22/11/2024 09:36
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Comúnmente se tienen en España por conceptos idénticos, los de regionalismo, nacionalismo y separatismo. Dicha idea por simplista, es errónea, toda vez que cabe establecer las siguientes diferencias.

El regionalismo español, lo entendemos como aquella postura de defensa del «Hecho diferencial» —primordialmente del catalán, vasco, gallego y en menor medida del valenciano y andaluz— así como de los idiomas periféricos prexistentes, y de la «forma de ser» de los habitantes de ciertos territorios españoles, tanto por lo que respecta a la cultura propia, como a la tutela de las viejas tradiciones e instituciones, etc….
En suma, el regionalismo es la idea política que concibe a España como Estado plural, no centralista, ni uniformista. El regionalismo, así concebido, no es ni separatista, ni secesionista, ama a España, de ahí que no pretenda romperla en mil pedazos, tiene simplemente una concepción no unitarista del Estado. Dicha idea se encuentra en el regionalismo gallego —Brañas, Murguía, Rosalía de Castro, Pondal, etc….; en el catalán Torrás i Bages, Prat de la Riva, Cambó, etc.
El nacionalismo, por el contrario, es un regionalismo con espíritu de revancha, con resentimiento, con auténtica obsesión centrifuguista. No se contenta, en último término, con la idea del Estado plural, no uniformista, ni centralista. Se declara nación, —previo paso por la idea regional, que luego abandona por quedarse pequeña en sus aspiraciones— a fin de tener argumentación jurídica y política con la que poder racionalmente invocar su máxima aspiración: el Estado propio. Dicho nacionalismo lo encarnó, sobre todo, el fundador del PNV, Sabino Arana, inventor del término Euzkadi y de la ikurriña quien los nacionalistas vascos reconocen como su «padre». Si el nacionalismo destila odio hacia España, es por tanto independentista.
En sus escritos de «Vizcaya independiente», llegó a afirmar que los vizcaínos no eran españoles por su historia, sus leyes, sus instituciones, etc. Como ocurre en ocasiones a lo largo de la historia, una mentira repetida miles de veces termina por ser aceptada como una verdad, como es el caso del planteamiento sabiniano.
Una cosa es que los vascos no hayan sido, ni sean, castellanos y otra cosa bien distinta es que no hayan sido, ni sean, españoles. Su rotunda declaración, de que «el español-maketo-es nuestro moro, nuestro enemigo» sintetiza el odio fanático de aquél ex carlista bilbaíno, que colocó la mecha en su día del barril de pólvora en que se convirtió la organización terrorista de ETA. Sus soflamas incitan al «tiro en la nuca», por
antiespañoles.
El separatismo constituye la actitud de aquellos nacionalistas a los que no les basta con el reconocimiento del «hecho diferencial», peculiaridad lingüística, el respeto de sus tradiciones y cultura… Los separatistas
españoles, que es el caso que más nos debe preocupar, «quieren irse de España», fundamentalmente por su creencia de que el territorio donde han nacido y habitan no es España, caso de muchos vascos y catalanes.
Consideran que España les ha invadido y, por tanto, pretende hacer creer a los demás, que nuestras Fuerzas Armadas allí radicadas son un verdadero Ejército de ocupación. Rechazan la unidad de España por estimar que, históricamente, la unificación emprendida y lograda entre las coronas de Castilla y Aragón, por los Reyes Católicos, estaba apoyada en una simple unión personal, derivada del matrimonio y, en consecuencia, como tal contrato, fue una unión rescindible por la voluntad popular de cualquiera de las partes.
Olvidan —o quizá prefieran pretenderlo— los que así piensan, que en dicha unión, sólo tenían capacidad y legitimación, los Monarcas suscribientes, no sus pueblos respectivos, toda vez que entonces la soberanía era encarnada por aquéllos y no por sus súbditos. El pueblo accede a la condición de soberano con la Revolución Francesa, y no en los tiempos de Fernando e Isabel, cuando se impuso en toda Europa la Monarquía absoluta, y donde todos los habitantes eran súbditos, pero no ciudadanos.
Separatismo y nacionalismo, marchan de la mano. Todo nacionalista que se precie es separatista, no cabe duda, de lo contrario sería todo menos nacionalista. Lo que ocurre es que los nacionalistas se escinden, no por la meta final, que siempre es la misma: la independencia, sino por el método a seguir para obtenerla. Así coexisten en España nacionalistas que aspiran a la independencia por vías pacíficas, caso de, en su momento, CIU, PNV, EE, etc. o por métodos violentos o terroristas, caso de ETA, o en su día Terra Lliure, hoy auto disuelta. Como los dos modelos nacionalistas tienen un mismo credo ideológico y un mismo origen, procuran desprestigiarse recíprocamente siempre que las circunstancias lo permiten, salvo en época de elecciones, donde hay que atraer a los votantes del partido «hermano».
Así, por ejemplo, en el País Vasco, los dirigentes del PNV —partido que en el año 1 959 sufragó los primeros gastos del local y personal que utilizó ETA, no lo olvidemos— llaman a los de ETA violentos, pero no se atreven a llamarlos por su verdadero nombre «terroristas», toda vez que sus centenares de asesinatos con «tiro en la nuca o con coche bomba», no tienen parangón criminal en todo el nacionalismo europeo, salvo el del IRA irlandés.
Pero tengamos siempre presente nosotros, los amantes de la unidad española, que dichos nacionalismos separatistas periféricos españoles, cualquiera que sea la diferencia de método que sigan, les une, siempre, una cosa: prescindir de España, concepto que por otra parte rehúsan utilizar, como si les quemase los labios, sustituyéndolo por el de «Estado español», con lo que dejan caer un mensaje subliminal, «estar a la fuerza en un Estado que no es el suyo», habida cuenta, insistimos en ello, que estos nacionalistas no se consideran ni se sienten españoles.
Y esto hay que entenderlo —por mucho que nos duela— y decirlo sin tapujos. Otra cosa es que dichos nacionalistas lleguen a convertir en realidad sus objetivos separatistas. No sólo a España, sino a la CEE, no les interesa lo más mínimo, y más en nuestro caso, un cambio de fronteras, con la creación de nuevos Estados en el sur de Europa, con todos los problemas que esto conlleva. Pensemos, sólo hipotéticamente, que España accediera a darles la independencia los nacionalistas vascos. ¿Una vez obtenida, se iban a quedar tranquilos con 7.000 km2 o por el contrario continuaría el terrorismo, no en todas sus formas, para anexionarse Navarra, parte de Cantabria, La Rioja, etc.?
En el caso de los nacionalistas radicales catalanes, por ejemplo, Ángel Colom, de Ezquerra Republicana, declaró en rueda de prensa en Madrid —septiembre del año 1991— que la independencia de Cataluña debía comprender todo el actual territorio catalán, más el Rosellón francés, la Comunidad Valenciana, las islas Baleares y parte de Cerdeña, donde se habla catalán —Alghero—. ¿Se pueden decir hoy en día semejantes barbaridades? Indebidamente sí, en un sistema democrático como el nuestro o cualquier otro que se aprecie de serlo. Ese no es el problema, la cuestión está en que a quién lo dice, no sólo no se le da por un «soñador», ni fantástico, sino que tiene cierta clientela segura en próximas elecciones.

Autor

REDACCIÓN