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Por supuesto, con la experiencia de su país ocupado, Miłosz no podía tragar a aquellos tontos útiles al servicio de Moscú que difundían en Occidente la propaganda comunista (Sartre, Althusser, Neruda, Alberti, Lukács, Marcuse y la Escuela de Frankfurt, el Grupo de historiadores del PC británico, etc.), y condenaba su fanatismo o ceguera voluntaria[1]: “[…] ¡Qué estúpidos son! (los comunistas de Occidente) […] se creen casi todo (lo que viene de la URSS)”[2]. Llegando incluso a referirse específicamente a aquel Pablo Neruda devoto de  Stalin[3] por hablar de lo que no sabía: “Se equivoca cuando cree que todas las voces de protesta que se dejan oír en Europa central y oriental son las voces de empecinados nacionalistas o los aullidos de reaccionarios castigados”[4].

Miłosz señaló la raíz de aquel comportamiento: “Los hábiles medios empleados por los escritores de la Nueva Fe para aislarse completamente de la realidad, son asombrosos”[5].

Remitiéndonos al “doblepensar” descrito por Orwell[6]: “Era un fenómeno de desdoblamiento: por una parte, las palabras pronunciadas en público; por otro lado, el pensamiento lúcido que trabaja implacablemente juzgando esas palabras y llegando a la conclusión de que sólo son una parte de la verdad”[7]. “Todo el secreto consistía en dejarse llevar, en ceder a la presión social […] El sistema ruso (soviético) era sencillamente el de una inmensa escuela de párvulos […] Lo necesario era disponer el fondo de la persona de manera que, cuando uno decía algo, resultara lo mismo que si lo creyera. […] Pero los pensamientos de Piotr funcionaban en armonía con sus palabras. Estaban vigilados y ‘doblados’ por un aparato de control mental que impedía el descarrilamiento de sus frases”[8].

Cesław Miłosz se atrevió a señalar también el envilecimiento y la sumisión –no siempre forzados– de los intelectuales polacos. Así, en el libro El pensamiento cautivo se sirvió de las letras A, B, C y D para clasificar por categorías los tipos de autoengaño, y, aunque no los nombraba, pueden identificarse los escritores a los que se refiere: A es Jerzy Andrzejewski (1909-1983); B, Tadeusz Borowski (1922-1951); C. Jerzy Putrament (1910-1986) y D, Konstanty Ildefons Gałczyński (1905-1953). Respecto a C (Jerzy Putrament), nos dice: “Ahora pasaba a ser oficialmente el instructor político de los escritores de su país, su director de conciencia”[9]. Subrayando, a su vez, el objetivo clave que determina las pautas de acción del comunismo hasta hoy: “[…] producir un hombre nuevo […] A tal fin se produce una enorme literatura. Los libros, el cine la radio tienen como tema esta transformación y estimulan el odio contra los enemigos que desearían impedirla”[10].

De hecho, el escritor polaco apunta algunas fórmulas de ingeniería social perfectamente reconocibles en la actualidad: “[…] concentrar toda la atención de los lectores sobre los crímenes alemanes, pasando en silencio los crímenes rusos, facilitaba un objetivo importante: se canalizaba el odio”[11]. Promoviendo un eficaz maniqueísmo en el que el miedo invita a “no pensar”: “[…] para calmar su conciencia, recurre a un subterfugio particular: el de que un reaccionario no puede ser un hombre bueno. Y, ¿quién es un reaccionario? Naturalmente, todo el que se opone a los procesos históricos ineluctables, o sea,  a la política del Politburó”[12].

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Así mismo, Miłosz se refiere abiertamente al adoctrinamiento socialista como un proceso de reeducación: “El proceso de reeducación debía ser gradual para que los pacientes no se dieran cuenta de cuándo y cómo quedaban envueltos”[13]. “[…] todo se vincula con el problema de dominar los espíritus. […] A tal fin sirven la escuela, la prensa, la literatura, la pintura, el cine y el teatro”[14]. […] “La escuela tiene como auxiliares la prensa y la literatura; ésta se limita a ejemplificar lo que la escuela enseña […] Gracias a los excelentes medios de divulgación, las gentes incultas, de escaso vigor mental aprenden a discurrir. Así formadas, adquieren la convicción de que todo lo que ocurre en las democracias populares es necesario, inclusive en caso de que sea pasajeramente malo. Mientras más son las personas que participan de la cultura, que pasan por las escuelas, que leen libros y revistas, y que frecuentan teatros y exposiciones, más penetra la doctrina […]”[15].

Además, Miłosz se atrevió a desvelar las máscaras bajo las que siempre se ha ocultado –entonces, como ahora– el totalitarismo comunista: “las consignas eran libertad y democracia”[16].

Por otra parte, quiero hacer una mención a un aspecto, aparentemente menor, que revela sin ningún género de dudas la independencia, buen juicio y ausencia de dogmatismo del autor polaco. Más allá de la “inevitable” asunción íntegra y acrítica de todos los topicazos de la leyenda negra española. Pero dejando a un lado esta cuestión –resultado, al fin y al cabo, de la hegemonía historiográfica británica y francesa en Europa–, debe decirse que las opiniones artísticas de Miłosz denotan una rara prudencia y sensatez. Inclinado positivamente hacia las vanguardias artísticas del siglo XX, criticó duramente el “realismo socialista”: “El realismo socialista atañe a las creencias básicas sobre la existencia humana. En la esfera literaria prohíbe lo que en todas las épocas ha sido tarea fundamental del escritor, o sea, contemplar el mundo desde su propio punto de vista independiente, decir lo que considera que es verdad […] El realismo socialista supedita todo juicio de valor a los intereses de la dictadura”[17]. Una actitud lógica, por supuesto, en alguien muy afín a las vanguardias en su juventud pero, no obstante, insólita si atendemos al sinnúmero de los vanguardistas que se adaptaron sin problema al “realismo socialista”. Aquéllos que delegaron en el Partido su criterio artístico y renunciaron a toda coherencia por no separarse de la doctrina, aunque ésta variase. Es decir, prácticamente todos.

Sin embargo, la afinidad de Miłosz por las corrientes artísticas de vanguardia no le impidió conservar un admirable sentido crítico hacia ellas. En referencia al personaje “D” –identificado como Konstanty Ildefons Gałczyński[18] en la vida real–, Miłosz hace una observación interesante: “Se parecía, por su carácter ilógico y la mezcolanza de elementos diversos, a esa poesía contemporánea que hemos dudado en considerar como un signo de decadencia, pero difería de ella en un aspecto: pese a las extrañas combinaciones de imágenes, no era ininteligible”[19]. Desde luego, una postura muy poco habitual –tanto la de Miłosz como la de Gałczyński– entre los que en algún momento han abrazado la fe vanguardista.

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Es más, al mostrar la función central del “realismo socialista” estaliniano en la propaganda soviética, Miłosz no sólo revela el papel de los artistas realistas, sino de todos los artistas al servicio de la Revolución. Artistas “a quienes se considera educadores de la sociedad”[20]; es decir, propagandistas del Comunismo. Incluidos aquéllos que convirtieron las vanguardias artísticas en Europa en punta de lanza “amable” de dicha ideología.

De hecho, Cesław Miłosz alude directamente a la naturaleza disolvente del comunismo y a la única forma de mantenerse libre de su ponzoña: la ilegalización: “En nuestro país –antes de la II GM–, el Partido Comunista era muy débil; e ilegal. El hecho de pertenecer al Partido estaba castigado en virtud de un artículo que preveía penas para todo ataque contra la integridad del territorio nacional”[21].

Lo que no quita para que también se refiriese al liberalismo de forma crítica. Especialmente al hablar de la degradación moral o destrucción espiritual en las democracias liberales o capitalistas: “Las masas de los países sumamente industrializados, como Inglaterra, los Estados Unidos o Francia, están descristianizadas en gran medida. La tecnología y la forma de vida que ella produce, minan el cristianismo más eficazmente que las medidas violentas”[22].

 

[1] Véase Christian Jelen, La ceguera voluntaria (1984). Traducida al español en Planeta, Barcelona, 1985.

[2] El pensamiento cautivo, Ediciones Orbis, Barcelona, 1985, p. 49.

[3] Autor de una tristemente célebre “Oda a Stalin” en 1953 y otra a Fidel Castro, militó en el PCCh que aplaudió el aplastamiento de la “primavera de Praga” en 1968. (N. del A.)

[4] El pensamiento cautivo, p. 288.

[5] Ibíd., p. 275.

[6] En la novela 1984, capítulo IX: “Doblepensar quiere decir el poder, la facultad de sostener, de forma simultánea, dos opiniones opuestas, dos creencias contrarias […]”.

[7] El poder cambia de manos, Ediciones Orbis, Barcelona, 1983, p. 138.

[8] Ibíd., p. 163.

[9] Ibíd., p. 207.

[10] Ibíd., p. 277.

[11] Ibíd., p. 158. Miłosz se refiere aquí al año 1948, aunque podría estar hablando de hoy mismo; de la “ley de memoria democrática”, o del incumplimiento de las resoluciones europeas para equiparar nazismo y comunismo. (N. del A.)

[12] El pensamiento cautivo, p. 247.

[13] Ibíd., p. 197.

[14] Ibíd., p. 235.

[15] Ibíd., p. 239.

[16] Ibíd., p.199.

[17] Ibíd., p.26.

[18] Poeta y traductor. Fue hecho prisionero por los alemanes y los soviéticos. Nacido en 1905, murió en 1953.

[19] El pensamiento cautivo, pp. 213-14.

[20] Ibíd., p. 106.

[21] Ibíd., p. 182.

[22] Ibíd., p. 250.

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Santiago Prieto
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