La colmena es un sistema orgánico complejo compuesto por miles de individuos cuyos patrones de conducta están determinados genéticamente, de tal forma que se comportan como si de un solo ser se tratara, pudiéndose decir por ello que constituye una unidad biológica con entidad propia. Toda colmena está constituida por tres tipos de abejas, cada una de ellas especializadas en una función concreta. Así, en la cúspide de la pirámide nos encontramos a la “reina”, la cual se dedica a poner el número de huevos suficientes para garantizar el recambio generacional en el seno de la colmena y a secretar feromonas para identificar a las abejas autóctonas y así evitar la entrada de intrusos; por debajo de la reina están las “obreras”, las cuales tienen como tarea fundamental mantener las condiciones de habitabilidad necesarias para garantizar la supervivencia de la colmena en su conjunto; y en tercer lugar están los “zánganos”, los cuales se dedican exclusivamente a fecundar a la reina. De esta forma, los distintos tipos de abejas actúan de manera coordinada, logrando con ello que en el interior de la colmena reine un orden extraordinario.
Los partidos políticos de izquierdas se asemejan de alguna forma a una colmena en la que los individuos que la componen están unidos no por poseer una identidad común determinada genéticamente, sino que se hallan enlazados mediante símbolos. Es decir, aunque muchos de sus componentes carecen de convicciones ideológicas por adolecer de falta de conocimientos en materia política, adquieren el sentimiento de pertenencia al grupo a través de su incondicional adhesión al conjunto de símbolos que representan el ideal igualitario que con avieso cinismo dice defender el socialcomunismo. Así, exultantes y henchidos de satisfacción vacua, enarbolan la bandera roja, adornada con la hoz y el martillo o la rosa, y corean como posesos el himno que les identifica, el cual no es otro que la Internacional. De esta forma, ya tenemos reunidos en el escenario político mito, símbolos, rito y tribu, es decir, todos los ingredientes que conforman lo que podríamos denominar la “colmena roja”.
En cualquier caso y con independencia de su denominación de origen, bajo el mito de la pretendida igualdad social lo que realmente se oculta es el anhelo socialcomunista de convertir al Estado en una institución totalitaria y represora, al conjunto de la sociedad en un grupo de presidiarios y al territorio donde ejercen su tiranía en un campo de concentración. En consonancia con el mito que no con sus verdaderas intenciones, todo socialcomunista que se precie de tal no pierde ocasión alguna de exhibir una superioridad moral a todas luces injustificada y un carácter progresista incongruente con los hechos que protagoniza. Así, para desmontar la supuesta superioridad moral de la izquierda basta citar dos ejemplos que resultan paradigmáticos. Así, por un lado, nos encontramos con la implicación de Pedro Sánchez -cada vez menos presunta y a cada paso más plausible teniendo en cuenta los informes de la UCO- en las tramas delictivas lideradas por personas de su entorno más cercano, tanto familiar como político. A su vez, por otro lado, tenemos el lascivo comportamiento protagonizado bajo la túnica del feminismo queer por un depredador sexual como Íñigo Errejón, el cual, hasta el descubrimiento de su infames pulsiones sexuales, era figura emblemática de la extrema izquierda nacional. Por otra parte, para demostrar que el progresismo socialcomunista es tan solo una fachada basta señalar que- por más que se pretenda justificar la propia actuación mediante la criminalización de la oposición- eliminar el delito de sedición, disminuir las penas por el delito de malversación, amnistiar a los golpistas catalanes y blanquear el terrorismo etarra lejos de ser progresista, como proclama el Gobierno socialcomunista, es buena muestra de la absoluta indecencia moral y política que habitualmente despliega la izquierda cuando accede al poder.
Por ello, para mantener esta distorsionada imagen de su esencia ideológica el comunismo ha recurrido desde sus orígenes a la recreación de un enemigo que dote de legitimidad a sus incendiarias proclamas revolucionarias, ya que solo en un escenario de división y confrontación social es posible su triunfo. Así, si repasamos la historia es fácil comprobar que la burguesía acabó con la monarquía absolutista y la sociedad estamental propia del sistema feudal para dar lugar a la democracia liberal, la cual sitúa al ciudadano como sujeto soberano, propicia la aparición de una clase media que compartía intereses y preocupaciones con las clases alta y baja (sirve de nexo de unión entre las clases alta y baja) y, para redondear la faena, crea el ascensor social para posibilitar que cada persona ocupe en la sociedad el lugar que su capacidad y esfuerzo merecen. Sin embargo, el marxismo enfrentó a la burguesía con el proletariado, estableciendo la lucha de clases como el motor social por excelencia y al partido comunista como el rector de dicho cambio de la estructura social. El invento no dio resultado debido fundamentalmente a que mientras la opresión y la miseria eran la nota dominante en los países comunistas, en las democracias liberales lo eran la libertad y la prosperidad, entablándose así una contienda socioeconómica entre dos modelos políticos en la que el comunismo tenía todas las de perder, como así fue. De hecho, cayó el Muro de Berlín y posteriormente se produjo la descomposición de la Unión Soviética, de tal forma que la lucha de clases dejó de tener predicamento incluso entre los sectores de la sociedad más desfavorecidos, fundamentalmente porque el paraíso comunista en realidad era un infierno totalitario. Como consecuencia de ello el socialcomunismo se vio obligado a reinventarse y así lo hizo en el llamado Foro de Sao Paulo, sustituyendo el marxismo puro y duro por el socialismo del siglo XXI y la lucha de clases por la lucha de identidades. De esta forma se enfrentó a los hombres con las mujeres, a los heterosexuales con los homosexuales, a los blancos con los negros, a los creyentes con los ateos y así sucesivamente hasta fragmentar de manera absoluta la sociedad. Para posibilitar el nacimiento de una nueva confrontación tan solo era necesario crear en el imaginario colectivo un enemigo común capaz de aglutinar a las múltiples minorías identitarias surgidas a rebufo del pensamiento woke, a pesar de que algunas de ellas tenían intereses y objetivos no ya divergentes sino directamente contrapuestos. Obviamente este enemigo común no fue otro que el llamado patriarcado heteronormativo capitalista, un concepto obsoleto por los avances en el respeto a los derechos humanos que las democracias occidentales llevaban décadas defendiendo y desarrollando, como demuestra la aprobación en 1948 por parte de las Naciones Unidas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos esencialmente subsidiaria de los planteamientos ideológicos liberales.
En consecuencia, los postulados socialcomunistas, por innovadores que fueran, volvieron a chocar frontalmente con la realidad, por lo que, para contrarrestar el innegable éxito que ha supuesto el enorme desarrollo social acontecido en los países occidentales, el socialcomunismo recurrió al adoctrinamiento y la propaganda populista, para así imponer en la opinión pública un relato interesado, sectario y maniqueo por medio de un cuidadoso proceso de manipulación social. Dicho relato -construido a partir del falseamiento de la realidad y la instauración de una serie de postverdades, esto es, de mentiras sostenidas en el tiempo que acaban pareciendo verdad- ha conseguido propagarse sin excesivos frenos en el seno de las sociedades avanzadas, aquejadas del llamado “Efecto Tocqueville”, básicamente consistente en el paradójico crecimiento de la frustración social a medida que mejoran las condiciones de vida.
De esta forma, el Estado del Bienestar, hasta hace unos pocos años imperante en la mayoría de los países occidentales, está a las puertas de derrumbarse debido al siniestro empeño de los próceres globalistas en establecer un nuevo orden mundial en connivencia con el socialismo del siglo XXI, contando a su vez para ello con la inmensa estupidez de una buena parte de la población tan solo capaz de ver el dedo que apunta a la luna.
Así, estamos asistiendo en Occidente a la degradación de la democracia liberal, la eliminación del Estado de Derecho, el expolio fiscal de las clases medias, el hundimiento del sector primario, el descontrol migratorio y, más allá de todo ello, a la desnaturalización del ser humano desde un punto de vista ontológico y a la devaluación del papel de la familia como entidad nuclear de la formación moral de las nuevas generaciones.
En definitiva y parafraseando a Camilo José Cela, “los comunistas, esos comunistas eternamente parecidos, juegan sin embargo un poco a cambiar la faz de sus respectivas formaciones políticas, esos sepulcros, esas cucañas, esas colmenas”, para con ello volver a recluir a la población tras un nuevo telón de acero y así estar en disposición de recrear las condiciones que permitan la materialización de sus perversas ansias de poder.
Autor
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Rafael García Alonso.
Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.
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