21/11/2024 11:51
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Imaginemos que un buen día Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal Conde deciden salir a navegar en un barco que les presta un amigo común. Deciden emprender su singladura desde Tarifa, provincia de Cádiz, cuyas coordenadas geográficas son 36 grados Norte, 5 grados y 34 minutos Oeste, embarcan en el velero, izan las velas, levan anclas y se hacen a la mar.

Llegado un determinado momento, cuando Alberto y Santiago menos lo esperan se desata una tormenta de viento, lluvia y remolinos tan furiosa y oscura, tan terrible y feroz, que el velero es virtualmente alzado en el aire y llevado mar adentro…

De repente, ambos hombres se dan cuenta de que han perdido el control sobre el barco y que la nave se está alejando inquietantemente de la costa; como ninguno de los dos fue suficientemente precavido, se hicieron a la mar sin apenas instrumental de clase alguna… al cabo de un rato acaban dándose cuenta de que desconocen el lugar adonde se dirige el barco llevado caprichosamente por la enorme tormenta y que tampoco saben qué demonios pueda sucederles. Temen por su vida, se sujetan al palo mayor del mástil como buenamente pueden. Cuando la tormenta empieza a calmarse, a pesar de que el cielo no se despeja, se dan cuenta, después de mirar para todos los lados que lo único que se ve es agua. La costa ha desaparecido. Inevitablemente, Santiago y Alberto acaban reconociendo que están perdidos porque la tormenta los ha dejado a la deriva.

El barco está sano, no ha sufrido desperfectos, la vela está entera, el motor del barco funciona, pero ninguno tiene ni la más remota idea de a dónde los ha llevado la tormenta.

Entonces, quizá arrebatados por la falsa fe que a veces nos rapta en momentos desesperados, Feijóo y Abascal se hincan de rodillas y empiezan a rezar. No rezan porque sean devotos creyentes, sino por desesperación. Se acuerda de lo que les enseñaron cuando iban a la catequesis y se preparaban para hacer la primera comunión… y acaban gritando ambos:

“¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Estamos perdidos! ¡Dios mío, ayúdanos, no sabemos dónde estamos!”.

Y… de repente, el cielo se abre y un rayo de sol desciende sobre el velero y se oye una voz que dice: “¿Qué sucede?”.

Santiago y Alberto se muestran sorprendidísimos… están asistiendo a un milagro que les está sucediendo precisamente a ellos; fuera como fuera, lo mismo era producto de su imaginación…, lo cierto es que están viendo es un milagro. Ambos, al unísono contestan compungidos: “Estamos perdidos. La tormenta nos ha llevado mar adentro. Y… Ahora no sabemos dónde estamos”.

Entonces la voz les dice: “Estáis a 37 grados latitud Norte y 6 grados longitud Oeste, respecto del Meridiano de Greenwich”.

“¡Gracias, Dios mío!”, contestan Alberto y Santiago, sin dudarlo…

El cielo se cierra. Los dos hombres se miran el uno al otro, miran para todos lados y exclaman de nuevo: “¡Estamos perdidos! ¡Estamos perdidos! ¡Seguimos estando perdidos!”.

Y se vuelve a abrir el cielo: “¿Qué ocurre ahora?”.

“Nos acabamos de dar cuenta de que, para evitar estar perdido, no nos sirve de nada saber dónde estamos. Lo que necesitamos saber es hacia dónde tenemos que ir, a dónde dirigirnos”.

Entonces la voz responde: “A Tarifa, provincia de Cádiz”.

“No, no, no, pero es que no sabemos dónde está el lugar adonde tenemos que ir”, responde Abascal que parece estar menos atemorizado…

La voz precisa: “las coordenadas geográficas de Tarifa, provincia de Cádiz, son 36 grados Norte, 5 grados y 34 minutos Oeste “.

“No, no. Dios mío, seguimos estando perdidos, muy perdidos”, esta vez quien interviene es Feijóo.

La voz celestial, que ya empieza a estar un tanto harta, pregunta de nuevo: “¿Qué pasa?”.

“Para dejar de estar perdidos, lo que necesitamos saber es el camino que va desde donde estamos hasta donde pretendemos ir”, responde Abascal. “

¡Uf!”, resopla la voz desde las alturas.

Entonces sucede un milagro más en este cuento. Cae sobre la embarcación un pergamino enrollado con una cinta color verde-esperanza. Rápidamente, Alberto y Santiago lo desenrollan, lo extienden y comprueban que contiene en su interior un mapa. Arriba, a la izquierda hay una lucecita roja que se enciende y se apaga, y dice: “Usted está aquí”. Abajo a la izquierda hay un punto marrón que dice: “Tarifa, Cádiz”. Y entre ambos puntos se puede ver un camino marcado fosforescente, a ratos verde, a ratos azul…

Ambos hincan de nuevo las rodillas y dan las gracias y agradecen el milagro… Levantan el ancla, extienden la vela, colocan el mapa delante del timón, muy esperanzados… encienden el motor… miran nuevamente ambos para todos lados, dudan, consultan el mapa… y finalmente, ambos en postura genuflexa vuelven a gritar:

“¡Estamos perdidos! ¡Estamos perdidos! ¡Estamos perdidos!”.

Así termina esta historia.

Esas últimas de Feijóo y Abascal, tanto monta, monta tanto… demuestran que, aunque uno sepa dónde está y pretenda saber a dónde va, aun cuando sepa cuál es el camino que va desde donde está hasta donde tiene que ir, si no conoce la dirección y no sabe el “hacia dónde”, seguirá estando perdido de todas maneras. Saber cuál es tu meta no te libra de que no estés perdido.

¡Hace falta saber el rumbo para no estar perdido! Se necesita una brújula…

El rumbo es una cosa, el camino es otra, y la meta, los objetivos también son cuestiones diferentes.

¿Hacia dónde hay que ir?

Solo cuando se está bien orientado, si no se está perdido, cuando uno está en la buena dirección y se posee un rumbo, se puede tener la certeza de estar en el camino correcto. Y otra cuestión ¿Cómo voy a cambiar a mejor, a prosperar, a progresar en el mejor sentido de la palabra, si vivo limitado a lo que conozco, por miedo a perderme, extraviarme?

Pues vayamos a lo primero, para saber dónde estamos necesitamos conocer nuestra propia historia, y, por supuesto, no renegar de ella, o falsearla, o tratar de instalar en la gente falsos recuerdos… Después, toca hacer un buen diagnóstico, racional, coherente <en el sentido aristotélico de la expresión, en el sentido de que algo no puede ser y no ser al mismo tiempo, ser una cosa y la contraria> sin despegarse de la realidad; es la única manera de encarar los problemas, para lo cual es necesario voluntad y determinación, pues los que no desean solucionar problemas buscan pretextos y justificaciones, o crean observatorios, con muchos “asesores” que elaboran sesudos informes, se suben a la atalaya y nos cuentan que están muy preocupados… y que apuestan por tal o cual cosa. Nunca dicen qué dinero es el que apuestan, aunque a estas alturas toda la gente sabe que el único dinero que apuestan no es el suyo sino el de los demás.

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Evidentemente, tras haber hecho un buen diagnóstico de la realidad, llega el momento de buscar soluciones, también lógicas, coherentes, pues, por ejemplo, si algo es bueno, no puede ser bueno y malo a la vez, bueno para unos y malo para otros…

Por supuesto: no existen soluciones mágicas, y además todas las soluciones cuestan dinero.

Seguir la dinámica que vengo exponiendo implica diseñar un camino a seguir, que tenga sentido, de forma sensata, que no sea un disparate <aunque sean muchos los que se contentan cuando les cuentan disparates> que, esté bien orientado, que tenga asideros a los que agarrarse, que estén bien definidas las metas, los objetivos a alcanzar, y finalmente que dispongamos de “rumbo”, de una buena brújula.

Bien, llevemos todo esto a la actual situación por la que atraviesa España:

Tengo amigos y conocidos que votaron al PP, o a VOX en las últimas elecciones municipales y regionales el 28 de mayo, y también en las generales y europeas; y cuando les pregunto por qué lo hicieron, todos o casi todos me responden con la archirrepetida frase de “para que no gane Podemos”, también algunos para evitar que gane la izquierda, o el PSOE, o los separatistas, todos ellos me han confesado que lo hicieron tapándose la nariz. Y cuando les pregunto qué van a hacer en las elecciones generales del 23 de julio, después de que Pedro Sánchez haya acabado convocando elecciones anticipadas y disolviendo las Cortes; su respuesta es muy semejante.

En el fondo, mis amigos y conocidos están hablando de que votarán al PP o a VOX por miedo.

Amedrentar al personal en tiempo de elecciones, sea con un peligro real, sea con uno imaginario, siempre ha sido útil; cuando algunos políticos recurren al miedo consiguen que la gente sacrifique su libertad, para conseguir una ilusión de seguridad, apelando al instinto de supervivencia frente a supuestos enemigos.

Desde que tengo uso de “razón política” siempre, he oído de forma reiterativa, hasta el hartazgo, hasta aburrir, un mensaje casi omnipresente, el de que ¡los buenos! son la “izquierda”, los representantes, y defensores, de la gente pobre, los más desfavorecidos, la gente que lleva una vida mísera, indigna, de esclavitud… y que quienes forman parte de la “izquierda” velan por nuestro bien (frente a los perversos y anacrónicos derechistas, reaccionarios, conservadores…, como decía, los malvados…) y pretenden redimirnos de todos los males presentes y construir un mundo mejor.

También he oído, hasta el aburrimiento y el hartazgo, que “los malos son los ricos”, los empresarios, los capitalistas, son gente sospechosa (como poco) de haber hecho fortuna de manera poco ética… y que eso que llaman la “derecha” (que se supone que la integra la gente que apoya a los ricos y al sistema capitalista, que genera desigualdad, opresión, esclavitud… injusticia,…) es un grupo de personas absolutamente perverso, que la “derecha” es egoísta, malvada… el súmmum, lo máximo de todos los males, pretéritos, presentes y por venir…

Ni que decir tiene que, como la mayoría de los humanos somos gente de buena voluntad, y a poco que miremos a nuestro alrededor acabamos percatándonos de que hay personas que lo pasa mal, acabamos observando que hay pobreza, desigualdad, injusticia…e inevitablemente, pocos somos los que no nos dejamos tentar por “utopías bienintencionadas”, fórmulas mágicas que pretenden un cambio social profundo… que desean implantar el paraíso ahora… Es que quien tenga un poco de sensibilidad es casi imposible que, no se conmueva cuando ve gente sufriendo, es difícil no sentirse concernido por el dolor y la miseria ajenos.

En España hemos llegado a tal extremo que, poca gente se atreve a decir abiertamente que no es una persona “de izquierdas” … Poca gente se atreve a decir “Sí, yo soy de derechas”. Raro es el grupo político que no se hace llamar “progresista” y que no utiliza un lenguaje “progre”, llevado por el miedo –pánico- de ser tildado de reaccionario, facha, franquista… inmoral, al fin y al cabo.

No olvidemos que en España quienes ganan elecciones suelen ser los que menos antipatías despiertan en el electorado.

España está casi de forma permanente en campaña electoral, cuando menos nos lo esperamos, nos sorprenden y convocan a otras nuevas elecciones… En las elecciones del próximo 232 de julio tocará elegir, entre las diversas opciones que se presentan, a una agrupación política que posea ideas, que proponga un camino claro a seguir, que tenga unos objetivos claramente definidos y sobre todo que posea un rumbo también claro y concreto, que posea una brújula, frente a la mayoría de opciones “desnortadas”.

Y cuando llegue el momento de elegir no se debe, ni puede, hacer un acto de desmemoria…

Los programas políticos de gobiernos “socialdemócratas” –incluyendo los gobiernos del Partido Popular- como los que hemos tenido en España desde la muerte del General Franco, nunca han tenido como objetivo lograr un desarrollo sólido y perdurable (“sostenible” lo llaman ahora).

Realmente lo que han demostrado los gobiernos que se han ido sucediendo es que, lo que menos les interesa son los derechos de las personas, les despreocupan los intereses de la gente corriente, y por supuesto les importa un bledo la salud de las instituciones “democráticas”, la participación ciudadana, y toda la retahíla con la que adornan sus discursos vacíos.

Muy al contrario, procuran crear más y más situaciones de dependencia asistencial, fomentando el clientelismo-servilismo, “estómagos agradecidos”, servidumbres más o menos voluntarias, todas las formas posibles de subsidios, y adoctrinan a la población inculcándoles “valores” cargados de resentimiento, de revanchismo, o como poco de perplejidad y confusión…

Buscan conseguir lealtades a ultranza, asegurarse la adhesión inquebrantable de la mayoría de la población, eso sí, mayorías “secularmente oprimidas, maltratadas y con enormes carencias”.

De esta y otras formas podrán seguir medrando, expoliando y malversando por mucho tiempo y con total impunidad.

Desde décadas, todos los gobiernos que nos han tocado en suerte, todos defensores del estado del bienestar, han manipulado los presupuestos siempre, con absoluta arbitrariedad e impunidad. Siempre han silenciado o ninguneado cualquier clase de control o de transparencia, todo ha sido opacidad. Raro ha sido el gobierno que no ha identificado fondos del Estado con fondos del gobierno o -peor aún- fondos de quien tiene la vara de mando. Todos los gobernantes, salvo honrosas excepciones usan el dinero público a discreción para someter a opositores, comprar voluntades y hacerse auto bombo E incluso en momentos de crisis, ¿Qué crisis?

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Desde la muerte del General Franco, hasta la actualidad, todos los gobiernos habidos (ya sean municipales, o provinciales, o regionales, o nacionales), han establecido alianzas con la “burguesía amiga” o “empresarios patriotas”, es decir, aquellos que prefieren sobornar a funcionarios, pagar “el impuesto revolucionario” para obtener privilegios, a producir de forma realmente competitiva. Ni que decir tiene que, tal actitud acaba produciendo sobrecostes y despilfarros descomunales.

También ha sido característico de todos los partidos que han conseguido auparse al poder su absoluto desprecio hacia el orden legal. Igual que en las monarquías absolutistas y a la manera de los caudillos “dueños de vidas y haciendas de sus súbditos”, la ley es apenas un traje que se ajusta a gusto y medida.

Todo lo anterior está aderezado con una buena dosis de buenismo, de pensamiento Alicia. La constante propaganda de que se está avanzando hacia un futuro maravilloso, de dicha, de felicidad, de equidad nunca vistos. Lo mismo que un ilusionista, que crea un escenario impresionante, que sólo es perceptible desde un determinado ángulo, y siempre y cuando todos los intentos de un estudio crítico sean abortados.

Es un espejismo que se publicita de manera machacona, hasta la saciedad (con mucha eficacia, todo hay que decirlo) lo mismo se divulga el echarles la culpa a los otros y a la herencia del gobierno anterior y a sus cachorros, para tapar y camuflar la ineficacia de su gestión, sus fracasos, su actuar chapucero, y ocultar los síntomas de deterioro.

Repetir que se han logrado resultados notables desde que ellos gobiernan, y que nos espera un futuro aún mejor, no deja de confundir, “convencer” y tener realmente un efecto anestésico y amnésico en los ciudadanos; o como poco siembra la resignación, la aceptación de la mediocridad, de la ineptitud y de la maldad imperantes como algo soportable.

Si, tal como la mayoría de los españoles desean, es necesario un cambio de rumbo, con nuevos timoneles pilotando la nave, los nuevos dirigentes deben soltar lastre y no participar de la ristra de corrupciones mencionadas a lo largo de este escrito. Los nuevos gestores no deben practicar el personalismo narcotizante, anestésico; los nuevos gestores no deben manipular los medios de información; deben dejar de usar de forma arbitraria el presupuesto; están obligados a no alentar el odio, a no despreciar la legalidad vigente, no boicotear la seguridad jurídica… los nuevos gestores deben comprometerse a no espantar las inversiones y por el contrario a recibirlas con los brazos abiertos, abrirse al comercio exterior y a no distorsionar las estadísticas para engañar a los ciudadanos y, por supuesto, a abandonar el profundo cinismo que caracteriza al gobierno social-comunista que sufre España desde hace un quinquenio.

Y, no se olvide que los regímenes con estricta separación de poderes poseen un gran nivel de bienestar y de crecimiento, pues son previsibles e infunden más confianza.

¿Y por dónde empezar?

Pues muy sencillo: recuperando el estado unitario, desmantelando el estado de “las autonomías”, recuperando la unidad de mercado, la seguridad jurídica, eliminando todos los tribunales superiores de justicia de las diversas taifas, haciendo desaparecer el Tribunal Constitucional e integrándolo en el Tribunal Supremo como una “sala” más, implantando una estricta separación de poderes, suprimiendo el Senado, suprimiendo burocracia y por tanto recortando gastos, y evitando el despilfarro; aplicando una política de mínima intervención e injerencia del Gobierno, y por supuesto, no olvidando que los gobiernos no crean empleo, crean burocracia, burocracia que acaba pagando la clase media, una clase media cada vez más empobrecida; teniendo en cuenta que el empleo, el crecimiento, el ahorro lo crean la iniciativa privada… promoviendo la igualdad de todos los españoles ante la ley, la igualdad de todos los españoles en derechos y obligaciones, sin privilegios de clase alguna, sean por cuestión de sexo, de nacimiento, de vecindad, y un largo etc.

Pues bien, emprender un camino bien orientado, coherente, con metas definidas; implica de manera imprescindible, refundar la derecha española, para que enderece el rumbo, emprenda el camino de la sensatez y vuelva a ilusionar a los españoles decentes. Y tal refundación, sólo es posible si Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal Conde apartan a los diversos caciques y oligarcas de las agrupaciones políticas que ambos presiden. Me dirán que lo lógico es pensar que sus gerifaltes ofrecerán resistencia y no se lo pondrán fácil… Ciertamente eso sería lo previsible si ambos, Abascal y Feijóo, tal como dicen en múltiples ocasiones tienen como objetivo servir a los españoles y no servirse de ellos,, los obligan a apartarse y dan paso a quienes poseen una buena brújula, y sobre todo firmeza, decisión y determinación, que las da la experiencia exitosa en la gestión de dineros ajenos; lo cual no es característico de quienes vienen parasitando de nuestros impuestos y cuyo único objetivo es hacer fortuna en la política…

¿Tendrán Feijóo y Abascal la valentía, y la decencia, necesarias para dar el golpe de timón que España necesita?

Si no es así, otra vez los españoles serán engañados, estafados, tal como cuando Mariano Rajoy se aupó al poder apoyado por una mayoría como nunca había conseguido ningún gobernante desde la muerte del General Franco.

Para saber más les recomiendo la lectura de mi libro: «ESPAÑA SAQUEADA: POR QUÉ Y CÓMO HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ… Y FORMA DE REMEDIARLO».

Autor

Carlos Aurelio Caldito
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