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Nuestra memoria histórica

¿Qué fue la guerra civil española?

Por Antonio de Lorenzo

¿Fue un episodio sin repercusión internacional? ¿Una conflagración de ricos contra pobres, de obreros contra patronos? ¿Un golpe militar?

Recuperamos un artículo de L’Osservatore Romano que sitúa una respuesta, en su justo lugar, a través de la opinión de dos cardenales, ambos representativos de dos grandes democracias europeas: Francia y Reino Unido.

Leemos en el número de L’Osservatore Romano, fechado el 21 de octubre de 1937; primero con la opinión del cardenal Verdier, que escribía así al cardenal Primado de España: “Lo que se ventila en esta guerra es el porvenir de la Iglesia católica y la civilización por ella fundada. Si España ofrece hoy el ejemplo de un sacrificio único en la Historia, es porque los enemigos de Dios la eligieron en una primera etapa para su destrucción”.

El arzobispo de Westminster se expresaba de esta manera: “Pongamos aparte todo partido político: hemos visto desde el inicio y seguimos viendo que los enemigos de Dios no atacan solamente al catolicismo, sino a la Religión, sea cual fuere la forma con que se presente”.

Estas declaraciones tan rotundas resultaron determinantes ante las reservas que opusieron al clero español. Porque la tremenda lucha soportada entonces por España se presentaba en dos ámbitos: de un lado, los rojos, de otro, la Iglesia católica y los nacionales, entre dos campos políticos y sociales; entre dos causas opuestas, decisivas en la vida de un pueblo; una de ellas la causa de Dios, que es la vida de la fe.

Así interpelaba el cardenal Verdier al cardenal español Gomá: “¿Qué servicio habéis rendido a las naciones del mundo? La evidencia de los hechos vividos, conducen nuestras reflexiones al ateísmo”.Con dolor, que vosotros sentís más intensamente que nadie -añadía el cardenal británico- hemos notado las tergiversaciones, las mentiras, los subterfugios, las falsas interpretaciones de los hechos. Desgraciadamente, la Prensa ha recibido con demasiado entusiasmo la propaganda de los republicanos”.

En el caso de la guerra civil española, mientras las batallas y los odios se hacían más irreconciliables, las posiciones de los contendientes y las naciones del mundo tomaron partido de forma  apasionada, nadie se paró a pensar que el conflicto no iba a resolverse sólo en las trincheras.

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Destrucción sistemática y en serie de iglesias

Por los testimonios que estamos consultando, entendemos que fue así. La Iglesia se encontró en la trayectoria del desastre y tuvo que soportar las intentonas de Madrid y la Revolución del 34 en Cataluña y Asturias, cuando se quemaron y profanaron 411 templos. Antes del 18 de julio y en los momentos en que la reacción apenas parecía un pronunciamiento, constituía ya, en realidad, un punto de partida.

La destrucción de iglesias fue realizada sistemáticamente y en serie. En el plazo de un mes quedaron inutilizados para el culto la mayoría de los templos, obedeciendo a normas establecidas desde la implantación de la República; las listas negras contra clérigos y obispos fueron un hecho.

La guerra contra la Iglesia presentaría una fase diferente a la guerra civil; aquella sirvió únicamente de pretexto y fue implantada en el momento oportuno. Si la guerra contra la Iglesia se hubiera confundido con el Movimiento nacional, hubieran esperado otro momento para castigar al clero; habrían secuestrado legalmente a los sospechosos y tratado de tutelar y limitar el culto. Pero sucedió todo lo contrario: intentaron suprimir y apagar la luz de la Iglesia, como lo hacían durante las noches de las incursiones aéreas.

Fueron incendiados o saqueados 20.000 templos

Según las fuentes consultadas, porque no nos tocó vivir aquellos episodios vergonzantes, por razón de edad, fueron incendiadas o saqueadas 20.000 iglesias y más del 80% del clero perseguido o asesinado en las grandes ciudades, como si fueran jaurías a las que abatir.

La guerra religiosa llegó a confundirse mal con la otra, que tuvo su fatídica especialidad en las batidas de caza. No fue una represalia contra rehenes, un acto monstruoso que hubiera quedado en un derramamiento de sangre por venganza; cementerios profanados, ornamentos arrastrados o el cráneo del obispo Torras que usaron como pelota, o los cuerpos de santos y mártires destrozados, imágenes destruidas, crucifijos apuñalados, monumentos fusilados, tabernáculos violados o gritos ante los vasos sagrados: ¡hemos jurado vengarnos de vosotros, rendíos! -decían.

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Basta recurrir a las declaraciones de los comisarios policiales y de otras autoridades en las causas que les imputaron, en las que confirmaron tener orden de destrozar y hacer desaparecer a los clérigos. O una declaración pública de un delegado en un congreso celebrado en Moscú: “España ha sabido superar la obra de los soviets, puesto que la Iglesia allí quedó aniquilada. Después de todo, de aquello no surgió un arco iris de paz para la fe; después del diluvio no quedó salvada sobre el monte Ararat, el arma de un poder que representa no sólo a la Iglesia, sino a la Religión”.

La trágica realidad fue que era necesario acorralar a la Iglesia. Porque el objetivo era hacer entrar a ésta, con su absoluta individualidad histórica, en un relativismo de las contingencias políticas, de las simpatías doctrinales y de los intereses humanos. Era necesario meterse con aquellos que jamás rogaron a los gobernantes que se aliaran con la anarquía imperante, que saqueó e incendió archivos, destruyó tesoros artísticos de las iglesias y del Museo del Prado, minó el Arco de Bará, estropeó bibliotecas, destrozó el sepulcro de Wifredo el Velloso y causó más daños a la nación que todos sus siglos tormentosos.

Por encima de las pasiones políticas, el testimonio del cardenal Verdier y de Mgr. Hansley: “España, Rusia y México constituyen las caras de un mismo período cristalizado de odio anticristiano. La vida civil, su orden, sus libertades y su justicia, prueban que la causa de Dios no puede envolverse en la causa de los hombres”.

Según hemos leído, parece demostrado que la “venite ad me omnes”  (“dejad que todos vengan a mi”), no era el lema de un partido, sino el lema de toda la Humanidad.

Seguiremos consultando las verdades de la Historia.

 

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REDACCIÓN