19/09/2024 14:53

El consejo de Don Cafasso a Don Bosco

La esencia de la virtud reside más en el bien que en la dificultad”

Santo Tomás de Aquino

Compartimos esta anécdota de la vida de Don Bosco, hecha la biografía por Hugo Wast; abajo nuestro comentario filosófico-teológico prudencial al respecto.

¡Ya está! ¡Será oblato de la Virgen María!

Con aquel ímpetu generoso de todas sus resoluciones, destina todos sus minutos libres a estudiar lenguas, español, inglés, francés, instrumentos preciosos para un misionero. Ha consultado a su confesor, Don Cafasso, quien sacude la cabeza irónicamente:

-¿No pensaba también ser sastre? ¿Cómo va la sastrería?

Don Cafasso alude a aquel sueño que Don Bosco le ha narrado, en el cual se veía zurciendo retazos de diversas telas y cortando ropas.

Un día, ansioso de concluir con sus dudas, prepara su maleta y se presenta a Don Cafasso.

-Vengo a decirle adiós.

-¿A dónde va?

-A hacerme oblato de la Virgen María.

-¡Ah, Don Bosco, Don Bosco!… ¿Y la sastrería?… Vaya, deje su maleta y venga a hablar conmigo…

-¡Yo estoy resuelto a ser misionero!

-No, usted no puede ser misionero. No puede andar una milla en un carruaje cerrado, sin marearse y estar a la muerte, y piensa cruzar el océano… ¡No, no! Dios no quiere que usted sea misionero… Déjeme pensar a mí…

Don Cafasso ha adivinado sobrenaturalmente la misión de Don Bosco.

No sólo en el centro del Asia y del África y en las regiones inexploradas de América hay infieles a quienes evangelizar. También en Turín y en Roma, y en todas las grandes ciudades. Esos son los pedazos de telas diversas que debe zurcir. Esa es la sastrería que no puede abandonar.

Con su acostumbrada humildad, Don Bosco renuncia al proyecto.

Las Aventuras de Don Bosco. Hugo Wast. Buenos Aires, Editorial AOCRA Argentina, 1975, págs. 135-136, cap. X.

Comentario y análisis

En la mente de algunos lectores, se pudo haber gatillado esta pregunta: “¿Cómo que Don Cafasso desalienta la misión en pro de la salvación de las almas?”.

¡Grave error conceptual de lectura comprensiva! Don Cafasso desalienta una imprudencia: exponerse más allá de las propias fuerzas naturales. Cafasso, el hombre culto, piadoso y prudente (la piedad sin prudencia es una bomba de tiempo), está desaconsejando un acto de temeridad. Para hacerlo, se basa en la lógica más rigurosa (la lógica viene del Logos, Cristo) y formula su juicio a partir de esta premisa implícita: el que no puede lo menos, no puede lo más. En efecto, si para Don Bosco un viaje corto es una tortura en mareos, un viaje a otro continente (Asia, América, África) sería muchísimo peor. Mucho más doloroso, más incómodo.

Dos objeciones saltan al paso:

Nº 1: “¿Acaso con dolor no sería más meritoria la evangelización?”. Visto así, una crítica fácil sería atribuir a Cafasso una idea de espiritualidad cómoda. Sin embargo, se trataría de un grave error. Porque tildar al buen Cafasso de un simple cómodo proviene de la siguiente premisa, totalmente falsa:

  • A mayor esfuerzo, mayor mérito.

  • A menor esfuerzo, menor mérito.

Sin embargo, esta ecuación no siempre es así. Este razonamiento no es una idea propia de la espiritualidad católica.

No señor.

Las dificultades externas, mayores o menos, no son por sí mismas un signo de que la acción es querida por Dios. Una empresa mala o incluso diabólica suele encontrar muchas dificultades (el empujar una mentira choca con la realidad).

Era Kant quien sostenía que “es inherente a la noción de la ley moral que esté en contraposición con el impulso natural. Por tanto, es propio de la misma naturaleza –escribe Josef Pieper– que el bien sea algo difícil y que el voluntario esfuerzo del dominio de sí mismo se convierta en la medida del bien moral; lo más difícil es bien en mayor medida”1. Pieper agrega que Schiller, en el mismo sentido kantiano, ha escrito:

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Sirvo con gusto al amigo, pero lo hago, desgraciadamente, porque me siento inclinado a ello –y me lamento con frecuencia de no ser virtuoso”.

Y sentencia Pieper: “El bien sería entonces la fatiga”.

Como hemos dicho, la espiritualidad católica clásica no sostiene tal cosa. Esto no significa por supuesto consagrar que el bien está siempre en lo fácil o en lo placentero, por supuesto. Ni siquiera significa que, en ocasiones, los grandes actos de virtud, de amor o de caridad, no supongan quebrantamientos interiores: ¿acaso no habrá sufrido, no le habrá costado, a la madre que perdona cristianamente al asesino de su hijo? A la virtud se llega con esfuerzo. Ad astra per aspera. Ahora bien, aunque la dificultad acompaña o suele acompañar a la virtud, no es de su esencia.

Leamos a Santo Tomás de Aquino: “La esencia de la virtud reside más en el bien que en la dificultad”2. Como consecuencia de esto, el Aquinate escribe: “Por tanto, se debe medir la excelencia de una virtud por la razón de bien más que por la de dificultad”. Esto significa que la mayor o menor excelencia está más vinculada al bien, como tal, que al esfuerzo que supone realizarlo.

En otro fragmento de la Suma3 leemos: “La esencia del mérito y de la virtud está en función más del bien que de lo difícil”. Por lo tanto, dice: “No es, pues, justo afirmar que lo más difícil sea lo más meritorio; el mérito está en que lo más difícil sea también lo mejor”. No es justo, dice Santo Tomás. No debemos afirmar eso.

Por si no entendimos, Santo Tomás agrega en otra de sus obras4: “No es la dificultad que hay en amar al enemigo lo que cuenta para lo meritorio…”. ¿Qué es lo que cuenta, pues? Lo que cuenta sería “la medida en que se manifiesta en ella la perfección del amor, que triunfa de dicha dificultad”. ¡Y dice más!: “si la caridad fuera tan completa que suprimiera en absoluto la dificultad, sería entonces más meritoria”.

Por otro lado, la dificultad interior de la voluntad en realizar una acción suele indicar la falta de virtud del agente: tanto quien obsequia dinero fácilmente como quien lo obsequia con desgarro interior, realizan un acto positivo. Pero hay más virtud en el primero. Porque la virtud implica la rapidez, el gusto y la alegría en la realización del acto.

Por otra parte, si Don Bosco hubiese viajado entre dolores insoportables, al llegar a destino no hubiese podido realizar adecuadamente su tarea de evangelización. Cafasso tuvo todos esos elementos en cuenta.

Nº 2. La objeción del milagro. Esta es más interesante: “Debo arriesgarme e ir igualmente a ese continente, Dios obrará el milagro de mi salud física”. Sin duda que Dios puede obrar ese milagro. Ahora bien, ¿puede usarse el poder de Dios como argumento para provocar una situación de tal naturaleza? Esa es la pregunta importante.

Recordemos el episodio de las Tentaciones de Cristo en el desierto. A los 40 días de ayuno, Nuestro Señor siente hambre y justo en ese momento se aparece el Adversario. Luego de fracasar con su primera tentación, el Demonio lo desafía a arrojarse desde lo alto (Mt 4, 5-7). Jesús responde de manera categórica: “No tentarás al Señor tu Dios”. Por su lado, en Catena Aurea, leemos que unos de los comentaristas (Teodoto) escribe: “tienta a Dios quien hace algo poniéndose en peligro sin motivo”.

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La tentación de arrojarse también aparece en el Evangelio de Lucas 4, 9-13. El comentario de Catena Aurea es también iluminador. San Juan Crisóstomo es aún más duro que el comentarista anterior: “Diabólico es arrojarse a los peligros y tentar si libra Dios de ellos”. San Cirilo agrega que el mismo Jesucristo “no mostraba milagros a los que lo tentaban”. Antes bien, Nuestro Señor decía (Mt 12, 39): “Esta mala raza pide un signo, y no se le dará”.

El sueño del sastre

Don Bosco soñaba con evangelizar lejanas tierras. Pero Don Bosco también soñó con que ejercía el oficio de sastre. Cafasso, con humor pero bien directo, implícitamente le está diciendo al querido santo italiano: “¿Con qué autoridad rechazas un sueño –pues no te has puesto a ser un sastre– y adoptas otro: la evangelización? ¿Por qué no podría ser al revés: abandona la evangelización y conviértete en sastre?”. Quizás, lo que Cafasso aquí le da a entender al santo es la arbitrariedad de su planteo. En el fondo, Don Bosco no tiene más razones para viajar a otros continentes de las que tiene para ser sastre.

Es cierto que, a veces, en el ser humano late la tendencia a racionalizar, a buscar explicaciones de las cosas, especialmente de los sueños. En ese sentido, nos viene como anillo al dedo la historia de José: el judío preso en Egipto que soñaba con 7 vacas gordas y 7 vacas flacas. Pero Dios no tiene que estar enviando mensajes permanentemente a través de los sueños. Los sueños son, por efecto del Orden Natural dispuesto por Dios, simples reelaboraciones mentales, caprichosas, antojadizas, atravesadas de emociones y recuerdos. No tienen porqué tener, siempre, un significado.

Con buena voluntad pero sin criterio se pueden cometer grandes errores. Las almas más generosas suelen ser víctimas de ese tipo de engaños. Don Bosco tuvo la suerte de tener un Cafasso que le tirara de las orejas; pero no siempre ocurre así. A veces, hay quienes o no se interesan, o no saben, o están tan confundidos como esas almas o -peor aún- se aprovechan de esa generosidad para explotarla a su favor. Los jóvenes, entregados pero también inexpertos, son el blanco preferido de ciertos personajes que no retroceden ante los peligros más evidentes y que exigen, exigen y exigen aprovechándose de almas delicadas pero escrupulosas. Que el ejemplo de Don Cafasso nos sirva de modelo, según el consejo de Santa Teresa en Camino de Perfección: Procurar “confesores letrados” y desconfiar mucho de los “medio-letrados-, los cuales me han engañado hartas veces”.

1 Cfr. Josef Pieper. El Ocio y la Vida Intelectual. Rialp, Madrid, 1998, sexta edición, págs. 26-27.

2 Cfr. Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica II-II, q. 123, art. 12, ad 2.

3 Cfr. Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica II-II, q. 27, art. 8, ad 3.

4 Cfr. Santo Tomás de Aquino. Cuestiones disputadas sobre la Caridad 8, ad 7

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Juan Carlos Monedero
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