24/11/2024 08:15
Getting your Trinity Audio player ready...

Anoche se me vino a la cabeza, sin saber porqué (tal vez porque cuando salí de cenar del «Rincón» de la calle María Cristina me tropecé con un cura de los de antes, de aquellos de los que llevaban sotana hasta los pies) aquel día que me examiné en el Seminario de San Pelagio y tal y como lo recordé lo cuento. Sucedió a finales de septiembre de 1953, tenía yo ya 13 años, aunque todavía vestía con pantalón corto. Aquella mañana, muy temprano, subimos a la Alsina, que era el único medio de transporte que unía mi pueblo de Nueva Carteya con Córdoba, por la mañana hacía la capital y por la tarde de regreso, Don Antonio Liébana, el párroco, Domingo Pérez y yo. Domingo se presentaba conmigo con el mismo objetivo, ingresar en el Seminario para hacernos curas. Y a las diez ya estábamos sentados cada uno en su pupitre, en un salón grande del Seminario. El examen consistió en responder a dos temas: La Inquisición española y el Concordato con la Santa Sede de 1953, que acababa de firmarse, más la redacción en latín del Credo de Nicea. El primer tema y lo del Credo lo pude solventar mejor que bien porque Don Antonio nos había preparado bien sobre la Historia de la Iglesia. No tan bien el tema del Concordato, porque apenas nos había dado tiempo a leer lo que habían publicado los periódicos (el Concordato entre el Estado Español y la Santa Sede se firmó en el Vaticano el 27 de agosto) y tanto Domingo como yo salimos muy contentos. Ya creíamos que estábamos aprobados y que muy pronto estaríamos en el Seminario.

Sin embargo, las cosas no fueron como esperábamos, pues aunque los dos aprobamos a mí me dejaban para el curso siguiente, ya que habíamos aprobado más de 150 y sólo había plazas para 65. Domingo sí tuvo plaza, dado que tenía 5 años más que yo…Ahí acabó mi «sueño» de ser cura, pues 3 ó 4 meses después yo ya tenía novia, mi primera novia. ¡Dios, no quiero ni pensar lo que habría sido mi vida si llego a entrar en el Seminario! Sería mi sino, el sino de mi admirado Lucio Anneo Séneca. Bueno, al menos en aquel viaje pude ver y conocer la Mezquita por primera vez.

Autor

REDACCIÓN