21/11/2024 13:02

No sé si ya antes del «Mayo del 68» los nuevos demiurgos habían puesto en marcha la máquina del estrago y si este fue un paso más hacia la demolición de la cultura y de la sociedad occidental, o si fue una excrecencia consecuente, posteriormente manipulada para hacerla determinante, de los acontecimientos que por aquellos días empezaban a variar el curso de las cosas, tal como hasta entonces las habíamos apreciado. El caso es que desde ese tiempo ha ido, si no apareciendo, sí extendiéndose exponencialmente en la sociedad la tristeza, una tristeza ininterrumpida y profunda que no es la de la pobreza material, sino la de la angustia existencial. Una tristeza devastadora, mensajera de la muerte, es decir, del suicidio, de la tiránica y estéril perversión LGTBI y del aborto. Un cataclismo devastador nacido del utilitarismo y del placer depravado, sin otro objetivo que el de llenar el tiempo consumiendo lo innecesario y gozando de la inclinación viciosa.

Ahora, paradójicamente, a los hijos y nietos de aquel movimiento de apariencia estudiantil y seguidamente sindicalista, pero que resultó decisivo, instalados en el poder o en sus aledaños, se les atraganta el hecho de enfrentarse a una posible sociedad civil pujante, comprometida con la verdad, la libertad, la familia y el derecho a la vida. Ahora, estos abanderados de la expiración y del crimen, jactanciosos y cómodos en sus poltronas, temen afrontar todo aquello que se oponga, además de a sus balagueros de ventajas, a esa cultura de la muerte, al escapismo de la droga y de la promiscuidad, a esa sexualidad morbosa y desquiciada y a ese artero pacifismo que pusieron de moda hace ya más de cincuenta años.

Para los revolucionarios de entonces y para sus herederos, falsos exponentes de una reivindicación de la armonía natural, a la que acabaron traicionando por culpa del más despreciable materialismo, resulta incomprensible, cinco décadas después, la alegría de vivir basada en el espíritu y en una moderación que hunde sus raíces en la amalgama de sentido común y religiosidad. Estos rojos -devenidos ahora en capitalistas-, acompañados de sus abscesos sociopolíticos, no han dejado a lo largo de su historia, de propagar y legalizar el abuso y el crimen, globalizándolos. Nadie ha matado más niñas y niños que ellos, y no sólo de hambre; y ahora, no satisfechos de ello, también les quieren convertir en víctimas de sus perversiones.

Frente a estos rojos capitalistas, como digo, principales genocidas de la historia contemporánea, cuya capacidad para la barbarie ha llenado el mundo de asesinatos y violencias, las gentes de bien están decididas a arrojar el dado con el fin de alumbrar una sociedad vigorosa capaz de oponerse al Sistema y a sus poderosos aliados financieros, políticos y mediáticos. Pero, aunque desde que se tiene memoria las crónicas nos cuentan que son las minorías de espíritu libre las que se han mostrado capaces de modificar las tendencias sociopolíticas cuando estas están llevando a los pueblos a la catástrofe, nadie hasta ahora se ha puesto a la cabeza para indicarles el camino que lleve al objetivo deseado.

Son las nobles conciencias las encargadas de lograr que la corrupción generalizada agote su fuerza, y de decidir que ya es el tiempo de apostar por la regeneración. Y, en las actuales circunstancias, es este el momento de retomar el poder político, de señalar que la progresía, con sus desviaciones económicas, políticas, intelectuales y sociales es algo del pasado y que las multitudes han de recomponer sus fracturas y poner la mirada en un futuro creativo e idealizado, de raíces humanistas y cristianas. El momento de acabar entre otras muchas cosas con las legislaciones rojas, con las inhumanas agendas globalistas, defensoras unas y otras de sevicias y odios, de la desnaturalización humana y, más allá, de su extinción.

Comportamientos todos ellos patológicos, entre los que conviene destacar, una y otra vez, los casos de la LGTBI y del aborto, esa hecatombe de niños asesinados antes de nacer, ese falso derecho que destroza individuos y familias, basándose en una equívoca comodidad y en una formación sociocultural fascinada por el consumo hedonista. Lo evidente, volviendo al comienzo de este artículo, es que tanto el movimiento del «Mayo del 68» como la actitud de quienes lo concibieron o posteriormente lo reutilizaron, rentabilizándolo para la ruina de cualquier esperanza, han creado una sociedad confusa e inerte, ocupada exclusivamente en el disfrute material, dejando a millones de personas deshechas y aniquilando cualquier futuro amable y bienhechor, y por eso mismo destinada y condenada a extinguirse.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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