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Señor Puig, Hace unos días tuve la feliz ocasión de comprobar que, pese a mis años y a creer equivocadamente que uno las ha visto ya de todos los colores, mi capacidad de sorpresa hasta lo atónito aún sigue viva por ahí dentro.
La alegría de comprobar que, después de todo, uno sigue vivo, se vio contrarrestada, e incluso excedida, por el sentimiento cierto de que a servidor los políticos le están tomando, una vez más, el poco pelo que ya le queda; me refiero a la noticia a que aludo arriba (para recuperarme de la cual he necesitado unos días, como he dicho), la de que usted ha financiado con 50.000 euros una campaña para que los heterosexuales “nos deshagamos de prejuicios y nos atrevamos a penetrar y ser penetrados analmente”.
A mí, la cosa me importaría menos que poco, acostumbrados como estamos a las ocurrencias de sus señorías, salvo por un pequeño detalle: ha regalado usted a la noble causa del ojete la nada despreciable cifra antes citada de 50.000 euros; y esos caudales que usted en esta ocasión (y el resto de los políticos de manera habitual) de forma tan alegre dispone, resulta que salen de los impuestos que a algunos nos cuesta bastante pagar. Igual que sus muy respetables, normalmente inmerecidos, obscenos y a menudo dañinos sueldos y prebendas varias.
Pero tan panchos se quedan ustedes, porque a estas alturas parece que la vergüenza torera es un concepto vago, desdibujado y probablemente pasado de moda. ¿A usted le parece, ya no necesario, sino conveniente, meterse en lo que cada uno haga con sus orificios? ¿No le parece una intromisión ridícula, grotesca y de mal gusto en la vida sexual de los demás? ¿No le parece completamente impropio de un administrador público tirar de esa forma escandalosa el hoy carísimo dinero, financiando semejante chuminada? ¿Es que de verdad no le da ni un poco de vergüenza?
Mire usted, don Ximo, a mí me parece muy bien que cada cual haga con su ser lo que le dé la real y santísima gana, mientras no moleste a los demás; me da igual si los homosexuales y lesbianas se dedican a la poesía, si los heterosexuales se dedican a estudiar el barroco o la flauta de travesera, o si quiere usted montar un club de fans del peluquín de piel de conejo o dedicarse al punto de cruz, porque cada cual es muy dueño; pero lo que sería absolutamente deshonesto es que financiara con dinero público semejantes majaderías; y eso, una estafa sin paliativos a los contribuyentes, es lo que usted ha hecho con los abogados de entrenalgas.
Me gustaría que algún día volviera la cordura, pero sé que es un sueño vano y le confieso mi falta de esperanza a ese respecto; así que me despido de usted, cordialmente aunque con la comprensible amargura, no sin antes desearle que, si la cosa es de su gusto, se deshagan de tabúes y vayan a que les den mucho por el culo, a usted y a los seguidores de la ocurrencia. Pero eso sí, gratis o con su dinero, no con el dinero ajeno.
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