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Cualquier coruñés que se precie se da un homenaje paseando por la calle Real. En ella, desde tiempos inmemoriales, uno departía con sus conciudadanos, saludaba a los comerciantes de solera y palpaba el tranquilo transitar de un pueblo que vivía con las limitaciones económicas que siempre han sido fieles compañeras del ser humano. Por aquellos tiempos, los temas de conversación eran los de siempre: que mal jugó el Deportivo, que buena la corrida del domingo, dicen que Dominguín se benefició a Ava Gardner ¡Eso sí es manejo del estoque!, y si el día se terciaba caía un vinito acompañado de una tapita de suculentos callos a la gallega o una taza de ribeiro en cualquiera de los bares de abolengo como La Traída, punto de encuentro para los más tradicionales. Luego, la comida familiar más bien sencilla, pero siempre abundante, y los domingos o festivos visita a alguna pastelería para adquirir los deliciosos dulces, pecado venial de placer gastronómico, que poco a poco nos conduciría de la mano a la diabetes tipo 2. Solo podía deducirse una conclusión de estas vivencias ¡los españoles éramos felices! Nadie era asaltado por ilegales magrebíes ni temía por la ocupación de su hogar, y aunque las hijas casaderas se retrasasen al medio día, este hecho no generaba angustia ni inquietud, todo quedaba en una pequeña regañina mientras mamá recalentaba la sopa y servía los bistecs empanados, que permanecían en deliciosa promiscuidad con los pimientos asados, para el sustento diario. La díscola que, según mamá, estaba pasando una etapa muy difícil para la mujer, lo cual se reflejaba en los tendales adornados con indiscretos pañitos higiénicos que anunciaban, a ojos vista, que si bien la niña mentalmente no era virgen, pues había sido sometida a tocamientos placenteros por parte de su novio y hasta había contribuido con su manita delicada a la tranquilidad de tan indómito garañón, pero ¡tranquilo papá!, ya no había una ofensa al honor de la familia, no existía motivo de duelo, y cuidado con la vieja pistola, compañera de trinchera en el 36, que las armas, como bien es sabido, las carga el diablo. El resultado, a la putilla, aun doncella, le había venido el periodo, y es que, por aquellos tiempos, las jovencitas casaderas iban al matrimonio con cultura general, un poquito de piano, cocina y ¡cómo no! precinto de garantía. Y las había tan santas que hasta después de varios intentos infructuosos de envestida por parte del ariete marital, la nena tenía que ser conducida al ginecólogo que, con la frialdad de su instrumental médico, procedía a su desfloración, y es que la aludida “tenía el virgo más duro que la cara de Pedro el bello” que ya es decir.

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Y así estuvimos en un nirvana feliz, donde las camisas venían con cuello, puños y botones de repuesto; los trajes de papá servían para adaptar a la prole, ya que, por aquel entonces, los puñeteros catalanes se entretenían fabricando butifarras y paños duraderos, sin tocar las pelotas al resto de los españoles y, aunque parezca mentira, rivalizaban con los vascos en proclamar a gritos sus vivas a Franco ¡vivir para ver!

Luego vino esa jovencita que alegraba “la pajarita de los descontentos”, y constituyó un rotundo fiasco, bien vendido por los ditirambos de las celestinas, pagadas por el oro de Moscú, como decía nuestro invicto Caudillo; los sindicatos de getas financiados por sus colegas alemanes, que estaban hartos de que España los desplazase en los concursos de proyectos internacionales gracias a su mano de obra capacitada, responsable y barata. La jovencita pronto fue violada por la insidiosa tropa política, y con el tiempo contrajo todo tipo de infecciones vaginales hasta llegar al olimpo de la degradación con la sífilis. Una vez convertida en golfa, sucia y carente de principios fue abusada incestuosamente por sus propios padres, y de resultas quedó preñada pariendo, casi sin dolor, unas criaturas aberrantes: la inseguridad, el miedo al futuro y la incertidumbre, que pronto cayeron en manos de un proxeneta que las aceptó a cualquier precio como único medio de mantenerse en el poder. Y así hemos llegado a la situación actual.

Hoy, cuando intento pasear por mi calle Real sorteando las mantas con imitaciones delictivas, que contribuyen al trueque comercial de nuestra inmigración ilegal y sobradamente preparada que, al decir de muchos falsarios, engrandece nuestra renta nacional. De vez en cuando me cruzo con el excitante espectáculo de un obeso barbudo de otros pagos, ataviado con ridículas sandalias fraileras; calcetines negros; pantalones cortos, aunque sabido es que los únicos hombres que los llevaron con elegancia fueron los ejércitos coloniales ingleses, y, ya en el delirio, camisetas con la odiada efigie del Che Guevara. Y uno piensa ¿con qué derecho estos homínidos pisan las mismas losas que pisaron en el devenir de los tiempos nuestros ancestros?, siempre correctamente vestidos con chaqueta y corbata. En medio del gentío las nenas van enseñando la tira del tanga, que al igual que la línea continua de una carretera te conduce inequívocamente al punto de destino; “las mamás de importación”, que le han dado la espalda al buen gusto y al recato, muestran sus enormes nalgas caribeñas enfundadas en grotescos chándales y, por si esto fuera poco, este infecto guiso, se ve alegrado por la presencia de algún sarasa juvenil desinhibido y algún yuppie cargado de impagos, que transita a paso rápido hablando por el móvil con su traje reventando, y es ese el momento en que uno no se identifica con el entorno, máxime cuando los comercios se abren y cierran de un día para otro, y empieza a pedir a Dios un pronto y dulce final cuando, sorpresivamente, surge la ilusión y uno se encuentra con una amable viejecita, superviviente de aquellos tiempos felices, que una vez metida en harina te dice, tras haber ido a misa de ocho, ¡ojalá le pegasen un tiro a ese cabrón! ¡Moderación Dña. Virtudes! Qué diría su marido, que en gloria esté, si oyese tamañas barbaridades saliendo de esa boca que tanto besó, y qué pensarían las hermanas de las esclavas en las reuniones del ropero. Contención Dña. Virtudes que está ofendiendo al Señor, su padre amantísimo, que la deja pasándolas putas con su raquítica pensión de viuda, que no llega ni para pagar la luz, y ni siquiera se inmuta. Si se entera Don Alvino, su confesor, va a escupir napalm desde el púlpito. Y de todo esto deduzco que: LOS ESPAÑOLES ESTAMOS SUFRIENDO LAS DESGRACIAS QUE NOS PROPICIA ESE CABRÓN AL QUE ALUDÍA DOÑA VIRTUDES y, a pesar de estar sumergidos en el ateísmo, pronto rezaremos: misil tierra aire que estás inactivo, despiértate y vuela hacia tu objetivo.

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Y este fenómeno se repite una y otra vez, y uno, que es ilustrado en la matemática y la estadística, saca sus propias conclusiones: en la mente de los españoles de bien está entrando sibilinamente la idea del magnicidio, pero ¡o desilusión! esta medida cruenta no sería suficiente para liberarnos de nuestros males, tendría que ser aplicada en demasía hasta llegar a los presidentes de las comunidades de vecinos, y con el paso del tiempo se trocaría en genocidio, y así que seguiremos como siempre, pero de todos modos. ¡Oído cocina! atención Putin e hijo de Putin, el toro que os va a matar ya está comiendo hierba.

¡Aaaadios! ¡Felices vacaciones!

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