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AYER
Cuentan algunos historiadores que en la antigüedad se tenía verdadera adoración por los «padres del rumor», es decir, por aquellos que sabían recibir, interpretar y puntualizar mejor que nadie las noticias «no confirmadas». Modernamente, los sociólogos han vuelto a reconsiderar el tema y ya hay verdaderos tratados sobre el rumor. Hasta el punto de que Allpost y Postman trataron de sistematizarlo en esta fórmula concreta:
R i X a
(es decir, el valor del rumor en circulación (R) variará con la importancia del tema (i) para los individuos interesados por la ambigüedad de los datos (a) correspondientes al asunto tratado).
Y aunque la relación de estos factores no ha podido ser demostrada matemáticamente, lo cierto es que la fórmula acertó a poner en relación las variables importantes. En cualquier caso, un hecho es evidente: los rumores surgen en aquellas situaciones que no están adecuadamente definidas.
«Lejos de ser patológico -dice Tamotsu Shibutani-, el rumor es una parte integral del proceso social, un aspecto importante de los continuos esfuerzos del hombre para hacer frente a las vicisitudes de su exigencia.»
¡Palabras dignas de meditar!
Porque la cuestión es que aquí y ahora vivimos bajo, en, por, dentro, y contra el rumor. ¿Por qué? Sencillamente porque hay inquietud, porque las cosas no están claras, porque en el ambiente se respira como un cierto aire de sorpresa. Todos lo quieren saber todo y nadie sabe nada. Las noticias han dejado paso a las insinuaciones. Se insinúa con la mirada y se insinúa con la pluma. Otra vez, desgraciadamente, ha vuelto la ciencia de la lectura entre líneas. ¿Por qué? Porque hay inquietud, porque el tema es grave y porque nos abarca a todos.
El Gobierno no sabe a dónde va.
El Ejército no sabe exactamente qué se quiere de él.
La Iglesia se ha encerrado en sí misma para tratar de encontrar la identidad perdida.
La Justicia se debate entre el texto de la ley y su espíritu.
Los partidos políticos no acaban de hallar su verdadero cometido.
La economía, más afectada, retrocede y pierde peso.
Y la calle, sin saber ni entender nada, eleva sus ojos al cielo y espera o reza.
Y todo, ¿por qué? Porque hay inquietud, porque nadie sabe qué va a pasar.
Cierto es que hay cosas evidentes. Porque evidente es que el actual presidente del Gobierno no parece el hombre indicado para sacar a España de este atolladero. Suárez es un hombre práctico y realista, pero no es un creador. Y ahora lo que está haciendo falta es un hombre con imaginación, que sepa dar con nuevas fórmulas… Porque evidente es que la Democracia Parlamentaria no está dando resultado, que es incapaz de resolver los problemas acuciantes y que, inevitablemente, parece conducir al fracaso.
Evidente es igualmente que el actual equilibrio de fuerzas no es el más idóneo para la convivencia. El péndulo ha vuelto a hacer acto de presencia y ha arrastrado el punto de apoyo a uno de los extremos.
Por tanto, aquí está haciendo falta «alguien» que sea capaz de remover el agua y, sin complejos, poner de nuevo en marcha el motor.
Lo cual no quiere decir que nuestra clase política -la que hizo primero la Reforma y después la Ruptura- no haya sabido cumplir su misión. ¡Si es que su misión era la de desmontar el viejo aparato del Régimen pasado! Pero una cosa es «desmontar» y no sabe, por lo que se ve «construir». Esta es la cuestión.
Y en esta encrucijada estamos.
¿Seremos capaces de romper el «impasse»? ¿Estamos preparados para reiniciar una nueva andadura? ¿Queremos superar la crisis profunda que vivimos? O, por el contrario, ¿estamos conformes en este «harakiri» colectivo en el que nos sumergimos?
Es curioso, pero un pueblo que fue siempre aventurero e inquieto, ha venido a ser, con el paso del tiempo, un pueblo conformista y miedoso. ¿Por qué? Indudablemente, porque hay inquietud y miedo en el ambiente, porque no se sabe qué va a pasar ni quién va a ganar.
Y por eso vive el rumor. Y por eso duda.
¿Quién dará el paso al frente y romperá la calma de la mediocridad? Esperemos.
HOY
¡ Dios! Fíjense lo que escribía «Hamlet» en 1979. El Gobierno no sabe dónde va. El ejército no sabe exactamente qué se quiere de él. La Iglesia se ha encerrado en sí misma para tratar de encontrar la identidad perdida. La Justicia se debate entre el texto de la Ley y su espíritu. Los Partidos políticos no acaban de hallar su verdadero cometido. La economía más afectada, retrocede y pierde peso. La calle, sin saber ni entender nada, eleva sus ojos al cielo y espera o reza…¡Dios! y si esto lo escribía hace 41 años qué podría escribir hoy, cuando todo está igual, pero multiplicado por 7. Señor, ¿y no sería sensato aplicar la fórmula que se inventó el sabio Tucides para salvar su Síbaris amada?. Por si acaso hay «alguien» que quiera aplicarla la recordamos:
D + A – F = P + B
(en la que D es Desastre. A, abismo. F, fuerza… y P paz y B bienestar). ¡¡¡¡ Por Belcebú y Satanás… y todos los dioses del Hades, enviad pronto, ¡¡¡ ya !!! a Santiago, el del caballo blanco !!!!
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