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Las festividad católica del día, aunque todo eso haya pasado a mejor vida, junto con la “Catolicidad de España”, aun quedamos algún que otro retrógrado, inmovilista de bunker, medieval y “fascista”—esto no puede faltar…– fieles a la “pre–Historia”, que oímos misa cada día, rezamos el rosario y ponemos nombres de “santos” a nuestros hijos.
Concretamente, en el bautismo (que sigue formando parte de nuestros “usos y costumbres”) —al derramar el agua sobre la cabeza de nuestro cuarto hijo, el celebrante dijo: “Yo te bautizo ‘Miguel Angel’, en el nombre del Padre…etc.,” poniéndolo, bajo la protección del poderoso Arcángel que plantó cara a Lucifer y los ángeles rebeldes…
El fundamento de la Fe y de la oración de los católicos es, sin la menor duda, la Santísima Trinidad. La Segunda Persona, encarnada, lo dejo muy claro al ordenar a sus Apóstoles predicar el Evangelio con esta promesa: “El que creyere y se bautizare –en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo—se salvará”.
Ahora bien, cumplido el deber principal para con el Creador, Él mismo, ha querido — en beneficio de los hombres—hacer partícipes de su gloria y de su poder a las criaturas más próximas. En primerísimo lugar, a su divina Madre, María, luego a su padre putativo, san José y, además, a los ángeles y a los santos. Le agrada vernos invocarles, glorificarles y pedirles favores. Dejándonos a cada católico, la libertad de elegir los preferidos de nuestra devoción.
Personalmente, después de mi Santo Patrón, San Gil—uno de los “catorce” poderosos santos llamados “auxiliadores” en la Edad Media– y de San Gerardo Mayela pues, en mi partida de bautismo, consta literalmente: “Le puse por nombre Gil y le di por patrono a San Gerardo Mayela…”, es San Miguel mi preferido. Tiene su lógica pues, todos cuantos desdeñamos el “dialogo con el Mundo, y con su padre Satanás”, y “defendemos la Verdad, el Evangelio y la Patria”, tenemos en él un modelo insuperable… y el mejor aliado.
Concreta e incesantemente pido a este “Príncipe de la milicia celestial — así lo llama León XIII”: “Princeps militiae celestis”— en la oración que compuso y ordenó rezar al finalizar todas las misas, que ponga todo su poder al servicio de los católicos que viven la “noche del silencio”, en cárceles y campos de concentración, por el crimen de “ser católicos”. Y proteja “con todo el divino poder” (“divina virtutem”) a esos hermanos nuestros a quienes, tenemos olvidados.
En nuestros días está de moda el recordarnos constantemente a los “pobres” –cosa muy de alabar— y a los “marginados”, igualmente muy cristiano, pero sin fuerza suficiente para llegar a movilizar mi cerebro, hasta el punto de hacerlo participar de esa obsesión general… No puedo evitar ver esa preocupación de la Iglesia como un “sostenimiento camuflado” de las mafias de la “Coca”, productores “a chorro” de marginados. Lo eficaz sería, pedir a San Miguel que ayude a las Jerarquías, políticas, sociales, “benéficas” y paridoras de “oenegés” melosos, a liquidar la “causa de la marginación” con medidas expeditivas –que las hay muy eficientes–. La “marginación” tiene remedio fácil “eliminando” a los que la provocan, Estoy archiconvencido de que la mejor regla infalible y elemental es: “muerto el perro se acabó la rabia”
¿Han oído, ustedes, en las oraciones de los fieles propuesta, muchas veces, en las misas, esta intención.: “Recemos por los “católicos olvidados”, presos en las cárdeles y en los campos de concentración, exclusivamente por creer en Cristo?
Cuando, –creo yo– no deberíamos dejar pasar un día, sin recordarlos y pedir a Dios que les haga sentir el cariño y la fuerza de sus hermanos — que les negamos al tenerles olvidados–. Desde que, SS. Pío XII, nos pidió rezar siempre por la “Iglesia del silencio” algunos hemos obedecido ese ruego angustioso de aquel Gran Papa, del siglo XX, odiado por cumplir siempre con su deber e ignorar el “diálogo con el Mundo”, –siendo un superdotado diplomático y gestor de la concordia–
He dedicado diariamente, parte de mi vida “a la LUCHA”; y “detesto el diálogo” con Satanás y sus hijos. Y me duele verlo, hoy, como si fuese la “gran misión” de la Iglesia Postconciliar.
Aprovecho la festividad del gran combatiente, san Miguel Arcángel para insistir ante los pocos o muchos que me leen en recordar la sentencia bíblica tan bien expresada en cuatro palabras: “La vida es lucha (milicia)”.
Desde poco después de la caída de Adán, por consejo y empujón de Eva –y no va con segundas– el Creador dictó la sentencia para conocimiento tanto de nuestros primeros padres, como de la maldita Serpiente. Fue clara y perfectamente inteligible –no hace falta ser doctor en Teología–: “Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu raza y la suya”. La guerra que concluirá con el Juicio Final estaba anunciada e iniciada.
Digan lo que digan los modernistas dialogantes y pacifistas, la guerra es nuestro destino y deber. No por culpa nuestra sino porque Satanás es inmortal y Dios se lo consiente.
Podría seguir sacando provecho a la festividad de San Miguel, pero debo dedicar unas líneas a felicitar, en primer lugar a Monseñor Cañizares, por cumplir con su deber de orientar a los españoles y parar los pies a esas féminas descerebradas a quienes un gobernante sin escrúpulos, conciencia, ni vergüenza consideró gracioso poner las riendas del Gobierno de España en manos de dos docenas de Evas.
Gracias Monseñor y Cardenal Antonio Cañizares, al menos hay alguien que honra su Sede Episcopal, conoce sus obligaciones y ha sabido decir: ¡No!
Y en segundo lugar, a la Presidenta de la llamada Comunidad de Madrid por honrar, a la mujer auténticamente española y hacer lo que esos eunocoides en puestos decisivos del Gobierno, no son capaces: Proclamar la grandeza de la civilización española y plantar cara en los Estados Unidos a la peste INDIGENISTA y estúpida.
Gracias, María Isabel Díaz Ayuso. Por suerte, además de Evas hay Marías.
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