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En junio de 1940, teniendo como fondo de escenario de la II Guerra Mundial, se produjo un incidente en general poco conocido que, sin embargo, sirvió para garantizar la neutralidad de la ciudad de Tánger que gozaba, desde 1923, de estatus internacional: su ocupación por parte de España, con una actuación destacada de fuerzas de Infantería de Marina. 

Consecuencia de la Conferencia de Algeciras de 1906 se concedió al puerto de la ciudad marroquí de Tánger la condición de zona franca internacional bajo el control de España, Alemania, Gran Bretaña y Francia, no siendo hasta diciembre de 1923 en que se concede a la ciudad el estatuto de internacional suscrito, en un primer momento, por España, Gran Bretaña y Francia, que se convierten en potencias administradoras, y a las que entre 1925 y 1928 se unen Portugal, Bélgica, Países Bajo e Italia.

 

Si en 1940 la ocupación de la ciudad por parte española se hizo efectiva, existe el antecedente de un desembarco, que finalmente no se efectuó, en noviembre-diciembre de 1906. 

 

La situación marroquí, tras la firma, por parte de los Países signatarios, del Acta de Algeciras, aconsejó en noviembre de ese año el envío urgente a aguas de Tánger de un contingente naval español, medida que también habían tomado los franceses a la vista de los desordenes registrados en el territorio y del cerco al que tenía sometida la ciudad el cabecilla marroquí Ahmed Ben Muhamad Raisuli «el Raisuli», con efectivos irregulares procedentes de las kábilas adictas a este siniestro personaje y desafectas al Sultán. 

 

Dado lo delicado de la situación, el Ministro de Marina, Juan Alvarado, ordenó, siguiendo instrucciones del Gobierno, el alistamiento de un total de 1.000 infantes de Marina dispuestos para ser embarcados y trasladados a Tánger con el fin de efectuar un desembarco en aquella ciudad. 

 

Siguiendo estas órdenes, en la madrugada del 21 de noviembre zarparon, desde Cádiz el Acorazado «Pelayo», el Crucero «Princesa de Asturias» y el Cañonero «Dña. María de Molina», transportando un Batallón de Infantería de Marina compuesto por 800 hombres del 1º Regimiento y una Compañía de Ametralladoras, al mando del Teniente Coronel Cardiel.

 

Sobre esta cifra existen ciertas discrepancias; el propio Ministro de Marina aseguró a los medios de comunicación de la época que el contingente embarcado no superaba los 400 hombres, lo que hace suponer que el resto, hasta los 1.000 cuyo envío había anunciado la referida Autoridad, permanecería en expectación de embarque. Sin embargo, José E. Rivas Fabal, en su Historia de la Infantería de Marina Española, refiere, como se ha señalado, el número de 800 pertenecientes todos ellos al 2º Batallón del 1º Regimiento de Cádiz. 

 

Incluso temiendo que se hiciese necesaria esta intervención, dado el estado de excitación que se vivía en el País africano donde existía un fuerte sentimiento xenófobo, se llegó a organizar en Cádiz un segundo Batallón a base de efectivos de la Guardia de Arsenales (139); 1º Regimiento (70) y de las dotaciones embarcadas en el Acorazado «Pelayo» (68) y Crucero «Carlos V» (63), ambos integrados en la Escuadra de Instrucción – creemos que el número de 1.000 hombres mencionado anteriormente es la resultante de la suma de ambos Batallones. 

 

La gravedad de la situación y el cariz que tomaban los acontecimientos con ataques a intereses particulares extranjeros aconsejó que el Ministro de Marina ordenase que estuviesen listos para su embarque y traslado a aguas de Tánger, los Regimientos de Ferrol y Cartagena.

 

Por su parte, el Ejército de Tierra, alertó a fuerzas del Regimiento de Infantería «Alava nº 56» y del Batallón de Cazadores «Segorbe nº 12», que permanecieron alistados por si fuese conveniente su remisión a la zona de operaciones. 

 

La finalidad de esta operación era la de permanecer en aquellas aguas por si fuese necesario el desembarco de la fuerza y la intervención de los buques para evitar que los intereses de la colonia internacional presente en la ciudad, sede de las legaciones extranjeras, peligrasen. Finalmente, la operación no fue necesaria y las fuerzas expedicionarias regresaron a su base de Cádiz en el mes de diciembre.

 

De nuevo, en 1940, la crítica situación provocada, esta vez, por la ocupación de Alemania de una buena parte de los Países signatarios del tratado encargados de la administración de Tánger y la entrada de Italia en la II Guerra Mundial formando parte del Eje, obligó a España que, junto con Portugal, no participaba en la gran contienda, a ocupar militarmente la ciudad con el fin de garantizar, de un lado su neutralidad, evitando que fuese ocupada por los italianos, y de otro el mantenimiento de los servicios de vigilancia, policía y seguridad en la zona, como así preveía el Acta de Algeciras, velando por los intereses de potencias como Gran Bretaña que vio con ciertas reservas esta ocupación.

 

La entrada de las tropas españolas, unos 3.500 hombres de la Mehala Jalifiana nº 1 de Tetuán y nº 3 de Larache, al mando del Coronel Antonio Yuste, se produjo el 14 de junio de 1940 tras haberlo comunicado al Residente General francés en Marruecos a quien se le indicó, en un breve documento justificativo, que “con objeto de garantizar la neutralidad de la zona y ciudad de Tánger, el Gobierno Español ha resuelto encargarse provisionalmente de los servicios de vigilancia, policía y seguridad de la zona internacional, para lo cual han penetrado esta mañana fuerzas de la Mehala Jalifiana con dicho objeto. Quedan garantizados todos los servicios existentes”.

 

Y efectivamente, en la jornada del 14 de junio, fecha en la que el Ejército alemán ocupa París, las tropas españolas acceden a la ciudad internacional de Tánger. De ello se hace eco toda la prensa española de la época que refiere, igualmente, las manifestaciones y muestras de júbilo registradas, por este hecho, en muchas ciudades de España al considerar Tánger como un viejo y justo anhelo en las reivindicaciones españolas; sin embargo, lo que para muchos ha pasado casi desapercibido es el hecho de que, desde el día anterior, 13 de junio, el Minador “Vulcano”, con una Compañía de Infantería de Marina a bordo, se encontraba ya en el puerto tangerino procediendo a su ocupación, siendo los primeros efectivos en hacerlo y por tanto en ocupar la ciudad internacional en nombre de España.

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Existe, sin embargo, un antecedente próximo que sitúa, el año anterior, a dos de los protagonistas de esta ocupación, de una parte, a efectivos de Infantería de Marina, y de otra, al Minador «Vulcano», en el mismo escenario y con idéntico fin. 

 

El 29 de abril de 1939, veintiocho días después de la publicación del último parte de guerra (1º de abril), una Compañía del Cuerpo de Infantería de Marina, embarcada en el Minador, recibió la orden de desembarcar en Tánger si bien, finalmente, la operación se canceló pese a lo cual la fuerza permaneció alistada hasta finales de julio de ese año. 

 

Con relación a la operación llevada a cabo en 1940, el grueso de la ocupación efectiva de la ciudad se hizo con efectivos de las Mehalas Jalifianas, fuerzas no pagadas directamente por España y, sobre el papel, dependientes del Jalifa, representante del Sultán de Marruecos en la Zona española del Protectorado. Estas fuerzas fueron creadas en 1913 tras la firma del protocolo hispano-francés de 1912, como consecuencia de los acuerdos de la Conferencia de Algeciras de 1906, con el fin de formar el embrión del futuro Ejército marroquí.

 

La Mehala se concibió como un Cuerpo, auxiliar de nuestro Ejército, compuesto íntegramente por personal marroquí, con Oficiales Instructores españoles, dedicado a dar servicio al Jalifa y en todos los actos organizados por el Majzén (Gobierno del Jalifa), así como para realizar funciones de policía en la ciudad de Tetuán, capital del protectorado español. 

 

Por su parte, la Infantería de Marina, tras el paréntesis de la guerra, comenzaba una nueva andadura. No hay que olvidar que un Decreto de 10 de julio de 1931, publicado en la gaceta el 18 siguiente, y ratificado por Ley Orgánica de 24 de noviembre del mismo año, disponía su disolución, si bien por uno u otro motivo esta no llegó a consumarse, prueba de ello es que la misma República, con fecha 7 de septiembre de 1935, restituye el uso de la Bandera Nacional al Cuerpo, reintegrando las reglamentarias para su custodia a las distintas Unidades que estaban en posesión de ella con anterioridad a 1931. Finalmente, una Ley del Gobierno Nacional, de 30 de septiembre de 1938, deroga todas las disposiciones de disolución.

 

Pese a todo, los efectivos del Cuerpo, durante este periodo, se vieron notablemente disminuidos y no es hasta el final de la contienda en que, con la publicación en el BOE de la Ley de 17 de octubre de 1940 por la que se fija la misión que corresponde al Cuerpo, cuando vuelve a recuperar la capacidad de otras épocas.

 

La experiencia obtenida en la I Guerra Mundial, especialmente en el desembarco de Galípoli (1915), había hecho abandonar a los países de nuestro entorno la táctica del asalto anfibio; no se tuvo en cuenta, sin embargo, el éxito obtenido en Alhucemas (1925) que constituyó un punto de inflexión decisivo para acabar, definitivamente, con la resistencia de las kábilas rifeñas. Sea como fuera. las funciones de la Infantería de Marina fueron quedando relegadas a las Guardias de Arsenales y Bases y a dotar a determinados buques de la Armada con una fuerza de protección a bordo.

 

Concluida la guerra civil, la Ley de 17 de octubre de 1940 (BOE 301), permite que las unidades del Cuerpo recuperen la antigua denominación de Tercios, en lugar de la de Regimientos, fijando sus bases en Ferrol, Cartagena, Cádiz, Baleares y Canarias, así como el Batallón afecto al Ministerio en Madrid con una orgánica similar a los denominados Batallones de Infantería ligera.

 

Tras esta reorganización cada Tercio queda integrado por un Batallón de Infantería ligera, para dar seguridad a Bases y Arsenales; un Batallón motorizado de defensa antiaérea con capacidad para suministrar las dotaciones a los buques que embarquen personal del Cuerpo y un Batallón de Instrucción; por su parte, los Tercios del Norte, de Levante y del Sur contarán con un Batallón más en cuadro.   

 

Por lo que respecta al buque que realizó el transporte de la fuerza, el Minador «Vulcano», su construcción se debe a uno de los escasos planes navales proyectados y ejecutados durante la Segunda República. El origen de la necesidad de contar con buques de este tipo se deriva de la doctrina aprendida tras la I Guerra Mundial lo que animó a diferentes potencias de nuestro entorno a acometer la construcción de Minadores. Consciente de esta conveniencia siendo Ministro de Marina de la monarquía el Contralmirante Caviá ya había contemplado la posibilidad de su construcción; sin embargo, no fue hasta 1934 en que, dentro del Plan Rocha, se dispuso que el proyecto se hiciese realidad ordenando la puesta de quilla en los astilleros ferrolanos del Sociedad Española de Construcciones Navales (S.E.C.N) de los «Júpiter» y «Vulcano» 

 

Hay, de todas formas, quien considera que el proyecto de la construcción de los Minadores figura ya en un ambicioso plan de defensa de las islas Baleares diseñado, en 1933, por el General Franco, tras la escalada de la tensión naval entre Francia e Italia que aconsejó mejorar las defensas del archipiélago ya que caso de estallar un enfrentamiento armado entre ambas potencias este se encontraría en pleno escenario del conflicto. Este plan, que no se materializó, contemplaba la construcción de varios Submarinos, Cañoneras, Torpederos, Dragaminas, Barcazas porta minas y dos Minadores, así como la modernización de los Acorazados «España» y «Jaime I».

 

Por lo que respecta a los planes navales de la República, unos años en los que claramente España dio la espalda al mar y que las pocas construcciones que se acometieron lo fueron más en evitación de conflictos socio-laborales en los astilleros que por interés militar o de la defensa nacional, se acometió la construcción de los dos últimos Destructores de la larga serie «Churruca», copia del «Almirante Antequera», que fueron bautizados con los nombres de «Alava» y «Liniers» y que sin embargo no entrarían en servicio hasta 1951, llegando, posteriormente, a entrar en los planes de modernización derivados de la ayuda americana; los Cañoneros-Minadores de la clase «Júpiter», integrada, además de por el cabeza de serie, por los «Vulcano», «Marte» y «Neptuno»; los también Minadores, de menor desplazamiento, «Eolo» y «Tritón», de alta entre 1941 y 1943; tres Submarinos de la clase D, D-1, D-2 y D-3, que causaron alta en la LOBA (Lista Oficial de Buques de la Armada) entre 1947 y 1954, cuya vida operativa se prolongó hasta el final de la década de los 60 y principios de los 70 en que fueron dados de baja con los numerales S-11, S-21 y S-22 y algunas unidades del Tren Naval. De este periodo data también a compra por la Armada del Petrolero «Plutón» (ex Campilo).

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La construcción del «Vulcano», en los astilleros ferrolanos de la S.E.C.N., fue aprobada, junto a la de su gemelo el «Júpiter», por Ley de 27 de marzo de 1934, colocando su quilla el 11 de febrero de 1935 y siendo botado el 12 de octubre del año siguiente. Su entrega a la Armada Nacional, en plena guerra civil, se produjo el 20 de agosto de 1937.

 

El buque desplazaba 2.100 Tm. y 3.000 a plena carga; su eslora era de 100 metros, con una manga de 12,65 y 3,60 de calado. La dotación la componían 125 hombres.

 

Disponía de dos turbinas alternativas tipo «Parson» y dos Calderas «Yarrow», con dos hélices, que le proporcionaban un andar de 18 nudos a tiro forzado con una potencia de 5.000 CV. Su velocidad económica era de 12 nudos con una autonomía a esa velocidad de 3.700 millas.

 

Disponía de un armamento compuesto por cuatro piezas Vickers de 120/45 mm., colocadas en crujía, superpuestas, dos a dos en proa y en popa; dos cañones antiaéreos de 76 mm.; dos ametralladoras de 20 mm.; lanza cargas de profundidad y portaba 264 minas de orinque. Su vida operativa se prolongó hasta el 30 de abril de 1977 en que fue dado de baja, tras haber sido modernizado, entre 1958 y 1960, asignándole el numeral F-12.

 

Como dato relevante en su historial militar cabe resaltar el combate que mantuvo con el Destructor «José Luis Diez», afecto a la Escuadra gubernamental, en aguas próximas a Gibraltar el 30 de diciembre de 1938. Esta acción, en la que dejó fuera de combate al Destructor que quedó varado en Gibraltar, le valió la concesión de la Laureada de San Fernando a su Comandante, el Capitán de Corbeta Fernando de Abarzuza y Oliva y la Medalla Militar, en la modalidad de colectiva, a toda la dotación. 

 

La ocupación de la ciudad de Tánger, tanto por efectivos del Cuerpo de Infantería de Marina, como por personal de la Mehala, se llevó a cabo sin incidentes y entre buenas muestras de júbilo de muchos de sus habitantes que sacaron a las calles banderas nacionales para recibir a las fuerzas. España permaneció en aquel enclave, garantizando su neutralidad y los servicios básicos, hasta la finalización de la II Guerra Mundial en 1945.

 

Dejemos pues constancia de otro episodio de la historia patria, quizás poco conocido, del que fue protagonista nuestro glorioso Cuerpo de Infantería de Marina.

Autor

Eugenio Fernández Barallobre
Eugenio Fernández Barallobre
José Eugenio Fernández Barallobre, español, nacido en La Coruña. Se formó en las filas de la Organización Juvenil Española, en la que se mantuvo hasta su pase a la Guardia de Franco. En 1973 fue elegido Consejero Local del Movimiento de La Coruña, por el tercio de cabezas de familia, y tras la legalización de los partidos políticos, militó en Falange Española y de las J.O.N.S.

Abandonó la actividad política para ingresar, en 1978, en el entonces Cuerpo General de Policía, recibiendo el despacho de Inspector del Cuerpo Superior de Policía en 1979, prestando servicios en la Policía Española hasta su pase a la situación de retirado.

Es Alférez R.H. del Cuerpo de Infantería de Marina y Diplomado en Criminología por la Universidad de Santiago de Compostela.Está en posesión de varias condecoraciones policiales, militares y civiles y de la "F" roja al mérito en el servicio de la Organización Juvenil Española.

Fundador de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña, del Museo Policial de la J.S. de Policía de Galicia y de la Orden de la Placa y el Mérito de Estudios Históricos de la Policía Española.

Premio de narrativa "Fernando Arenas Quintela" 2022

Publicaciones:
"El Cuerpo de Seguridad en el reinado de Alfonso XIII. 1908-1931" (Fundación Policía Española)

"La uniformidad del Cuerpo de Seguridad en el reinado de Alfonso XIII 1887-1931 (LC Ediciones 2019)

"Catálogo del Museo Policial de La Coruña". Tres ediciones (2008, 2014 y 2022)

"Historia de la Policía Nacional" (La Esfera de los Libros 2021).

"El Cuerpo de la Policía Armada y de Tráfico 1941-1959" (SND Editores. Madrid 2022).

"Policía y ciudad. La Policía Gubernativa en La Coruña (1908-1931)" (en preparación).


Otras publicaciones:

"Tiempos de amor y muerte. El Infierno de Igueriben". LC Ediciones (2018)

"Historias de Marineda. Aquella Coruña que yo conocí". Publicaciones Librería Arenas (2019).

"El sueño de nuestra noche de San Juan. Historia de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña". Asociación de Meigas (2019).

"Las Meigas. Leyendas y tradiciones de la noche de San Juan". Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña (2011).

"Nuevas historias de Marineda. Mi Coruña en el recuerdo". Publicaciones Arenas (2022). Ganadora del premio de ensayo y narrativa "Fernando Arenas Quintela 2022".