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Es que somos tontos, tontos, tontos; vamos, tontísimos
Y me coloco el primero en la lista, porque a mi también me emocionan y me enorgullecen todas esas noticias de gente normal y corriente, de gente de a pie, de infantería, que se aprieta los machos y los dientes y se pone a fabricar mascarillas ofreciendo su trabajo y -en casos de empresas- incluso los materiales necesarios para su funcionamiento futuro.
Me emociona y enorgullece toda esa gente que se crece en la adversidad, que clava los pies en el suelo, levanta la cabeza y se planta ante lo que venga. Toda esa gente que -aunque la mala educación de décadas les impida conocer el significado de la frase, clava la Bandera.
No me enorgullece especialmente la generosidad de las grandes empresas y de los empresarios millonarios. Entiéndaseme: es de agradecer, cuando tantos vuelven la cara a otro lado, pero dan de lo que les sobra, y no se pueden comparar al que ofrece de lo que necesita para si mismo.
Pero la emoción y el orgullo quedan cubiertos, a cada nueva muestra de generosidad de los particulares sin graduación, por la ira. Porque toda esta gente admirable ya pagó en su día -y en cada día- los abusivos impuestos con los que el Gobierno debería haber comprado esos materiales que constituyen la primera línea de defensa de los mas expuestos: el personal sanitario.
Ira porque nos seguimos creyendo la mentira de que tenemos una Sanidad Pública maravillosa, cuando la realidad es que desde hace lustros falta personal, faltan medios, faltan hospitales, (El Mundo: Pacientes tumbados en el suelo: así estuvieron las Urgencias del Hospital Infanta Leonor de Madrid el fin de semana), falta de todo lo imprescindible para hacer frente a una crisis, y apenas basta -ahí están las listas de espera- para el día a día.
Ira porque esta «sociedad del bienestar» que nos cuentan no es capaz ni de enterrar dignamente a los muertos (ABC: El Palacio de Hielo de Madrid se habilitará como morgue tras el colapso de las funerarias), ni de retirar las cadáveres de las residencias de ancianos (20 Minutos: El Ejército encuentra en las residencias a ancianos muertos en sus camas durante las labores de desinfección).
Ira porque los políticos y los medios de comunicación sacan pecho para presumir de haber montado un hospital de campaña en cuarenta y ocho horas mientras en China -nos dicen- tardaron diez días; pero callando que en China lo construyeron desde los cimientos, mientras que aquí se ha mandado al Ejército a colocar camas e instalar los servicios mínimos necesarios para habilitar edificios ya existentes.
Y nos creemos que tenemos una Sanidad estupenda, y que se han tomado las medidas necesarias, y que se ha montado un hospital en dos días, cuando la realidad es que el Gobierno burocratiza la compra de materiales, eternizado las esperas; que el contagio entre el personal sanitario es el mayor del mundo, precisamente por la falta de esos materiales -mascarillas, guantes, batas-; que nuestros soldados, que si les dieran materiales y órdenes levantarían hospitales en diez días, sólo reciben la orden de ser transportistas.
Ira porque los ejemplos de esfuerzo, abnegación, profesionalidad y generosidad nos hagan olvidar que tenemos un Gobierno culpable, por intereses políticos, de la extensión de la pandemia; un Gobierno inepto, incapaz, perdido en la burocracia absurda, en las discusiones partidistas dentro del propio Consejo de Ministros, y hasta en el incumplimiento de la cuarentena que a todos los demás -en este caso con razón- se nos impone. Un Gobierno que sigue viviendo en su mundo imaginario, donde son los mas listos, los mas altos, los mas guapos, por encima de todos los demás; ese mundo donde aún no se creen que esto les haya podido pasar a ellos, tan modernos, tan progresistas, tan socialistas, tan por encima del vulgo como para que una enfermedad les venga a incordiar con sus exigencias perentorias y le saque de ese feliz limbo de la ultraizquierda, donde ningún espejito les va a decir que hay alguien mejor que ellos porque la ultraizquierda es lo mejor por definición.
Ira porque el pueblo español, henchido de justo orgullo por la ejemplaridad del comportamiento de casi todos, olvide la irresponsabilidad de su Gobierno, la ineptitud de su Gobierno, la incapacidad, la desidia, la soberbia y prepotencia de un Gobierno que -como los cerdos de la granja orwelliana- interpretan que todos somos iguales si; pero unos más iguales que otros.