participarán de ellos o no; pero eso no nos debe a nosotros conducir a algo que sería verdaderamente grave y peligroso.

»Yo declaro que no soy persona que plantee ja­más -no he planteado nunca en mi vida- ninguna cuestión. No obstante, yo declaro que no soy hombre que se deje vencer fácilmente. A mí el que me acometa, por muy fuerte enemigo que sea, me tiene que vencer. Lo que es someterme, yo no me someto. Por consiguiente, mantengámonos todos con la serenidad debida y en el terreno que nos corresponde.

»Algunos han pensado que las palabras pronuncia­das en Pardiñas lo fueron con el propósito de causar un efecto exterior, un efecto político, para tonificar un poco los espíritus de los camaradas, pero que no es­taba yo muy convencido de ellas, que era una cosa de habilidad. Vengo aquí a declarar que me ratifico desde la primera letra a la última de lo que dije en Pardiñas.

»No soy tampoco hombre de esa contextura moral. Estuve más de dos años sin hablar, y fui al cine Pardiñas no para decir todo lo que hubiese querido, pero tampoco para rectificar inmediatamente lo que allí manifestara; eso, no. Yo me ratifico en lo que dije. Al ratificarme he de tratar esta tarde de algo que tiene relación no con cuestiones teóricas, aunque yo no las desdeño, sino con realidades vivas. Permitidme también, por única vez, que os diga que yo -y acaso muchos de vosotros os encontréis en la misma situación-, que fui a los Escolapios unos cuantos meses a la edad de siete años y que no volví más a la escuela, he tenido afán, deseos, entusiasmo por aprender, por enterarme, y conozco, aunque sea superficialmente, toda la parte teórica del marxismo, de todos nuestros camaradas marxistas. Eso os lo puedo demostrar llevándolos a mi casa, donde no entran los libros para adorno, sino para ser leídos. Esto es lo que yo recomiendo a vosotros, que leáis, sí, pero con método, y convendría que en la Escuela ésta algunos compañeros os indicasen el método que debéis seguir para estudiar las teorías marxistas, con objeto de que las podáis asimilar mejor. Si hacéis eso os pasará lo que me pasa a mí, que tendréis una idea de lo que son las teorías; pero que os va a absorber toda vuestra existencia la lucha real, positiva, con la clase capitalista. Y aunque tengamos algunas nociones de teoría, no tenemos tiempo siquiera de exponerlas, porque nos ab­sorbe toda nuestra actividad algo que es mucho más urgente, que es hacer frente al enemigo común; y hay que hacerle frente por todos los medios, por todos los procedimientos.

 

»La proclamación de la República

 

»En Pardiñas manifesté que habíamos ido a la Re­pública y contribuido a su proclamación porque así nos lo habían exigido. Nosotros no habíamos pedido nada; pero adquirimos el convencimiento de que era necesaria la cooperación, la colaboración del Partido Socialista y de la Unión General de Trabajadores para la proclamación de la República. Yo quiero manifestaros aquí mi convencimiento de que una de las mayo­res glorias del Partido Socialista es la de haber con­tribuido a la proclamación del nuevo régimen en España. Me horroriza pensar que de habernos negado nosotros a intervenir en la proclamación de la República, ésta no hubiera podido proclamarse, y que hubiera sido responsable el Partido Socialista del no desplazamiento de España de la monarquía. Eso hubiera constituido el bochorno más grande para la historia de nuestro Partido, nos hubiera imposibilitado políticamente para muchísimo tiempo, hubiéramos tenido que estar muchísimos años manejando el argumento de nuestra desconfianza hacia todos los republicanos para podernos justificar. Yo creo que hicimos bien. Pero, ¿y si se hubiera proclamado la República sin nuestra ayuda? Malo hubiera sido que no se hubiese podido proclamar la República por culpa nuestra; pero si por cualquier circunstancia la República se proclama sin la ayuda de los socialistas, ¿cuál hubiera sido nuestra situación? Además, nosotros ¿qué motivos podíamos tener para negarnos a colaborar en la proclamación de la República? ¿Es que está en pugna con nuestros ideales?

 

 

»El programa de Erfurt

 

»ÜS voy a llamar la atención sobre un particular. Habréis visto algunos de vosotros un libro que acaba de publicarse, que se titula El programa de Erfurt, de Kautsky. Pues bien, en ese programa he notado la falta de un documento que me parecía muy interesan­te. Cuando en Alemania, después de las leyes excepcionales de Bismarck, se fue al Congreso de Erfurt, se hizo el proyecto de programa bajo la coacción de las consecuencias que tuvieron para el Partido Socialista alemán aquellas leyes. Y Engels dirigió una carta a Kautsky en la que hacía la crítica del proyecto de pro­grama de Erfurt calificándole de oportunista, diciéndole que no le parecía bien que en el Congreso de Erfurt se estuviera haciendo el programa bajo la presión de aquella persecución de Bismarck. Hubiera sido conveniente que ese documento dirigido a Kautsky, y que se publicó diez años después, no dejara de consignar­ se, porque en él se hacía una afirmación muy interesante sobre el régimen político. En el Congreso de Erfurt toda la preocupación de los compañeros alemanes era hacer un programa que pudiera encajar perfectamente en el derecho constituido dentro de Alemania; es decir, dentro del imperialismo alemán. En el proyecto ni por asomo se hacía la menor indicación de que el Socialismo aspiraba no ya al Socialismo, pero ni siquiera a una República. Esto molestó a Engels, quien escribió a Kautsky diciéndole, entre otras cosas, que le parecía mal que se hiciese un programa tan oportunista sin orientar a la clase trabajadora sobre la aspiración, por lo menos, de la instauración de una República. En esa carta le decía: «Si hay algo respecto de lo cual no puede caber duda es que nuestro Partido y la clase obrera sólo pueden obtener la supremacía bajo un régimen político tal como la República democrática. :Ésta es, en verdad, la forma específica para la dictadura del proletariado, según lo de­mostró la gran Revolución francesa.»

»Como veis, en la carta de Engels a Kautsky se hace una declaración que aplicada a los españoles en el año 1931, encaja perfectamente. Nosotros no dejábamos de cumplir con nuestras ideas cooperando a la proclamación de una República. Es más -ya lo dije yo en Pardiñas-, el primer punto que en el programa mínimo tenemos nosotros es la proclamación de la Re­pública. Por tanto, creo que procedimos perfectamente al ayudar a la proclamación de la República, y creo que es una gloria para el Partido haber contribuido tan eficazmente en esa empresa.

 

»Los socialistas, en el Gobierno

»Yo no tengo gran fe, y ahora menos que antes, en que dentro de una democracia burguesa se pueda hacer Socialismo; pero hay que reconocer que dentro de una República, en el orden político, se pueden hacer muchísimas cosas y que la República española las ha hecho. Más, sobre todo, hay algo que nos interesaba mucho a nosotros, y es que colaborando con la República podíamos evitar el triunfo de la reacción. Yo os digo con entera franqueza que a no estar los socialistas colaborando en el Gobierno de la República no hubiese habido ninguna garantía de que hubieran podido contenerse algunos intentos monárquicos y no monárquicos.

»Estoy seguro de que la colaboración del Partido Socialista ha impedido la consumación de las maniobras reaccionarias y de que a ella se debe que a esta República no le haya ocurrido lo que a la primera. Yo creo que es bastante por ahora.

»Además de otras muchísimas que yo podría exponer aquí, una de las cosas que se han demostrado -y en esto doy de lado a mi persona- es que la clase trabajadora no es tan incapaz como suele decirse para gobernar. Lo que nos pasa a nosotros es que somos muy exigentes con los de casa, que pedimos a los nuestros mucho más que a los ajenos. En el Gobierno ha habido compañeros que han estado en tres Ministerios y los tres los han desempeñado perfectamente. Otro compañero ha regentado dos Ministerios, también perfectamente.

»Compañeros nuestros han estado en Subsecretarías, Direcciones generales, etc., y hemos lamentado que algunos hayan tenido que abandonar los cargos, porque hemos tenido desconfianza de que pudieran ser satisfactoriamente sustituidos, como, por ejemplo, en Instrucción pública y en Sanidad, porque no es fácil encontrar en otros campos personas tan preparadas para esos puestos como las que procedían de nuestro Partido.

»Además, la clase obrera ha dado dentro de la Re­pública la sensación de una capacidad política cuya demostración le era muy necesaria para que se le reconociera el prestigio a que tiene derecho. Nos estamos quejando de que ahora, con el calor, los diputados no van al Parlamento; pues si algunos van son los socia­ listas; cuando hay quórum, la garantía para él está en los socialistas; y hay que legislar, si hay que transigir, si hay que elaborar un artículo o hay que solucionar un problema, la clave está en los socialistas.

 

»La masa

 

»¿Y la masa, lo que llaman la masa? Algunos suelen decir: «‘Han venido de aluvión a nuestra organización y a nuestro Partido.» Sí; pero ¿eso es un mal? Pero, ¿es que nosotros cuando llamamos a los trabajadores a nuestras filas les decimos que vayan pasan­do por el tamiz uno a uno para saber quiénes son los que vienen? No, no; cuantos más vengan, mejor. Una de las cosas que a nosotros nos hacen falta para vencer en la lucha. es el número. ¿Que a la Unión han ve­nido miles y miles de trabajadores? ¿Que el Partido ha aumentado en muchísimos miles? El que la Unión y el Partido hayan engrosado tan grandemente no es ningún mal.

»¿Pues no hemos estado siempre trabajando para que el Partido y la Unión tengan muchos afiliados?

¿Y cuando vienen vamos a asustarnos? Dirán: «‘Pero es que no poseen el sentido de la disciplina.» Pero, ¿en qué época han ingresado poseyendo ya esa virtud? Pero, ¿es que antes de la proclamación de la República no había, lo mismo en las organizaciones obreras que en las demás organizaciones, actos de indisciplina?

¿O es que vamos a pretender que antes de ingresar en nuestras filas adquieran disciplina socialista y social? Dentro de nuestras filas tienen que educarse. ¿Que esto nos va a costar trabajo? ¿Que vamos a perder muchos la tranquilidad? Es natural; ésa es la lucha. Si nuestro Partido fuera como un partido monárquico, cuyos dirigentes no tuvieran que pensar más que en llevarse bien con el jefe y salir diputados, estar en su casa y atender a sus negocios, cabría la lamentación. Pero no; nuestro Partido y nuestra organización son órganos de lucha constante, permanente, y esta condición ha de llevar la intranquilidad al seno de todas las familias de sus militantes activos. No podemos as­ pirar a otra cosa. Eso lo sé yo por experiencia y lo saben muchísimos correligionarios nuestros, que desde que somos socialistas no hemos tenido un día de tranquilidad para dedicarlo a los nuestros. Por eso y para eso se es y hay que ser socialista.

»Me parece muy bien que hayan venido a nuestras organizaciones muchos miles; han venido miles de trabajadores a la Unión y al Partido. Y después de las cosas ocurridas y de las que están ocurriendo, ¿se les puede pedir más disciplina? Pero, ¿cómo vamos a pedir a la masa obrera del Partido y de la Unión más serenidad que la que tiene? Ha tenido muchísimos motivos, muchas ocasiones para haberse salido del cauce fijado por nuestro Partido y nuestra Unión General y marchar por otros caminos, y, sin embargo, todo el mundo ha tenido disciplina, todos han atendido las indicaciones de las organizaciones nuestras. Yo declaro que, para mí, el comportamiento de nuestra masa de afiliados es admirable. ¿Que ha habido por ahí un alcalde o un grupo de compañeros en un pueblo que no se han comportado debidamente? ¡Pero si constituíamos no hace muchos años  una pequeña familia y no había Congreso ni asamblea ni Comité en que no hubiera que tratar de incidentes de carácter personal de algunas Agrupaciones y de algunas Sociedades! Yo os digo que ahora, con tanto nú­mero, lo mismo en la Unión que en el Partido hay muchos menos incidentes que antes. Por consiguiente, nuestro rápido crecimiento no nos puede asustar, no nos debe asustar. Además, a los que somos socialistas no nos debe inquietar que vengan las falanges obreras a nuestras filas a luchar a nuestro lado contra el capitalismo. De modo que la proclamación de la República no nos ha perjudicado al facilitar nuestro desarrollo.

 

 

»El espíritu revolucionario

 

»Y vamos a otro punto que ha servido a algunos para expresar el temor de que pudieran por ahí res­quebrajarse el Partido y la Unión. Se ha dicho que con la colaboración de los socialistas en el Gobierno se desvía a la clase trabajadora y que en ella se enerva el espíritu revolucionario. ¿Habrá alguien que seria­mente pueda decir que desde que se ha proclamado la República y hay tres ministros socialistas en el Gobierno el espíritu revolucionario de las masas se ha enervado? Lo exacto es todo lo contrario. Si alguna obra hay que hacer es de contención, si alguna vez hay que llamar la atención es para contener. Las masas obreras están hoy con un espíritu revolucionario más

firme que antes. Y no tiene nada de particular. —

»Voy a hacer una declaración por mi cuenta, y quién sabe si otros pudieran hacer lo mismo. Yo he te­nido siempre fama de hombre conservador y refor­mista. Han confundido las cosas, las han confundido. El ser intervencionista en un régimen capitalista no quiere decir que sea conservador ni reformista. No, no; intervencionista he sido yo toda mi vida; pero eso dis­ta mucho de lo otro/o os digo que desde que estoy en el Gobierno, por la observación que he hecho de lo que significa la política burguesa, si cupiera en lo po­sible he salido mucho más rojo que entré; ¡pero mu­cho más! Y creo que no soy yo solo, creo que no soy yo solo/’Porque las realidades de la vida le enseñan a uno y fe obligan a modificar un poco las teorías y las ideas, Creíamos antes que el capitalismo era un poco más noble, que sería más transigente, más comprensivo. No; el capitalismo, de España, es cerril; no le convence nadie ni nada.

»Hay otra cosa. Lo digo por si hay aquí algún com­pañero que pudiera sospechar que hubiera ocurrido esto que voy a decir. Hemos ido a formar parte del Gobierno tres ministros socialistas. Los tres ministros socialistas se ven obligados, por sus cargos, a usar en ciertos momentos frac, chaquet, a llevar camisa muy planchada con cuello alto, a vestir corbata no como

esta que yo llevo, tan fea, según el amigo Prieto (Ri­sas)-, y tiene que ir a banquetes a Palacio y a las Embajadas y tratarse con gente que no pertenece a la clase obrera. Algunos dicen: «En esos individuos influ­yen, modificándolos, esas cosas exteriores, y no vol­verán más al campo proletario; ésos, por lo menos, se irán con la clase media.» Ya lo veis. Y ya lo veréis cuan­do todo esto termine. Iremos a parar a donde estamos. No podemos ni debemos ir a otro lado. El que tenga­mos que vestir de otra manera a como acostumbrába­mos no puede modificar nuestras ideas. Eso no puede ocurrir más que a los que no tengan ideas. (Muy bien.) A los que tengan ideas no se les modifican tan fácil­mente porque vistan frac o chaquet. Y, además, ya sa­béis que hay un refrán que dice que «el hábito no hace al monje». De modo que por ningún lado la República ha podido perjudicar a nuestras ideas.

 

 

»Por qué sostenemos la República

 

»Si nosotros no hubiéramos colaborado, nuestra vida sería mucho más tranquila, no habría tenido los incidentes y accidentes que ha registrado desde que la República se proclamó. Vosotros no os podéis figurar lo que significa para unos hombres como nosotros es­tar en un Gobierno que no va a realizar el Socialismo, pero que se han hecho el propósito, cumpliendo el compromiso de nuestro Partido, de sostener esta Re­ pública por encima de todo, para que cuando nosotros salgamos del Gobierno tengamos derecho a exigir de la República lo que debemos exigirle. ¡Lo que hemos tenido que aguantar y sufrir dentro del Gobierno!

»Ya lo habéis visto: de la extrema izquierda, aco­metidas contra el régimen, acometidas que ha habido que contener; por la derecha, lo mismo; en el Par­lamento, obstrucciones constantes; la Prensa toda en contra del Gobierno de la República y de los socia­listas. A no estar los socialistas dentro del Gobierno, esa campaña se hubiera hecho lo mismo; claro que se apunta hacia nosotros y hacia los radicales socialistas; pero donde se quiere dar es en la República. Yo os aseguro que sin la ayuda de los socialistas desde el Poder, los republicanos se hubieran encontrado con grandes dificultades para hacer frente a todos estos embates. Nosotros, muchas veces contra nuestros idea­les y contra nuestra voluntad, hemos tenido que sopor­tar ciertos hechos por interés de la República, porque miramos al porvenir, y por encima de todo está nues­tro. porvenir. Y nuestro porvenir exige, principalmen­te, lograr una gran personalidad para el Partido y para la Unión.

»En la política española el Partido Socialista no puede ser ya desdeñado; el Partido Socialista, como la Unión, tiene que ser uno de los factores principales en la política de nuestro país. Convenía afirmar esa personalidad, y esa personalidad está afirmada. Cada vez hay que afirmarla más.

»Hay que decir a todo el mundo, republicanos y socialistas: Nosotros, socialistas, tenemos que desen­volvernos dentro de la República, pero queremos ha­cerlo dignamente, como tal Partido; no queremos ha­cerlo como unos subalternos a quienes se tenga sim­plemente para prestar un servicio cuando sea necesa­rio. (Muy bien.) Esto lo estamos logrando ya, creo que lo estamos logrando.

»Después ha de venir lo que no tiene más remedio que venir, y es que los socialistas tenemos que salir del Poder. ¡Ojalá se presente pronto la ocasión de po­der hacerlo dignamente! Lo que no se puede tolerar de ninguna manera es que los demás crean que se nos puede tratar como a un criado y un día darnos la cuen­ta y decir: «Ya se pueden ustedes marchar.» No; eso, no. (Aprobación.) El Partido Socialista, cuando crea que debe marcharse, se marchará. Cuando él lo crea, cuando él lo acuerde. Y los demás ya pueden tener cuidado en la forma que emplean para desahuciar al Partido Socialista de la gobernación del Estado. No porque nosotros tengamos ambición, no por deseo nuestro de tener ministros, directores generales y sub­secretarios; esas cosas, como ya hemos demostrado con la ley de Incompatibilidades, nos importan poco, sino porque el Partido Socialista tiene su dignidad, y su dignidad no le permitiría que de cualquier manera se le echase del Poder público.

 

 

»Al salir del Poder

 

»¿Cuándo vamos a salir? Nosotros no lo podemos decir tampoco. Yo no puedo entrar en esa cuestión. Cuando salgamos del Gobierno habrá que analizar mu­chas cosas. Una de nuestras obligaciones es que la Re­pública ésta, en sus maneras, sea completamente diferente a la monarquía, que no tenga ningún parecido, porque si en las maneras no se diferencia de la monarquía, ¿qué será en otras cosas? Hay que sentar ese principio.

»Pero, en fin, yo digo esto: Nosotros vamos a sa­lir algún día del Gobierno. ¿Cuál va a ser nuestra ac­titud? Las circunstancias nos lo dirán.

Mas tengo que llamar la atención de los jóvenes sobre un hecho. Si antes, en la monarquía, nosotros, en nuestras propagandas y en nuestros actos, podíamos hablar de una manera platónica, de una ma­nera idealista de que íbamos a conquistar el Poder, cuando sabíamos que había una cuestión previa plan­teada en nuestro país, que era la de derribar la mo­narquía e implantar la República, hoy eso ha desaparecido. Ya no existe la monarquía, ya está instaurada la República. 

»Nosotros sabíamos, y la experiencia lo está confirmando, que no es suficiente para la emancipación de la clase trabajadora una República burguesa, que para la emancipación de la clase trabajadora no es suficiente tener leyes sobre el papel. Hoy, con las leyes de reunión, de asociación, y otras de carácter social, es­tamos viendo cómo trata la clase capitalista, ayudada por autoridades, de que se burlen las leyes. A pesar de esas leyes, la clase trabajadora no se encuentra en situación económica que le permita ejercer los derechos que tiene, lo mismo en el orden social que en el orden político. ¿Es que eso lo podemos ocultar nosotros a la masa obrera? ¿Es que, aunque quisiéramos ocultarlo, lo podríamos hacer?

 

 

»La emancipación económica

 

»Una de las ventajas que se han obtenido con la proclamación de la República es que la clase obrera se convenza de que no son suficientes a su bienestar los derechos políticos, de que hay que ir más allá, de que hay que ir a la emancipación económica. Y la emancipación económica, ¿cómo se obtiene?

»¿Es que nosotros podemos esperar que la clase capitalista, voluntariamente, nos conceda a nosotros una independencia económica real?

»Es indispensable imbuir a la clase obrera la idea de que hay que aprovechar todo lo que se pueda de la República burguesa para atenuar el dolor de la cla­se trabajadora, bien por medio de la legislación social o por otros medios, al objeto de mantener a esta clase obrera en condiciones de luchar por sus intereses; pero que, en definitiva -¡no nos engañemos!-, la clase obrera, si quiere emanciparse, no tiene más remedio que emanciparse ella misma. De eso no cabe duda.

»¿Y eso lo inventamos nosotros? ¡Qué lo vamos a inventar! Eso lo han dicho nuestros maestros. Antes os decía que Engels había hecho una crítica, en una carta, del programa de Erfurt. Pues hubo antes otro Congreso y otro programa, el de Gotha, y Carlos Marx hizo también una crítica de ese programa.

»Hay que poner las cosas en su punto y decir la verdad. Si nosotros salimos, corno hemos de salir, del Gobierno, nuestro interés ¿no ha de ser fortalecer lo más posible nuestro Partido? ¿No ha de ser fortalecer lo más posible nuestra Unión General de Trabajadores?

¿Cómo lo vamos a hacer? Luchando contra el enemi­go. ¿Cuál es nuestro enemigo? Todo aquel que no sea socialista en el orden económico.

»Tenernos dos caminos: la lucha legal y la lucha no legal. Nosotros decimos que preferirnos la lucha le­gal, querernos triunfar empleando la lucha legal. Y le­galmente no se puede triunfar más que conquistando los Ayuntamientos y conquistando el Parlamento. ¿Hay elecciones municipales? A llevar a los trabajadores a los Municipios. ¿Hay elecciones legislativas? A llevar diputados al Parlamento. No se puede decir que la cla­se obrera no está en condiciones de ir a los Municipios, que no está en condiciones de ir al Parlamento, que si tenemos muchos diputados y muchos concejales van a ocurrir cosas graves. ¡Ya lo creo que ocurrirán! Pero yo creo que van a ocurrir cosas más graves si no van. (Muy bien.)

 

 

»Las dificultades de la lucha

 

»Yo no oculto los inconvenientes, las dificultades de esa lucha. ¡Claro que los vamos a tener!

»Claro que tiene sus inconvenientes llevar a los Municipios a trabajadores que no estén acostumbra­dos a manejar la administración municipal; pero ya han ido, y en nuestra historia está el dato significativo de que habiéndose instaurado una dictadura en nues­tro país, afanosa de coger en falta a los socialistas, no ha habido un solo caso en que haya podido empapelar a un concejal socialista. Podrá ir algún granuja; pero ¡cuántos granujas no irán si no van los trabajadores!

¿Es que vamos a esperar que nos administren mejor

los enemigos que nosotros mismos? Yo sé que cuando nuestros contrarios se enteran de cómo llevamos nues­tras organizaciones obreras, en todos sus diversos aspectos, se asombran. Nuestras organizaciones son una gran escuela.

»A mí no me asusta que haya muchos concejales.

Y lo mismo me pasa con el Parlamento. ¿Que hay mu­chos diputados? Pues si queremos ser fuertes, si que­remos ser respetados, no tenemos más remedio que procurar llevar muchos diputados al Parlamento.

»Pero ¿es que nosotros podemos renunciar volun­tariamente a llevar nuestra fuerza a los Ayuntamientos y al Congreso? Eso no es posible. Nuestra obligaciones no hacerles traición a nuestras ideas. Hemos de pro­curar llevar concejales a los Municipios, llevar diputa­dos al Parlamento. ¿Vamos a decir que no debe llevar­se más que hasta tal número? ¿Es que vamos a decir a nuestros aliados que no lleven muchos, que lleven pocos? Eso no se puede hacer. Hay que decir: ¡Vamos a triunfar! El sólo hecho de un triunfo en una cam­paña electoral, sea de carácter municipal o general, ya causa respeto al enemigo. Y yo digo: si ésta es la labor que tenemos que realizar, ¿será algo absurdo pensar que un día pudiera ocurrir que tuviésemos una ma­yoría en el Parlamento? Y si tenemos una mayoría en el Parlamento, ¿qué hacemos? ¿Emigramos? (Risas.)

¿Pedimos el pasaporte para marcharnos al extranjero? Porque con una mayoría en el Parlamento tenemos que dirigir la política de España, la administración de Es­paña, y no vamos a decir: ¡Se nos va a caer el cielo encima! Nuestro deber es, llegado ese caso, hacernos cargo del Poder con entereza.

»Peor administrados, peor dirigidos que estamos ahora, no podríamos estar nunca. No, a eso no hay que temer; si tememos a eso llevamos al ánimo de los trabajadores la idea de que debemos renunciar al triunfo, y eso no es posible. (Muy bien.) Hay que triun­far llevando concejales a los Municipios y diputados al Parlamento. Después ya vendrá lo demás por aña­didura.

 

»Hacia nuestro régimen

 

»Y este hecho se puede dar. Yo llamo sobre ello la atención de los jóvenes. Claro que esto no podrá ser una cosa inmediata, fácil, sencilla, sin esfuerzo ningu­no, no; yo digo que ésta debe ser 1a aspiración, y ahora más que nunca. Antes, en la monarquía, nos encontrá­bamos con que el primer paso en nuestro avance sería el advenimiento de la República; pero ahora, después de la República, ya no puede venir más que nuestro régimen. (Aplausos.) No es cuestión de aplaudir ni re­gocijarse; es que no hay otra posibilidad. ¿Vamos a suponer que después de esto pueda venir la monarquía? Claro que podrán producirse situaciones conservadoras dentro de la República; pero como régimen de avance, como un paso adelante, nosotros. No hay otros. Y nuestra obligación es preparar los ánimos, las voluntades de todos los trabajadores para cuando el momento llegue. Con todas las dificultades que existan, hay que ir a eso. Vamos a suponer que tal cosa ocurre. Hay quien lo teme, temen los enemigos, e incluso algunos de dentro de nuestro Partido, que podamos tener una mayoría. Si eso ocurre, si nosotros no podemos renunciar a ello, si no podemos realizar ningún acto para impedir que la clase trabajadora logre eso, ¿cuál es nuestra situación? Yo declaro que será situación difícil, será situación que nos obligará a pen­sar no en que no ocurra, sino en ver cómo salimos del compromiso; no en procurar que no llegue el momento, sino, si el momento llega, en hacer frente a todas sus contingencias.

»Si un día, por una circunstancia más o menos prevista, llegamos a tener mayoría en el Parlamento, hay que gobernar, tenemos que gobernar los socialistas. Entonces, ¿se le exigirá al Gobierno que legisle en socialista, EN SOCIALISTA? Eso no lo ha dicho ningún maestro nuestro.

 

 

»La transición

 

»Todos los maestros han pensado que después de un triunfo, ya sea legal o revolucionario, de la clase de trabajadores hay un período de transición; porque nadie puede soñar, como no nos volvamos locos, que porque mañana fuese al banco azul un Gobierno ínte­gramente socialista, en el que todos los ministros fue­ran socialistas, al día siguiente iban a empezar a dic­tarse decretos y más decretos socializando esto y lo otro. Eso no es posible, camaradas. Tampoco se iba a limitar el Gobierno a promulgar la ley de Términos municipales, la ley del descanso del domingo y otras de tan poca trascendencia. Habría que hacer algo más eficaz.

»Pero ¿qué ocurriría si esto sucediese? Pues ocu­rriría lo siguiente: que nos encontraríamos con una burocracia, por ejemplo, la que hay ahora, que proce­de de la monarquía, y ya podéis comprender lo que será. Yo pregunto: Si viene un Gobierno socialista,

¿se va a conformar con tener una burocracia enemiga del Socialismo? Pero tened en cuenta que si no se conforma con esto, toda la burocracia se pondría en­ frente del Socialismo. Tendríamos que examinar el Ejército. ¿Vosotros creéis que porque una opinión elec­toral nos diese en el Parlamento la mayoría, no diré yo los soldados, pero los jefes del Ejército iban a ha­cerse socialistas? Nos encontraríamos con la Policía.

¿Creéis vosotros que la Policía se iba a convertir en se­guida en socialista? Tendríamos los Tribunales de jus­ticia, que tampoco se iban a hacer socialistas, de nin­guna manera. ¿Y la Prensa? ¿Iba a hacerse socialista porque triunfase un Gobierno de nuestra ideología?

¿Y la clase patronal? Sobre todo la clase patronal, la clase capitalista, enseguida empezaría a hacer lo que ha hecho con la República, pero con mayor intensi­dad: cerrar fábricas, cerrar minas, cerrar talleres y li­mitarse a la mínima producción, provocando un paro general en toda España para que los afectados por él se convirtieran en enemigos del Socialismo. Y aquí se daría el caso curioso, camaradas, de que, habiendo una opinión en el país de mayoría socialista, una minoría, la formada por los patronos, que tiene en sus manos todos los medios de trabajo, con cerrar fábricas, talleres, minas, ferrocarriles, etcétera, o restringir la pro­ducción, podría dar al traste con toda nuestra fuerza.

Eso es lo más grave.

»¿Y la Banca? ¿Se iba a hacer socialista?

»¿Y es que íbamos a permitir nosotros que un Par­lamento en el que hubiera mayoría socialista se convirtiese en lo que está convertido el de hoy, que, verdaderamente, se halla a merced de cuatro o seis personas que hacen lo que les viene en gana?.

»Tendríamos después las relaciones comerciales internacionales. Si los patronos cerraban fábricas, res­tringiendo la importación de artículos de otras nacio­nes, éstas también cerrarían sus fronteras para los pro­ductos nuestros.

»Yo no temo una intervención extranjera de carác­ter armado. No, eso no lo temo. Lo otro sí lo temería. Y temería también, por ejemplo, que otras organizacio­nes obreras, por celos mal reprimidos, como se suele decir, al ver que triunfaba el Socialismo, promoviesen motines y campañas contra nosotros.

 

 

»La dictadura del proletariado

 

»Mas yo pregunto: ¿Es que porque esto pueda ocurrir vamos nosotros a renunciar al triunfo? Ésta es la cuestión. Si yo empiezo a analizar las dificultades y os asusto a todos, y nos encogemos, naturalmente que ni triunfamos en las elecciones ni podemos pensar en un movimiento revolucionario. En lo que hay que pensar es en que, si el momento llega, con todos sus inconvenientes, tenemos que hacerle frente como se pueda, en la forma que se pueda. ¿Legalmente en el Parlamento? Legalmente en el Parlamento. ¿Que no nos lo con­sienten? ¡Ah! Entonces habría que usar de otros procedimientos.

»¿Es que esto sale de nuestra cabeza, de nuestro deseo de aplauso, de nuestro afán de ir a favor de la corriente? No; eso está dicho por nuestros maestros. En la crítica que Marx hizo -como veis, yo también tengo documentos- del programa de Gotha, decía, entre otras cosas, esto: «‘Entre la sociedad capitalista y la comunista hay un período de transición revolucionario, de transformación de la una a la otra. A este período corresponde un tipo de transformación política, y el Estado, durante este período, no puede ser otra cosa que la dictadura del proletariado.» (Muy bien.)

»Pues yo os voy a decir una cosa. Suponed que yo soy el mayor enemigo de la dictadura del proletaria­do… Sería inútil, completamente inútil Aunque haya unos hombres que por motivos sentimentales, por lo que sea, por buenos deseos, por buena fe, digan: «‘No, eso no; eso es algo horroroso», es inútil. Aquí no hay más que dos caminos: o la clase capitalista triunfa y hace lo que quiere, o la clase obrera tiene que dar el pecho para dominar a aquélla. Porque yo declaro que no espero que la clase capitalista transija, que consienta en aquello que es fundamental.

 

 

»Evolución imposible

 

»Si llega un momento en que el Partido Socialista tiene que gobernar, habrá, naturalmente, de racionali­zar la producción, la distribución de los productos, adoptar medidas en beneficio de la clase obrera; en­tre otros extremos, tendría que atender al paro obrero, que cada día es mayor. ¿Es que eso se puede hacer por medio de decretos, abriendo una obra aquí, otra obra allá? No; habrá que tomar medidas cuyo esbozo yo no voy a hacer ahora; pero es indiscutible que todo partido que se ve, por circunstancias especiales, en el Gobierno tiene que hacer frente a todas esas situacio­nes o dejar de ser partido. Aquí no hay más que eso: o somos un Partido Socialista que aspira a gobernar con toda la fuerza que tenga, haciendo frente a todos los enemigos que se le presenten, o dejamos de ser partido. Yo digo que la clase trabajadora tiene que disponerse para cuando el momento llegue. Hay que adquirir voluntad firme para hacer frente a todas las dificultades. ¿Habrá abnegación en la masa obrera de nuestro país para sufrir ese período de transición a que se refería Marx? Esto hay que decírselo a los trabajadores; hay que decirles que si quieren que triunfe el Socialismo tienen que pasar por un período de transiciones  en el que habrán de sufrir todos muchas amarguras y vencer un gran número de dificultades. Es preciso recalcarlo bien para que no les sorprenda y se encuentren en disposición de ánimo de hacer frente a todas las adversidades.

»¡Porque esperar que de una manera evolutiva se realice el Socialismo…! ¡Ojalá! ¡Qué cosa más cómoda

eso de pronunciar de cuando en cuando unos discur­sos, ir a las Secretarías, llevar los libros y esperar a que el tiempo nos vaya realizando la obra! Eso no es posible; no soñemos con eso.

»¡Estado cultural! Ojalá que cuando llegue el mo­mento todos los trabajadores sean cultos, pero cultos de los que comprendan el Socialismo; porque si son cultos de los que luego son enemigos del Socialismo, no los necesitamos.

»¡Situación económica, desarrollo económico! ¡Que la sociedad no está en condiciones para ser gobernada por un Gobierno socialista! Yo también preferiría que la evolución económica se haya realizado, que se hayan concentrado los capitales, en fin, que se haya simpli­ficado el régimen capitalista de tal modo que cuando llegue el Socialismo no tenga más que transformar un poco la cosa y ponerse en marcha; pero va a ser un poco difícil, si no imposible. Y no es que lo diga yo, porque se está viendo que en el orden político se va mucho más de prisa que en la evolución económica y en la evolución cultural. Id a cualquier pueblo de España y hablad a los trabajadores de política, y veréis que lo entienden mucho mejor que si tratáis de ciencias económicas, filosóficas, etc. Ellos se sienten rebajados en sus derechos, saben que son unas víctimas y quieren emanciparse, cambiar de situación. En la clase obrera el sentimiento político se halla mucho más acentuado que todos los demás. ,Pero ¿es que se considera indispensable para el triunfo del Socialismo que toda concentración capitalista se haya realizado? Yo creo que no; yo he leído a muchos economistas, incluso algunos rusos, y nos dicen que no, y los hombres de más prestigio en la interpretación del marxismo también nos dicen que no es necesario.

 

 

»La pequeña industria

 

Kautsky, en el prefacio de la quinta edición del programa de Erfurt, dice: «Nada más erróneo que la idea de que sólo será posible la producción socialista cuando todas las pequeñas industrias hayan sido absorbidas. Entonces no sería posible jamás, porque la concentración del capital no hace desaparecer por completo a la pequeña industria, sino que coloca una nueva en lugar de la antigua. La absorción de esta nueva pequeña industria, parasitoproletaria, será posibilitada mediante la intervención de la producción socialista. Esta última es la condición previa, no la consecuencia de la completa desaparición de la pequeña industria en todos los ramos de la economía en que ha llegado a ser técnicamente superflua.»

»Es decir, que el mismo Kautsky, en este prefacio, nos dice que seríamos unos ingenuos, que seríamos unos tontos, si creyéramos que no podremos hacer nada en un régimen socialista mientras no haya desaparecido la pequeña industria, porque ésa no desaparecerá nunca. Desaparece una parte de ella, absorbida por el gran capital; pero esa gran industria, inmediatamente crea las posibilidades de otras pequeñas industrias que dependen de la misma.

»No hace falta estudiar muchos libros de economía para observar esto en nuestra propia España. Podéis ir a cualquier población de producción textil y os será fácil observar que, además de las fábricas, en muchas casas particulares hay unas máquinas pequeñitas con las cuales trabajan unas mujeres que terminan las labores que salen de la fábrica. El que aspire a suprimir el trabajo a domicilio, el que quiera concentrar todos los trabajadores en una fábrica o en el taller, se encontrará con que eso va a ser muy difícil, porque, por ejemplo, en la industria textil de Calella sería im­posible meter en una fábrica a todas las mujeres que están trabajando en sus domicilios, y tendría que disponer de un local inmenso. Además, que esta modalidad de trabajo en «el domicilio representa una gran economía, tanto de local, de luz, etc., etc., y al capitalismo le conviene más tener a esas mujeres trabajando en sus casas. Y esas obreras, querámoslo o no los socialistas, pero hay que vivir en la realidad, prefieren trabajar en sus casas a ir a la fábrica; porque son obreras que tienen hijos, familia, y tienen que cuidar de ellos, y si se van a la fábrica, como no pueden sostener a una criada, les es imposible atender a estos trabajos caseros. Es decir, que hay cosas que nosotros, a pesar de nuestra ideología, no podríamos evitar.

 

 

»La conquista del Poder

 

»Quiero decir con esto que si el capitalismo se de­sarrolla y absorbe a la mayor parte de la pequeña industria, tanto mejor para nosotros; pero si los acontecimientos se precipitan y se presentan antes de que esto suceda, no vamos a decir: ¡Aguarden ustedes a que el capitalismo se haya desarrollado más! Yo me pongo en esta situación, y por eso digo que no debemos perder de vista el final de nuestra actuación, que es la conquista del Poder. No es que lo vayamos a hacer enseguida, mañana mismo; pero que debemos tener el propósito de lograrlo cuanto antes.

»No quiere decir esto que debamos imitar a Rusia. A mí nunca se me ha ocurrido que la clase trabajadora española imite a Rusia, aunque, en honor a la verdad -hay que decirlo todo, y os lo dice un hombre que cuando en España se planteó la cuestión comunista en nuestro Partido se le encargó de hacer frente a los disidentes en la Agrupación Socialista Madrileña, y aquí habrá testigos de quién fue el que salió al esce­nario a combatir a los de las veintiuna condiciones-, yo he dicho siempre que para mí la más grave, la equi­vocación mayor que han tenido los rusos es su política internacional. La política internacional, que en la nacional ya nos van a dejar a nosotros cosas en las que podamos imitarles. Descartemos su política internacio­nal. ¿Que en la nacional fueron en el primer momento más allá de las posibilidades? Eso suele pasar casi siempre en toda revolución. El primer ímpetu de todas las revoluciones es ir más allá de lo que conviene; pero luego viene el repliegue y se queda en el justo límite. Eso es lo que ha pasado en Rusia. Pero ¿es que nosotros vamos a decir por eso que los rusos no hicieron lo que tenían que hacer? El que haya leído la historia de la revolución rusa, el que conozca los episodios de esa revolución, el que haya observado por medio de los libros toda la evolución de la revolución rusa, no tiene derecho, en lo que se refiere a política interior, a hacer la más mínima objeción. ¡Porque hay que ver en qué situación se encontraron los hombres que dirigieron aquel movimiento! Yo declaro que no creo que tengamos nosotros la fuerza de voluntad y la resistencia de ánimo suficientes para hacer frente a situaciones tan duras como las que ellos vencieron. Se encontraron con enemigos por todas partes, y es natural que alguna vez se hayan excedido. Después de emprendida la obra no era cosa de decir al capitalismo: Venga usted a posesionarse otra vez del régimen económico de nuestro país. Tenía, forzosamente, que buscar modalidades para ir saliendo de la situación económica que le había creado la revolución. Lo mismo tendremos que hacer nosotros.

 

 

»Por consiguiente, camaradas, no es que nosotros vayamos a imitarles. Como ellos no quisieron tampoco imitar, ya que cuando Lenin salió de Suiza lo hizo hecho un conservador, un oportunista. No hay más que leer el manifiesto que dirigió a los rusos diciéndoles que era imposible el Socialismo en aquellas circunstancias, y que había que ir a una República democrática. Pero luego los hechos le empujaron a la revolución social. Una de dos: o se anulaba a los bolcheviques, o éstos no tenían más remedio que intentar el triunfo. Hasta el extremo de que en los primeros momentos realizaron cosas que fueron muy comentadas en España. Se decía aquí: -‘se quiere la República de los Soviets.» Y hablaban muchos de los Soviets como si éstos constituyen un organismo verdaderamente revolucionario. No tenían nada de revolucionarios. El Soviet estaba compuesto de bolcheviques, mencheviques y otros elementos que eran verdaderamente conservadores. Hasta que Lenin se convenció de las traiciones que estaba sufriendo dentro del Soviet y dio el grito: «El Poder, para los bolcheviques.» En vez de decir: El Poder, para los Soviets: Y es que las circunstancias son las que nos empujan, no es simplemente la voluntad.

 

 

»Sacrificio y abnegación

 

»Las circunstancias a nosotros nos van conduciendo a una situación muy parecida a la en que los rusos se encontraron, porque, aunque nosotros no tenemos una guerra como la tuvieron ellos, aunque no tenemos a los soldados con los fusiles que llevaban en las trin­cheras, lo que es verdad es que en España se va creando una situación, por el progreso del sentimiento polí­tico de la masa obrera y por la incomprensión de la clase capitalista, que no tendrá más remedio que es­ tallar algún día. Ante esta posibilidad nosotros debemos prevenirnos, no para meternos con nadie, sino para defendernos nosotros. (Muy bien.) Y para eso haced ánimo de sacrificio y de abnegación. Yo os dije que empecé a los veinte años a militar en las filas de la Unión y del Partido, trabajando gratuitamente en las Secretarías. Pues bien; para el porvenir no será suficiente trabajar gratuitamente en las Secretarías; para el porvenir hay que hacer mucho más, porque nosotros, hace cuarenta años, aunque sufrimos persecuciones, porque no se nos daba trabajo en las obras ni en los talleres -lo mismo se hace ahora con muchos trabajadores-, teníamos la seguridad de que por mucho que habláramos de Socialismo y de revolución socialista, esto no estaba a las puertas, ni mucho menos, y de que no nos encontraríamos nosotros en el trance de tener que dirigir una revolución social.

»Pero yo os digo que ahora no estamos en el mismo caso, que muchos de vosotros os podéis encontrar en la situación de tener que dirigir una revolución social. Y pudiendo encontraros en ese caso, yo os ruego, yo os suplico, y esto es elemental, primero, que os enteréis bien de las cosas, adquirid toda la cultura que os sea posible, autocultura si no es posible asistir a las Universidades y demás centros de enseñanza. Después, trabajar desinteresadamente por nuestras ideas. Luego, no personalizar nunca. Procurar no hacer nada que obligue a un compañero a defenderse después. Y después de esto, decisión, mucha decisión. Id a los pueblos a decir: Eso de la revolución social es nuestra aspiración. Os vamos a conducir hacia ese fin, pero no creáis que eso se podrá realizar cuando nosotros queramos; no creáis que porque mañana los levantemos de mal humor y digamos: Vamos a la revolución social, la podremos realizar. Es que se puede dar el caso de que no queriendo nosotros, no esperándolo noso­tros, las circunstancias nos la impongan, y sería una gran responsabilidad en nosotros que las circunstancias nos desplazasen y nos encontrásemos sin espíritu, sin voluntad, sin energía, y que saltasen por encima de nosotros y nos anulasen. Y a eso es a lo que yo voy. Nada de precipitaciones ni de querer hacer en un día lo que hay que hacer en un año. Pero el espíritu sí, la voluntad sí, el propósito sí. Y cuando haya un enemigo, hacerle frente. Veréis cómo de esa manera se nos irá allanando el camino, y cuando llegue el momento, por muchas dificultades que tengamos, que las tendremos, no os quepa duda, será más fácil vencer que si nos estamos con los brazos cruzados en platónica espera. (Grandes aplausos.)»

 

 Por la trascripción.

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Julio MERINO

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.