23/11/2024 15:39
Getting your Trinity Audio player ready...

Ciudad de vientos de esquina. Policromía de suaves reflejos, al caer la tarde, de un mar calmoso sobre sobre las enfiladas galerías que asoman ruborosas a la bahía. A lo lejos, entre las brumas marinas, se descubre, airosa, la torre de Santo Domingo, estilizada, misteriosa, con su eterno mensaje clavado en el corazón de los cielos.

En la vieja Puerta Real, vago recuerdo del otrora gran portal que daba acceso a la ciudad, timbrada con las Armas de España, nos aguarda el amable y entrañable fantasma de doña Emilia para guiarnos, entre recónditas y silentes calles, por el laberinto de sus recuerdos, por los espacios empedrados por los que pasea, cada noche, hasta la eternidad.

En los largos claroscuros del atardecer otoñal coruñés; entre la fina lluvia, cansina y pertinaz, de las tardes invernales; en las alborozadas mañanas de frivolonas primaveras o en los suaves nocturnos estivales bajo la mirada inquisidora de los cíclopes siderales, su compañía, su presencia permanece viva en los recuerdos de unas calles que acogen, entre silencios cómplices, su callado paseo cada vez que las primeras sombras de la noche abrazan, cual amante eterna, a una ciudad que comienza a bostezar.

A los lejos, el vago rumor de las olas al romper en la peña de las Animas y un suave olor a salitre que preña el aire, nos evocan ese mar que, con sus largos brazos azulados, acaricia el rostro de una Marineda que se mece confiada entre lejanos murmullos de cantos de sirenas y tritones que se asoman, tímidos, en la lejana ensenada del Orzán.

Beso su mano de forma respetuosa e iniciamos, lentos, la ascensión por calles empedradas y tenuemente iluminadas. Allá, antes del primer repecho, donde las petrificadas glorias duermen el sueño de los siglos, siguen las dos pétreas figuras que no dejan de mirarse fijamente a los ojos, cual eternos enamorados, separados por un insalvable universo de misteriosas sensaciones.

Allá se quedan, dibujando en sus rostros una extraña mueca de complacencia pese a su infinita separación que se antoja insalvable. Nosotros, dejando atrás los ábsides cómplices, sabedores de tantos secretos inescrutables, seguimos nuestro camino buscando, bajo la inquisidora mirada de terroríficas gárgolas asomadas al vetusto palacio, el onírico rincón de palio reverdecido, que guarda celosa la bella matrona de hierro.

LEER MÁS:  Cuando las mujeres asesinan a sus hijos, novios, maridos, padres... Por Luys Coleto

Nocturno en la plaza de las Bárbaras de La Coruña

Cuánto sabe la elegante y estilizada matrona de secretos, de confidencias en baja voz, de declaraciones de un amor imposible hechas en largas noches estivales de paseos perdidos. Allí está, en lo alto de su pedestal, alumbrando el lento caminar, acompañado del fantasma amable de doña Emilia. La miramos a los ojos con recato y dejamos, en un ejercicio de romántica ensoñación, que nos enamore siquiera por un instante que se nos antoja infinito. Que nos cuente, en silencio, de sus secretos, de sus sueños, que nos desvele su oculta verdad.

Sin embargo, nuestro paseo debe seguir. Atrás se queda la romántica plaza de altos y frondosos plátanos y las esquinas, celadoras de misteriosos recuerdos, nos aguardan para acogernos entre sus pliegues y perdernos entre sombras fantasmales que se deslizan en silencio por las callejas tenuemente iluminadas.

Allá, en lo alto, casi en penumbra, la vieja iglesia de románica torre nos acerca un poco más a Dios y nos invita a seguir nuestro camino en busca de la poética plazuela, al pie del viejo convento, donde el tiempo es capaz de detenerse y entre las estrofas de poemas que la brisa se lleva en su regazo, dejarnos soñar con otros instantes de la vida que se nos antojan pedidos en la eternidad. Allí, nos detenemos para descansar de nuestro viaje y para escuchar como el fantasma de doña Emilia nos habla de su Marineda eterna, de sus sueños, de su vida, de su obra inmortal.

El impenetrable silencio se hace cómplice de sus confidencias hechas en baja voz, mientras en su rostro de dama eterna se dibuja una sonrisa que se nos antoja melancólica, preñada de encriptados mensajes que nos invitan a acercarnos a su tiempo, a su historia, a su obra.

Despacio, despreciando el tiempo que se va consumiendo lento y callado, proseguimos el camino. Allá, entre sombras fantasmales, entre ecos casi imperceptibles del vago rumor de las olas al romper en San Antón, dejamos a Santo Domingo con su esbelta torre barroca y buscamos la vieja y romántica fortaleza donde, cada enero, una misteriosa dama, venida de lejos, acude puntual a recordar a su amado que, entre silenciosos murmullos y aromosas fragancias, duerme su encuentro con los siglos.

LEER MÁS:  Álvaro Peñas entrevistado por Dragos Moldoveanu de Rostonline

La iglesia de Santiago de La Coruña por la noche

Paseamos sus parterres y dejamos que un mundo de recuerdos nos acoja en silencio, mientras soñamos con un tiempo que fue y que ya no es.

Luego, asomados al gran balcón, el que mira a la mar calmosa de la bahía, nos damos de cara con la ciudad que, somnolienta, entre bostezos, comienza a cerrar sus ojos, mientras miles de sombras se deslizan por sus lejanas esquinas. Allá, entre sus calles, alrededor de sus plazas, en sus ya vacías avenidas, se dibuja el sentir de su presente. Ahora, soy yo quien le habla a doña Emilia de sueños, de anhelos de futuro, de esperanzas…

Ya es tarde, tal vez más tarde que nunca y se hace preciso desandar lo andado. Cogida de mi brazo retornamos, lentamente, esta vez en silencio, al punto de partida. A lo lejos, el rumor del bravo atlántico al romper bajo los pies del pétreo cíclope, del gran ojo de Dios, nos acompaña mientras descendemos perdiéndonos, de nuevo, entre callejas y plazuelas.

Ya avisto las enfiladas galerías que no dejan de asomarse al calmoso mar de la bahía y allí, justo allí, me extiende su mano de dama eterna y respetuosamente la despido para reiniciar, en soledad, mi camino de retorno a mi vida, a mi mundo.

Me alejo, sin embargo, me resisto a no volver la vista atrás para verla, sonriente, asomada a la vieja Puerta Real, agitando, suave, su mano para despedirme, invitándome a volver.

Autor

Suscríbete
Avisáme de
guest
0 comentarios
Anterior
Reciente Más votado
Feedback entre líneas
Leer todos los comentarios
0
Deja tu comentariox