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Los babilonios empleaban aceite vertido en el agua para predecir el futuro: según las formas que adquiría éste al sobrenadar sobre aquella; mancia que hizo que se atribuyera al aceite todo tipo de virtudes, tanto que, quien podía, se bañaba en él, pues se le atribuían propiedades secretas. Porque sabemos que, muchas de las viejas prácticas de nuestros antiguos y algunas supersticiosas, todas tienen su fundamento; y con el paso de los siglos hasta su justificación.
De aquellas civilizaciones antiguas partió la costumbre de ungir a los reyes con aceite, y la creencia de que derramarlo traía adversa fortuna y desastrada suerte, maleficio que hoy todavía se conjura haciendo una cruz sobre lo derramado o arrojando un puñadito de sal al pozo, procurando no oírla caer; para mayor seguridad de que el conjuro surtiera efecto, arrojaban a la calle una docena de vasos de agua.
Los griegos dieron al aceite valor religioso, aparte del comercial, y confiaban su manipulación a vírgenes y hombres puros. Con él se despedía al moribundo y se bañaba al recién nacido. Servía para todo, incluso como ingrediente básico de filtros mágicos. El propio Cervantes se hizo eco de este uso: “Procura que me dé un poco de aceite, vino, sal y romero, para hacer el salutífero bálsamo”.
También lo alababa Alfonso de Herrera en su Obra de Agricultura (1513): “Son tantas las excelencias de este árbol, que antes es cierto que para las poder decir bien me faltarán palabras ¿Qué despensa hay buena sin aceite? ¿Cuántas medicinas se hacen dél?; ¿Cuál ungüento no lo lleva?; en cuantas maneras de guisados entra? ¿Cuál tríaca es la más provechosa para las ponzoñas? El aceite alumbra las iglesias: torna de la noche, día; lanza las tinieblas. Árbol es de mucha vida. Aunque muchos le dexen sin labrar, no peresce. Era antiguamente en tanto tenido que por honrarle los capitanes hacían coronas dellos en señal de victoria, y al que mejor había peleado coronaban con corona de oliva; y aún también tienen o dan señal de paz, como vemos en el Génesis”.
El aceite no sólo es un alimento natural de mucho valor, que tuvo y tiene uso medicinal y religioso: el santo olio. Los atletas olímpicos lo utilizaban para dar elasticidad a los músculos y la mujer antigua para dar frescura a su piel. Abrillantaban el cabello con aceite virgen, y se protegía con él la piel de los recién nacidos; nuestros gitanos lo usan todavía.
Los dentistas modernos saben que el aceite de oliva previene enfermedades cardiovasculares o gastrointestinales y combate males hepáticos. Su uso medicinal es muy antiguo: cuenta Flavio Vegecio en De re militari, del siglo IV, que untando con aceite sus miembros en tiempo frío para entrar en calor y para que estén más aguerridos los soldados. El médico árabe del siglo X, Avicena, en su Canon de la Medicina, asegura que se cura a los gotosos untándoles con aceite viejo; bebido al alba, quien tuviere lombrices se ve libre de ellas; ablanda el vientre; evita la caída del cabello y alivia las quemaduras.
Muchas de nuestras abuelas, cuando se descalabraba alguno de sus nietos, aplicaban lo que aconseja este proverbio: “aceite y romero frito: bálsamo bendito” y Hernán Núñez afirmaba en sus Refranes o proverbios (1555): “aceite de oliva, todo mal quita”.
El término árabe, “záit”, que podemos leer en su Calila e Dimna (1251), colección de fábulas que despertaron el interés y hasta mandó traducir Alfonso X el Sabio; y éste, como todo el mundo sabe, no tenía un pelo de tonto.
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