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Los asuntos políticos nacionales, de incuestionable gravedad e importancia y que afectan la vida cotidiana de todos están ahí, nadie los niega, pero los vemos como si estuviesen sobre un escenario teatral.
Estamos alejados, a distancia, en la platea y observando un espectáculo como una especie de vaudeville o de sombras chinescas en permanente cambio, con actores entrando y saliendo en una obra caótica y que ya comienza peligrosamente a aburrir. Las estrategias oficiales, los discursos, el llamado relato y la propaganda, son el nudo de la obra en cuestión y pretenden minimizar lo que se nos viene encima y que no será nada agradable.
Primero puntualicemos algunas cuestiones. El virus existe y los muertos también. Negar su existencia es una necedad patológica. Aún no sabemos cuántas víctimas tuvimos ni cuántas tendremos aún. No entraré en el siniestro e inmoral debate de si son pocas o muchas en relación a lo que sea. Un debate solo permitido a los que gozan de salud y comodidad y no a los que carecen de ella, o a los que están en el cementerio o llorando en soledad.
El efecto del contagio del covid-19 ha sido devastador y traumático, sin duda un golpe más de la globalización en este tercer mileno que ya llevamos tiempo recorriéndolo y que se nos muestra poco halagüeño. Este virus que vino de China muy probablemente cambiará la geopolítica mundial y por ende la nacional, lo que nos pasa aquí todos los días, a los espectadores de esa representación. Ello y sus consecuencias sociales es lo que queda en segundo plano tras ese teatro de sombras.
Aunque a veces no lo parezca, la historia no se detiene y sigue su curso, aunque nos mantengan confinados totalmente o gocemos de ciertas salidas autorizadas de corte sanitario, camino hacia la nueva normalidad. Vivimos inmersos en una claustrofobia social y paradójica de distanciamiento absolutamente restrictiva y totalitaria. Sospecho que la inmensa mayoría de los españoles imaginan volver en algún momento a la normalidad que perdieron, aunque la de antes tampoco gustara demasiado.
Tampoco perdamos de vista que no somos los únicos y que, por primera vez, la mitad de la humanidad esta encerrada en una cuarentena prorrogable. Aquí viene lo que apenas empezamos a ver y que queda relegado tras las bambalinas de esta tragicomedia: el cambio de régimen y el devastador efecto económico y social derivado del virus que tenemos por delante.
Estamos de rodillas ante un poder despótico que todavía no se deja ver plenamente y que está cruzando el umbral de la llamada nueva normalidad. Tenemos que empezar a admitir y reconocer que la actividad económica está bloqueada, paralizada, cuanto menos limitada o parcialmente activa. En España, las rentas mínimas, ertes, suspensiones temporales de cuotas prometidas demagógicamente, pero no cumplidas, son irrealizables o de efectos peligrosamente irreversibles para todo el sistema social y económico de los supervivientes asintomáticos de la pandemia. Los anunciados préstamos de la UE, a largo plazo, serán un remedio peor que la enfermedad.
Una tiranía y una crisis sin precedentes tenemos por delante y advertir de ello probablemente suene a pesimismo y derrotismo, o incluso, a una propagación de bulos inquietantes. Pero no. Si no vemos donde estamos colocados en ese teatro de representaciones corremos el riesgo de seguir viendo un espectáculo horrendo y no poder abandonar la sala por nuestros propios medios.
Si continuamos sentados observando la tragedia en la butaca del teatro en que nos metieron, o dormidos por el aburrimiento de la obra puesta en escena, este totalitarismo sanitario mundial parido por los estados de alarmas y excepciones nacionales, nos tendrá en muy poco tiempo, alegremente sumidos en la miseria, geolocalizados y con las libertades y derechos democráticos suspendidos.
Hay una salida. Primero, reconocer el problema que padecemos y luego ponerse en marcha en la dirección correcta y recorrer el camino de salida del globalismo en dirección al renacimiento de la soberanía nacional. Reaccionando con firmeza y rechazando de plano las tentaciones de mundializarnos en una nueva era postcovid de discurso único, tendremos una oportunidad.
El objetivo es la libertad, el trabajo, el crecimiento y el desarrollo de nuestras familias, de nuestras patrias y estados nacionales, no para ir hacia la nueva normalidad, ni siquiera volver a la normalidad perdida, sino para recuperar y conservar lo mejor de nuestra identidad para enfrentarnos de la mejor manera a un mundo en disputa y que aún no tiene un claro vencedor.
Para ello, hay que ponerse en pie y salir del teatro. Pero antes habrá que quitarse la venda en forma de mascarilla que llevamos delante de los ojos.
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