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No es la primera vez que el hombre se encuentra de frente ante sus fantasmas, sus temores más oscuros o el miedo al final de la Civilización. Tampoco será la última. Desde el origen mismo del ser humano, la Historia nos ha mostrado que siempre tuvo que enfrentarse a la lucha por la supervivencia. Pueblos, culturas, civilizaciones e imperios han nacido, alcanzado su esplendor y finalmente desaparecido. Para sus protagonistas ello supuso el “Fin del Mundo”, de su mundo, y a pesar de ello la Tierra siguió girando y nuevos pueblos y culturas continuaron escribiendo la Historia.
Entonces, ¿qué diferencia esta sensación de caída ineludible que vivimos actualmente, incrementada y acelerada a partir del Covid y las derivas totalitarias gubernamentales, de otras que se han vivido con anterioridad? ¿Estamos ante el final de una nueva era y el nacimiento de otra o ante los albores del Juicio Final?
Aún es prematura una respuesta, pero sin embargo hay algunos elementos visibles en la contemporaneidad que resultan inquietantes y diferentes a los signos de fin y decadencia anteriores que podrían acercarnos a ella. Uno de estos elementos es la aparición de las nuevas tecnologías como instrumento al servicio de la ingeniería social. Además, la instantaneidad de la información, deformación y tergiversación de la opinión pública, que tiene efecto inmediato en la mayoría de la población provoca esa “sensación de final” ante las nefastas predicciones, cifras de muertos, muestras de ineptitud, mentira, o el cinismo gubernamental.
Otro elemento novedoso, al menos en el occidente globalizado, es la aceptación del discurso único del buenismo progresista del Globalismo, que enmascara la disolución de la naturaleza humana con sus mantras ideológicos. Este factor va de la mano con el anterior y es parte de un proyecto impulsado a nivel planetario por organismos internacionales y aceptado como propio por los gobiernos regionales. Ambos se entrelazan y retroalimentan dando lugar a un modelo de poder planetario, amable en apariencia, pero absolutamente despótico y antinatural.
Desde la pandemización viral y los trágicos efectos sufridos a partir del 2020, no solamente a nivel sanitario sino también económico, social y político, ya caben pocas dudas de ello. Casi todo indica que mucho de lo que hemos vivido como normalidad dejará de serlo durante mucho tiempo, o tal vez para siempre. Esto nos lleva a repensar ciertas cuestiones que hasta ahora no han sido tenidas en cuenta por estar aletargadas bajo el discurso permanente y anestesiante de la sociedad del placer y el bienestar que ha tenido como objetivo solo la satisfacción material del individuo.
La crisis actual de la Civilización Occidental es evidente y tiene un aspecto diferenciador de otros momentos históricos ya que esta es espiritual. Por ello, aunque no lo parezca, es más peligrosa y difícil de superar. Ese también es el motivo de su relativización o negación por parte de las elites dirigentes que impulsan el nuevo paradigma social del Globalismo. La advertencia del ocaso metafísico es tildada de irracional, alarmista, conspiranoica y por ello carente de sentido e invalidada. Esa es la estrategia para contrarrestar el pensamiento disidente: la descalificación, anulación y desaparición del discurso que no esté alineado con el oficial.
Los medios masivos, las redes sociales, la universidad, la escuela, la iglesia, e incluso la charla de café, han asumido que es mucho más importante arrojar el plástico en el contenedor amarillo, aceptar las diversas orientaciones pansexuales, la desaparición de las fronteras o cantar “Imagine” de John Lennon cada vez que se comete una masacre islamista, que ser acusado de negacionista, homófobo, xenófobo o ultraderechista. Cuando vemos que algunos lloran desconsoladamente depositando una flor ante un filete de ternera expuesto en la nevera de un supermercado, y simultáneamente salen a la calle manifestando por el aborto y la eutanasia, es que algo no funciona correctamente.
El “Fin del Mundo” difícilmente será por una guerra nuclear o una catástrofe natural o viral, sino que es mucho más que probable que sea por la muerte del espíritu del hombre, la sustitución de lo trascendente y metafísico por la tecnopolítica ecoreligiosa, el reemplazo poblacional y el colapso demográfico como resultado del hedonismo como religión.
Si todo continúa en esta dirección, el abismo esta frente a nosotros. Si se consigue salir del letargo en el que se encuentra gran parte de la humanidad y virar antes de dar el paso al vacío, tendremos una gran oportunidad.
La Tradición, la identidad y el combate por la libertad y soberanía de los pueblos perviven aun silenciosamente. Lo mejor de ellos ha perdurado a través de siglos, en sus actos, palabras, arte y cultura. Ahí está a la vista de quien quiera verlo. Solo falta que esos millones testigos anónimos de la espiritualidad perenne den testimonio una vez más y abran un nuevo tiempo de esplendor para las futuras generaciones. La elección entre la Luz o la Oscuridad sigue estando en nuestras manos.
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