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Es un común habitual como paradigma de la libertad de expresión entre los que tienen carnet de defensores de la democracia y la libertad de expresión la frase «Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo«. ¡Qué buenos que son! La verdad es que, cuando los escuchas hablar de tolerancia, diálogo, comprensión y todo eso, a uno se le ensancha el corazón. Y hay que darles la razón, porque hay que ser muy malo para estar en contra de tan buenos propósitos… O ser muy cándido. Porque la realidad es muy otra.
No hay que creerlos. Cuando dicen cosas como ésas, son lobos intransigentes que se ponen la piel de cordero del talante y la tolerancia. Para empezar, el legendario autor de la frase en cuestión: Voltaire. Icono progresista, símbolo de la lucha contra el fanatismo y, en especial, contra la represión de la Iglesia. Contra ella peroró cuanto estuvo en su pluma, pero no dijo nada en contra de la muerte de Miguel Servet en la hoguera. ¿Saben por qué? Porque, mira tú por dónde, fue quemado vivo por obra del protestante Juan Calvino y la temible teocracia protestante que se adueñó de Ginebra en el siglo XVI.
Para continuar con las mentiras, o con la verdad falseada, la frase no es de Voltaire, sino de Evelyn Beatrice Hall, biógrafa británica del autor francés, que se ocultaba (una mentira más) bajo el seudónimo de Stephen G. Tallentyre. Como el famoso era él, pensó que “lo ha dicho Blas, punto redondo”. Si es que no falla. Del árbol envenenado no pueden salir buenos frutos. Todo palabras vacías.
Voltaire fue uno de los indudables precursores de la Revolución Francesa, y Robespierre uno de sus máximos defensores. Debió ser que, como éste no llegó nunca a escuchar a Voltaire decir tales palabras, no las puso en práctica. Pidió libertad de expresión, pero no para las opiniones de los demás. Los que no coincidían con él fueron tachados de enemigos de la Revolución y reaccionarios. Antes de transcurridos cuatro años desde la toma de la Bastilla, en lugar del régimen de libertades que prometía, instauró un régimen que sólo por el nombre ya dice bastante de cómo era: ha pasado a la Historia como «El Terror». No digo más. Su libertad de expresión consistió, tan sólo en el mes anterior a su final, en ejecutar a 1.300 de esos reaccionarios, en su mayor parte jacobinos (otros progresistas, pero de otra orientación).
Desde entonces, se ha convertido en un clásico que la izquierda progresista pida a voz en grito libertad de expresión para sus ideas, y luego la niegue sistemáticamente a los demás.
Aunque no lo crean, la última muestra la estamos viviendo en España con la visita de Santiago Abascal a Ceuta y su intento de dar un mitin el pasado lunes. A la puerta del hotel donde se hospedó a su llegada se concentraron un par de cientos de progresistas de ésos que braman por la tolerancia, para impedirle hablar en público. No es la primera vez. Ya ocurrió en Cataluña, en Madrid…
En Ceuta, al tolerante grito de “No pasarán”’ y el no menos integrador “Fuera de Ceuta”, el lunes por la tarde imposibilitaron que el líder de VOX hiciera declaraciones ante los medios de comunicación en el exterior en referencia a la invasión por la fuerza de nuestras fronteras. Sin llegar a escucharlo, lo tildaron de racista, por supuesto de fascista, y en protesta por su “atrevimiento” se enfrentaron a los policías, les lanzaron piedras y destrozaron mobiliario urbano. Un clásico en este tipo de manifestaciones pacíficas.
Esto es un síntoma de la mala salud de nuestra democracia. Además es peligroso. No sólo porque a la tercera fuerza política más votada en la ciudad autónoma la Delegación del Gobierno le impidiera celebrar el acto aduciendo problemas de seguridad. Repito, a la tercera fuerza más votada en unas elecciones libres.
Lo peligroso no es sólo que el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) ratificara tal decisión. Es decir, el TSJA no defendió la libertad de expresión recogida en nuestra Constitución y, a los efectos, permitió salirse con la suya a quienes no dejaban que VOX la ejerciera.
Lo más peligroso es que un grupo de intolerantes impidiera expresar a una fuerza política su opinión al respecto de una situación, Y NADIE SALIERA A DEFENDER SU DERECHO A HACERLO. Unos directamente, posicionándose a favor de los energúmenos, y otros por omisión, mirando para otro lado como si esto no fuera también con ellos.
Eso es lo peligroso. Se está normalizando censurar a VOX y cualquier intento de esta fuerza política de exponer su opinión al respecto es tachada de provocación. Si es así, ¿qué va a ser libertad de expresión?
¿Dónde está esa tolerancia de las que se les llena la boca? Porque Tolerancia es la capacidad de aceptar las ideas, preferencias, formas de pensamiento o comportamientos de las demás personas. ¿Dónde está lo del «Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo«? Pues yo se lo digo. Una cosa es predicar, y otra dar trigo.
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