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Como venimos relatando desde hace un tiempo, la Royal Navy ha sido derrotada por la reacción valiente de los marinos de nuestra Armada, a veces apoyados con eficacia por la población civil, aunque los ciudadanos de hoy pudieran tener la sensación de todo lo contrario, gracias a una Leyenda Negra bien orquestada por los británicos e insuficientemente defendida por quienes tenían y tienen la obligación histórica de defender a todos los españoles. Fue durante la batalla de Brión, un enfrentamiento entre poco más de 2.000 españoles, que resistieron el envite de una flota formada por un centenar de buques ingleses y más de 10.000 casacas rojas.
Año 1800, cuatro veranos después de que España firmara un tratado militar con Francia por el que ambas potencias se comprometían a unir sus flotas contra Gran Bretaña. Este acuerdo no gustó a los ingleses que intentaron neutralizar a la flota combinada, intensificando las acciones militares contra los buques hispanos que, desde 300 años antes, llegaban a la Península cargados de riquezas.
En esos menesteres andaban las relaciones entre ambas potencias cuando el inglés, siempre deseoso en aquellos tiempos de buscar la desgracia española, elaboró un cruel plan con el que asestar un golpe en la mesa ante la creciente potencia naval española. Desde Londres se planeó iniciar un gran ataque sobre uno de los principales puertos peninsulares, el de la Ría de Ferrol, que carecía de defensas suficientes para resistir un asalto bien coordinado.
«El pueblo se hallaba abandonado y entregado a su triste muerte. Su posición era, pues, muy propia para que cualquier enemigo, menos poderoso aún que Inglaterra, lo atacase y aniquilase, destruyendo de un solo golpe de mano los notables establecimientos navales», según cuenta el experto en historia ferrolana José Montero Aróstegui (1.817-1.882) en su obra «Historia y descripción de la ciudad y departamento naval de Ferrol».
Los ingleses ponen rumbo a España
Porque cuando se trataba de derramar sangre española, Inglaterra no escatimaba en gastos. «Corría el día 25 de agosto cuando la expedición inglesa, mandada por el almirante Warren, se presentó al frente de las costas de Ferrol. Componíase de 7 navíos de guerra, dos de ellos de tres puentes; 6 fragatas, 5 bergantines, 2 balandras, una goleta y 87 buques de transporte, que conducían tropas de desembarco al mando del teniente general Pultney. Según los papeles de Inglaterra, ascendía este ejército a 13.000 hombres», añade el experto en su obra.
No falló en sus previsiones el inglés pues, cuando los navíos llegaron a las cercanías de Ferrol, ningún barco de guerra español salió a darles la bienvenida a base de cañón. Casi con las puertas abiertas, nuestros enemigos desembarcaron cerca de la playa de Doniños, ubicada al norte de la Ría, unos 10.000 infantes. La noticia fue una increíble sorpresa para los oficiales encargados de la defensa, los cuales se encontraban de celebración y reaccionaron tarde al ataque.
Con todo, y cuando el peligro se hizo evidente, todas las alarmas saltaron en el puerto y se iniciaron los preparativos para tratar de resistir el inmenso asedio. «La defensa del puerto se encontraba tan mal preparada, que la plaza y los fuertes de la ría carecían de tropas (y) ni un solo cañón estaba montado, (incluso) el depósito de armas de chispa carecía de lo preciso para su manejo», destaca Montero.
Primeros enfrentamientos
A pesar de ello, una flota española que había amarrada en el puerto tomó posiciones para bloquear la entrada a la Ría, lugar al que no habían llegado los buques enemigos. Armaron de urgencia a 500 infantes que recibieron órdenes de dirigirse a marchas forzadas hacia las afueras de Brión, un pueblo situado a 8 Km de la playa de Doniños para interceptar el avance de los ingleses.
Estos hombres tenían una gran responsabilidad: ganar tiempo hasta que las principales fuerzas españolas estuvieran preparadas. Y es que, si los enemigos rebasaban Brión, tendrían el camino libre hasta el castillo de San Felipe, una de las pocas defensas con las que resistir un ataque frontal de los británicos.
Aquella noche, los soldados españoles frenaron con plomo y espada a nada menos que 4.000 ingleses que, extenuados, se vieron obligados a retirarse y cobijarse en Brión. A pesar de la derrota, se detuvo la acelerada marcha de los casacas rojas, que prefirieron no asaltar el pueblo con la llegada de la noche.
El asalto de Brión
Por suerte, durante la noche, los oficiales tuvieron tiempo para armar las defensas del castillo de San Felipe y posicionar varios navíos con los que detener un posible avance de la flota enemiga. Pero, a pesar de ello, todos sabían que la victoria se dirimía en las afueras de Brión, donde los españoles enviaron toda la infantería que pudieron reunir: 2.000 hombres al mando del mariscal Conde de Donadio. Estas fuerzas se enfrentarían a más de 9.000 ingleses que, aprovechando también la salida del sol, habían reforzado su línea.
Únicamente quedaba esperar a que amaneciera el día 26 de agosto para jugar esta singular partida de ajedrez. «Apenas los primeros albores de la aurora pudieron hacer ver a los combatientes sus respectivas posiciones rompieron un vivo fuego. Las tropas de primera línea atacaron al enemigo con admirable serenidad, unión y valor, obligándole a abandonar con grandes pérdidas la ventajosa posición que tenía», puntualizó el experto.
Ni siquiera la tenacidad española bastó para resistir al inglés y, aunque los defensores lograron incluso tomar algunas posiciones enemigas en los comienzos de la contienda, finalmente el ingente número de soldados británicos acabó por rebasar las líneas hispanas. Superados por el empuje enemigo, ahora sólo quedaba a los nuestros retirarse hasta la plaza de Ferrol, precariamente defendida, y acabar con el mayor número posible de casacas rojas antes de morir.
Por su parte, los ingleses iniciaron los preparativos para atacar el castillo de San Felipe para continuar después el avance sobre la ciudad. Las defensas del enclave resistieron gracias a varias piezas de artillería que, a base de constancia y fe, habían sido emplazadas en breve de tiempo por los españoles.
La incomprensible retirada de los ingleses
Sin embargo, aquel mismo día, y después de que los ingleses trataran sin éxito de tomar la fortaleza de San Felipe, un milagro quiso que los ingleses, por alguna razón, reembarcaran en sus buques e iniciaran una precipitada retirada, a toda prisa, hacia su país. Aún hoy, sólo han quedado conjeturas más o menos creíbles, sobre lo que pudo minar la moral de los británicos e impedir que tomaran la Ría de Ferrol.
«El enemigo, viendo el resultado de sus infructuosos ataques, la actitud guerrera de los buques y baterías, el considerable número de gente que cubría el recinto de los arsenales y de la plaza, las columnas volantes distribuidas por aquel quebrado territorio, y el aparato y decisión de un pueblo dispuesto a resistir vigorosamente su entrada; unido todo a la feliz circunstancia del amago de mudanza de tiempo, que sin duda hubiera hecho perecer en estas costas tan formidable convoy, había (…) reembarcado a las cuatro de la tarde del día 26 (…) con tal precipitación que dejó abandonados en las playas (…) caballos, tablonería, picas, sacos, tres lanchas y un bote que zozobraron», sentencia el autor español.
Los estudiosos, historiadores y periodistas, deberían sacar del baúl de los recuerdos las numerosas acciones de nuestro pueblo y de sus soldados frente a la pérfida Albión, porque estamos en deuda con nuestros jóvenes y con las mujeres y hombres de nuestro futuro. Es de justicia que respondamos a la Leyenda Negra que nos impusieron británicos y holandeses, enfrentándoles la verdad, la realidad histórica de aquellas acciones, hoy todavía perdidas en el olvido. Es de justicia una narración verídica y puntual.
Y eso es lo que pretendemos con estas remembranzas históricas. Sería mejor que tomaran el relevo las verdaderas autoridades en la materia. No terminamos de comprender que haya tanto catedrático y profesor mudo. Los archivos históricos están llenos, a rebosar, de la documentación necesaria para sacar a la luz tanta verdad histórica.
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