27/04/2024 23:35
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Recuerdo, cuando, allá en los lejanos años de mi juventud, viajaba a un Madrid que siempre me cautivó y deslumbró, unas veces para acudir a un programa televisivo, “Cesta y Puntos”, que se emitía por aquellas fechas en Televisión Española, en el que tuve el honor de participar en tres ocasiones, aunque en ninguna de ellas pasamos de la fase de preselección, y otras, en aquellas largas esperas para tomar otro tren nocturno -ya había viajado la noche anterior desde La Coruña por el mismo medio- en el que dirigirme a cualquier otra ciudad de España para asistir a uno de los Campamentos de mi querida Organización Juvenil Española (OJE), siempre consideré algunas visitas casi como obligadas.

Dejando a un lado mi deambular, como buen provinciano y a mucha honra, recorriendo las cosmopolitas Gran Vía, Puerta del Sol, Carmen, Preciados, Plaza Mayor, etc., quedando poco menos que boquiabierto y extasiado con la contemplación de las vistosas y elegantes madrileñas y extranjeras que recorrían sus calles y a las que no les ofendía, antes bien todo lo contrario, que alguien les llamase ¡guapa! o ¡salerosa!; por el populoso Rastro, dónde siempre se encontraba algo que, aunque no sirviese para nada, lo compraba; por los deslumbrantes comercios que abrían sus puertas en la zona centro, donde encontrar un pequeño recuerdo que  llevas a mis padres o al amor juvenil de aquellos años o por las cafeterías amplias y de una pulcritud asombrosa y un trato exquisito que solíamos frecuentar, había otras visitas del todo obligadas cada vez que nuestro caminar a lo largo y ancho de la España eterna nos llevaba a la Capital.

Una de ellas era a la confluencia de la calle de Alcalá con la plaza de la Cibeles donde se alza el Palacio de Buenavista, sede entonces del Ministerio del Ejército, en la actualidad Cuartel General del Ejército de Tierra, ya que allí, contemplándolo desde detrás del artístico enrejado que lo cerca, creo recordar que, a las once de la mañana de cada día, se verificaba el acto militar del relevo de la Guardia tras el reglamentario toque de Asamblea.  

Luego, tras dejar de concurrir con la misma habitualidad a la Capital de España, dejé de recrearme con el siempre saleroso caminar de las madrileñas y de acudir a este entrañable acto militar.

No fue hasta hace algunos noviembres, tal vez en el de 2018 o 2019, cuando invitado por un gran amigo, Teniente General del Ejército, tuve la oportunidad de asistir, como invitado, a este acto castrense revestido ya con mucha mayor vistosidad y solemnidad del que yo recordaba y que, al igual que sucede con el que realiza la Guardia Real en el Palacio de Oriente, es contemplado, con emoción, por muchos madrileños y forasteros, cada vez que se celebra un viernes de cada mes.

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En aquella ocasión, tuve el honor de presenciar uno de los dos relevos que se celebran cada año en los que tanto la Guardia entrante, como la saliente, visten uniformes de la época de S.M. el Rey D. Carlos III, lo que contribuye a realzar y dar mayor vistosidad a este entrañable acto castrense.

Pífano del Regimiento “España”, detrás los Fusileros del Regimiento del Rey (La Razón)

Generalmente, este acto de la jornada militar se celebra todos los últimos viernes de mes salvo en dos ocasiones al año, creemos que diciembre y agosto, y lo habitual es que se realice con la uniformidad de la Infantería descrito en el Reglamento de Vestuario de 1908, en el reinado de S.M. D. Alfonso XIII. Sin embargo, en dos ocasiones, con carácter extraordinario, tiene lugar la versión a la que yo asistí, mucho más vistosa, tanto por la uniformidad empleada, la reglamentaria de finales del siglo XVIII (1785), como por lo acompasado de sus movimientos, el paso de la pavana.

El personal que participa, perteneciente al Batallón “Guardia Vieja de Castilla” del Regimiento de Infantería “Inmemorial del Rey” nº 1, lo hace vistiendo el uniforme reglamentario de Fusileros del Regimiento de Infantería “España”, por lo que respecta a la Guardia saliente, y el del Regimiento del Rey, la Guardia entrante.

Previamente, con la marcialidad que corresponde, la Guardia saliente ocupa los puestos asignados a los centinelas en las puertas de “Bomberos”, “Embajadores” y “Alcalá” que dan acceso a los jardines del Palacio desde la zona de Cibeles/Alcalá.

En tanto que el resto de la Guardia sale a formar, ante el Cuerpo de Guardia, esperando la hora del relevo. En este acto se incorpora la Unidad de Música del Regimiento “Inmemorial del Rey nº 1” con los uniformes reglamentarios de 1908.

Procedente del monumento al Valor, erigido en los jardines del Palacio, entra, hasta el patio del Cuerpo de Guardia, la fuerza que va a relevar, encabezada por la Escuadra de Gastadores, tambores y pífanos, Tambor Mayor y una Bandera de Batallón que acompaña al Capitán jefe del Relevo.

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A las once en punto de la mañana, horario que regía, en tiempos de D. Carlos III para el toque de Asamblea, tras las pertinentes novedades, el Capitán que manda la fuerza, solicita permiso de la Autoridad que preside el acto para efectuar el relevo de la Guardia.

En ese instante, con ambas Guardias formadas, la Música del Regimiento interpreta el toque de Asamblea reglamentario en el reinado de Carlos III y da comienza el relevo de los puestos exteriores del Palacio, con los Cabos y Soldados respectivos, acompañados de un pífano y un tambor.

Concluido el relevo de los puestos y con las Guardias saliente y entrante, formadas en el patio anterior al Cuerpo de Guardia, los respectivos Jefes de Pelotón pasan revista visual a las armas, tras lo cual, con el permiso del Capitán que manda el relevo, la fuerza saliente abandona el lugar a toque de tambor y pífano, en tanto que la entrante se retira al Cuerpo de Guardia.

Durante todo el acto del relevo, tanto los movimientos de las armas, como el paso de marcha, se corresponden con lo dispuesto en el Reglamento de la época de Carlos III.

Guardia saliente y entrante efectuando el relevo de los puestos (Outono.net)

Finalmente, como colofón a este brillante acto, la Unidad de Música interpreta una serie de piezas populares madrileñas que son muy aplaudidas por el numeroso público que se concentra en la zona, pese a lo limitado del espacio.

Se trata de un acto sencillo pero solemne, al más rancio estilo de nuestras más inveteradas tradiciones castrense, que constituye un atractivo más para quien visite Madrid y que, tal vez, al igual que sucede en otras Naciones, se debería verificar con mayor frecuencia.

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